Conmemoramos los 458 años de nuestra ciudad Homilía del día de la ciudad de San Cristóbal
"Somos un pueblo protagonista, sujeto de su propio desarrollo. Y en esto, como eco de esta hermosa experiencia, hemos de ser difusores de nuestra condición de sujeto social"
Como embajadores de Cristo les decimos a quienes están en el camino de lo “viejo” que se animen a unirse a nosotros y a la gente de buena voluntad: a todos los que se han alejado, a los que se han encerrados en sus comodidades egoístas, a los indiferentes, a los que se creen más que los demás, les volvemos a decir: “Déjense reconciliar por Dios”
| Mario Moronta
Dentro de nuestro camino cuaresmal, conmemoramos también los 458 años de nuestra ciudad de San Cristóbal. La Palabra de Dios que hoy nos ofrece la Liturgia nos permite iluminar lo que ha sido, es y debe ser la historia continua de quienes en esta villa compartimos la vida. Bien sabemos que como creyentes y discípulos de Jesús, nos corresponde la apasionante tarea de edificar el Reino de Dios.
Como lo diría San Agustín avizorar la ciudad de Dios en esta ciudad de los hombres. El hecho de ser cristianos católicos no nos exime de la responsabilidad de asumir la ciudadanía como tarea también evangelizadora. Más aún, nos lo recuerda Pablo al identificarnos como ciudadanos del cielo, peregrinos hacia la plenitud de la eternidad. Esto ya conlleva, hacer realidad en nuestra ciudad los principios y valores del evangelio de la vida y de la salvación.
Si contemplamos la historia de nuestra ciudad, con sus altos y bajos e incluso con sus negatividades, podremos descubrir de manera permanente los hechos prodigiosos que Dios mismo ha realizado a través de quienes en estos más de cuatro siglos han hecho vida e historia en la ciudad de San Cristóbal.
Quizás nos hemos acostumbrado a hacer la historia como un simple recuento de acontecimientos, o como es una tendencia actual manifestada especialmente en las redes sociales, como un espacio para el hipercriticismo negativo. Pero, al leer y hacer la historia de verdad, nos toca descubrir el movimiento que motoriza todo lo que se hace, las tendencias que empujan hacia adelante y los logros que nos permiten dar gracias a Dios. Cuando esto hacemos, seremos capaces de ver las deficiencias con sentido de recuperación y con actitud sapiencial para saber sacar las lecciones que necesitamos para el presente y el futuro.
Entonces, podremos cantar con el salmista: “Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder”. Ante todo, porque dicho poder se manifiesta a través de los hombres y mujeres, protagonistas de la historia de San Cristóbal. El salmo responsorial nos da una clave para ello: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”.
Hoy podemos hacer esa prueba y descubriremos las bondades del Señor, con las cuales hemos podido realizar y continuar haciendo la historia concreta de esta hermosa ciudad. Entonces, sin mayores dificultades podremos ir sintiendo cómo el mismo Dios, presente en nuestra historia por medio de su Hijo Jesucristo, ha fortalecido a los habitantes de esta villa hermosa para cumplir con la tarea de edificar aquí el Reino de Dios.
Desde hace siglos se ha ido edificando, junto al Reino de Dios, la ciudadanía. Es decir la conciencia de pertenencia a esta comunidad. Se ha pasado de las primeras casas y pocas calles a una ciudad moderna con todos sus encantos y desafíos. Hoy, sin dejar de ver las tareas y asignaturas pendientes en esta nuestra San Cristóbal, podemos experimentar lo que los israelitas sintieron luego de haber recorrido largo tiempo en el desierto: “Los israelitas no volvieron a comer del Maná, y desde aquel año comieron de los frutos que producía la tierra de Caná”.
¿Cuáles son esos frutos? La cordialidad, la solidaridad, la visión del desarrollo sustentable, la visión de futuro que hemos heredado de parte de nuestros antepasados. Pero, a la vez, estamos corriendo el peligro de dejarnos llevar por las aparentes bondades de los nuevos sistemas tecnológicos de comunicación. Estos, si son bien dirigidos pueden servir de mucho.
Sin embargo, se corre el riesgo de que hagan perder la memoria histórica y de introducir nuevas tendencias nada favorables para la convivencia de los seres humanos, aquí y en cualquier parte del mundo. Entonces nos conseguimos con gente que desconoce la herencia recibida, se deja llenar de los anti-valores de la cultura del descarte y del menosprecio de los demás, así como de un hipercriticismo, ya mencionado, que destruye los vínculos fraternos existentes. Se agudiza el individualismo y, con él, la ruptura de la comunión solidaria.
Frente a esta situación que nos golpea, la misma Palabra de Dios nos sale al encuentro para hacernos ver cuál es el camino y la actitud a seguir. Pablo nos recuerda que, gracias al Señor Jesús, hemos sido introducidos en el dinamismo de la novedad. Ésta consiste, ante todo, en dejarnos llevar por la fuerza salvadora y renovadora de su liberación. “El que vive según Cristo es una creatura nueva, para él todo lo viejo ha pasado”. Es decir, nos hemos convertido en personas que hacemos resplandecer el rostro del Hombre Nuevo, Cristo, dejando a un lado y renunciando a lo viejo; esto es, al pecado. Y el pecado es todo aquello que rompe con Dios y con los demás; es lo que destruye la convivencia y los lugares donde se realiza.
Si estamos en el camino de la “novedad”, como creaturas nuevas, ciertamente trataremos de ser constructores de esa misma “novedad” en nuestros ámbitos vitales, cualesquiera que ellos sean. Lo hacemos no sólo de manera individual, sino sobre todo de manera comunitaria y social. Por eso, la Iglesia desde su cuerpo de Doctrina Social, insiste en la promoción del ser humano como sujeto y protagonista de su auténtico crecimiento personal y social. Lo llega a definir, como sucedió hace cuarenta años en Puebla, como sujeto social de su propio desarrollo. Así, no sólo se evita el individualismo, tan cacareado por las tendencias recientes y de la cultura del descarte, sino que se hace real el hermoso hecho de ser cooperadores de Dios en la obra de la creación, de su defensa y cuidado.
Para la Iglesia, lo “nuevo” es permanente, aunque siempre en crecimiento. Y eso que es “nuevo” no es la simple repetición de conductas, sino antes que nada el hacer posible la imaginación creadora, el compromiso constructor y el contagio de todo lo que plenifica al ser humano, gracias también a la acción del Espíritu del señor Jesús.
Un bello ejemplo que hacemos presente –no para llenarnos de soberbia sino para reafirmar que de verdad es posible todo lo antes señalado- ha sido la iniciativa emprendida por la ciudad, con sus habitantes y sus instituciones, para hacer la limpieza y la recolección de los desechos sólidos que además de afear la ciudad, constituían una fuente de posibles enfermedades y desalientos de las personas. Con la cooperación de muchos se ha demostrado que todos podemos ser ese sujeto social preocupado por nuestro propio bienestar.
No debe ser una simple tarea momentánea o coyuntural, sino la apertura de un proceso que debe ser permanente y con el cual demostramos que, de verdad, somos sujeto social, como pueblo, como habitantes de una conglomerado citadino con características de comunidad.
Como lo señalaba un ilustre tachirense, “el Táchira hace lo que el Táchira quiere”: y sencillamente, el Táchira lo que quiere es demostrarse y demostrar a los demás que somos un pueblo protagonista, sujeto de su propio desarrollo. Y en esto, como eco de esta hermosa experiencia, hemos de ser difusores de nuestra condición de sujeto social.
Si hemos podido demostrarlo con este hecho importante y beneficioso para todos, entonces seremos capaces de realizarlo en otros aspectos, en especial los que nos definen como gente de paz, amantes de la libertad y de la justicia, que queremos lo mejor para nuestra nación.
Sin embargo, no podemos olvidar que tenemos varios enemigos: el maligno siempre se cuela entre los que quieren hacer el bien, entre quienes han asumido “lo nuevo” para seducirlos con lo “viejo” del pecado del mundo. Hemos de estar pendientes para no dejarnos seducir. Y, a la vez, estar prestos a ayudarlos a que cambien. También hoy la Palabra de Dios nos ilumina al respecto.
San Pablo nos recuerda que “somos embajadores de Cristo”. Desde nuestra experiencia y vivencia de la “novedad”, con la conciencia de ser sujeto-pueblo de nuestro desarrollo y de nuestro bien común, nos toca invitar a tantos que se han alejado, o que prefieren mirar “los toros desde la barrera” o ser indiferentes, o permanecer anclados en la tibieza y la mediocridad, que se unan a quienes queremos ser fieles a Dios y a su designio de salvación con sus consecuencias en nuestras comunidades. Para ello, nos hacemos eco de la enseñanza del Apóstol Pablo y les decimos con humildad pero con decisión: “En el nombre de Dios les pedimos que se dejen reconciliar con Dios”.
En este tiempo de Cuaresma se acrecienta la invitación a la conversión; es decir, al cambio de vida y de actitud. De allí que seamos eco de esa propuesta del mismo Dios. Y no hay que sentir miedo. Somos seguidores de un Dios de misericordia. La parábola que hemos proclamado en la lectura del Evangelio de San Lucas es más que diciente.
El hijo pecador siente la necesidad de regresar y va a encontrarse con el abrazo misericordioso de un Padre que perdona y le devuelve la condición de hijo. Pero ese muchacho de la parábola tuvo que enfrentarse al desafío de la conversión y no dudó, tomó la decisión correcta: “¡Sí, me levantaré e iré donde mi Padre!” El Padre lo recibió e hizo fiesta por su regreso; fiesta incomprendida por el hijo mayor que se dejó ganar por la soberbia y el creerse más que los demás. También en nuestra sociedad, lamentablemente existen ese tipo de personas.
Esta parábola nos recuerda cuál debe ser nuestra actitud. Como embajadores de Cristo les decimos a quienes están en el camino de lo “viejo” que se animen a unirse a nosotros y a la gente de buena voluntad.
Les hablamos a quienes se dedican a la maldad, al narcotráfico, a seducir a muchos adolescentes y jóvenes al alcoholismo, a la droga y a la prostitución; a quienes se están encerrando en el conformismo y aguardan que otros sean los que hagan las cosas para ellos disfrutarlas después; los que suben escandalosamente los precios de todo valiéndose de la hiperinflación existente hoy en nuestra país; los que contrabandean gasolina y otros insumos necesarios para la convivencia ciudadana y familiar, los que “matraquean” abusando de la autoridad que recibieron sólo para servir, los que siguen menospreciando la dignidad humana y cometen delitos de lesa humanidad… en fin a todos los que se han alejado, a los que se han encerrados en sus comodidades egoístas, a los indiferentes, a los que se creen más que los demás, les volvemos a decir: “Déjense reconciliar por Dios”.
Porque hemos sido capaces de demostrar que sí podemos ejercer el derecho a ser sujeto social en nuestra ciudad, también queremos demostrar que asumimos la misma actitud del Padre misericordioso y tendemos nuestros brazos amigos y fraternos a todos los que se quieren decidir a regresar al camino de lo siempre “nuevo”. Les alentamos desde nuestra propia caridad; les esperamos desde nuestra fraternidad, los invitamos a hacer realidad lo que el salmista nos ha sugerido: “Hagan la prueba y verán qué bueno es el Señor”.
Con esta actitud nos disponemos a ofrecer el pan y el vino, donde están presentes y simbolizados el esfuerzo de nuestro trabajo, de nuestra identidad como sujeto social, de un nosotros en el cual participa también el Dios humanado. Al convertirse ese pan y ese vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor volveremos a sentir la garantía de que Él es quien realiza la obra de la salvación y nos vuelve a asegurar que su “novedad de vida” nos salva.
Entonces, al reconocerlo presente en medio de nosotros volveremos a experimentar que el Señor nos confió el mensaje y ministerio de la reconciliación. Así podremos continuar diciendo que “El Táchira hace lo que el Táchira quiere”. Y el Táchira, desde San Cristóbal, ciudad bella y cordial, quiere la paz, la fraterna convivencia de los ciudadanos y la libertad de los hijos de Dios para toda Venezuela. Amén.