Presentación del libro ‘Te llamarán mi favorita’ (PPC) de Luis Alfonso Zamorano Cardenal Cobo: "La Iglesia nació al pie de una víctima. No tengamos miedo a la verdad"
Presentación de ‘Te llamarán mi favorita. Sanando la herida espiritual provocada por los abusos’ (PPC) del sacerdote Luis Alfonso Zamorano, en el Espacio O_Lumen de Madrid
Juan Carlos González: "En mi vida he necesitado conocer mi herida, mirarla a los ojos, honrarla, limpiarla y convertirla en una cicatriz, que me duele, pero que no me impide caminar"
Zamorano: "Jesús, como los abusados, fue también víctima de abuso sexual y, desde la desnudez de su crucifixión, se solidariza con las víctimas"
“Hemos avanzado mucho, pero no estamos para autocomplacencias, nos queda mucho dolor que reparar, muchas heridas que sanar, muchas lágrimas que enjugar"
Zamorano: "Jesús, como los abusados, fue también víctima de abuso sexual y, desde la desnudez de su crucifixión, se solidariza con las víctimas"
“Hemos avanzado mucho, pero no estamos para autocomplacencias, nos queda mucho dolor que reparar, muchas heridas que sanar, muchas lágrimas que enjugar"
Para abordar la plaga de las víctimas, la Iglesia suele presentar dos caras: la de madre y la de madrastra. Ayer, la presentación de ‘Te llamarán mi favorita. Sanando la herida espiritual provocada por los abusos’ (PPC) del sacerdote Luis Alfonso Zamorano, en el Espacio O_Lumen de Madrid, se convirtió en una sinfonía (inacabada) a favor de las víctimas, colocadas en el centro.
En una sala llena (algo que no suele ser habitual en las presentaciones de libros en Madrid) y tras la intervención del presentador del acto, Javier Navarro, director editorial de PPC, interpretó su ‘solo’ Juan Carlos González, víctima de abusos, contra los que lucha desde la asociación Eshmá. Y, como es lógico, su ‘sólo’ sonó dolorido, saliendo de “la herida de mi acordeón encogido”.
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“En mi vida he necesitado conocer mi herida, mirarla a los ojos, honrarla, limpiarla y convertirla en una cicatriz, que me duele, pero que no me impide caminar. Porque, hoy, puedo mirarme al espejo y decirme que me he perdonado y decirle a ese niño: ¡nunca te vas a quedar solo!”, explicaba emocionado, desde dentro de su corazón, la víctima.
Y, tras el recuerdo dolorido de su sanación personal, dura y doliente, la reivindicación, para pedirle a la institución que, de una vez por todas, “reconozca que hubo estructuras consolidadas que posibilitaron los abusos, algunas de las cuales permanecen vivas y operantes, como la ocultación, que es y sigue siendo un patrón de los abusos”.
Tras el ‘solo’ del acordeón encogido y dolorido de Juan Carlos, le tocaba el turno al autor. Luis Alfonso Zamorano, sacerdote del Verbum Dei, lleva años acompañando y sanando a las víctimas de abusos en la Iglesia. Todo un referente en este campo: el padre Zollner español. Primero en Madrid y, ahora, en Roma. Con cargos y encomiendas importantes en la Curia y en la Universidad Gregoriana de los jesuitas. Y las ha visto de todos los colores y, desde hace años, ha decidido pasar a la acción y convertirse en una especie de misionero de la misericordia para los abusados del clero, convencido de que “hay esperanza” y de que “la herida de los abusos se puede convertir en manantial de vida”.
Porque, a su juicio (y de eso va el libro), “las víctimas son los predilectos del Señor” y a ellas dedicó una preciosa canción (Zamorano compone e interpreta deliciosamente bien), basada en Isaías (62,1-4): “Por amor a ti no descansaré…hasta que tu dolor se convierta en medicina”.
Mientras sonaba la canción, por la pantalla pasaban diversas diapositivas de algunas personas que, como es lógico en estos casos, alababan la obra de Zamorano. Desde José Luis Segovia, vicario de la archidiócesis de Madrid, a la teóloga Ianire Angulo o el mismísimo Papa Francisco, que apareció en una foto, con el libro del sacerdote en la mano, acompañado de una dedicatoria, con su letra tan pequeña que casi se hace ilegible. Pero allí estaba el espaldarazo papal a esta tarea de sanación que lleva años haciendo este cura, referente en la recuperación de abusados en España, en Roma y en Latinoamérica.
Apoyado en estos testimonios y en el de la víctima, Alejandra Martínez, autora de la ilustración de la portada (tierna, evocadora y hasta provocadora) del “abrazo de Dios”. Porque como ella misma explica: “Esa pintura, más que una imagen, es una experiencia donde me sé sostenida por Dios y dejo de ser ‘sobreviviente’, para convertirme en ‘viviente’…Dios es más que una institución y más que las personas que me han dañado, incluso dentro de la Iglesia…para que, como Iglesia, abracemos, al igual que Jesús, a quienes tanto sufren”.
Porque ésa es precisamente la tesis del libro: “¿Qué experiencia de Dios se les puede ofrecer a los abusados?” Y Zamorano explicó: “Me he querido centrar en el impacto de los abusos en la imagen de Dios. Cuando quien abusa es alguien que representa a Dios, ¿qué le queda a la persona? Por eso, siento que en la Iglesia tenemos necesidad de entender la extrema gravedad de los abusos en su seno”.
Y ofrecer a los abusados la imagen de un Dios que siente una predilección especial por ellos, como siente una madre por sus hijos más débiles o que más sufren. Y, desde esa clave, demostrar a los supervivientes de abusos que “es posible sanar y recomponerse”.
Según Zamorano, moviéndose siempre en el terreno de la conexión con las víctimas, el rostro de Dios que puede salvar a los abusados y sanarles es el de un “Jesús, que, como ellos, fue también víctima de abuso sexual y que, desde la desnudez de su crucifixión, se solidariza con las víctimas”.
Crítico, en cambio, con la actitud de la Iglesia hacia las víctimas, Zamorano ha reconocido que “hemos avanzado mucho, pero no estamos para autocomplacencias, nos queda mucho dolor que reparar, muchas heridas que sanar, muchas lágrimas que enjugar”.
Y con el peso de no poder apoyarse, en muchas ocasiones, en la justicia de la Iglesia. Porque, a su juicio, “sin el beso de la justicia canónica, que sigue revictimizando, sin ese beso, es difícil que se sane la herida espiritual, que sólo puede curar si la justicia y la paz se besan”, concluyó el autor en medio de una cálida salva de aplausos.
El cardenal Cobo se convirtió en el director de orquesta de la sinfonía inacabada. No es la primera vez que el prelado da la cara y se empapa de las reivindicaciones de las víctimas. Ya lo hizo en 2019, cuando ningún obispo se atrevía a participar en un acto en favor de ellas. Y menos, de la mano de Religion Digital, cuando era un tabú y casi una afrenta para la institución ocuparse de las víctimas y resaltar su dolor. Y nosotros, unos apestados por atrevernos.
Consciente de los ‘palos’ intraeclesiales, que le llovieron entonces y le siguen lloviendo ahora, por su postura inequívoca a favor de las víctimas, el cardenal de Madrid comenzó reconociendo que a los que están metidos en este campo “les ha cambiado el corazón” y han ido dando pasos lentamente, “en un proceso precioso, pasando del abandonada al favorita”, explicó jugando con los títulos de los dos últimos libros de Zamorano.
Y, por eso, alabó el libro y la labor de Zamorano, “capaz de hacer de la herida de los abusos un lugar de luz”. Y eso, dijo, “es evangelizar”, porque “anunciar el Evangelio es rescatar dignidades, no dignidades perdidas, sino no reconocidas y no nombradas”.
Cobo tiene claro que la Iglesia necesita hacer otro esfuerzo, que consiste en “aplicar la opción preferencial por los pobres a las víctimas de abusos del clero”, porque “la Iglesia nació el pie de una víctima”. Si eso es así, la consecuencia es lógica: “Construir la Iglesia desde las víctimas es una prioridad. No nos cansemos de aprender de la autoridad de las víctimas. No tengamos miedo a la verdad, aunque duela, ni tengamos miedo a entrar en una dinámica de verdadera conversión, aprendiendo de los supervivientes”.
Tras reconocer que “nos quedan resistencias grandes”, Cobo proclamó, una vez más, que “lo importante en la Iglesia no es salvar la institución, sino a las víctimas”.
Y, mientras sonaban los aplausos para la valentía del cardenal Cobo, una víctima, presente en la sala, pidió la palabra, para poner el broche a la sinfonía inacabada y recordar a los presentes la triste realidad que siguen viviendo. Porque, a pesar de estas pocas ocasiones en las que se sienten realmente arropadas, las víctimas en general se sienten olvidadas, ninguneadas y revictimizadas por la mayoría de la jerarquía española. Todavía hoy.
Es la Iglesia con cara de madrastra, que, según ésta y otras víctimas, continúa sin reconocer de verdad la plaga de los abusos, tiene querencia a la ocultación y al encubrimiento y, sobre todo, “revictimiza y no respeta a las víctimas, sobre todo cuando se habla de reparación económica”, porque “en palabrería no hay quien gane a la Iglesia, pero los hechos van por otro lado”. Predica mucho, pero no da trigo. Como siempre.
Aunque, el chileno Juan Carlos Cruz, víctima del depredador cura Karadima, que se encuentra en Madrid, quiso poner una nota final plácida y reconoció que, al menos en Madrid, con el cardenal Cobo al frente, “se va a poder hacer justicia y reparación a las víctimas, especialmente a las más invisibles”. De abandonadas a favoritas queda un largo trecho, pero gente de Iglesia, como Cobo y Zamorano, están dispuestos a recorrerlo. ¿Hay esperanza?
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