Perspectivas eclesiales para el Año Nuevo 2024: el punto culminante de la Reforma de Francisco
Los migrantes y refugiados, las víctimas de las guerras, los damnificados por los desastres provocados por la falta de cuidado de la casa común son, entre otros, el centro de sus desvelos
Una Iglesia que ofrece un rostro de Dios misericordioso, que abre puertas, que no condena, que escucha, que cuida de quienes por diferentes motivos están heridos a la orilla del camino
La segunda sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo de la Sinodalidad se antoja decisiva, no por los temas que pueden ser tratados, sino por las nuevas dinámicas eclesiales que pueden surgir y que con el tiempo se pueden volver algo sin vuelta atrás
La segunda sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo de la Sinodalidad se antoja decisiva, no por los temas que pueden ser tratados, sino por las nuevas dinámicas eclesiales que pueden surgir y que con el tiempo se pueden volver algo sin vuelta atrás
Luis Miguel Modino, corresponsal en Latinoamérica
Francisco es un hombre procesos, que mide el tiempo no desde el cronos y sí desde el Kairós, consciente de lo que el Colegio Cardenalicio le pidió en las Congregaciones Generales previas al Conclave en que fue elegido Papa: la Reforma de la Iglesia. Una tarea ingente, que ha encontrado grandes resistencias, que no enfrenta desde sus fuerzas humanas, cada vez más limitadas, y sí desde el impulso del Espíritu de Dios que le hace seguir en su cometido.
Una Iglesia de todos, todos, todos
Tras una década de pontificado, podemos decir que su figura cuenta con más apoyo fuera que dentro de la Iglesia. El Papa Bergoglio se ha convertido en un referente en la defensa de las causas de los descartados por la sociedad, mal que les pese a quienes detentan el poder político y económico y a sus tradicionales aliados, entre los que se encuentran miembros de la Iglesia católica, inclusive del alto escalón eclesiástico. Los migrantes y refugiados, las víctimas de las guerras, los damnificados por los desastres provocados por la falta de cuidado de la casa común son, entre otros, el centro de sus desvelos.
Dentro de la Iglesia podemos decir que estamos llegando al punto culminante de su pontificado, que no es otro que una nueva forma de ser Iglesia, marcada por el deseo de que ésta sea sinodal, es decir, que sea de todos, todos, todos, y que se sienta la necesidad de caminar juntos. Una Iglesia que tiene como fundamento el sacramento del Bautismo, del que todos los cristianos participan, quedando en un segundo plano el Sacramento del Orden.
Una Iglesia Pueblo de Dios
Esta nueva coyuntura tiene claras repercusiones a la hora de decidir, de discernir el camino a seguir en los diferentes niveles de Iglesia: comunidades, parroquias, diócesis, en la Iglesia como un todo. Una Iglesia Pueblo de Dios, inspirada en las primeras comunidades cristianas y fundamentada teológicamente en el Concilio Vaticano II. Una Iglesia de hombres y mujeres, donde ser mujer no resta protagonismo a la hora de llevar a cabo los procesos de discernimiento.
Una Iglesia que ofrece un rostro de Dios misericordioso, que abre puertas, que no condena, que escucha, que cuida de quienes por diferentes motivos están heridos a la orilla del camino. Esa Iglesia que se empeña, en palabras de Francisco, en ser hospital de campaña y no una aduana, que impide la entrada a quienes por diferentes motivos no se les considera dignos, ni siquiera de una bendición.
La segunda sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo de la Sinodalidad se antoja decisiva, no por los temas que pueden ser tratados, sino por las nuevas dinámicas eclesiales que pueden surgir y que con el tiempo se pueden volver algo sin vuelta atrás. Es tiempo de apostar, de arriesgar, de tener la valentía de aquel que no dudó en dejar claro de qué lado estaba, aunque eso le costase morir en la Cruz como el peor de los malhechores. La historia se repite, y el deseo de crucificar a quien hoy está asumiendo esas mismas actitudes persiste.
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