Las diferencias culturales son una riqueza, no un problema Monseñor Ernesto Romero: “lo que más pide el pueblo warao es una inculturación del Evangelio”
En Venezuela, "las comunidades indígenas siempre han estado marginadas, olvidadas, no representan un pueblo importante"
Los waraos "se ven muy afectados por toda la contaminación que se vierte al río, por los derrames petroleros, por la tala discriminada, el uso de componentes para la pesca que son perjudiciales para el ser humano, y todo lo que significa el Arco Minero del Orinoco"
"Este es uno de los desafíos más grandes, cómo atender al pueblo indígena warao, conservando sus valores culturales y que puedan integrarse como unos ciudadanos libres, unos ciudadanos importantes dentro de nuestra sociedad"
"El Sínodo puede representar una riqueza de universalidad de todos estos pueblos"
"Este es uno de los desafíos más grandes, cómo atender al pueblo indígena warao, conservando sus valores culturales y que puedan integrarse como unos ciudadanos libres, unos ciudadanos importantes dentro de nuestra sociedad"
"El Sínodo puede representar una riqueza de universalidad de todos estos pueblos"
Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en América Latina y Caribe
El obispo capuchino lamenta la falta de “propuestas políticas que realmente salgan en la defensa de la población”, lo que ha provocado una salida en masa del país, también de los indígenas waraos, el pueblo mayoritario en la región, que se han desplazado hacia Brasil, donde es víctima de una xenofobia, que tradicionalmente ha sufrido en su propio país, pues en Venezuela “las comunidades indígenas siempre han estado marginadas, olvidadas”.
El Delta del Amacuro se ha convertido en “ese reservorio de toda la contaminación que se vierte al río (Orinoco)”, lo que provoca cada día más enfermedades, especialmente entre los waraos, cada vez más aislados, pues la falta de combustible dificulta mucho sus desplazamientos y las visitas de los misioneros de la Iglesia católica, que como ellos reconoces es “la única que ha trabajado y estado con ellos en las buenas y en las malas”.
De cara al Sínodo para la Amazonía, donde Monseñor Ernesto estará presente como padre sinodal, los waraos, “lo que más piden es una inculturación del Evangelio”, pues “ellos insisten mucho que las diferencias culturales son una riqueza, no un problema”. Por eso, según el obispo capuchino, “este es uno de los desafíos más grandes, cómo atender al pueblo indígena warao, conservando sus valores culturales”, y junto con eso, “que la liturgia pueda ser un poco más comprensible en el ámbito indígena”. Esto lleva al obispo de Tucupita a afirmar como “una de las cosas más importantes que quizás viviremos en el Sínodo, el poner en común toda una experiencia de riquezas, de caminos, en los que el Evangelio no se agota, sigue siendo una novedad para todos”
Bueno, es una pregunta muy amplia, el pueblo venezolano, en general, vive una situación bastante crítica, pues no consigue alimentos, no consigue las medicinas, hay inseguridad. Estos tres elementos son importantes tenerlos presente, pues esto es lo que hace que una población lleve adelante con normalidad su vida, el poder tener acceso a los alimentos, a las medicinas, al trabajo, a la seguridad. En este momento, pues no lo tenemos, no contamos con esa seguridad alimentaria, esa seguridad jurídica, esa seguridad en salud, y eso, pues a todos los niveles.
Eso se percibe mucho más en las zonas más pobres, como los barrios o las zonas indígenas en donde nos encontramos. Yo estoy en el Vicariato Apostólico de Tucupita, en el Delta Amacuro, con la comunidad indígena warao. Han tenido que irse una cantidad muy grande, pensamos que unos tres mil varaos ya se han ido, ya han emigrado hacia Brasil, buscando esas mejoras de vida.
Lamentablemente no tenemos respuesta, no hay propuestas claras, no hay propuestas políticas que realmente salgan en la defensa de la población. Todo se maneja a niveles ideológicos, a niveles de un proyecto que se empeñan en que siga adelante, cuando ya se ha visto después de veinte años que no funciona, que todo queda en unas promesas y al final no se cumplen, eso es lo lamentable.
Usted habla del pueblo warao, que han llegado a Brasil, donde no pocas veces viven una situación de rechazo, inclusive por el resto de los venezolanos, ¿cuáles son las noticias que llegan hasta ahí sobre la situación que están viviendo los waraos en Brasil?
Hay un grupo de misioneros de la Consolata, que trabaja entre Manaos y Boa Vista, que acompaña a los waraos que han ido allí, que han pasado la frontera y algunos han llegado hasta Boa Vista, Manaos. La mayoría de los waraos están en refugios, es verdad que allí les atienden, tienen seguridad, pero están en unas condiciones como si estuvieran algo presos, no se pueden mover, no pueden hacer ninguna actividad. Estos misioneros les acompañan, les visitan de vez en cuando, pero también hay un grupo que no han querido ingresar, de los que la mayoría vive ambulante, en las calles, vendiendo algún artesanato, y también recibiendo los atropellos, muchas veces de las autoridades policiales, pues no tienen los documentos en regla y trabajan sin ningún permiso, entonces estos la pasan bastante mal.
Pero la gran mayoría de los waraos que han ido a Brasil, y tienen la comida asegurada y seguridad, por así decir. Pero están en los refugios como presos, no tienen posibilidades de hacer una vida normal, de buscar otras alternativas, otros trabajos. Agradecidos estamos, allí en Pacaraima, del padre Jesús, el párroco, que les ha atendido muy bien y ha establecido una especie de escuela para los niños, y allí se les trata con libertad. Pero los que han decidido ir más adentro del país, pues tienen estos inconvenientes también con la policía, con todo lo que significa la xenofobia, todo lo que significa el rechazo a los migrantes venezolanos.
¿Cuál es la realidad del pueblo warao en el Vicariato de Tucupita?
El pueblo warao siempre ha sido un pueblo, como todos los pueblos indígenas en la región, yo hablo por Venezuela, soy nativo del Zulia y allí están las comunidades indígenas yukpa, barí, guajiros, y desde siempre viven una situación marginal, en la selva, sin tener acceso a la salud, a la educación, a una vivienda decente. Aquí, en el Delta Amacuro, los waraos siempre han estado en los caños, donde las condiciones de vida siempre son difíciles, porque para acceder a esas comunidades hay que tener embarcaciones con motor fuera de borda, estos motores cada vez son más caros el combustible, a pesar de que Venezuela siempre ha tenido la fama de tener gasolina hasta para regalar, sin embargo en estos momentos es bastante complicado conseguir gasolina, porque hay mucho contrabando hacia Trinidad, hacia Guyana, y entonces casi no se consigue la gasolina y se hace muy difícil el acceso a las comunidades indígenas.
La mayoría tiene que venirse a Tucupita, que es la capital del estado del Amacuro y la sede del vicariato, a buscar alimentos, alguna medicina, porque en sus lugares naturales de las comunidades indígenas, que son las orillas del río en la desembocadura del Orinoco, pues no pueden vivir con normalidad, con tranquilidad, decentemente. Los misioneros y misioneras desde siempre, ahora estamos cumpliendo cien años de presencia franciscana, capuchina, aquí en el Delta Amacuro, y siempre se ha tratado de acompañarles en todos estos procesos educativos, en los procesos de búsqueda de soluciones de los problemas de la vida, de la salud, de la alimentación, del transporte, pero se vuelve cuesta arriba.
Los políticos, ellos nunca han representado un sector importante de la sociedad, sino que han representado un grupo que les puede ayudar a acceder al poder. Entonces les visitan cuando hay elecciones y les contentan con una bolsa de comida, una caja de alimentos, y luego las promesas se vuelven en nada, se caen al río, como dicen ellos, los políticos al volver, tiran al río las promesas y se olvidan de ellos. Tanto lo que llaman la Cuarta República, como en estos veinte años de socialismo del siglo XXI, como lo llaman, las comunidades indígenas siempre han estado marginadas, olvidadas, no representan un pueblo importante para ellos.
En ese sentido, ellos lo reconocen, no está bien que yo lo diga, pero bueno, ha sido la Iglesia la única que ha trabajado y estado con ellos en las buenas y en las malas. Y bueno, ese es nuestro empeño, seguir acompañando al pueblo indígena en sus luchas, en sus tareas, y dándole esperanza de vivir y de echar hacia adelante.
Una de las realidades que están cada vez más presentes en la Amazonía venezolana y que ha sido denunciado de alguna manera por la Iglesia, sobre todo a través de la REPAM Venezuela, es el tema del expolio minero. ¿Cuál es la realidad actual, cómo eso está afectando, no sólo al medio ambiente, sino también a los pueblos que viven en la Amazonía?
Nosotros estamos en la desembocadura del Orinoco, y somos, como dicen muchas veces en las reflexiones y en las asambleas, que el problema nuestro es que somos el final de toda la contaminación que llega por el río, que llega aquí. Nosotros somos como ese reservorio de toda la contaminación que se vierte al río, de todos los componentes de la explotación minera, del mercurio, muchas veces derrames petroleros, todo el sucio, lo recibe la desembocadura del Orinoco. Y es allí donde vive nuestro pueblo warao, de manera que cada día son más comunes enfermedades que tienen explicación a través de esta contaminación que hay, como niños muchas veces con paladar hundido, que antiguamente llamaban labio leporino. Cada vez se ven más niños con este síndrome del paladar hundido, y dicen los especialistas que es por el alto contenido de hierro que se le está vertiendo al río Orinoco.
Así muchas enfermedades que van apareciendo, que pensábamos que habían desaparecido y van reapareciendo, como es el paludismo, el sarampión, y se ven muy afectados por toda la contaminación que se vierte al río, por los derrames petroleros, por la tala indiscriminada, el uso de componentes para la pesca que son perjudiciales para el ser humano, y todo lo que significa el Arco Minero del Orinoco, que es un proyecto de muerte para las comunidades indígenas aquí en la región del Orinoco y toda la Amazonía venezolana. El Arco Minero es un proyecto de muerte, donde el gobierno está decidido a explotar las minas de oro, de diamante, petróleo, y esto pone en jaque a todas las comunidades indígenas. Es una alarma roja, se está viendo muchos indígenas enfermos, muchas comunidades que están totalmente diezmadas por estas enfermedades.
En este momento, el Delta Amacuro está siendo, quizás, uno de los pueblos más atacados, porque toda la contaminación que se vierte en los ríos, Amazonas, Caroní, pues cae al Orinoco y todo eso es el agua que se consume, son los peces que se pescan y con los que se alimentan nuestros indígenas, y todo esto viene contaminado, de manera que es un problema muy, muy grave.
La situación social, económica, política, que está viviendo Venezuela, sin duda está afectando a la vida de la Iglesia y al trabajo pastoral. Sabemos que en la Amazonía ese trabajo siempre es difícil. ¿Cómo esa realidad que Venezuela está viviendo hoy, afecta al trabajo pastoral de la Iglesia en la Amazonía?
Uno de los graves problemas es la movilidad, no tenemos acceso a poder visitar las comunidades y a llevar adelante un trabajo ordenado, coordinado y planificado, pues las embarcaciones tienen un motor fuera de borda, que es importado, en Venezuela ya no se puede importar, un motor está alrededor de doce mil, trece mil dólares, y eso es un precio inaccesible para nosotros, es imposible de pagar. Luego el tema del combustible, no es fácil conseguir combustible, de manera que estamos atados de manos, la situación es complicada por el tema de la movilidad.
Ese sería uno de los principales problemas, porque al haber movilidad, visita, organiza y coordina las tareas, que son tan importantes, mantener a las comunidades indígenas, porque por la situación geográfica hay más vías fluviales que vías terrestres, de manera que para nosotros la embarcación es vital. Hoy por hoy no podemos contar con esas embarcaciones, pues cada día se hace más complicado tenerlas, los motores son muy delicados, se rompen a cada rato, porque en el río hay deshechos, cualquier tronco de madera rompe la propela del motor, es un problema muchísimas veces. En las comunidades había un programa educativo, había un programa de salud, de vivienda, de organizar cooperativas con ellos, entonces eso se hace bastante complicado, el acceso a las comunidades. Ese es uno de los problemas, pues la alimentación, las medicinas, si no podemos llevarlo es más complicado todavía.
Usted es uno de los padres sinodales que van a participar en la asamblea sinodal del Sínodo para la Amazonía. El Papa Francisco ha insistido mucho en que escuchen a los pueblos a los que acompañan. Como fruto de esa escucha, ¿qué es lo que está metiendo en su maleta para llevar al Sínodo?
Hemos tenido varias asambleas sinodales con líderes comunitarios, con jóvenes, con todas las personas involucradas, sobre todo indígenas, pero también acompañadas de criollos, en las parroquias. Lo que más piden es una inculturación del Evangelio, que podamos compartir las riquezas, las diferencias no son un problema, son una riqueza. Ellos insisten mucho que las diferencias culturales son una riqueza, no un problema. El problema puede estar en no tener los modos, las maneras y las estrategias para integrarlos, es una de hacer una sociedad más pluricultural, que nos respetemos y al mismo tiempo podamos compartir las riquezas culturales de ambas naciones, en este caso la nación warao y la nación criolla que vive en el vicariato.
Creo que este es uno de los desafíos más grandes, cómo atender al pueblo indígena warao, conservando sus valores culturales y que puedan integrarse como unos ciudadanos libres, unos ciudadanos importantes dentro de nuestra sociedad. Porque nuestra sociedad sigue mirando al indígena desde arriba abajo, sigue considerándolo como un pobrecito, es menos, no se le considera realmente en su dignidad de persona, de ser humano, de hijo de Dios. Creo que esto es lo que hemos escuchado a través de las asambleas.
Lo otro es que podamos llevar adelante un programa pastoral mucho más acorde a las tradiciones, y cuando hablo de tradiciones, hablo de costumbres, bailes, cantos, lengua warao. Que la liturgia pueda ser un poco más comprensible en el ámbito indígena y que podamos compartir todas estas tradiciones de la Iglesia, tan ricas, pero que también podamos abrirnos a la riqueza cultural, en sus tradiciones, en sus ritos, sobre todo en sus mitos. Sobre la creación también ellos tienen sus explicaciones y sus relatos, como Dios también les ha acompañado como pueblo. Ellos tienen sus relatos como Dios se ha dado a ellos en sus momentos importantes de la vida, de la historia. Esto es un poquito lo que yo he recogido de las asambleas, de las conversaciones que hemos tenido. Les hemos querido, como ha insistido el Papa, escucharles a ellos, que son el reto de todo este evento importante del Sínodo, y convertirnos, sobre todo, a esta realidad.
¿Qué es lo que piensa que la Iglesia venezolana sobre todo aquella que camina en la Amazonía, y usted personalmente, pueden traerse de vuelta del Sínodo?
Creo que el Sínodo puede representar una riqueza de universalidad de todos estos pueblos. El que los podamos acompañar, es una tarea común. El anuncio del Evangelio en las culturas, creo que esto va a representar una riqueza enorme, el poder compartir, el poder conversar, el poder escuchar las experiencias de otros pueblos, escucharnos unos a otros, animarnos, creo que eso será, en definitiva, lo que nos traeremos como experiencia viva, como esperanza, como ánimo para continuar creciendo como Pueblo de Dios, en medio de su realidad cultural. Pienso que esa será una de las cosas más importantes que quizás viviremos en el Sínodo, el poner en común toda una experiencia de riquezas, de caminos, en los que el Evangelio no se agota, sigue siendo una novedad para todos.