¿Podemos coincidir contra la pobreza?
“¿Cómo se puede ir hasta el fondo del encuentro con el ser humano y no llegar, sin embargo, a los más abandonados? Reafirmamos la convicción de que la miseria no es una fatalidad. Y proclamamos que allí donde hay hombres condenados a vivir en la miseria, los derechos humanos son violados. Unirse para hacerlos respetar es un deber sagrado”
Entresaco esta idea de un destacado manifiesto, uno de tantos que el lector recordará con facilidad y que un día como éste, 17 de Octubre, Día Internacional de Lucha contra la Pobreza, han de llegarle por uno u otro medio, quizá hasta en demasía.
No conozco a nadie que esté contra los más abandonados de la sociedad. Quizá haberlos, “haylos”, pero son grupos minoritarios entre gente, humanamente hablando, más bien enferma y desquiciada que no, libremente, mala. Yo así lo creo. Otra cosa es que, política y penalmente, hay que pararles los pies, como lo que son, enemigos de los derechos humanos de todos.
La mayoría de nosotros, sin embargo, somos gente de ideas más cuerdas y benignas. Pero, las ideas, ¡ay!, son ideas, y hacerlas carne de nuestra carne es otra cosa. Dicho queda, sin castigarnos más de la cuenta, no sea que nos paralice la resignación. Hay formas de resignación cuyo efecto moral y político es el conformismo. “Sabía que eras exigente, Señor, tuve miedo y escondí los denarios… hasta tu vuelta”.
La mayoría de nosotros queremos lo mejor para todos, pero creemos que esto se puede hacer de modos muy distintos. (A veces, pensamos que sin nosotros. ¡Total por uno menos o más!). Debatimos sobre si es más eficiente, en orden a la justicia y la libertad, un modelo social más liberal, o en su forma más radical, neoliberal, o alguno de tenor socialdemócrata, o hasta de claro propósito socialista. Es lógico que suceda esto. Mantener el espíritu crítico, propio y de los otros, hacia nuestras opciones; y saber que en ese terreno nada es absoluto, sin que todo sea igual de relativo, puede ser un principio de honestidad en la vida pública. El criterio parece claro, ¿cómo preservar mejor, con realismo histórico, los derechos humanos de todos, comenzando por los de las víctimas y desheredados de la vida? El debate social está abierto; la intención ética y religiosa no: Porque “somos personas iguales en derechos y deberes”; porque “Dios es así”.
Me gustaría que todo el mundo en mi sociedad y, particularmente, en la Iglesia, llegado el momento de la lucha contra la pobreza, aparcara un poco los debates ideológicos, ¡tan interesantes desde luego”, y hasta las siglas políticas de su simpatía, ¡soy un ingenuo! y convergiera pluralmente en acciones personales, sí, pero también políticas, sociales y culturales, de lucha contra la pobreza; y no sólo por la redistribución de bienes, sino también por la inclusión de las personas más débiles en la igualdad de derechos y responsabilidades; por sus derechos y por sus responsabilidades, con ellos, sí.
Entresaco esta idea de un destacado manifiesto, uno de tantos que el lector recordará con facilidad y que un día como éste, 17 de Octubre, Día Internacional de Lucha contra la Pobreza, han de llegarle por uno u otro medio, quizá hasta en demasía.
No conozco a nadie que esté contra los más abandonados de la sociedad. Quizá haberlos, “haylos”, pero son grupos minoritarios entre gente, humanamente hablando, más bien enferma y desquiciada que no, libremente, mala. Yo así lo creo. Otra cosa es que, política y penalmente, hay que pararles los pies, como lo que son, enemigos de los derechos humanos de todos.
La mayoría de nosotros, sin embargo, somos gente de ideas más cuerdas y benignas. Pero, las ideas, ¡ay!, son ideas, y hacerlas carne de nuestra carne es otra cosa. Dicho queda, sin castigarnos más de la cuenta, no sea que nos paralice la resignación. Hay formas de resignación cuyo efecto moral y político es el conformismo. “Sabía que eras exigente, Señor, tuve miedo y escondí los denarios… hasta tu vuelta”.
La mayoría de nosotros queremos lo mejor para todos, pero creemos que esto se puede hacer de modos muy distintos. (A veces, pensamos que sin nosotros. ¡Total por uno menos o más!). Debatimos sobre si es más eficiente, en orden a la justicia y la libertad, un modelo social más liberal, o en su forma más radical, neoliberal, o alguno de tenor socialdemócrata, o hasta de claro propósito socialista. Es lógico que suceda esto. Mantener el espíritu crítico, propio y de los otros, hacia nuestras opciones; y saber que en ese terreno nada es absoluto, sin que todo sea igual de relativo, puede ser un principio de honestidad en la vida pública. El criterio parece claro, ¿cómo preservar mejor, con realismo histórico, los derechos humanos de todos, comenzando por los de las víctimas y desheredados de la vida? El debate social está abierto; la intención ética y religiosa no: Porque “somos personas iguales en derechos y deberes”; porque “Dios es así”.
Me gustaría que todo el mundo en mi sociedad y, particularmente, en la Iglesia, llegado el momento de la lucha contra la pobreza, aparcara un poco los debates ideológicos, ¡tan interesantes desde luego”, y hasta las siglas políticas de su simpatía, ¡soy un ingenuo! y convergiera pluralmente en acciones personales, sí, pero también políticas, sociales y culturales, de lucha contra la pobreza; y no sólo por la redistribución de bienes, sino también por la inclusión de las personas más débiles en la igualdad de derechos y responsabilidades; por sus derechos y por sus responsabilidades, con ellos, sí.