Sin rumbo y en discordia Una Iglesia actual con doble vida
Si atesoran un gramo de fe y no quieren perderla, les recomiendo que prescindan de la lectura de 'A la sombra del Papa enfermo'
Una amalgama de grupos (masonería, Opus Dei, conservadores, tradicionalistas, la ‘parroquía’, progresistas), presuntamente, al servicio de sus intereses particulares, demasiadas veces enfrentados
Francisco recordó que "detrás de la rigidez hay siempre algo escondido en la vida de una persona… en muchos casos una doble vida, pero también algo de enfermedad"
Francisco recordó que "detrás de la rigidez hay siempre algo escondido en la vida de una persona… en muchos casos una doble vida, pero también algo de enfermedad"
| Gregorio Delgado del Río
La experiencia de vida en la pluralidad reinante me fue enseñando que, a medida que iba transcurriendo el tiempo, esto de la fe se volvía para la gente y para mí mismo cada día más complicado. A todos nos era difícil creer en Dios, en Jesús, en la religión y, por supuesto, en la Iglesia. Todos apelábamos a lo mismo: a las obras. Hoy día esta dificultad (las dudas) se ha hecho aún más evidente.
Ante esta realidad actual, surge una pregunta espontánea: ¿Por qué se ha llegado a esta situación? La respuesta, a mi entender, es muy sencilla. La Iglesia lleva mucho tiempo sin rumbo, olvidada de su verdadero centro de identidad (Jesús) y sin centrar su acción, aunque diga otra cosa, en las obras que hizo Jesús. La Iglesia no viene dando testimonio de Jesús pues no prioriza, en su evangelización, las obras que hizo Jesús. Y, por si fuera poco, aparece ante la comunidad –disimulos al margen- con muy graves enfrentamientos. Todo ello -más allá de las habituales apelaciones a la secularización- le resta credibilidad. ¿Qué se puede hacer?
En una de sus últimas reflexiones (RD), J. M. Castillo subrayaba la respuesta que Jesús dio al dubitativo Juan Bautista: ”Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado aquel que no se escandalizare en mí” (Mt 11, 4-5. Lc 7, 21-23). Jesús insiste en este mismo argumento: sus obras dan testimonio de él (Jn 5,36; 5, 25). Este mensaje de Jesús (Castillo, RD) nos muestra dónde radica la centralidad del Evangelio: en las obras que Jesús hacía para aliviar el sufrimiento humano, “para contagiar felicidad a los demás”.
Resulta muy difícil para la mujer y el hombre actuales, empeñados en hacer que la condición humana conquiste mayores cotas de progreso, entender que el eje central de la acción pastoral de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI consistiese, por ejemplo, en una reinterpretación del Concilio Vaticano II a posiciones, en muchos casos, previas al mismo
Si esto es así (personalmente, no lo dudo) parece claro que Jesús es creíble porque lo que dice coincide con lo que hace: coherencia. No es cuestión de palabras. El problema está en las obras. ”Por los frutos, pues, los conoceréis” (Mt, 7, 20). Los verdaderos discípulos de Jesús se conocen -y son creíbles- por sus obras. No por lo que dicen. Hay que mirar, sobre todo, a cómo viven y a cómo actúan (doble vida). Este es el lenguaje que entiende todo el mundo y al que le presta atención. A partir de este plano de perspectiva general, repasemos ahora algunas ‘obras’ de la Iglesia, que percibe la gente y, quizás, podamos entender sus dificultades reales para creer en Ella e incluso en el propio Jesús.
Para sorpresa y desencanto de muchos, la gente percibe muy claramente que, en la Iglesia que le ha tocado vivir, se ha concedido, en su organización y gestión, ‘más presencia’ y ‘más importancia’ (Castillo, RD) a la Religión que al Evangelio. Exactamente, lo contrario a las enseñanzas y a la actividad misma de Jesús.
Resulta muy difícil para la mujer y el hombre actuales, empeñados en hacer que la condición humana conquiste mayores cotas de progreso, entender que el eje central de la acción pastoral de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI consistiese, por ejemplo, en una reinterpretación del Concilio Vaticano II a posiciones, en muchos casos, previas al mismo (cfr. Hans Küng, ¿Tiene salvación la Iglesia, Ed. Trotta, Madrid 2013) ¿Acaso el Espíritu Santo estuvo de vacaciones durante el mismo? ¡Vaya falta de coherencia! ¡Vaya parón a la dinámica del espíritu!
Sin entrar en detalles, el conocimiento de cómo actuaba la curia que asiste al Papa, en los tres pontificados precedentes, produce vergüenza ajena. El relato de los libros El Vaticano contra Dios y A la sombra del Papa enfermo escandalizan al más pintado. Si atesoran un gramo de fe y no quieren perderla, les recomiendo que prescindan de su lectura. Ahí solo encontrarán la personificación misma de la incoherencia, de la hipocresía, de la injusticia, del carrerismo, de la dejación de funciones. Una amalgama de grupos (masonería, Opus Dei, conservadores, tradicionalistas, la ‘parroquía’, progresistas), presuntamente, al servicio de sus intereses particulares, demasiadas veces enfrentados. ¡Vaya falta de coherencia! ¡Vaya modelo evangélico de gestión!
Si algo ha restado, en los últimos tiempos, credibilidad a la Iglesia ha sido la gestión de los abusos sexuales del clero, cuyas estadísticas oficiales -y eso que son increíbles- reflejan solo, al decir del cardenal Kevin Farrell, "la punta de un iceberg”. Auténtico contra testimonio evangélico. La cultura de la mentira y del secreto en plena actividad. No es extraño que la misma curia papal fuese cómplice de la estructura y/o el sistema de encubrimiento que se levantó para proteger a los abusadores. El descrédito de la Iglesia y de su organización fueron absolutos. Ni siquiera Juan Pablo II y Benedicto XVI se vieron libres, presuntamente, de la gran tormenta mediática. Es más, cuando Francisco no quiso mirar para otro lado y formuló un nuevo tipo de respuesta, brotaron por doquier las resistencias, también (y sobre todo), en su propia curia de gobierno. Y en éstas estamos ahora: en la esperanza de éxito del proceso recién iniciado (febrero 2019), que ha hablado de la ‘corrupción de la función episcopal’. ¡Vaya panorama!
Cómo estaría el patio curial, que se encontró Francisco, que el 22 de diciembre de 2014, ya se sintió obligado a denunciar las quince enfermedades de la curia entre las que mencionó el ‘alzhéimer espiritual’, la ‘esquizofrenia existencial’, la ‘falta de coordinación’, el ‘mal de la rivalidad y la vanagloria’, el ‘mal de la cháchara, de la murmuración y del cotilleo’, el ‘mal de divinizar a los jefes’, el ‘mal de acumular’, el ‘mal de los círculos cerrados’ y el ‘mal de la ganancia mundana y del exhibicionismo’. En la homilía en Santa Marta, el 24 de octubre de 2016, recordó que ‘detrás de la rigidez hay siempre algo escondido en la vida de una persona… en muchos casos una doble vida, pero también algo de enfermedad”. Y, por poner otro ejemplo más de los muchos que podrían citarse, criticó, el 20 de octubre de 2017, a los cardenales ‘hipócritas’, que ‘viven de la apariencia’. ¡La famosa doble vida de muchos! Como diría Shakespeare: ‘Algo huele a podrido en Dinamarca’.
Todo este inmenso lío de confusión y de contra testimonio evangélico ha sido recreado -con todas las reservas y salvedades que se quieran realizar- en el reciente libro de Frédéric Martel (Sodoma) sobre la ‘parroquia’ (el mundo homosexual en el Vaticano) en los cuatro últimos papados, incluido el actual. ¡La cultura de la mentira y del secreto al poder!
Todo lo anterior es más que suficiente para que la gente dude de todo lo imaginable (menuda irresponsabilidad) en relación con la Iglesia y su testimonio. Merece un capítulo aparte la vergüenza que ha representado el continuo enfrentamiento público de hombres muy significados de la curia papal, de la jerarquía católica y algunas conferencias episcopales respecto a las orientaciones del propio Francisco en el tema de los abusos sexuales del clero y, en general, en relación a cualquier reforma llevada a cabo. El ‘Tú eres Pedro’, no ha ido con ellos. ¡A esto se le llama proclamar la unidad!
¡Qué curiosidad! Cuando el Papa Francisco, en cumplimiento del impulso recibido de la mayoría de sus electores, impulsa nuevos caminos de cercanía con la gente que sufre; alienta que se priorice la atención de las víctimas frente a los abusadores del clero; intenta una reforma de su curia de gobierno que supere las poderosas facciones enfrentadas, que la sane de las famosas quince enfermedades que la aquejan e inutilizan; busca que ayude en la toma de decisiones sin atender a las particulares conveniencias e interesas de los grupos que la integran; busca abordar los problemas de la gente en concreto (niños, ancianos, enfermos, pobres y desamparados, marginados, víctimas de la violencia, emigrantes, etcétera): o desea hacerse presente en las periferias existenciales, son muchos en la Iglesia que no lo entienden, muestran todo tipo de resistencias y se enfrentan con los hermanos y con el propio Francisco. ¡Qué pena! ¡Algunos no tienen remedio!
Es preciso, no obstante, reconocer que también en la Iglesia actual -aunque no sea lo prioritario- se realizan, con muy notable eficacia, ciertas obras de Jesús. Todo el mundo las aplaude. Sin embargo, en la actualidad, la Iglesia no es fácilmente identificable por sus obras. A veces, tengo la impresión de que muchos ignoran en la Iglesia aquello de Albert Camus (El hombre rebelde) para quien “lo importante (…), siendo el mundo lo que es, (es) saber cómo conducirnos en él”.