"Hay que aceptar que la Iglesia 'nunca será totalmente de mi gusto'" Reforma de la Iglesia: ¿más de lo mismo?
La voluntad primaria de Dios es que la Iglesia sea de veras iglesia de los pobres; la unión de los cristianos y la profunda reforma de papado, episcopado y ministerio. En este tercer punto entran los temas de la mujer y los curas casados
Mejor comprender al pasado que creernos superiores a él
Una Iglesia plenamente evangélica será siempre una utopía, dada nuestra pasta humana. Pero las utopías no son ni una meta a conseguir (porque creemos que son posibles) ni una meta a la que renunciar (porque creemos que son imposibles) sino una meta en cuya dirección hay que caminar
Buscamos el reinado de Dios, no el mío. La duquesa de Éboli también quiso ser reformadora del carmelo...
Una Iglesia plenamente evangélica será siempre una utopía, dada nuestra pasta humana. Pero las utopías no son ni una meta a conseguir (porque creemos que son posibles) ni una meta a la que renunciar (porque creemos que son imposibles) sino una meta en cuya dirección hay que caminar
Buscamos el reinado de Dios, no el mío. La duquesa de Éboli también quiso ser reformadora del carmelo...
Que la Iglesia necesita una reforma y está en camino de ella, me parece algo difícil de negar. La historia muestra también que en toda situación de reforma aparecen voces individualistas que piensan más en lo suyo que en lo de la comunidad y gritan aquello que, en castellano, se ha convertido ya en un tópico: “¿qué hay de lo mío?”. Temo que esas voces dificultan la reforma en lugar de ayudar a ella.
Dos principios fundamentales
El primero es simplemente humano: todo cristiano debe saber y aceptar que “la iglesia nunca será totalmente de mi gusto”. No solo por la evidente pecaminosidad humana (también mía) sino porque entre más de mil millones de personas es imposible que cualquier institución sea plenamente del gusto de todos. La comunidad exige renuncias y paciencias que se compensan por el valor de la unidad de muchos.
El segundo principio es más divino que humano: el criterio y el norte de la reforma de la Iglesia ha de ser el evangelio de Jesús y la voluntad de Dios. No la voluntad de los medios de comunicación. Y atendiendo a este principio me parece que en la Iglesia hay algunas reformas pendientes que son más voluntad de Dios y más importantes que algunos de los gritos que hoy solemos oír. Intentaré exponerlas:
Tres metas primarias
a.- La primera es que la Iglesia sea de verdad iglesia “de los pobres”. Cuando miro sesenta años atrás debo reconocer cuánto se ha avanzado aquí. Pero aún nos queda un buen trecho por recorrer. El clásico grito de la piedad antigua (“nuestro señores los pobres”, donde parece haber una alusión a las bienaventuranzas de Lucas) no sé si podemos repetirlo hoy con verdad. Y el programa de J. B. Metz (“más allá de la religión burguesa”) no podemos decir que esté ya cumplido.
b.- El segundo es la unión de los cristianos: el “que todos sean uno” de la oración de Jesús. Mirando otra vez sesenta años atrás también cabe reconocer que ha habido un avance fundamental. Pero la sensación es que hoy nos hemos cansado y que ya estamos bien como estamos. Y sin embargo he tenido siempre la sensación de que el cristianismo se juega su credibilidad futura en la recuperación de una unidad que no es lo mismo que uniformidad, pero que nunca se debió perder.
c.- El tercero es la profunda reforma de papado, episcopado y ministerio: desde que el obispo de Roma deje de ser jefe de estado, a que se devuelva a las iglesias locales la participación tradicional en la elección de sus obispos y que desaparezca toda connotación “sacerdotal” en el ministerio eclesiástico. Aunque la designación de “pastores” pertenece a otra forma de sociedad que no es la nuestra, la rica teología de los evangelios sobre el pastor, puede suministrar enfoques mucho más cristianos del ministerio que esa especie de “divinización” que sugiere el término “sacerdote”. Para el Nuevo Testamento no hay más sacerdote que Cristo y el pueblo sacerdotal. (Me permito remitir al comentario a la carta a los hebreos en el capítulo 3 de El rostro humano de Dios).
En este último punto es donde pueden entraralgunas de las demandas más voceadas hoy. Por ejemplo el tema de la mujer en la iglesia. Que aquí hay una reforma pendiente no puede negarse. Pero quisiera ponerle “dos manos” a esa reforma que creo que ayudarían a trabajarla mejor: un espíritu evangélico y una comprensión histórica.
La mujer
a.-. Siento disentir de una vieja amiga cuando dice (cito solo el titular): “las mujeres también esperamos un petición de perdón por parte de la iglesia”. No hay aquí disensión en lo de la mujer sino en lo del perdón: cuando se exige la petición para poder perdonar, ese perdón se falsifica y se convierte en un acto de orgullo. No me imagino la parábola de Jesús (Lucas 15) con un padre que se queda en casa y cuando le avisan de que ha llegado su hijo responde: “primero que me pida perdón…”. En vez de eso el padre sale al encuentro del hijo y ni le deja pedir perdón. A la esencia del perdón pertenece la gratuidad y esta es la que ayuda a cambiar al perdonado. “Sabemos que has hecho mal, lo hemos sufrido; pero seguimos queriéndote y esperamos que sabrás cambiar”. Algo así es lo que sería cristiano decirle a la Iglesia. Mis admiradas Mary Word o Simone Weil, creo que habrían reaccionado más bien de esta manera.
b.- La segunda mano se sale del campo eclesiástico y toca todo el tema actual del feminismo. Me da la impresión a veces de que algunas feministas acusan al pasado imaginando que la sociedad de hace siglos era ya técnicamente como la nuestra. Personalmente no me cuesta nada reconocer la superioridad de la mujer sobre el varón (aunque esto pueda tener esa contrapartida del refrán latino: “corruptio optimi pessima”). Pero recordemos un poco de dónde venimos:
b.1- Venimos de unas épocas en que las fieras no eran figuras del zoo sino amenazas cotidianas; pasamos luego a otras épocas en que la guerra parece haber sido la profesión más habitual. Todo eso hizo sobrevalorar la fuerza física y la necesidad de protección, dando una aparente superioridad al macho. Una época en que la necesidad de perpetuarse era muy grande pero en la que no se conocía el óvulo y parecía que toda la posibilidad de perpetuarse estaba solo en el macho (el dolor y la desesperación de tantas mujeres bíblicas por no “darle hijos”, no era una ridiculez aunque hoy nos lo pueda parecer: era una consecuencia de las condiciones sociales). Cuando va cuajando la agricultura todavía no existen los tractores y demás máquinas (“elemental, querido Watson”, que diría el viejo detective) y la postura frecuentemente inclinada causaba en las mujeres, por el peso de los pechos, dolores y deformaciones de espalda y posturas encorvadas. (Esto aún lo han vivido en África algunos compañeros míos, en el siglo pasado y después contaré una anécdota divertida de uno de ellos, si queda espacio).
b.2- Al lado de todo eso, venimos de una época en que no existían tampones ni Tampax y la menstruación era una verdadera amenaza vergonzante para la presencia pública de la mujer. El amigo Isaías tiene una plegaria que muchas biblias pudibundas no se atreven a traducir bien y que dice: “Señor, todas nuestras justicias no son, ante Ti, más que como los trapos de una mujer menstruada” (64,6). Eso Isaías no lo escribiría hoy: a lo más Steffi Graf podría decir que perdió la final de Ronald Garros contra Arantxa porque aquel día tenía la regla. Quizá sí, pero si no lo dice ella ni nos habríamos enterado (y, a lo mejor, alguien podría pensar que esa fue una excusa que se inventó luego). Y para acabar, venimos de unas épocas en que la alimentación del hijo dado a luz no estaba tan facilitada como hoy por mil leches artificiales, ni el niño era tan transportable como hoy por mil carritos ni era tan fácil y tan cómodo cambiar los pañales…; y todo eso obligaba a la mujer a quedarse en casa.
En resumen: venimos de una historia en que la aparente inferioridad de la mujer era fruto más bien de las posibilidades materiales que de la maldad de los machos. Pero la humanidad, bien que mal, progresa, la tecnología resuelve muchos problemas y eso ha facilitado una época en que la mujer puede recuperar la visibilidad y la calidad de su condición de persona, una época en que la promoción de la mujer se convierte en un “signo de los tiempos” (como dijo Juan XXIII ya en 1963) y en que se abre a la humanidad la posibilidad de trabajar hacia esa meta tan humana de igualdad en las diversidades, donde siempre quedará mucho por hacer, pero donde se trabajará mucho mejor desde el ideal de fraternidad que desde eslóganes cómodos. Los defectos heredados se combaten mucho mejor cuando comprendemos cómo se produjeron históricamente, que cuando pensamos que somos hijos de unas generaciones malvadas y que nosotros somos las primeras personas buenas (aunque también cabe reconocer que eso de culpabilizar a otros es una cosa que descansa mucho). Pero he repetido mil veces que a una causa grande se le hace más daño defendiéndola mal desde dentro que atacándola desde fuera; y la historia de la Iglesia me ha enseñado bastante de eso.
Muchas feministas conocerán la historia de las relaciones entre Teresa de Jesús y la princesa de Éboli: cómo esta quiso colaborar con aquella en la reforma del Carmelo y cómo creó tales problemas que Teresa la dejó plantada haciendo que sus monjas se escaparan de noche del convento de Pastrana (lo que le costó que la princesa denunciara a la inquisición el Libro de la vida de Teresa). Cuidado pues hermanas.
Curas casados
Otra breve observación a propósito del celibato y del derecho a formar una familia. Se puede renunciar a un derecho personal a cambio de alguna otra adquisición; eso es algo relativamente frecuente. Pero lo que no se puede es volver a reclamar aquel derecho al que se renunció, cuando se ha obtenido lo que se pretendía con aquella renuncia. Por eso creo que el tema de los curas casados ha de plantearse mirando más a los del futuro (que aún no han accedido al ministerio) que a los del pasado (que tuvieron que renunciar a él). Estos que se pongan en manos de Dios, cuyo amor infinito y comprensivo será su verdadero reivindicador, y que traten de ayudar a la Iglesia por los otros mil caminos en que necesita ayuda, como muy bien están haciendo algunos que conozco. Creo que así facilitaran más esta reforma.
Concluyendo
Apuntarse a una causa buena y grande no nos hace ya buenos ni superiores a los demás: nos hace solo más responsables. Recojamos pues la frase que se hizo famosa en la teología de la liberación y en la América Latina de los pasados ochentas: “lo que buscamos es el reinado de Dios, no el nuestro”. Una Iglesia plenamente evangélica será siempre una utopía, dada nuestra pasta humana. Pero las utopías no son ni una meta a conseguir (porque creemos que son posibles) ni una meta a la que renunciar (porque creemos que son imposibles) sino una meta en cuya dirección hay que caminar.
Terminaré con una anécdota vivida allá por los años noventa del s. XX. En una de aquellas reuniones sobre la fe, su busca y su pérdida, un amigo catalán, estilo Trinca, pidió la palabra y nos dijo que a él, el PSOE le había reconciliado bastante con la Iglesia. Y, ante el asombro del personal, se explicó: “sí, porque si el PSOE en solo diez años se ha apartado tanto del socialismo, ya no me extraña que la Iglesia en veinte siglos se haya apartado del evangelio”…
¿Luego? No sé. No estoy muy seguro de que la humanidad haya progresado, pero sí lo estoy de que la humanidad puede progresar.
* * *
Apéndice.- Cuento la anécdota antes aludida del África por si nos provoca una sonrisa e inyecta un poco de humor en nuestra seriedad revolucionaria.
Su protagonista es un compañero jesuita ya fallecido (el amigo Goyti) que fue al Chad hace unos 50 años, estuvo trabajando en el campo y comprobó los problemas que la falta de sujetador suponía para aquellas mujeres. Aprovechando un regreso a España por no sé qué motivo se fue al Corte Inglés de Barcelona con sus escasos treinta añitos. Planta cuarta, lencería femenina. Se le acerca una muchacha y le pregunta qué desea:
- - Bueno pues… yo quisiera comprar unos cuantos sostenes (como se decía entonces)
- - ¿De qué tamaño?
- - Pues bueno… de todos; pero mejor grandes.
- - Y ¿cuántos?
- - Bueno pues… entre 150 y 200 me los llevaría
- - Espere un momento caballero.
Al poco rato aparece aquella muchacha acompañada por un señor alto. El Goyti nos dijo: “en seguida sospeché que era un policía”. Por eso a la pregunta de qué buscaba comenzó explicando que era un misionero, que estaba en el Chad, que veía los problemas para el trabajo de las mujeres en el campo, siempre inclinadas hacia adelante…
Total: “pues no se preocupe, Padre, que esto lo podemos arreglar”. Y le regalaron una partida de no sé cuántos de aquellos “instrumentos”, supongo que fuera ya de circulación. Según supimos, también tuvo problemas para entrar en el Chad. Pero, como solía pasarle, el Goyti se salió con la suya.
Hoy esta historia parecerá prehistórica aunque apenas tenga unos cincuenta años. Ojalá se consiga que algunos detalles de la Iglesia parezcan prehistóricos dentro de cincuenta años. Y todo de una manera suave y evangélica.
Y sin perder el buen humor que, como decía un Padre de la Iglesia, es el Espíritu Santo de Dios.
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