| Gemma Morató / Hna. Maria Núria Gaza
Acabamos de celebrar Pentecostés, 50 días después de Pascua. Esta fiesta se celebraba antiguamente ya en la religión judía. Era la fiesta de la acción de gracia por las cosechas.
Cuando bajó el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, los Apóstoles se pusieron a proclamar las grandezas de Dios. Muchos de los que los oían decían que estaban ebrios pero Pedro tomó la palabra diciendo que no estaban ebrios sino que se cumplían las palabras de la Escritura. Habían recibido el Espíritu Santo. Todos los oyentes comprendían las palabras de los apóstoles y allí había gente de muchos lugares y todos los entendían en su propia lengua. En este sentido la diversidad de lenguas y el entender cada uno la predicación de los apóstoles da sentido de unidad.
La Iglesia es un todo, está extendida por todos los confines de la tierra; es una, santa, católica, apostólica, y romana. El Espíritu Santo la asiste con su presencia y el Espíritu Santo asiste a sus fieles con su gracia.
Se dice que el Espíritu Santo es el gran desconocido. Que no sea así en nuestro mundo.