Un instrumento más de reflexión “Santos, no mundanos”, el último regalo de Francisco a los padres y madres sinodales
La mundanidad espiritual, que define como “paganismo disfrazado de ropaje eclesiástico”
Evitar que la corrupción se convierta en un lugar común de referencia
El texto reflexiona sobre el triunfalismo, que define como caldo de cultivo ideal de actitudes corruptas
“En este nuestro tiempo ¿qué nos pide el Señor?, ¿dónde nos orienta el Espíritu que nos ha unido y enviado como apóstoles del Evangelio?”
El texto reflexiona sobre el triunfalismo, que define como caldo de cultivo ideal de actitudes corruptas
“En este nuestro tiempo ¿qué nos pide el Señor?, ¿dónde nos orienta el Espíritu que nos ha unido y enviado como apóstoles del Evangelio?”
| Luis Miguel Modino, enviado especial al Vaticano
Publicado por Ediciones Vaticanas este 6 de octubre con tres textos, dos del cardenal Jorge Mario Bergoglio y uno del Papa Francisco, el Santo Padre ha hecho ese regalo, suponemos que esperando que lo lean y les ayude en el proceso de discernimiento, a los padres y madres sinodales que desde el 4 de octubre y hasta el 29 de este mes participan de la primera sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo de la Sinodalidad. El título del libro es “Santos, no Mundanos. Dios nos salva de la corrupción interior”.
Mundanidad espiritual
Una publicación que empieza diciendo que “la fe cristiana es una lucha, una batalla interior para vencer la tentación de encerrarnos en nosotros mismos y dejarnos habitar por el amor de un Padre que desea nuestra felicidad”, refiriéndose a la mundanidad espiritual, que define como “paganismo disfrazado de ropaje eclesiástico”. El Santo Padre hace un llamamiento a que la Iglesia esté “suficientemente cerca de la cruz de su Señor”, como fuente de fecundidad y forma de santidad, que supone “el deseo incesante e inquebrantable de permanecer unidos a la cruz de Jesús”.
Corrupción y pecado. “Sólo ante Dios o un niño debemos ponernos de rodillas” es el primer texto, denunciando la corrupción como “una de las realidades habituales de la vida”. Para enfrentarla propone “sacudirnos el alma con la fuerza profética del Evangelio que nos sitúa en la verdad de las cosas removiendo la hojarasca de la debilidad humana, para la corrupción”. Bergoglio invitaba a cada uno a decirse sin miedo a sí mismo: “¡Pecador sí, corrupto no!”. El texto analiza lo que significa el pecado en vida del ser humano, así como de la corrupción.
Con este escrito quiso que ayudase “a comprender el peligro de desmoronamiento personal y social que entraña la corrupción; y ayudarnos también en la vigilancia, pues un estado cotidiano de complicidad con el pecado nos puede conducir a la corrupción”.
Análisis de la corrupción
El texto analiza la corrupción desde el Método, buscando evitar que la corrupción se convierta en un lugar común de referencia, ayudando a adentrarse en la estructura interna del estado de corrupción, a describir el modo de proceder de una persona, de un corazón corrupto (distinto al de un pecador) y recorrer algunas de las formas de corrupción con las que Jesús tuvo que enfrentarse en su tiempo, analizando la corrupción entre los religiosos.
No confundir pecado con corrupción, insistiendo en que “el pecado se perdona; la corrupción, sin embargo, no puede ser perdonada”. Por eso, hablado sobre el aparentar, señala que “la corrupción, más que perdonada, debe ser curada”, pues ésta es “una de esas enfermedades vergonzantes que se trata de disimular, y se esconde hasta que no puede ocultarse”. Una realidad que lleva a comparar, buscando “encubrir su incoherencia, para justificar su propia actitud”, una comparación falseada. Una comparación que lleva al juicio, queriendo aparecer como equilibrado, y del juicio a la desfachatez, que lleva a volverse contra él mismo, a instalarse en una mentira, lo que lleva a la desfachatez púdica.
Evitar el triunfalismo
El texto reflexiona sobre el triunfalismo, que define como caldo de cultivo ideal de actitudes corruptas, que hacen sentirse ganador e integrar en su personalidad situaciones estables de degeneración del ser, llevándole a perder la esperanza. Una corrupción que lleva a que “releer los misterios eclesiales con parámetros de redenciones políticas o incluso de realidades político-culturales de los pueblos, aunque sean buenas, los hará cómplices de su opción de estilo”. Mientras en la tentación del pecado, la tentación crece, se contagia y se justifica, la corrupción se consolida, convoca y sienta doctrina, afirma el texto.
Mirando al tiempo de Jesús, aparecen relatos que son una muestra de corrupción, analizando actitudes de diferentes grupos y personas. Desde ahí llega a la conclusión de que “la corrupción no es un acto, sino un estado, estado personal y social, en el que uno se acostumbra a vivir”. Una corrupción presente en quien es religioso, pues “el alma se habitúa al mal olor de la corrupción”.
“Resistir el formalismo hipócrita”
Finalmente, el libro recoge la Carta a los sacerdotes de la diócesis de Roma, que lleva por título “Resistir al formalismo hipócrita”, escrita el último 5 de agosto, donde afirma la necesidad de “intercambiarnos miradas llenas de cuidado y compasión, aprendiendo de Jesús que miraba así a los apóstoles, sin exigirles una hoja de ruta dictada por el criterio de la eficiencia, sino ofreciendo atenciones y descanso”.
A los sacerdotes, Francisco les dice sentirse “en camino con vosotros”, mostrándoles su cercanía en toda circunstancia, cuestionándoles: “en este nuestro tiempo ¿qué nos pide el Señor?, ¿dónde nos orienta el Espíritu que nos ha unido y enviado como apóstoles del Evangelio?”, llamando a reflexionar sobre la mundanidad espiritual y mostrando su peligro, pues “reduce la espiritualidad a apariencia”, a un formalismo hipócrita criticado por Jesús en ciertas autoridades religiosas de la época, a una tentación.
También relaciona la mundanidad espiritual con el clericalismo, querer mostrarse como “superiores, privilegiados, colocados “en alto” y por tanto se[1]parados por el resto del Pueblo santo de Dios”. Ante ello muestra la necesidad de “mirar a Jesús, a la compasión con la que Él ve nuestra humanidad herida, a la gratuidad con la que ha ofrecido su vida por nosotros en la cruz”. Llama a permanecer vigilantes hacia el clericalismo y a rezar unos por los otros, para que Dios “nos ayude a no caer, en la vida personal como en la acción pastoral, en esa apariencia religiosa llena de tantas cosas, pero vacía de Dios, para no ser funcionarios del sagrado, sino apasionados anunciadores del Evangelio”.
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