"Dice Douglas Murray, con acierto, que vivimos tiempos de locura colectiva" Un inconsciente dogmatismo

Dogmatismo
Dogmatismo

"El rasgo distintivo del mundo moderno no es su escepticismo, sino su inconsciente dogmatismo" ((G. K. Chesterton)

"La vida nos es dada, pero no hecha sino como quehacer personal"

"Con la secularización, por ejemplo, la Iglesia católica no supo aprovechar la oportunidad que se le brindaba: 'Dad a Dios lo que es de Dios' (Lc 20, 25)"

" «… un puñado de empresas de Silicón Valley (sobre todo Google, Twitter y Faceboock) tienen poder suficiente para influir en lo que la mayoría del mundo sabe, piensa y dice, además de un modelo de negocio basado, (…) en encontrar ‘clientes dispuestos a pagar para modificar el comportamiento de otras personas’» (Murray). Interrogantes que surgen de inmediato.

"Los principios de justicia universales e inmutables, la doctrina de los derechos humanos, que tanta seguridad, estabilidad, felicidad y paz han venido garantizando al ser humano, sólo 'existen en la fértil imaginación de los sapiens, y en los mitos que inventan y se cuentan unos a otros. Estos principios no tienen validez objetiva' (Harari). Son mitos, orden imaginado, que reclaman cierta fidelidad"

"Un orden imaginado, como tal mito, puede 'desmoronarse' cuando la gente deja de creer en él (Harari). Reclama verdaderos creyentes"

"Como ha recordado Claudio Magris, 'nada como Auschwitz ha negado más las leyes no escritas de los dioses y Auschwitz lo creamos los europeos'"

Dice Douglas Murray, con acierto, que vivimos tiempos de locura colectiva. Tanto en lo público como en lo íntimo, los humanos solemos comportarnos a diario de manera un tanto irracional y rebañega. Al menos, una gran mayoría. No acabamos de asumir, en la práctica, que somos los dueños de nuestro destino ni de entender, como dijo nuestro Ortega y Gasset, que “la vida me es dada, pero no me es dada hecha, sino al contrario, como quehacer: por eso la vida da mucho quehacer. (…) Es una realidad dinámica; no una cosa, sino un hacer”. Sigue siendo el gran reto personal en la era posmoderna.

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Ahora mismo, se proponen, e incluso se aprueban leyes, que bendicen conductas de auténtica deshumanización de la persona. Eso sí, siempre al amparo del orden supuestamente democrático. En su libro (La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura, Península, 2020) nos provoca a todos con su cordura y sentido común. Merece la pena leerlo y repasar con él cuestiones (el hombre, la raza, las mujeres y lo trans) que están en el candelero y que provocan grandes dosis de sufrimiento al ciudadano de toda condición y posición social.

La masa enfurecida: Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la  locura (ACTUALIDAD)

Para nadie es un secreto que, últimamente, los grandes relatos en torno al sentido de la existencia humana, incluidos los religiosos, se han desvanecido. Con la secularización, por ejemplo, la Iglesia católica no supo aprovechar la oportunidad que se le brindaba y de centrar, en el contexto de los signos de los tiempos, todo su esfuerzo y energía en la función que le asignó el Evangelio: “Dad a Dios lo que es de Dios” (Lc 20, 25). Su descrédito fue por ello grandísimo a la vez que la sumió en una gran crisis moral y de fe, que, por cierto, no logra remontar. Las ilusiones laicas universales surgidas en la modernidad siguieron el mismo camino.

Ha aparecido el populismo de izquierdas, previo abandono, en muchos casos, de la social democracia. Incluso el ejercicio del poder ha devenido autoritario en un proceso complejo e influyente donde los haya. Ahora, subraya Murray, “ … un puñado de empresas de Silicón Valley (sobre todo Google, Twitter y Faceboock) tienen poder suficiente para influir en lo que la mayoría del mundo sabe, piensa y dice, además de un modelo de negocio basado, (…) en encontrar ‘clientes dispuestos a pagar para modificar el comportamiento de otras personas’”. ¿Cómo el ser humano puede caer tan bajo y dejarse manipular hasta extremos tan insospechados? ¿Cómo, incluso, se acepta, sin rechistar apenas, que se vean afectados valores y principios universales de justicia? ¿Cómo no reaccionamos ante la inseguridad y los miedos que experimentamos y ante el violento enfrentamiento que, de alguna forma, se provoca? ¿Cómo es que, incluso, no respetamos, de hecho, los propios derechos humanos? ¿No estamos instaurando en nuestras sociedades una nueva religión, tan dogmática o más, que la que rechazamos en su momento? ¿Estamos seguros de no estar corriendo riesgos que atentan a nuestro destino y dignidad?

Quizás no caigamos en la cuenta del perverso, por desorientador, impacto de ideologías tan plurales y contradictorias como hoy se dan cita. Quizás, como ya advirtió Yuval Noah Harari, no seamos conscientes que esos principios de justicia universales e inmutables, la doctrina de los derechos humanos, que tanta seguridad, estabilidad, felicidad y paz han venido garantizando al ser humano, sólo “existen en la fértil imaginación de los sapiens, y en los mitos que inventan y se cuentan unos a otros. Estos principios no tienen validez objetiva”. Esto es, estamos ante un orden imaginado de tal forma que podemos “creer en un orden particular no porque sea objetivamente cierto, sino porque creer en él nos permite cooperar de manera efectiva y forjar una sociedad mejor” (Harari,Sapiens. De animales a dioses, Debate, 2018, págs. 127- 129: páginas brillantes). También los derechos humanos son un mito. ¿A qué podemos dar lugar en nuestras sociedades por no otorgar el trato exquisito que demanda cualquier orden imaginado? ¿Acaso no hemos abierto ya o no hemos cometido ya el pecado de infidelidad?

Personalmente, creo que ya hemos iniciado, efectivamente, ese camino. Pensemos, por poner un ejemplo, en el derecho a la vida y su armonización con la práctica del aborto. Un Estado que se precie de democrático, que dice proteger la vida, valor universal, ¿no puede ofrecer a la mujer, que se ve envuelta en una situación comprometida al respecto, otra cosa que su apoyo al aborto? ¿No se está engañando a sí mismo y a sus ciudadanos sobre una cuestión muy trascendental? ¿Acaso no es imaginable ninguna otra salida al problema personal y familiar surgido? ¿Puede fundarse, sin ninguna otra consideración, en la supuesta ‘autodeterminación de la mujer’? ¿Qué decir de la minoría de edad sin contar con la familia a la hora de su práctica? (cfr. Marías, J., La cuestión del aborto, en https://www.interrogantes.net/julian-marias-la-cuestion-del-aborto-abc-19- iii-09/). ¡Atrévete a responder a los anteriores interrogantes! ¡Supera tus íntimas cobardías!

El riesgo que se corre ante los juegos malabares, verdaderas trampas y concesiones ideológicas, de los líderes políticos en busca del voto (Francia, España, Unión europea, etc.) radica en abrir pequeños resquicios en el orden imaginado que acabarán por minar su fortaleza. Un orden natural es estable (la gravedad) a diferencia de un orden imaginado que, como tal mito, puede ‘desmoronarse’ cuando la gente deja de creer en ellos (Harari), al advertir, de hecho, que el valor universal, en este caso, la vida, deja de protegerse.

Dicho de otro modo, un orden imaginado “requiere asimismo verdaderos creyentes”(Ibidem): individuos y ciudadanos de todas las edades, de toda condición y posición social, cuantos más mejor, que abracen esos valores y principios universales e inmutables, “las leyes no escritas de los dioses”(Antígona), la esencia misma de la civilización occidental. Se trata de convertirlos de hecho en la energía que alimente su existencia e insufle en la sociedad y en el mundo el espíritu que los fundamenta y sustenta (los mandamientos morales). Sólo sobre tan sólida, y a la vez tan frágil, posición moral lograremos forjar, de manera efectiva, una sociedad y un mundo mejores.

No lo olvidemos. Como ha recordado Claudio Magris, “nada como Auschwitz ha negado más las leyes no escritas de los dioses y Auschwitz lo creamos los europeos”. Aunque parezca mentira, la degradación siempre aparece en el horizonte de los humanos. La tragedia puede aparecer si no sabemos elegir. La verdad, en demasiadas ocasiones, puede coincidir con el grito del doctor Stockmann: “¡La mayoría tiene la fuerza, pero no la razón! (H. Ibsen, Un enemigo del pueblo, Losada, 2007). Plenamente actual.

En definitiva, “el rasgo distintivo del mundo moderno no es su escepticismo, sino su inconsciente dogmatismo” (G. K. Chesterton), contrario al individuo y a su libertad de conciencia.

El extremismo y el dogmatismo, un estudio explica sus causas - La Mente es  Maravillosa

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