Adviento, buena ocasión para reflexionar sobre la Inmaculada María, servidora de Cristo y necesaria en el misterio de la Encarnación
"María está totalmente al servicio de la comprensión de la verdad sobre Cristo"
"El parto de María es un escándalo para el espíritu moderno, pero no se trata de algo irracional ni incoherente, sino de una manifestación del poder creador de Dios"
Todos los años, en Adviento, nos encontramos con la fiesta de la Inmaculada. Esta fiesta de María es una buena ocasión para ofrecer una pequeña reflexión sobre su necesario papel en el misterio de la Encarnación. En la jerarquía de verdades de la fe, la verdad fundamental sobre María es el haber sido elegida para ser Madre de Dios. María está totalmente al servicio de la comprensión de la verdad sobre Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
El único modo de ser humano y de entrar en el mundo es a través del vientre de una mujer. El cuerpo de Cristo, dice Tomas de Aquino, fue tomado de María. La sustancia del cuerpo de Cristo no bajó del cielo; fue formado por el poder del cielo, es decir, por obra del Espíritu Santo. El nacimiento de Cristo, añade el santo, “fue natural por parte de madre”. Esta maternidad, “verdadera y natural” de María es el sello que garantiza el realismo de la Encarnación. En este sentido, la figura de María es clave para afirmar la gran verdad de la perfecta humanidad de Jesús.
La otra gran verdad sobre Jesús está estrechamente relacionada con la virginidad de María. La virginidad no está en función de María, sino al servicio de Cristo, en este caso al servicio de la verdadera divinidad. Otros aspectos que, a veces, han suscitado el interés de los fieles, como el voto de virginidad, corren el riesgo de oscurecer lo único esencial en esta cuestión. Antes y más allá de ser un asunto físico, la virginidad es una verdad teológica. Más aún, es “un milagro objeto de fe”, afirma Tomás de Aquino. Sin duda (como reconoce el teólogo Joseph Ratzinger) el parto de María es un escándalo para el espíritu moderno, pero no se trata de algo irracional ni incoherente, sino de una manifestación del poder creador de Dios.
La virginidad está totalmente al servicio de la confesión de fe cristológica. Es el correlato humano de la verdad de fe de que el niño que nace de María “sólo” tiene a Dios por Padre. La consecuencia humana de esta filiación divina es la no paternidad humana (la ausencia de semen viril) y, por tanto, la virginidad de la madre.