"En España hemos pasado del "nacionalcatolicismo" al nacionalpaganismo" Pero... ¿son santas nuestras semanas santas?
"Mejor subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el nazareno"
Soñemos que quienes salen en “procesión”, llevados por gentes bien situadas, no sean unas imágenes sino unos cuantos temporeros de Almería, internos de los Cíes, enfermos incurables, gentes sin papeles llegados milagrosamente en pateras…
El resumen del cristianismo puede ser este: amar y ayudar al sufrimiento humano, como modo de adorar a Dios, encarnado en él
Hoy tenemos un problema muy parecido con la Navidad: Jesús no nace en el Corte Inglés sino en La Mina, en la Cañada real, en el Picarral o en el barrio dels Orriols, o en el Polígono Sur de Sevilla… El obispo de cada ciudad debería celebrar la eucaristía de Nochebuena en cada uno de esos barrios
El resumen del cristianismo puede ser este: amar y ayudar al sufrimiento humano, como modo de adorar a Dios, encarnado en él
Hoy tenemos un problema muy parecido con la Navidad: Jesús no nace en el Corte Inglés sino en La Mina, en la Cañada real, en el Picarral o en el barrio dels Orriols, o en el Polígono Sur de Sevilla… El obispo de cada ciudad debería celebrar la eucaristía de Nochebuena en cada uno de esos barrios
ACLARACIÓN INICIAL
Ahora, cuando han pasado ya los fervores de las celebraciones de semana santa, pero todavía están suficientemente cercanas, creo que por razones de “nueva evangelización”, todas esas fiestas y sus ceremoniales necesitan un autoexamen y una autocrítica lo más cristianas posible.
Quisiera hablar con el máximo respeto y sin que moleste a nadie lo que voy a decir. No quiero juzgar corazones sino significados sociales. Sé de sobra que a Dios se le puede honrar muy bien interiormente aunque con palabras o ritos muy poco apropiados. Y que a Dios le interesan los corazones más que las palabras: pues, de hecho, todas nuestras palabras son muy imperfectas para dirigirnos a Dios.
Además, escribo desde Cataluña donde, según La Vanguardia (del 12 de abril del 23), “los que soportan burlas más duras y fáciles son los católicos;… y chinchar al catolicismo español suscita simpatía en Cataluña”[1]. Pido pues, antes de hablar, que no se me vincule con esas corrientes anticristianas sino con ese otro principio tan cristiano de “la Iglesia es la siempre necesitada de reforma”. Lo que voy a decir no quiere añadir ninguna página a esa reciente falta de educación y de respeto de TV3 que ellos mismos han calificado como “calidad democrática”.
AQUÍ Y AHORA
Honestidad con lo real ante todo: hoy es cierto (mucho más que en tiempo de Azaña) que “España ha dejado de ser católica”; y su semana santa también. En otros tiempos, todas esas procesiones de imágenes, costaleros, disfraces, saetas y cofradías podían ser solo expresión de un barroquismo sureño, mientras eran vividas según aquello que cantó Gabriel y Galán: “cuando pasa el Nazareno con la túnica morada, la mirada del Dios bueno y la soga al cuello echada”…, y cuya contemplación nos llevaba a decir: “enseñáronme a vivir, enseñáronme a rezar y me enseñaron a amar; y como amar es sufrir, también aprendí a llorar”.
Hoy no dudo de que aún serán vividas así por algunas pocas personas. Pero su significado social es otro: son una fuente de turismo y de ingresos; y la inmensa mayoría de los que acuden a ellas van como a un folklore curioso o una fiesta pagana hecha con materiales cristianos, pero que ya no es en sí misma cristiana: como cuando nosotros representamos una tragedia griega sin creer para nada en Júpiter o en Juno. Todo ese espectáculo externo desborda ya lo meramente comunitario de la fe. Y hasta puede evocar aquellas palabras de Jesús sobre la oración privada: “no ores en público, reza en lo secreto y tu Padre ve en lo secreto te lo pagará”.
Por eso temo que quienes más se opongan a estas reflexiones no sean los obispos o los llamados católicos practicantes o el clero, sino los empresarios y los cargos financieros. Pero me atrevo a pedir a todos y cada uno de los que participan activamente en esas celebraciones que, después de leer el pasaje evangélico de la purificación del Templo por Jesús (y de la revuelta que levantó aquel gesto), se pregunten sinceramente ante Dios, si hoy Jesús haría algo de eso.
Me atrevo a pedir a todos y cada uno de los que participan activamente en esas celebraciones que, después de leer el pasaje evangélico de la purificación del Templo por Jesús (y de la revuelta que levantó aquel gesto), se pregunten sinceramente ante Dios, si hoy Jesús haría algo de eso
REFORMAR SIN SUPRIMIR
Perdón si me ha salido muy dura la crítica. Hablando en positivo quisiera destacar, como algo en que todos coincidiremos, que el resumen del cristianismo puede ser este: amar y ayudar al sufrimiento humano, como modo de adorar a Dios, encarnado en él. Y sin que ese amor se convierta de ningún modo en una forma de ostentación propia. ¿Estamos todos de acuerdo?
Que eso es muy difícil y muy serio soy yo el primero en saberlo y lo confirma aquella canción machadiana del gran Serrat, que aludía también a nuestras semanas santas evocando las saetas: “Oh no eres tú mi cantar: no puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar”. Intentemos una parodia más actual: Oh no eres tú mi rezar, no quiero adorar ni adoro a ese Jesús de los Pasos, sino al que sufre en el tajo.
Pero no cabe olvidar que, en el texto de Machado, ya se hablaba, con la típica imaginación andaluza, de “subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno”. Recuperada esa otra estrofa se entenderá mejor que espontáneamente todos prefiramos cantar al Jesús que anduvo en la mar.
¿Habrá entonces alguna manera de recuperar esa otra estrofa? Por ahí parece que estaría el camino de reforma de las celebraciones de semana santa que andamos buscando. Puestos a soñar a lo Luther King, imaginemos por ejemplo:
Que las imágenes, por preciosas que nos parezcan, se queden tranquilas en sus templos y en sus camarines. Y no lo digo por evitar las peleas entre la Macarena y la de Triana, sino por algo más serio: para que quienes salen en “procesión”, llevados por gentes bien situadas, sean unos cuantos temporeros de Almería, internos de los Cíes, enfermos incurables, gentes sin papeles llegados milagrosamente en pateras… Y generalizando más para salir de Andalucía: sustituyamos las imágenes de piedra por imágenes de carne; y llevemos por todos los “barrios de Salamanca” (o por todos los “Manhattans”) de nuestras ciudades, a unos cuantos moradores de nuestras “cañadas reales” y de nuestros “Bronx”.
Sin capuchones, sin disfraces ni andas. Pero sí con una buena apariencia que indique el máximo respeto a esos que acompañamos: porque esos que así llevamos, son la mayor presencia y la mayor cercanía del Dios hecho pobre en Jesucristo y crucificado por nuestras injusticias. Manténganse pues los tambores y los crucifijos como testimonio de la seriedad del acto y de su empalme con el pasado.
Evitaríamos así el reproche que ya hacían a los fieles los Padres de la Iglesia en los primeros siglos (y que demuestra que la naturaleza humana sigue siendo hoy la misma que ayer): venís a poner un tapiz a Cristo en su imagen de piedra, luego salís, os encontráis verdaderamente con Cristo desnudo y no le vestís[2].
O también: ir corriendo a “saltar una valla”, pero no para cargar con una imagen de piedra sino para entrar allí donde nunca entramos: allí donde están las Marías que no saben cómo dar de comer a sus hijos o a las que algún señor (que a lo mejor irá luego en alguna procesión) les reclama favores sexuales para darles trabajo. Entrar allí donde a lo mejor pasan temporadas sin luz, en aquellos calvarios de hoy a donde nunca nos asomamos… Y quién sabe si, a partir de ahí, se reconstruirán luego las cofradías en una especie de ONGs “de semana santa cristiana”…
Sé que tengo poca imaginación y que otros sabrán soñar mejor que yo. Mis ejemplos quieren ser solo una invitación a los que conocen más e imaginan mejor.
UN APÉNDICE ÚTIL
Quiero terminar con una aclaración que permite comprender algo importante porque amplía el problema: lo que he intentado explicar, y la reforma cristiana que atisbo no es algo que afecte solo a la semana santa y, mucho menos, solo a Andalucía: que precisiones las hay en casi todas partes.
Hoy tenemos un problema muy parecido con la Navidad: Jesús no nace en el Corte Inglés sino en La Mina, en la Cañada real, en el Picarral o en el barrio dels Orriols, o en el Polígono Sur de Sevilla… El obispo de cada ciudad debería celebrar la eucaristía de Nochebuena en cada uno de esos barrios. Y la institución eclesiástica debería recomendar a los cristianos sustituir todo el actual consumismo navideño por un saco de comida, una paga extra, una hipoteca reducida, un buen contrato laboral o cualquier otro gesto en favor de los miserables de cada ciudad.
También me pregunto si no habría que suprimir la fiesta de los reyes magos como fiesta cristiana. Los evangelios nunca dicen que los magos fueran “reyes”; eso lo hemos añadido nosotros para dar más brillo a nuestro engaño. Que quede como una fiesta pagana en nombre de papá Noel, de Istar o de cualquiera de esos dioses “obra de manos humanas”, como dice la biblia con tanta frecuencia. Y que cada cual vea si es pedagógico deleitarnos nosotros con la inocencia infantil a base de engañarlos.
Si razones de convivencia e igualdad social aconsejan hacer algún regalo a los niños cristianos, explíqueseles que no cae llovido de ningún cielo ni de ningún personaje de ficción sino que se trata de celebrar la consagración de nuestro mundo por el amor de Dios que se digna bajar hasta nosotros. No sé si así se evitarían procesos como el que me contaba un amigo pesimista y deprimido: “primero deje de creer en el ratoncito Pérez, después dejé de creer en papa Noel, luego dejé de creer en los reyes magos; más tarde dejé de creer en la cigüeña y, por último dejé de creer en Dios. Hoy me pregunto por qué he de creer en el ser humano”. No creo que llegásemos a tanto pero al menos haríamos caso a aquello de Jesús: que la verdad es más fuerte de libertad que la mentira.
Por supuesto son dos problemas distintos pero parientes: en el primer caso se trata de reformar. En el segundo más bien de que la Iglesia se desentienda de esos festejos ya no cristianos. Jesús no nació el 25 de diciembre. Cuando todo el universo parecía cristiano se eligió esa fecha para sustituir al “nacimiento del Sol”. Ahora que ha desaparecido la cristiandad, que los no cristianos, si quieren, vuelvan a celebrar oficialmente ese nacimiento del sol (que es lo que en realidad se está haciendo ya).
No obstante, a esta sugerencia le veo una gran dificultad: da una solución universal a un problema típicamente europeo u occidental (y quizá más típico aún de esta España que ha pasado del nacionalcatolicismo al nacionalpaganismo). Pero no parece ser un problema de las iglesias asiáticas y africanas (donde muchos ven al cristianismo del futuro). Y estas soluciones parciales me parecen poco católicas
Los humanos, creyentes y no creyentes, tenemos una tendencia instintiva inconsciente a degradar lo mejor sin darnos cuenta: simplemente para ponerlo más a nuestro alcance
Los humanos, creyentes y no creyentes, tenemos una tendencia instintiva inconsciente a degradar lo mejor sin darnos cuenta: simplemente para ponerlo más a nuestro alcance. De ahí la insistencia en la necesidad de autocrítica y reforma constante no solo en la Iglesia, sino en la persona de cada cual: una autocrítica que no es para deprimirse: pues quien se sabe de veras amado por Dios no se critica para deprimirse sino para ver si puede presentarse “un poco más arreglado” ante la sorpresa de ese Amor que le visita.
En fin: pues ya veremos lo que de aquí sale.
[1] El autor añade, refiriéndose a TV3, que eso lo hacen solo con los católicos porque saben que estos no se van a defender sino muy tímidamente; y que si lo hicieran con otras religiones, saben que podría costarles caro. Dos días después, un agudo comentarista de El País (Najat El Hachmi) lo confirmaba irónicamente: “siento envidia de los católicos porque en la TV catalana, todas las bromas se las hacen a ellos y los que venimos del Islam no nos podemos reír nunca de nuestras costumbres”.
[2] Valgan como único ejemplo estas palabras del Crisóstomo en su segunda homilía en Antioquía: “¿No es vergonzoso recubrir sin razón ni motivo las paredes de mármoles y dejar que Cristo ande por las calles desnudo?”
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