A propósito del recién publicado 'Tesauro agustiniano, Vol. 11: Fray Luis de León', RL Editor La actualidad perenne de Fray Luis de León de la mano de Rafael Lazcano

Recién salida de los tórculos, esta gran obra, que con mucho gusto presentamos a los lectores de Religión Digital, ha tenido que cruzar mares para poder llegar a nuestras manos en las lejanas Islas Filipinas en que fueron los pioneros en su evangelización (1568) los frailes agustinos. De hecho, podría afirmarse, sin titubeos, que los padres de la cultura filhispana, cuya primera y más duradera cristalización es el Cristianismo, fueron los hijos del Hipponense. El que suscribe estas líneas se confiesa deudor de esta herencia.

Con vistas al Quinto Centenario del nacimiento del sublime profesor del alma mater salmantina, Fray Luis de León (1527-2027), el renombrado estudioso Rafael Lazcano ha lanzado al mercado una herramienta que sin duda contribuirá a teñir con más colorido esta luminosa aurora cultural que estamos oteando desde nuestro presente en que vuelve a brillar una de las más destacadas figuras del Siglo de Oro español, cuya influencia abarca diversos campos como la teología, la filosofía, el derecho, la literatura, la filología, la historia, la economía, la crítica del arte, la antropología, la sociología entre otros.

Sin duda, esto se debe a que el renombrado fraile agustiniano, que inspiró también una reforma en la propia familia religiosa (la recolección agustiniana), fue un pionero en la metodología interdisciplinar, pues la fecundidad de sus planteamientos ayudó de manera determinante para que la España de su tiempo abriera sus propios horizontes. De ahí que, desde este imperio donde nunca se pone el sol, la obra frayluisiana, nacida a orillas del Tormes -alimentada por sus aguas que corren desde las crestas nevadas de Gredos y constantemente acariciada por el sol de Castilla-, siga iluminando los rincones más oscuros de la tierra y reverberando en los vacíos del silencio que caracteriza la falta, lamentablemente universalizada hoy en día, de cultura.

De todo ello, es testigo valioso y fidedigno este tomo enciclopédico que estamos reseñando. Con un esbozo biográfico logrado y una bibliografía de 4.224 entradas, Lazcano no solo deja patente la existencia de un patrimonio que debería conservarse y cultivarse sino que sobre todo lanza un reto a todos los estudiosos y amantes de la cultura universal. Ese tesauro es en sí una invitación para que los diversos investigadores, de distintas disciplinas, ahonden en sus respectivos campos de investigación para llenar las lagunas heurísticas. Siendo así, es preciso tender puentes para que las diversas disciplinas en su conjunto formen un eje y bisagra para que se abran más puertas, se aren más campos, se naveguen más mares en la medida en que avanza la humanidad, con nuevos retos, problemas y tensiones, en busca de nueva luz.

El que más agradecerá este esfuerzo ingente de Lazcano es el amante de lo bibliográfico. Este encontrará en estas páginas información amplia. No se limita solo a dar las fichas bibliográficas sino también los índices (si se tratan de obras mayores o de extensión considerable), las ediciones digitales (si las hay), las ediciones o, mejor dicho, reediciones en papel posteriores (sobre todo si se trata de un ensayo que se ha vuelto a publicar bien en una revista, bien en un volumen colectivo).

Puesto que es este tomo un tesauro, Lazcano ha optado por el orden alfabético. Algunos amantes de las bibliografías hubieran preferido un orden temático o por sectores o incluso cronológico. Cabe decir, a esta luz, que la opción tomada por el autor ha dejado patente un orden impecable e incluso formidable de tal forma que en cada revisión o lectura atenta de este volumen será a primera vista una danza de nombres próceres, que verdaderamente constituye un movimiento deslumbrante e impresionante que nos recuerda aquel adagio latino: nanos gigantum humeris insidentes. De verdad, muchos de nosotros no podríamos ver nada si no nos pusiéramos de pie sobre los hombros de los titanes. De esta verdad dura y desoladora, es un recordatorio esta obra de Lazcano.

Gracias a estos gigantes, podemos deslumbrar vistas insospechadas con sus nuevas y prometedoras auroras. En vez de dejarnos vencer por la intimidación e incluso miedo, hemos de tomar esta obra de Lazcano como invitación e incitación no para mirar hacia atrás sino para ir hacia adelante, sabiendo que somos todos portadores de una tradición y que no faenamos en un vacío. Los campos nos esperan. Y su riqueza es inagotable, su posibilidad es inabarcable. Este tesauro nos brinda sentido, finalidad, dirección para acotar el terreno que hemos de cultivar bajo la sombra luminosa del agustino universal cuya voz sigue teniendo resonancia desde las aulas salmantinas que le oyeron decir aquellas palabras inmortales, tras su salida del calabozo de la inquisición: Dicebamus hesterna die.

Fray Luis nos ayuda a valorar nuestro ayer para poder cultivar el terreno con vistas al futuro. No es solo una figura que debería encerrarse en su propio siglo de oro sino que es en sí un reto para convertir nuestras calendas en filones dorados. Su aportación a los diversos campos ya mencionados son un acicate no solo para actualizar su pensamiento sino para que todos nosotros, especialistas y aficionados, podamos aportar nuestro propio grano de sal a la gran empresa de la humanidad que consiste en mejorar el mundo. Tal fue el empeño de hombres como el inmortal vate que con su tercera oda: El aire se serena nos augura una bonanza en el futuro, mas solo si somos valientes para afrontar los retos de hoy y conscientes de la responsabilidad que hemos heredado de nuestros predecesores.

La aparición de este tesauro, mejorable porque ciertamente tiene algunas lagunas bibliográficas (cuyos detalles no nos incumbe enumerar aquí), pero formidablemente solvente es un hito que merece un cantar, como aquel Cantar bíblico que fray Luis se atrevió a traducir y comentar en aquellos tiempos tempestivos pero gloriosos. En este sentido, es mi deseo que esta presentación breve mía constituya uno de los primeros compases para darle la bienvenida merecida.