"Hay todavía una enorme incomprensión del drama existencial que significa ser víctima de abuso" Carolina del Río Mena: "La Iglesia chilena -clero y laicado- no logra reponerse de la perplejidad y la vergüenza"
"Nos cuesta mucho 'permanecer' en la crisis para entender qué tiene que enseñarnos. Queremos dar vuelta la página, dejar de escuchar a las víctimas, dejar de ver a sacerdotes acaparando titulares de noticiarios"
"El abuso, en sus múltiples formas, es pan de cada día en nuestra sociedad y, también en la Iglesia, no solo desde el clero hacia menores o hacia un laicado vulnerable; también entre superiores y superioras de congregaciones y entre laicos y laicas clericalizados, con poder"
"En todos nosotros hay una formación —más o menos— deficiente, que no dialoga con las ciencias ni con la sociedad actual, que huye de cuestiones complejas"
"La Iglesia ha sido una madre que no cuida"
"En todos nosotros hay una formación —más o menos— deficiente, que no dialoga con las ciencias ni con la sociedad actual, que huye de cuestiones complejas"
"La Iglesia ha sido una madre que no cuida"
| Carolina del Río Mena
“En medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo que, tarde o temprano, produce fruto”. La frase es del papa Francisco, de la carta que escribió Al Pueblo de Dios que peregrina en Chile, en mayo del 2018. A casi dos años de su diagnóstico hemos atravesado mucha oscuridad, mucho escándalo, mucho abuso y demasiado dolor. La Iglesia chilena —clero y laicado— no logra reponerse de la perplejidad, la vergüenza, la rabia y el sufrimiento que los escándalos de abusos sexuales, de poder y de conciencia han provocado en los creyentes. La Iglesia está adolorida, lo estamos todos, todas.
Nos cuesta mucho “permanecer” en la crisis para entender qué tiene que enseñarnos. Queremos dar vuelta la página, dejar de escuchar a las víctimas, dejar de ver a sacerdotes acaparando titulares de noticiarios, queremos dejar de hablar de la crisis. Pero si no permanecemos un tiempo en esta oscuridad, si no escuchamos a las víctimas con el corazón, no lograremos aquilatar el daño devastador que se ha hecho a la Iglesia y al pueblo, ni lograremos hacer un diagnóstico adecuado. No tenemos más remedio que sumergirnos en la crisis hasta lo más profundo para intentar descubrir algunas pistas que nos permitan explicar lo sucedido. Y, así y todo, no será suficiente. Pero será un intento. Hay que aprender a vivir en la crisis, no por un afán masoquista, sino aprendiendo aquello que la crisis nos enrostra, nos interpela, nos conmueve.
Y ¿qué es todo esto que la crisis nos enrostra? En primer lugar, que las autoridades religiosas, parte importante del clero y demasiados(as) en el pueblo, no comprenden aún la gravedad de lo que estamos viviendo. Hay todavía una enorme incomprensión del drama existencial que significa ser víctima de abuso. Y la única manera de aprender es escuchando a las víctimas que quieren comprensión, contención, verdad y justicia. Cuando se escucha decir: “¿Para qué denunciar si fulano ya está muerto y no puede defenderse?”, no se ha entendido que la denuncia —justa y necesaria—, es por la víctima, para que como comunidad creyente legitimemos su sufrimiento. Aún no comprendemos que el abuso, en sus múltiples formas, es pan de cada día en nuestra sociedad y, también en la Iglesia, no solo desde el clero hacia menores o hacia un laicado vulnerable; también entre superiores y superioras de congregaciones y entre laicos y laicas clericalizados, con poder, que temen perder sus espacios de privilegio. Aún no entendemos que algunas prácticas como la confesión y el acompañamiento espiritual pueden ser fuente de enormes abusos y requieren ser revisados. ¿En qué espacios estamos hablando de esto? ¿En qué espacios estamos buscando soluciones y maneras de prevenirlo?
Esta crisis también nos ha enrostrado nuestra ignorancia, nuestra falta de pensamiento crítico ad intra, hacia “adentro” de la Iglesia. Se nos enseñó a no dudar, a no cuestionar y ese silencio nos ha hecho comulgar con ruedas de carreta. En todos nosotros hay una formación —más o menos— deficiente, que no dialoga con las ciencias ni con la sociedad actual, que huye de cuestiones complejas. En el clero hay una tremenda ignorancia sobre la sexualidad, la fuerza del deseo, sobre cómo se construye socialmente una praxis sexual compartida. Desde Humanae Vitae le dimos la espalda a las ciencias sociales que han estado diciendo tanto sobre sexualidad estos últimos 50 años... y nosotros anclados en una moral sexual añeja y discriminadora.
Esta crisis nos ha mostrado la ausencia de las mujeres y de lo femenino. Ha puesto sobre la mesa —una vez más— no solo la ausencia de las mujeres en los niveles de decisión, en la participación plena, sino, también, en la falta de valoración de lo femenino. Decimos que la Iglesia es madre, pero no se ha preguntado a las madres reales cómo se cuida a los hijos. La Iglesia ha sido una madre que no cuida, que no ha estado atenta a sus hijos e hijas, que no genera espacios de encuentro profundo entre ellos —clero y laicado— manteniéndolos como hijos e hijas de primera y segunda categoría. Claramente no cuidó a las víctimas, pero ¿cómo cuida la madre Iglesia a sus sacerdotes, por ejemplo? ¿Cómo cuida de su soledad, de jornadas extenuantes de trabajo? ¿De la falta de acompañamiento y supervisión? ¿Cómo les enseña algo sobre el gozo y el placer, sobre su propia sexualidad, sobre la necesidad de intimidad o sobre el vínculo sano con las mujeres? ¿Cómo acompaña esos caminos? En la Iglesia sigue reinando un profundo desconocimiento, temor y falta de valoración hacia lo que las mujeres son y pueden aportar.
Por último, y no porque sea lo último que la crisis nos muestra, ha quedado claro que esta institucionalidad eclesial, su gobernanza y la relación establecida con el poder, no dan para más. El modelo imperial, jerarquizado, sin mecanismos de control, sin tener que dar cuenta a nadie, no puede continuar. No solo porque no nos guste, sino porque hace daño, porque mata. El alejamiento del sensus delium —el sentido de la fe de los eles— ha producido un abismo casi insalvable entre jerarquía y laicado.
La carta de navegación para encontrar el norte está escrita desde hace más de 50 años, es Lumen Gentium, la constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II. No es perfecta, pero ilumina, y por alguna parte hay que empezar. Lo que cabe preguntarse, me parece, es cómo se fue gestando esta crisis, qué elementos, estructuras, formas de ejercer el poder y de entender el ministerio contribuyeron a poner en jaque el mayor capital que tuvo la Iglesia católica, particularmente la chilena: la credibilidad.
En medio de esta oscuridad, el Círculo de Estudio de Sexualidad y Evangelio del Centro Teológico Manuel Larraín (CTML) quiere contribuir a la comprensión de la crisis: sus causas, sus consecuencias —en las víctimas, en el Pueblo de Dios y en la institución misma— y quiere mostrar algunas puertas de salida. Para ello, es necesario comprender de qué estamos hablando, cuál es la magnitud de lo que estamos enfrentando. Es necesario mirar la crisis, los elementos facilitadores de los abusos y su encubrimiento. Es urgente escuchar a las víctimas y lo que ellas requieren para mitigar un poco tanto daño.
Resuenan aquí las palabras de Francisco: “En medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo que, tarde o temprano, produce fruto”. Este libro busca ser ese brote modesto en medio de la oscuridad. Un brote que anime la esperanza, que ayude a comprender, a orientar, a renovar. Quiere ser un aporte a la formación, a la reflexión, al conocimiento de la magnitud de la crisis y de sus causas.
Para ello, hemos dividido el libro en tres partes: La primera, “Gritos”, para escuchar con el corazón a las víctimas a través de sus testimonios. Son ellas —incluyendo a la víctima por excelencia, Jesucristo—, quienes deben indicarnos el camino a transitar. En la segunda parte, “Abuso, ¿de qué hablamos?”, se busca comprender y hacer una aproximación desde diversas disciplinas para contextualizar el daño que nos ha remecido y poner en jaque explicaciones facilistas que buscan dar vuelta la hoja cuanto antes. Se aborda el drama del abuso mismo: algunas características de los(as) abusadores(as), sus dinámicas y las consecuencias en las víctimas. La tercera y última parte, “Horizontes”, busca adentrarse en aristas institucionales que sitúen la crisis a la vez que permitan atisbar sus ramificaciones y caminos de reparación, justicia, verdad y renovación de la Iglesia católica.
Les invitamos a recorrer estas páginas con la mente y el corazón abiertos para dejarse conmover e interpelar. Esta crisis es demasiado compleja y tenemos la obligación de intentar comprenderla lo mejor posible. El problema no es del clero, es del Pueblo de Dios, clero y laicado, hombres y mujeres. Los delitos han sido cometidos por algunos, pero el problema es de todos y todas porque somos parte de una institución que está gravemente enferma y que está enfermando a los suyos, a los más pequeños, a los vulnerables. Comprender que somos parte de la crisis y no meros espectadores tendrá consecuencias personales y comunitarias. Que el Dios de Jesucristo, en el cual decimos creer, conduzca los pasos de todos y todas quienes trabajamos por la renovación de la Iglesia y conduzca, lectores, vuestro corazón hacia el horizonte de esperanza y vida plena que ha querido Dios.