En ‘justo castigo a (su) nuestra perversidad’ Gregorio Delgado del Río: "Carbón a espuertas"
Es lo que merecíamos. En general, nos hemos portado muy mal, electoralmente hablando. Hemos actuado de modo irresponsable, con indiferencia, no queriendo ver la realidad
Ahora muchos tildan a Sánchez de traidor. Falso. No ha traicionado a nadie. Se sabía muy bien lo que pretendía y, al parecer, lo ha conseguido
Sin duda, nuestros obispos también han recibido carbón a espuertas. No han cumplido su función de sembrar, al menos suscitar, en la sociedad española sentimientos de reconciliación, de unión, de respeto y tolerancia
Sin duda, nuestros obispos también han recibido carbón a espuertas. No han cumplido su función de sembrar, al menos suscitar, en la sociedad española sentimientos de reconciliación, de unión, de respeto y tolerancia
Ya se sabía desde hace mucho tiempo. Muchos no han querido verlo. Pero, este año los Reyes, en ‘justo castigo a (su) nuestra perversidad’, nos han traído carbón, mucho carbón, espuertas de carbón. Es lo que merecíamos. En general, nos hemos portado muy mal, electoralmente hablando. Hemos actuado de modo irresponsable, con indiferencia, no queriendo ver la realidad, siendo cómplices de cuanto nos aqueja. Es lo que merecíamos.
El gatuperio, desde antes incluso de la moción de censura, se venía fraguando e impulsando por la izquierda mediática y política. Y, por cierto, con la complicidad manifiesta de algunos ingenuos medios de la escasa derecha mediática existente (movimiento patriótico). ¡Já, já, já! Aunque, orgullosos ellos, no lo admitirán jamás. Pero, han servido (siguen haciéndolo), de modo muy eficaz, a los planes del mentiroso Sánchez, seguidor del no menos pérfido Zapatero.
Nunca atesoró Sánchez plan alguno distinto. Es más, lo tenía muy claro (‘¡Grande es Dios en el Sinaí!...’, que dijo Emilio Castelar) y pactado, en su líneas maestras, con los que quieren destruir España. Por eso (y dada su debilidad manifiesta) le apoyaron en la tramposa moción de censura, que mandó a casa a Rajoy, con la colaboración denigrante y descalificadora de algún Juez sin escrúpulos, que, sin embargo, sigue como si tal cosa. ¡Vergüenza ajena!
Ahora muchos tildan a Sánchez de traidor. Falso. No ha traicionado a nadie. Se sabía muy bien lo que pretendía y, al parecer, lo ha conseguido. ¿Por qué no se tomó nota de ello y se actuó con más inteligencia en el proceso electoral? Muchos, ciertamente, se miran al espejo y no se reconocen. ¿Cómo, se preguntan, hemos podido ser tan ingenuos y propiciar la entrada en los infiernos? Ya no vale aquello de votar a los míos.
Para más inri, es posible que, ni siquiera ahora, pierdan la esperanza. Con Sánchez, dicen, todo es posible. Ha podido engañar a aquellos que ahora le han aupado a la Presidencia. A todos ellos, habría que recordarles las palabras escritas en el dintel de la puerta de entrada al infierno: ‘¡Oh vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!’ (Dante).
Ya lo han visto. El frentismo crecido y en plenitud. Tampoco debiera extrañarnos. Es la consecuencia de la acción tenaz de la izquierda política y mediática, secundada, a veces, por los ‘patrioteros’ salvadores, por los ‘buenísimos’ cristianos y hasta, de modo expreso, por algún obispo. ¡Qué pena! Se ha visto a un Pablo Iglesias, vicepresidente del gobierno, agitar el fantasma del miedo (amenaza y coacción) y tachar de ‘enemigos’ a jueces, a medios de comunicación y a ‘poderes económicos’. ¿Habrá todavía quien pueda creer en ellos?
La verdad, como ha dicho ‘El Mundo’ (5.01.2020), radica, por cierto, en que el PSOE ha abandonado ‘el corazón del constitucionalismo’, ha ‘mutado hacia un irresponsable populismo’ y ha permitido convertir la Constitución misma en su enemiga. ¡Apaga y vámonos! ¿Dónde están los verdaderos socialistas? ¿Por qué, en general, han mantenido un silencio tan clamoroso? ¿Por qué han secundado semejante deriva? ¿Acaso debemos dar por bueno aquello de que el PSOE es ‘incorregible’? Lo entiendo, en parte, pues muchos están enganchados (fueron enchufados) al pesebre público. Nada, sin embargo, les impide, ante la que se avecina, reconsiderar el apoyo electoral.
Ante la evidencia del primer Gobierno de coalición de izquierdas desde la guerra civil, con el apoyo interesado de los separatistas de siempre (algunos manifiestamente de derechas y hasta con bendición episcopal incluida), el pueblo empieza a sentirse inquieto y preocupado. Manifiesta sus temores. Ve peligrar muchas cosas que le afectan directamente. Está seguro de que, al final, será –no obstante la engañifa de los ricos- el verdadero pagano del cuantioso gasto público. Teme por su puesto de trabajo, por su pensión, por la paz social y la convivencia, por la marcha de la economía.
Sin duda, nuestros obispos también han recibido carbón a espuertas. No han cumplido su función de sembrar, al menos suscitar, en la sociedad española sentimientos de reconciliación, de unión, de respeto y tolerancia. A lo largo del año que ha finalizado, han pasado muchas cosas (incluidas violaciones de derechos fundamentales), no armonizables con el Evangelio, y han observado un cómplice silencio. ¡Tactismo puro! Es más, algunos, incluso, han pretendido -de diferentes maneras- orientar asuntos del César, que, en mi opinión, no les incumben.
Ahora sólo resta a todos aguantar el tirón. El panorama se presenta muy complicado y complejo. Será y es legal el recién estrenado Gobierno de izquierdas con los apoyos obtenidos. Pero no es legítimo que se pretendan modificaciones tan importantes con desprecio de la mitad del electorado (a quien se ha mentido sistemáticamente) y con los métodos que todos sabemos. ¡Frentismo puro y duro! A la vuelta de la esquina, oiremos el lloriqueo y gimoteo episcopal. ¿Cómo algunos pretenden una Iglesia en salida cuando sus líderes no demuestran creer en valores tan sustantivos como los que están en juego? El mundo al revés.
Lo que ahora importa, como ya se ha dicho, es España. ¿Qué estamos dispuestos –individual y colectivamente- hacer por ella? Creo que todo pasa por ser más inteligentes, por abandonar las complicidades hasta ahora exhibidas, por no dejarse engañar y por pensar de verdad en el interés general.