"Las resistencias a Francisco vienen siendo ciegas y obsesivas" Gregorio Delgado del Río: La Iglesia que recibió Francisco. Para entender lo ocurrido con 'Querida Amazonía'

¿Por qué no se otorga a Francisco la adhesión que se entregó a Juan Pablo II y a Benedicto XVI?
¿Por qué no se otorga a Francisco la adhesión que se entregó a Juan Pablo II y a Benedicto XVI?

La Iglesia ha venido funcionando no desde la realidad, sino desde una representación de la misma

Lo verdaderamente esencial siempre ha sido la imagen que se ha creado de sí misma, la que se ha mantenido en el tiempo y la que se ha defendido contra viento y marea, incluso contra el propio Evangelio

Antes de Francisco, la Iglesia ya estaba enferma de gravedad, al borde de la muerte

¿Por qué no se acepta -se duda, se tiene miedo- la orientación de Francisco si goza -como dicen- de la asistencia del Espíritu Santo para pilotar la nave de Pedro?

Para entender en serio lo ocurrido con ‘Querida Amazonía’, me parece necesario, en una remota pero esencial reflexión, tener delante la Iglesia que recibió el papa Francisco. ¿Cuál era su situación real?

En ésta cuestión, como en otras muchas, la Iglesia ha venido funcionando no desde la realidad, sino desde una representación de la misma (1): la que la propia Iglesia ha fabricado de sí misma al servicio de cómo le gustaría (imagen) que fuese su existencia efectiva y su presencia en la sociedad de cada momento. Ha sabido, para ello, manejar puras elaboraciones partidistas, ajenas a la realidad social existente en su interior. No le ha gustado demasiado llamar a las cosas (la realidad) por su nombre y, a partir de ella, planificar y programar una acción pastoral eficaz. Lo verdaderamente esencial siempre ha sido la imagen que se ha creado de sí misma, la que se ha mantenido en el tiempo y la que se ha defendido contra viento y marea, incluso contra el propio Evangelio.

Pues bien, este modo de actuar o entenderse a sí misma -que significa instalarse en un diagnóstico falso y equivocado-, sigue vigente en gran parte, sobre todo en aquellos sectores más fundamentalistas, distinguidos, entre otras cosas, por añorar el pasado más inmediato. Ahora, a la vista del contenido de ‘Querida Amazonía’ en relación con la excepción puntual del celibato, lo celebran eufóricos. Por otra parte, los sectores ‘progresistas’, con el pretexto, confesado o no, de seguir apoyando una línea, de momento, fracasada de actuación papal -que se puede compartir por muchos-, no se atreven a explicitar la realidad de lo sucedido. Sienten como propio el fracaso -la no admisión como excepción de la ordenación de varones casados de reconocida madurez cristiana- de la petición sinodal. Tal actitud, por cierto, no ayuda en el devenir futuro de los procesos abiertos. Sólo, en mi opinión, se puede edificar sobre la verdad y la realidad de lo existente. Criterio válido para todos, los resistentes y los que apoyan a Francisco.

Expresado, aunque con brevedad, el relato anterior, se ha de subrayar vigorosamente que, antes de Francisco, la Iglesia ya estaba enferma de gravedad, al borde de la muerte. La situación real de la misma, consolidada a lo largo del s. XX hasta el momento de su elección como sucesor de Pedro, se ha caracterizado por ‘el sistema de dominación romano’, esto es, “por el monopolio del poder y la verdad, por el juridicismo, el clericalismo, la aversión a la sexualidad y la misoginia, así como por el empleo espiritual-antiespiritual de la violencia” (2). Aunque son posibles diversas matizaciones y puntos de vista, no puede negarse la validez del diagnóstico realizado por el gran teólogo suizo ni tampoco deberían rechazarse, por un injustificado apriorismo, sus sugerencias y remedios. Su servicio, por el contrario, tiene el mérito de reclamar una profunda reflexión que, en mi modesta opinión, no se ha querido realizar hasta la llegada de Francisco, ni en la Iglesia universal ni, menos aún, en la Iglesia en España (3).

Pues bien, se ha reconocer que esta situación eclesial - al margen incluso del diagnóstico de Küng- se ha consolidado, no obstante el impulso profético de Juan XXIII, esto es, del gran impulso renovador del Concilio Vaticano II. ¿Acaso no se ha llegado a dudar -en muchos ámbitos- de su autoridad en el interior de la propia Iglesia? Aunque -por incomprensible que pueda parecer- la respuesta al interrogante anterior sería, en mi opinión, afirmativa, lo innegable -digan lo que digan los abundantes corifeos que la secundaron sobre todo en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI- es que no se ha seguido durante mucho tiempo la senda marcada por el mismo. Al contrario, se impusieron y prevalecieron las resistencias de la Curia romana y de muy numerosos obispos en toda la Iglesia. Es más, el posconcilio, en tiempos Juan Pablo II y Benedicto XVI, supuso de hecho, en muchísimos aspectos, un impulso muy eficaz, precisamente, en la dirección contraria.

Lo grave de esta fracasada política de restauración, que culminó con la renuncia de Benedicto XVI (la crisis y/o enfermedad de la Iglesia se agudizó espectacularmente), radica, desde mi personal manera de contemplar la situación, en que la propia Iglesia se escindió en dos mitades totalmente enfrentadas. La comunidad de los creyentes y, sobre todo, los líderes de la misma hicieron realidad aquello que tan claramente fustigó San Pablo en su primera Carta a los Corintios (3, 4-9).

La realidad, aunque se quiera ocultar la cabeza debajo del ala, es que, desde hace tiempo, en la Iglesia son muchos, en todos los ámbitos, que se vienen posicionando en torno a Juan Pablo II, a Benedicto XVI, a Francisco. Y, en estas estamos y seguimos. ¿Acaso no es aplicable a la situación el juicio de San Pablo: ‘si, pues, hay entre vosotros envidia y discordias, ¿no prueba esto que sois carnales y vivís a lo humano?’ (1Cor 3, 3). A mi entender, es claro e indubitado. Se diga lo que se diga, se quiera justificar de un modo u otro, se guarde o no un aparente silencio acogedor. Lo innegable, a lo largo de los seis años de Francisco al frente de la Iglesia, es que las resistencias al mismo vienen siendo ciegas y obsesivas, claramente de tejas abajo, sin apenas límite alguno, con el más absoluto olvido, una vez más, del juicio de San Pablo: ‘Yo planté, Apolo regó: pero quien dio el crecimiento fue Dios’ (1Cor 3, 6).

Y vienen, precisamente, de aquellos sectores (4) que apoyaron ciegamente a Juan Pablo II y Benedicto XVI, que fueron sus colaboradores en la sombra o a la luz del día, que constituyeron su gran soporte y ayuda, que se entregaron a una desmedida actividad proselitista a favor de adhesiones incondicionales e incontestables, que recrearon y secundaron con entusiasmo una Iglesia del pasado, en contradicción con el espíritu del Concilio Vaticano II. ¡Qué tiempos aquellos! Apenas se podía respirar.

No se respetaba ni la libertad de conciencia. Todo venía predeterminado, magisterialmente hablando, hasta en sus más ínfimos detalles. Hasta las posiciones y opiniones particulares se colaban, a veces, presuntamente, en documentos papales.

Esa Iglesia, con múltiples manifestaciones críticas -que no es necesario enumerar- es, precisamente, la que el Cónclave que eligió a Francisco -con asistencia del Espíritu Santo, como dicen- tuvo muy presente. Confió en Él para abordarla y enderezar el rumbo. No se podía seguir como hasta entonces. ¿Qué ha pasado? ¿Acaso el Espíritu Santo, que asiste a Pedro -eso se ha dicho siempre- se ha declarado en huelga durante estos años del servicio de Francisco? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no se otorga a Francisco la adhesión que se entregó a Juan Pablo II y a Benedicto XVI? ¿Acaso no es igualmente el sucesor de Pedro? ¿Por qué, entonces, la doble vara de medir? ¿Cómo justifican, entonces, tantas divisiones, resistencias, juicios negativos -escándalos para el pueblo de Dios- como vienen suscitando a diario?

¡Claro que han puesto en riesgo de ruptura la unidad! Peligro no despejado todavía. Sólo se me ocurre recordar, una vez más, a San Pablo: Vivís y procedéis a lo humano (1Cor 3, 3-4). Esto es, sois débiles, tenéis miedo, dudáis, actuáis modo humano. ¿Dónde está vuestra fe? Jesús salvó a Pedro en la tormenta y le dijo: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?’ (Mat 14, 31). ¿Por qué no se acepta -se duda, se tiene miedo- la orientación de Francisco si goza -como dicen- de la asistencia del Espíritu Santo para pilotar la nave de Pedro? ¡Hombres de poca fe! Esta es la realidad de la situación de la Iglesia en este momento: se duda, no se tiene fe y se reacciona a lo humano. Esta es la triste realidad eclesial, difícil, muy difícil de sanar.

1.La realidad o su representación. Gregorio Delgado Cfr., por poner un ejemplo reciente, Castillo, J.M., El Evangelio marginado, Ed. Desclee de Brouwer 2019.

2. Küng, H., ¿Tiene salvación la Iglesia?, Ed. Trotta, Madrid 2013, pág. 11.

3. Un relato muy válido con respecto a la Iglesia en España puede encontrarse en la reflexión de Manuel Vidal.

4. Ibidem. Vidal enumera -creo que con acierto- algunos de estos grupos (presuntamente, ‘Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Focolares, etc.’), aunque hay muchos más. Especial interés tiene la referencia concreta que realiza al tipo de obispo que, en coherencia con la idea de neutralización del Concilio Vaticano I, se impuso en España y, en general, en toda la Iglesia.

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