En esta grave crisis, la Iglesia española está pasando desapercibida Sin liderazgo ninguno
Ante tan gravísima y extrema situación social, la Iglesia en España, recién renovada y alabada, no sin cierta precipitación, tenía ante sí una oportunidad única para hacerse visible
¿Dónde han estado el 'nuevo Tarancón', cardenal Omella, Presidente de la CEE, y su segundo, el cardenal Osoro, el magnificado hombre de confianza de Francisco?
No me digan - me lo temo- que el cristianismo no tiene nada que decir sobre los nuevos problemas surgidos a propósito del 'coronavirus' y su gestión, en especial, como ha subrayado Castillo, la salud y la economía
Ni siquiera una pandemia, el dolor y la muerte de personas, son alicientes suficientes para poner en común un plan estratégico, que comprenda muy diferentes acciones
No me digan - me lo temo- que el cristianismo no tiene nada que decir sobre los nuevos problemas surgidos a propósito del 'coronavirus' y su gestión, en especial, como ha subrayado Castillo, la salud y la economía
Ni siquiera una pandemia, el dolor y la muerte de personas, son alicientes suficientes para poner en común un plan estratégico, que comprenda muy diferentes acciones
Tomo prestada de José A. Estrada su valoración y la hago mía sin reserva alguna. El ‘coronavirus’, salvo que nos empeñemos en mirar para otro lado, nos ha traído hasta ahora dolor y muerte con sobreabundancia, improvisación absoluta, pésima gestión gubernamental, una muy clara desinformación, falta de transparencia, utilización de medios e instituciones públicos en beneficio partidista, una gravísima y duradera crisis económica, una verdadera alteración del orden normal de la sociedad, la familia y el individuo, una muy apreciable pérdida de puestos de trabajo, un recorte efectivo de libertades, etc., etcétera.
Pues bien, ante tan gravísima y extrema situación social, la Iglesia en España, recién renovada y alabada, no sin cierta precipitación, tenía ante sí una oportunidad única para hacerse visible. Lamentablemente, la ha desaprovechado. Una vez más, “está pasando desapercibida” y dando “la impresión -bastante extendida- de ‘ausencia’” (Castillo). Siento tener que reconocerlo. Pero, ello es así (una Iglesia prescindible) por culpa propia, por su incapacidad manifiesta, ante “la desubicación social y cultural” (Arregi) que atesora, de hacerse visible, ni tan siquiera en situaciones tan excepcionales como la de una gravísima pandemia. No debería extrañar, por tanto, que a la “Iglesia institucional se la siente más lejana o ausente que nunca”(Arregi).
Como ha subrayado Estrada, creo que, en efecto, sigue sin tener “liderazgo alguno”. ¿Dónde han estado el ‘nuevo Tarancón’, cardenal Omella, Presidente de la CEE, y su segundo, el cardenal Osoro, el magnificado hombre de confianza de Francisco? ¿En qué ha consistido su liderazgo real? ¿Qué decisiones (plan estratégico) han propiciado y aprobado a nivel de Conferencia episcopal? ¿Cómo han alentado a sus hermanos en el episcopado, a todos los sacerdotes, religiosos/as, al pueblo santo de Dios, ante el desastre que se avecinaba y que ahora estamos viviendo a diario? No me digan - me lo temo- que el cristianismo no tiene nada que decir sobre los nuevos problemas surgidos a propósito del ‘coronavirus’ y su gestión, en especial, como ha subrayado Castillo, la salud y la economía.
Ni tan siquiera se les ha ocurrido, al maravilloso tándem Omella/Osoro, convocar a la Conferencia episcopal. Ésta “tendría que haberse pronunciado, en este estado de cosas, en el que mucha gente se hace preguntas sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre la Fe y la Oración, etc.”(Castillo). Sin duda alguna. Probablemente, una reunión episcopal, sabiamente liderada, habría evitado que “la actuación de los obispos durante la pandemia es (haya sido) heterogénea y sin audacia evangélica”, como también ha subrayado con acierto Estrada.
“¿Qué pasa en la Conferencia Episcopal?”, se pregunta J. M. Castillo. Y se responde: “Lo más probable es que los obispos españoles estén divididos. No sólo "religiosamente", sino también "políticamente". No lo dudo, personalmente. Creo que, efectivamente, no participan de la misma manera de entender la Iglesia y de sentir con ella. Es muy probable, sin embargo, que todos ellos respondan a un patrón del pasado en el que crecieron, se formaron y dieron los primeros pasos en el servicio pastoral. Eso sí, con una cierta capacidad distinta para articular un lenguaje más o menos acorde con los signos de los tiempos. Así parece apreciarse en sus actuaciones y mensajes, con muy ligerísimas matizaciones. ¡Un verdadero hándicap de fondo!
Políticamente, por el contrario, estoy seguro que están muy divididos y enfrentados. El fondo y las formas de sus corazones aparecen teñidos de colores muy diferentes. Nadie, que conozca un poco el percal, puede negar la existencia de obispos inclinados a la derecha y otros a la izquierda. Tanto unos como otros se han retratado en diferentes ocasiones. Si es así -como parece serlo-, el problema de funcionamiento interno en la Conferencia episcopal es muy grave. En esta perspectiva, se puede entender que la división reinante haya hecho muy difícil y problemático un acuerdo mayoritario y que se haya optado por que cada obispo vaya a su aire (ineficacia). ¡Triste, muy triste realidad!
Ni siquiera una pandemia, el dolor y la muerte de personas, son alicientes suficientes para poner en común un plan estratégico, que comprenda muy diferentes acciones. ¡Así son las cosas! Muchas palabras, mucho mantra inútil, muchas oraciones. Pero, la Iglesia, como tal, pasa desapercibida. Es más, en tal ausencia se percibe lo negativo entre sus obispos, esto es, la falta de la defensa de los principios y de la legalidad vigente, la presencia de su división y su incapacidad para aunar esfuerzos. Esto es, por desgracia, lo que hay. No pidamos peras al olmo.
Personalmente, a la pregunta de J.M. Castillo le sumaría otros interrogantes, probablemente en consonancia con los usos y costumbres eclesiásticos conocidos, a saber: ¿Por qué guardan silencio nuestros obispos ante el conjunto de problemas aparecidos con la gestión del coronavirus? ¿No me digan que no son de una gravedad extrema? ¿Cómo pretenden que la Iglesia en España se haga visible y útil para la gente, creyente o no, si nuestros obispos dan a entender, con su silencio cómplice, que pasan del tema? ¿O es que, como en tantas otras ocasiones, lo que ahora les preocupa de verdad son sus intereses de futuro, pendientes del hilo de la negociación con el Gobierno Sánchez? No me digan, por favor, que el cristianismo no tiene nada que decir ante la evidencia de la pésima gestión del Gobierno y el cúmulo de problemas añadidos, que la misma está ocasionando.
Sería realmente lamentable (verdadero contra testimonio evangélico) el tener que llegar a una conclusión cercana a la siguiente: la actitud de nuestros obispos (aquí puede que haya incluso unanimidad) encuentra cumplida explicación en que no quieren ponerse en peor condición negociadora, si se enfrentasen críticamente con el Gobierno. Sería para apagar la luz y salir corriendo, si nuestros obispos sólo pudiesen ofrecer a la sociedad española su silencio cómplice. Todas estas cuestiones (no los buenos deseos de ciertos comunicadores) sí que pone a prueba cualquier pretendido liderazgo, que, en todo caso, hay que ganárselo. Es aquí donde reside la prueba del nueve. Y, de momento -ampliemos el margen de confianza- no aparece por ningún lado.
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