Dónde se manifiesta Dios (6.1.19)
Los Magos “vieron una estrella y se pusieron en camino, llegaron a Belén y adoraron al niño”
Luz es sinónimo de vida y de felicidad. Porque la oscuridad y las dudas ensombrecen nuestro presente y nuestro porvenir, mientras sentimos dentro de nosotros el anhelo de felicidad sin límites, más o menos conscientemente buscamos una luz, un motivo para esperar e ir construyendo el futuro. En esta situación, podemos acudir a una divinidad alejada de nosotros, a ver si por fin interviene, ilumina nuestra ruta y salimos de dudas. Pero muchas veces, aunque hagamos largas oraciones, esa divinidad parece dormida, no responde, y seguimos nadando como podemos en medio de las tinieblas.
El itinerario de los Magos, unos paganos por su profesión impuros según la mentalidad judía de aquel tiempo, puede ser revelador para nosotros: “hemos visto salir una estrella”. Dentro de cada uno de nosotros, en el sagrario de nuestra conciencia, está Dios mismo como anhelo de felicidad sin límites: hay en nosotros un deseo que no acallan todas las metas históricas. Reclamo que a la vez es impulso y luz para seguir adelante. Cuando escuchamos esa voz que nos habita, recibimos nuevos ojos para ver que todos los seres humanos y todas las realidades creadas son en cierto modo manifestación o epifanía de Dios que se revela no sólo a los que conocemos el evangelio, sino a todos los seres humanos. Incluidos aquellos que como los magos en tiempo de Jesús eran calificados de impuros.
Iluminados con asa luz interior, los Magos miraron de otra forma los astros del cielo y ahí descubrieron la huella de Dios. Pero dieron un paso más: “se pusieron en camino”; salieron de su propia tierra y emprendieron una trabajosa búsqueda, siempre guiados por la estrella cuyo resplandor singular descubrieron inesperadamente. Esa misma luz les permitió descubrir en un niño pobre y desvalido al Salvador. Dejemos brillar en nosotros la luz de Dios que nos habita para descubrir esa nueva estrella que nos guíe. Que podamos mirar con ojos limpios para ver signos de esperanza en las personas y en la sociedad. Que, levantándonos de nuestras propias cenizas nos pongamos en camino, para descubrir y adorar a Dios en los seres humanos, en el niño desvalido y en tantos excluidos de la tierra.
Luz es sinónimo de vida y de felicidad. Porque la oscuridad y las dudas ensombrecen nuestro presente y nuestro porvenir, mientras sentimos dentro de nosotros el anhelo de felicidad sin límites, más o menos conscientemente buscamos una luz, un motivo para esperar e ir construyendo el futuro. En esta situación, podemos acudir a una divinidad alejada de nosotros, a ver si por fin interviene, ilumina nuestra ruta y salimos de dudas. Pero muchas veces, aunque hagamos largas oraciones, esa divinidad parece dormida, no responde, y seguimos nadando como podemos en medio de las tinieblas.
El itinerario de los Magos, unos paganos por su profesión impuros según la mentalidad judía de aquel tiempo, puede ser revelador para nosotros: “hemos visto salir una estrella”. Dentro de cada uno de nosotros, en el sagrario de nuestra conciencia, está Dios mismo como anhelo de felicidad sin límites: hay en nosotros un deseo que no acallan todas las metas históricas. Reclamo que a la vez es impulso y luz para seguir adelante. Cuando escuchamos esa voz que nos habita, recibimos nuevos ojos para ver que todos los seres humanos y todas las realidades creadas son en cierto modo manifestación o epifanía de Dios que se revela no sólo a los que conocemos el evangelio, sino a todos los seres humanos. Incluidos aquellos que como los magos en tiempo de Jesús eran calificados de impuros.
Iluminados con asa luz interior, los Magos miraron de otra forma los astros del cielo y ahí descubrieron la huella de Dios. Pero dieron un paso más: “se pusieron en camino”; salieron de su propia tierra y emprendieron una trabajosa búsqueda, siempre guiados por la estrella cuyo resplandor singular descubrieron inesperadamente. Esa misma luz les permitió descubrir en un niño pobre y desvalido al Salvador. Dejemos brillar en nosotros la luz de Dios que nos habita para descubrir esa nueva estrella que nos guíe. Que podamos mirar con ojos limpios para ver signos de esperanza en las personas y en la sociedad. Que, levantándonos de nuestras propias cenizas nos pongamos en camino, para descubrir y adorar a Dios en los seres humanos, en el niño desvalido y en tantos excluidos de la tierra.