Tiempo de Adviento... La luz
Cuantas veces hemos experimentado el deseo de tener mayor luz, que el sol brille, que nos acompañe desde el despertar hasta bien tarde de la jornada, desde que iniciamos nuestro trabajo hasta que ya acabamos la tarea.
| Gemma Morató / Hna. Carmen Solé
En tiempo de invierno el sol no suele brillar, parece un bien escaso, débil y breve. Las mañanas son oscuras, y la penumbra se convierte en un ambiente habitual que lo envuelve todo. Y además de amanecer tarde, las noches son largas.
El ambiente invernal nos envuelve y en muchas cosas se identifica con nuestro quehacer, con nuestro humor, incluso con nuestra oración.
Cuantas veces hemos experimentado el deseo de tener mayor luz, que el sol brille, que nos acompañe desde el despertar hasta bien tarde de la jornada, desde que iniciamos nuestro trabajo hasta que ya acabamos la tarea.
Y cuando estamos casi sin luz, sin ver, la silueta de cuanto nos rodea va desapareciendo, y solo con dificultad podemos reconocer incluso aquello que nos es de sobras conocido. Y esta tiniebla nos rodea a veces también en el aspecto espiritual y nuestra vida de oración, nos hemos quedado sin luz, quizás sin saber por qué, pero nos es difícil reconocer a quienes están a nuestro lado e incluso a nosotros mismos.
Y en este ambiente oscurecido quizás no solo por la falta de sol sino también por la desgana que nos invade, celebramos el tiempo de Adviento y de Navidad. Y sabemos que nos preparamos para celebrar el nacimiento de Jesús, Él que viene a iluminar nuestras tinieblas, a ser la luz de las naciones, a mostrarnos de nuevo la Luz del Amor y su camino de crecimiento.
Todo cuanto compone nuestra vida será iluminado, volverá a ser brillante, con colorido vibrante, porque como nos dice el evangelio de San Lucas, nos visita el Sol que nace de lo alto. Si nos dejamos transformar por esta Luz que es Jesús, podremos apreciar los pequeños detalles que componen cada cosa y solo con la luz que llega de lo alto, podemos ver, admirar y compartir.
Etiquetas