"No veo que se pueda construir nada sólido sobre la base de la mentira histórica, social, política y hasta religiosa" Alentar la reconciliación
"Se llevan años y años ahondando en la división y en la separación, desparramando el odio por doquier y queriendo imponer soluciones surgidas desde el revanchismo"
"Todo parece bien. Todo se justifica. Todo se manipula. Todo nos da lo mismo. Estamos recorriendo un camino peligroso"
"Lo que no deberían, señores obispos, es exhibir, ante la comunidad cristiana que presiden, una actitud que les convierte, al menos por su silencio cómplice, en agentes de políticas partidistas, que sitúan en el centro mismo de su misión apostólica"
"Lo que no deberían, señores obispos, es exhibir, ante la comunidad cristiana que presiden, una actitud que les convierte, al menos por su silencio cómplice, en agentes de políticas partidistas, que sitúan en el centro mismo de su misión apostólica"
A decir verdad, hace mucho tiempo que, en mis colaboraciones habituales, vengo señalando al cuarto poder como cómplice manifiesto (no el único ni todos de igual modo) de alguno de los graves males que nos aquejan. A partir de esta grave deficiencia democrática, esto es, a partir de una ciudadanía desinformada y peor orientada, estos males llevan camino de autodestruirnos. ¿Para qué reaccionar? Recorremos –dicen insensatamente- un camino progresista, guiados por un líder de izquierda radical, Pedro Sánchez. ¡Todo color de rosas!
Recordaba Arcadi Espada hace unos días en el ‘Mundo’, un certero juicio de Pablo Corbalán: “el fin del analfabetismo español no coincidió con la época de los periódicos sino con la de la televisión”. No es extraño que tan ilustrado columnista subraye una situación real muy preocupante. Su juicio me parece certero: “No es lo mismo, en efecto, desasnarse con unos que asnarse con la otra”. Todo parece bien. Todo se justifica. Todo se manipula. Todo nos da lo mismo. Estamos recorriendo un camino peligroso. Yo, al menos, así lo percibo y lo siento. Se llevan años y años ahondando en la división y en la separación, desparramando el odio por doquier y queriendo imponer soluciones surgidas desde el revanchismo. Esta es una palpable realidad: pocos, muy pocos, se atreven, en esta España afligida y al borde de la descomposición, con la verdad y con su responsable defensa y mejora.
El espectáculo al que venimos asistiendo es, por otra parte, de una vergonzosa selectividad, de una indecente utilización de una doble vara de medir los hechos, de un supuesto pluralismo, mal entendido, consistente en confrontar siempre la verdad con la mentira, que termina amparando la ilegalidad, aunque sea inconstitucional. ¡Vaya panorama! No veo que se pueda construir nada sólido sobre la base de la mentira histórica, social, política y hasta religiosa. Pero, se sigue intentando imponer reiteradamente una explicación, ajena al marco constitucional, hasta el punto de convertir esa mentira impuesta en la única verdad defendible social y políticamente. ¡El mundo al revés! Y, por cierto, no se te ocurra defender lo contrario o denunciar la maniobra urdida, pues serás defenestrado como sujeto perturbador del orden que se pretende imponer. ¡Totalitarismo puro y duro! Eso sí, a esto se le llama ‘progresismo’.
Todo el que ha querido ha sido espectador de cómo la mentira rige los impulsos hacia decisiones importantes (Rajoy, Rivera). Nadie puede ignorar la existencia de ‘justicieros mediáticos’ en lugar de verdaderos jueces (Juez de Prada). Todos vimos a Sánchez bajar la cabeza en el debate electoral y no responder acerca de sus intenciones de futuro. Al día siguiente, presenciamos (fraude electoral basado en la mentira) el abrazo con Iglesias y poner en marcha el pacto con la radical y separatista ERC.
Todo el mundo ha presenciado la reacción a la sentencia del ‘proces’: violencia y más violencia en la calle, que sigue intermitentemente. Todo el mundo es consciente que en Cataluña no impera la ley ni se respetan las sentencias de los Tribunales. En Cataluña, se odia a quien no es nacionalista separatista, se divide y se fragmenta en las familias y en la sociedad misma. En Cataluña, no se respetan derechos fundamentales en materia educativa, se distorsiona la historia (adulteración), se adoctrina a mansalva en los centros educativos. Aunque silenciada, hay que recordar también la sentencia de los ERE y lo que aún falta por sentenciar. En España, señores obispos, es posible formar gobierno (cuando no se han obtenido los votos que lo legitimen) con los restos (propiciados por un injusto sistema electoral, que nadie quiere reformar) de partidos radicales que, si algo buscan, es la propia destrucción de la España constitucional (todo ello impulsado desde revanchismo). En España … etc., etc., etcétera.
Todo ello –hay que denunciarlo- con la complicidad manifiesta del propio electorado, de la izquierda radical mediática que, presuntamente, jalea y bendice el actual estado de cosas (la marcha hacia la descomposición), de importantes sectores del clero, alentados y sostenidos por obispos que, presuntamente, adulteran su misión apostólica. ¿De verdad es éste el camino que se quiere recorrer? Cada cual debe hacer su propia autocrítica desde la responsabilidad con el interés general.
Estamos, ciertamente, recorriendo un camino peligroso. Yo, al menos, así lo percibo y lo siento. Me pregunto a diario lo mismo: ¿por qué no hablan nuestros obispos? ¿El porqué de su silencio cómplice? Uno piensa y siente que, ante la corrupción, el odio, la mentira, la violencia, la fragmentación social, el adoctrinamiento en las escuelas, la violación de derechos fundamentales, no es posible el silencio cómplice de nadie. Menos aún, en nombre del Evangelio y de Jesús. No se puede mirar para otro lado ante tales evidencias y conductas, propiciadas activa o pasivamente, y después demandar diálogo. ¿Con qué autoridad?
Me permito, por si no ha caído en sus manos, recordar a los obispos una orientación de Francisco a los jesuitas de Cracovia. Con claridad y lenguaje imperativo, les mostró el camino: “el jesuita no debe dividir”. Tampoco, añado yo, el obispo. Uno tiende a creer que, en la sociedad española, otra vez se hace necesario alentar la reconciliación. Esto, señores obispos, pertenece, sin duda, a la esencia de su misión: “unir, unir, unir, unir, unir, tener paciencia, esperar. Nunca dar un paso para dividir. Somos hombres del todo, no de la parte”, insistió Francisco.
Mucho me temo que la actitud anterior (unir, reconciliar, no ahondar más en la división, ni siquiera con el silencio) reclama, desde la coherencia evangélica, que nuestros obispos abandonen su tactismo actual, que les inutiliza, pues induce a muchos al abandono de la Iglesia. Atrévanse -como muestra de querer emprender un nuevo camino- a denunciar a los agentes políticos y sociales de la violencia, de la división, de la fragmentación entre la gente y las familias. Lo que no deberían, señores obispos, es exhibir, ante la comunidad cristiana que presiden, una actitud que les convierte, al menos por su silencio cómplice, en agentes de políticas partidistas, que sitúan en el centro mismo de su misión apostólica. ¡Qué vergüenza! ¿Con qué autoridad pretenden demandar/denunciar después ciertas culturas de marginación social?