"Caminamos hacia el silencio otra vez en la evolución democrática" (R. del Pozo) Somos cómplices de cuanto lamentamos
"Sánchez ha vuelto a prometer lo que en cinco años no ha cumplido. ¿Regenerará el sistema?"
"'Las calles', nos dice el gran ensayista catalán Mauricio Wiesenthal (El derecho a disentir, 2021), 'se nos han llenado de fantasmas ideológicos. Tribus sin dioses y sin reyes que han ocupado los lugares de la civilización, entronizando su ignorancia y su odio al pasado'"
"Me indigna sobre manera que, con una cierta complicidad de muchos, tanto de la derecha como de la izquierda, incluso de sectores de la propia Iglesia, estemos inmersos en la sustitución de una cierta civilización, pareja a la entronización del odio y la ignorancia. Me causa pavor que estemos empeñados en imponer una nueva sociedad y hacerlo con malas artes, con métodos antidemocráticos, sin respeto a la legalidad, con violencia y miedo, con espíritu de enfrentamiento y de venganza, con la mentira y la manipulación como banderas"
"La crisis actual a la que se enfrenta nuestra sociedad es, ante todo y sobre todo, de índole ética. Y esto no se hace impunemente. Puede que estemos ahora pagando tal factura"
"Si queremos una sociedad civilmente desarrollada y progresista, venimos obligados a entender que, como ha subrayado Francisco, 'la honestidad, la justicia, el sentido del deber y la transparencia son pilares esenciales' e indispensables"
Si me fuera permitido recomendar alguna lectura al despistado y sufrido ciudadano, pensaría, sin duda alguna, en el drama Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen. No se arrepentirá de su lectura. Este drama en cinco actos, no obstante su escasez en páginas, le hará ver muchas de las cosas que nos están pasando. Me temo que “caminamos hacia el silencio otra vez en la evolución democrática” (Raúl del Pozo).
La prometida regeneración democrática se olvidó en los cinco años precedentes del sanchismo. Ahora, con la mirada puesta en las elecciones catalanas, se ha acordado de lo que anteriormente no quiso hacer. Lo ha vuelto a prometer. Y lo ha hecho, fiel a su ADN socialista (legalidad e interés particular) que no ha abandonado, y a su populismo bolivariano (régimen autoritario). Es importante no dejarse engañar sobre las identidades de los líderes que nos mal gobiernan, precisamente porque somos tan dados a ello. Se trata de impedir la manipulación que nos invade y de atreverse a pensar por sí mismo.
A fuer de sincero, venimos asistiendo, en el mundo occidental, a un abaratamiento alarmante del talento y la competencia profesional, tanto a nivel individual como colectivo. Circunstancia especialmente resaltable en la casta política. Arturo Pérez Reverte, que vive permanentemente en los aledaños de la incorrección, se ha expresado así: “¡Qué pereza me dan! Una cosa debe quedar clara: el político sale de nosotros, no es un marciano; son como nosotros, son de los nuestros, de nuestras familias. Nosotros somos tan culpables como todos ellos de lo que está ocurriendo. Los políticos son parásitos de nuestra basura, de la que todos nosotros generamos”.
Sin duda alguna. Es, por ello, fundamental que entendamos la situación actual –política, social, económica y hasta religiosa- a partir de nuestra personal complicidad, hecha muchas veces de silencio interesado y cobarde. Somos, en gran medida, responsables de cuanto padecemos. “Las calles, nos dice el gran ensayista catalán Mauricio Wiesenthal (El derecho a disentir, 2021), se nos han llenado de fantasmas ideológicos. Tribus sin dioses y sin reyes que han ocupado los lugares de la civilización, entronizando su ignorancia y su odio al pasado”. Valoración que, lejos de ser ‘intempestiva’, se ajusta perfectamente a la realidad de la España actual y de la inmensa mayoría de países occidentales.
Me indigna sobre manera que, con una cierta complicidad de muchos, tanto de la derecha como de la izquierda, incluso de sectores de la propia Iglesia, estemos inmersos en la sustitución de una cierta civilización, pareja a la entronización del odio y la ignorancia. Me causa pavor que estemos empeñados en imponer una nueva sociedad y hacerlo con malas artes, con métodos antidemocráticos, sin respeto alegalidad, con violencia y miedo, con espíritu de enfrentamiento y de venganza, con la mentira y la manipulación como banderas.
Personalmente pienso que la crisis actual a la que se enfrenta nuestra sociedad es, ante todo y sobre todo, de índole ética. Llevamos viviendo mucho tiempo sin profesar, individual y colectivamente, credo ético alguno y sin advertir que eso no se hace impunemente. Hemos echado en saco roto los augurios de hombres profundamente conocedores de la época presente: “El individuo percibe la confusión moral, la falta de referentes y criterios, y lo peor de todo, es que puede acabar instalado y acomodado en esta forma de vivir, de ahíque se diga que el Siglo XXI será ético o no será” (Lypovetsky) o que “el s. XXI será de retroceso ético” (Maalouf).
¿Por qué estamos reñidos con la verdad? ¿No sería mejor, en tal caso, guardar silencio?
Es muy probable que ya nos haya llegado el momento de tener que pagar la factura de nuestra torpeza. Estamos, hora mismo, maniatados, en todos los ámbitos, por los requerimientos ineludibles, que nosotros, consciente o inconscientemente, hemos ido tejiendo. Merece la pena intentar aclararse en tan capital cuestión. ¿Por qué nos resistimos tanto a admitir nuestra irresponsable complicidad? ¿Por qué nos creemos ingenuamente las mentiras de tanto político, que nos utiliza para llegar al poder y permanecer en él? ¿Por qué eludimos un hecho tan definitorio y que tanto nos marca? ¿Por qué nos resistimos a admitir que “una sociedad que no tiene fuerzas para defender sus libertades y su modo de vida, está a merced de los bárbaros” (Raúl del Pozo)?
Si, realmente, queremos una sociedad civilmente desarrollada y progresista, venimos obligados a entender que, como ha subrayado Francisco, “la honestidad, la justicia, el sentido del deber y la transparencia son pilares esenciales” e indispensables. En una sociedad progresista, ciudadanos y gobernantes luchan por extirpar la ilegalidad y la corrupción, que permitan erradicar la delincuencia y la criminalidad; por imponer la transparencia; por garantizar, frente a todos, la libertad y la Igualdad; por arbitrar sistemas seguros de protección frente a los inevitables conflictos de intereses; y por “tejer respetuosamente la armonía entre las generaciones, sin dejarse absorber por homologaciones artificiales y colonizaciones ideológicas’ (Francisco). Por desgracia, por estos pagos hispanos estamos, hoy por hoy, a años luz de tan luminoso ideal.
A pesar del tenebroso panorama actual, lo verdaderamente grave radicaría, desde mi perspectiva, en que, una vez más, no sepamos aprender la lección, no sepamos extraer la sabiduría que se nos ofrece. Sólo saldremos airosos si somos conscientes que tenemos delante una gran oportunidad. Pero, eso sí, la respuesta es primordialmente individual. Siempre se ha de mover en el contexto ético, esto es, en el marco del esfuerzo interior y personal, en el marco del compromiso total con un mínimo de valores y convicciones personales, en el marco del esfuerzo responsable y solidario, en el marco del abandono definitivo de la sombra errante de Caín. Sólo este tipo de respuesta y compromiso es susceptible de tu control personal.
Con la que está cayendo y con el pensamiento puesto en un futuro que merezca la pena, confieso que me interesa muy poco lo que digan, sean de la izquierda o la derecha, con la mentira como bandera. Tampoco me interesa demasiado las posiciones blandengues, sin compromiso, ambiguas, que buscan no molestar y siempre claudican en las ideas. Me basta que se respeten los aspectos formales del sistema democrático en la gestión de lo público. El resto, me dice la experiencia, es obra individual, de cada cual, testimonio personal de vida.
¡Difícil empeño! Pero, posible. El estado de cosas que padecemos y lamentamos a diario, me obliga a proclamar una cierta incorrección de vida en muchos ciudadanos. Dice así: “Los hombres son cómplices de cuánto les deja indiferentes” (George Steiner)y/o lamentan.