“¡Que se jodan!”
Puedo entender que la señora Fabra esté harta de los socialistas: que los considere enemigos, malvados, embusteros... Pero lo que ahora quisiera discutir no es cómo son las gentes del PSOE, sino cómo debe ser nuestro modo de reaccionar ante el que nos hace daño.
Todos tenemos una tendencia imparable a alegrarnos viendo sufrir al que nos ha hecho sufrir (de ahí nace muchas veces la violencia física). Y además tendemos a creer que la justicia consiste en ese placer que nos proporciona el dolor del verdugo: (“¡que la pague!”). La pregunta es si entonces no estaremos confundiendo el hambre de justicia con la sed de venganza.
Así llegamos a nuestro tema: un criminal etarra llamado Uribetxebarria, enfermo terminal de un cáncer con varias metástasis; más la decisión judicial de liberarlo por razones humanitarias y las protestas desatadas por ello.
Quede claro que aquí no se discute el inmenso dolor de las víctimas y de tantas vidas rotas, que merecen un cariño y un respeto inmensos. Ni se discute el carácter asesino de ETA, su bochornosa incapacidad para pedir perdón, y la ceguera de sus adláteres. Todo eso es indiscutible. La pregunta que queda es cuál debe ser nuestra reacción ante tamaña maldad y con toda la razón que tenemos. Y en concreto: si la reacción correcta es desear verles sufrir el máximo hasta el final, porque sólo así se hace justicia.
Me duele tener que gritar que esa no es la reacción correcta. Más aún: ese modo de reaccionar nos contagia de la misma inhumanidad de ETA y, en este sentido, es más bien un triunfo etarra y una derrota nuestra.
El criminal no deja de ser un ser humano por criminal que sea; ni deja de tener una dignidad humana por mucho que él la haya pisoteado, ni deja de merecer la compasión que reclama todo dolor, por mucho que no se la merezca.
A esto se llama “razones humanitarias”; y en estas razones se fundamentó la supresión de la pena de muerte que ha sido un paso importante de progreso en humanidad, y que estamos poniendo en peligro si consideramos que la justicia consiste en el placer de ver sufrir al verdugo.
Debo felicitar, por consiguiente, tanto al ministro del interior, como a la mayoría del PP, como a Mari Mar Blanco (hermana de Miguel Ángel, a quien no conozco, pero mandaría un abrazo muy sincero con estas líneas) por haber reconocido que la sentencia de excarcelación “tiene fundamento jurídico” y que “la superioridad de la democracia reside en el respeto a la ley”, también a la hora de hacer justicia. No en erigir el propio dolor (por comprensible y sagrado que sea), en criterio de justicia.
Por eso debo confesar también mi tristeza por estas palabras del señor Basagoiti que, además, parecían bien meditadas: “nos importa un bledo la situación de esos presos. Nos importa un bledo como estén”. Personalmente, a mí no me importa un bledo: como tampoco me importa un bledo que esos criminales sigan impenitentes y no se rediman a sí mismos.
No sé si el lector conoce estas viejísimas palabras: “amad a vuestros enemigos, rogad por los que os maltratan; tratad a los demás como os gustaría que os traten a vosotros. Porque si amáis a los que os aman ¿qué bondad cabe ahí? Y si hacéis bien a los que os tratan bien ¿qué bondad cabe ahí? También los malos hacen eso. Amad a vuestros enemigos y así seréis hijos del Altísimo que es bueno con los ingratos y perversos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.
Son palabras de Jesús de Nazaret, en el evangelio de Lucas. [Una aclaración necesaria: amar no significa aquí sentir atracción como tendemos a pensar nosotros falsificando el amor, sino “desear el bien”. Y el mayor bien que se le puede desear a una persona mala es que cambie y se vuelva buena].
Comprendo que muchos no cristianos rechacen esas palabras. Pero a quienes se consideran cristianos (como puede ser el señor Mayor Oreja) me gustaría pedirles que las relean, las consideren y las recen. Y a los no creyentes me gustaría decirles que aunque de entrada no lo parezca (como ocurre tantas veces en la vida), esos consejos de Jesús contienen el mejor bálsamo para muchas heridas y el mejor camino para que cicatricen sin dejar huella en nosotros.
Oigamos si no a Ana Arregui (mujer del ertzaina Jon Ruiz Sagarna asesinado por la barbarie etarra): «me juré que nunca construiría mi vida en función del resentimiento. Me di cuenta de que el odio se podía interponer entre nosotros y los demás, y decidí vivir sin él». Eskerrikasko Ana.
Repito: es así, aunque de entrada nos asuste y nos provoque rechazo. Pero es como cuando alguien no se decide a echarse a la piscina porque teme la sensación inicial de frío, y luego, cuando sale y ha entrado en reacción, se dice: ¡qué bien me ha ido!.