El autor de 'Nada sin el otro' (Khaf) señala que vivimos "tiempos sobrados de influencers” Laboa: "La vida me ha enseñado que, si soy capaz de amar, puedo ayudar"
"No se trata de una biografía, sino que se ha convertido en una gozosa acción de gracias a tantas personas e instituciones que han acompañado mi vida, me han ayudado y exigido ser como he sido. Aparece una pequeña historia de una estupenda comunidad de cristianos con la óptica conciliar y posconciliar"
"Creo que en estas páginas encontramos una comunidad creyente española que busca, se esfuerza y vive una religiosidad anclada en la vida real, con laicos y clérigos formados, ilusionados con el Concilio y la democracia, identificados con la Europa del momento. Hubo diferentes opiniones y proyectos, pero todos anhelaban una España más justa y fraterna"
Reputado profesor e historiador, autor de obras de referencia para conocer los entresijos de una entidad bimilenaria con ansias de eternidad, se le recuerda a menudo por su Historia de los Papas, pero este vasco de Pasajes de San Juan, a sus casi 85 años, se sigue mostrando especialmente orgullos de su Historia de la caridad en la Iglesia, que bien podría ser su propia historia, como se desprende de esta última obra suya, Nada sin el otro. Vivir contemplando el signo de los tiempos, de Ediciones Khaf.
En sus páginas, escritas en diez días sin más pretensión que ordenar los recuerdos de una vida plena cuando la pandemia pasó revista al ánimo de cada uno, Laboa deja desfilar "uno de sus grandes tesoros", la amistad con tanta gente, y tan distinta, con la que ha creado una comunidad en muchas ocasiones de fe, en otras de encuentro y respeto, pero siempre bajo la guía de una vocación de servir y acompañar que encontró en el evangelio y aquilató en la Iglesia y los papas del Concilio.
Este libro es “una historia de nombres propios”. Pero escrita no con la mirada del agudo historiador, sino con la que brota desde lo íntimo. ¿Ha sentido que este libro le hacía más vulnerable? ¿Tuvo recelos antes de decidirse a publicarlo?
Escribí espontáneamente, de un tirón, tal como recordaba los hechos, sin corregirlo después, en diez días seguidos del confinamiento obligado por la pandemia. En ningún momento pensé en la posibilidad de publicarlo y comenté a la editorial que no pensaba corregir ni cambiar nada. Al publicarlo y leerlo después con calma, he pensado que se podrían añadir y completar muchos temas. Pero todo lo que señalo sucedió tal cual.
¿Si me hace más vulnerable? Son recuerdos, comprobados y sentimientos. No fue escrito para ser leído, aunque tengo una larga experiencia de escribir y enseñar sobre temas seriamente investigados y comprobados, que te ayudan a ser serio y veraz cuando recuerdas tu pasado.
Estas páginas se leen como un canto de amor a la vida, a la amistad, al mundo y a sus criaturas creadas por el amor de un Dios misericordioso. Dígame que no he sabido leerlo…
Ha salido exactamente así. En realidad, no se trata de una biografía, sino que se ha convertido en una gozosa acción de gracias a tantas personas e instituciones que han acompañado mi vida, me han ayudado y exigido ser como he sido. Aparece una pequeña historia de una estupenda comunidad de cristianos con la óptica conciliar y posconciliar.
Usted ha pasado la vida estudiando los “nombres insignes” y con esta obra se vuelca en los “propios”. ¿Dónde ha encontrado más épica?
Creo que en estas páginas encontramos una comunidad creyente española que busca, se esfuerza y vive una religiosidad anclada en la vida real, con laicos y clérigos formados, ilusionados con el Concilio y la democracia, identificados con la Europa del momento. Hubo diferentes opiniones y proyectos, pero todos anhelaban una España más justa y fraterna.
En su libro aparecen nombres propios que han acabado siendo insignes, entre ellos el de Juan XXIII, que pasó unos días en su casa natal antes de convertirse en papa. ¿Cómo metabolizó el historiador de los papas esta anécdota doméstica?
Yo conviví con el cardenal Roncalli en mi casa familiar, pero ya vivía en Roma y estaba en plena Plaza de San Pedro cuando lo eligieron papa. Creo que espontáneamente nos identificamos con él, porque mostraba de palabra y obra una Iglesia cercana, ilusionante, con los brazos abiertos y la acogida generosa de Jesús que muestra en el Evangelio. Cambió de registro y la Iglesia ofreció una imagen familiar, bastante inusual entonces. Me influyó sustancialmente en aquellos años de maduración personal y eclesial.
En la Gregoriana y en los actos conciliares, con Juan XXIII y Pablo VI, en un momento en que conocemos la experiencia de los sacerdotes obreros, a la JOC y la HOAC, al padre Foucault, a Teilhard de Chardin y otros semejantes, los jóvenes de entonces nos afianzábamos en la urgencia de una Iglesia abierta y cercana
Al redactar los diversos temas sobre los que usted escribió a lo largo de su vida subraya en esa labor “la presencia de una búsqueda permanente, y a menudo incómoda, de la verdad y la generosidad y la lealtad a lo que se cree en conciencia”. ¿Le ha creado sinsabores ese empeño?
Crecí en una Iglesia convencida de que no solo la teología, sino también el gobierno eclesial, estaban maduros y eran intocables. En la Gregoriana y en los actos conciliares, con Juan XXIII y Pablo VI, en un momento en que conocemos la experiencia de los sacerdotes obreros, a la JOC y la HOAC, al padre Foucault, a Teilhard de Chardin y otros semejantes, los jóvenes de entonces nos afianzábamos en la urgencia de una Iglesia abierta y cercana. Teníamos un fuerte sentido de Iglesia y la decisión de ser coherentes con el Evangelio.
Usted es un cura que no ha tenido parroquia pero que ha sabido crear una gran comunidad en torno así. ¿Cómo se consigue esto? ¿Por qué ese interés en crear lazos?
Antes de El principito, de Saint-Exupéry, antes de san Francisco, Cristo enseñó a crear lazos entre los hijos de Dios. La Iglesia, en sus mejores tiempos, quiere significar el anuncio de que Dios es Padre de todos. Las guerras mundiales y el Concilio han mostrado la urgencia de esta tarea. Juan Pablo II se atrevió a convocar al mundo religiosamente plural en Asís. Y Francisco quiere que la Iglesia no olvide que es un hospital de campaña. Viví nueve años en colegios mayores. Tarancón me nombró responsable de la Pastoral Universitaria y la vida me ha enseñado que, si soy capaz de amar, puedo ayudar.
Señala que, con el historiador Javier Tussell, trató con miembros de la Democracia Cristiana en Italia “sobre los modos y las posibilidades de organizar un partido semejante en España…”. Ya sabemos el final. ¿Qué es lo que no funcionó?
Fue Tarancón quien explicó a algunos representantes de la Democracia Cristiana que la Iglesia no apoyaría ningún grupo político con el apellido cristiano. Tras esa intervención, los políticos de formación e interés democristiano, algunos muy interesantes, se dividieron y, a menudo, se enfrentaron entre sí.
“Tiempos sobrados de influencers y menesterosos de testigos”, apunta usted en el libro. ¿Qué capítulo de la historia de la Iglesia estamos viviendo en estos tiempos?
Hoy hay una división y desparrame de cristianos en infinitos grupos siguiendo tendencias muy presentes en la sociedad. La Iglesia conciliar, con el Papa, se enfrenta a un imposible: distinguir entre las diversas tradiciones, ritos, espiritualidades existentes, marcar y explicar lo medular del cristianismo, del mensaje de Cristo en los Evangelios y ofrecerlo a un pueblo que quiere seguir a Cristo, pero que se encuentra descentrado y confuso, influido también por el desconcierto moral y doctrinal que existe en el mundo.
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