El pueblo de Dios en Filipinas necesita testimonios Abatido pero no sin esperanza: Postmortem comicios filipinos del 13 de mayo de 2019
"En Filipinas lo que se necesita es un caminar juntos. No un caminar hacia arriba o hacia abajo, sino hacia la utopía de Jesús; tal como Jesús viviría el ideal del Reino en estas circunstancias"
"Nuestros pastores, salvo unos hombres y mujeres excepcionales (porque incluso los religiosos y las monjas desempeñan funciones pastorales), han caminado como Iglesia. Pero solo ellos son la iglesia"
"Más que mitrados o sermones, incluso rapapolvos e insultos desde el púlptio, el pueblo de Dios en Filipinas necesita testimonios, modelos, compañeros en el viaje largo por terreno peligroso"
"Más que mitrados o sermones, incluso rapapolvos e insultos desde el púlptio, el pueblo de Dios en Filipinas necesita testimonios, modelos, compañeros en el viaje largo por terreno peligroso"
| Macario Ofilada
Sigue teniendo garra Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, enemigo declarado de los obispos católicos filipinos (cuya masacre ha ordenado y deseado en 2018 en un discurso público y a quienes ha llamado hijos de p-ta e inútiles). Incluso entre los católicos más fervientes. La mayoría de su candidatos al Senado y a otros oficios han triunfado en los comicios del 13 del mes corriente a pesar de los novenarios, vigilias, procesiones, misas en contra de este fenómeno al parecer inevitable, organizadas por las jerarcas y las beatas de la iglesia filipina.
Una victoria aplastante. Un editorial, publicado en un periódico de gran circulación por el país, calificó la victoria de masacre. yo lo calificaría de desastre. Por dentro estoy abatido, pero no sin esperanza.
Duterte, según él mismo ha confesado, no es un hombre de estado (statesman u hombre que se porta como diplomático y dirigente respetuoso y decente). Se ha autodefinido como un rufián, matón o hoodloom, que evoca las películas western o sobre los mafiosos.
Se ha declarado émulo del dictador Ferdinand Marcos; es aliado de la familia de este (de hecho, la hija mayor del dictador ha ganado un escaño en el senado filipino siendo aliada del presidente Duterte).
Es otro Joseph Estrada (quien, junto con unos hijos suyos, perdió en estos comicios), otro de los aliados del dirigente filipino, actor filipino catapultado a la presidencia de Filipinas en 1998, y destituido gracias a un complot de varios sectores con la bendición de algunos prelados católicos, entre ellos el denominado papa filipino, el Cardenal Jaime Sin de Manila, en 2001.
Estrada, en sus películas, había encarnado roles como un hoodloom o antagonista, mostrando un talento incomparable, dejando patente un vigor inusitado que hizo que los filipinos creyeran que todo este anti-heroísmo, -si bien antagónico desde el punto de institucional-, pudiera trasladarse de la pantalla del cine a la realidad cotidiana para resolver los problemas sempiternos de la pobreza, la corrupción, la ineptitud del gobierno.
La eclesialidad filipina como servilismo: Nada de Gaudium ni de Spes
En Filipinas, pueblo mayoritariamente católico y pro-levítico, la iglesia son los obispos y los sacerdotes, junto los religiosos. Los laicos no contamos para nada (salvo para obras de recaudación de fondos, fines socio-políticos o para todo lo que quieran o digan los curas y los prelados) porque esta situación la permitimos, fomentamos, promocionamos.
Los laicos, por miedo tradicional a los poderes eclesiásticos, desidia e indiferencia, optamos que la situación siga así. Por eso, cuando blasfemó el presidente, hasta el punto de ordenar la masacre de obispos (que sus partidarios calificaron como broma o hipérbole o metáfora exagerada), fue cuando se dijo que Duterte era anti-Iglesia, y no cuando desató, con su retórica incendiaria y agresiva, una oleada de violencia cuyas víctimas fueron los traficantes y dependientes de drogas (sospechosos o confirmados), los sin voz, techo, poder.
Por aquí la eclesialidad es servilismo (a los clérigos, incluso hasta compartir su partidismo); no es evangelismo (servicio a los más pequeños). La locura del clericalismo, con base en la religión y sus formas externas, predomina, y no la de la servicialidad fundada en el Evangelio. En un país de pobres, las moralinas de la llamada Iglesia ya no tienen vigencia. El mismo presidente dijo que era normal en este país la compra de votos, el soborno de los votantes de parte de los candidatos, aún cuando el Código de las Elecciones la declara un acto ilegal con penalidades correspondientes. Aconsejó al pueblo que aceptara el dinero ofrecido por candidatos durante la campaña, por lo menos para pagar los medios del transporte.
Nosotros, gente acostumbrada a que los curas nos hablen de manera desdeñosa y despectiva, sobre todo desde los púlpitos, somos incapaces de comprender que la Iglesia no son los clérigos -por lo que la masacre perpetuada dentro de este régimen es un atentado contra la Iglesia-, sino el Pueblo de Dios en camino hacia la Plenitud del Reino con nuestras alegrías y esperanzas (Gaudium et Spes), y tristezas y fracasos, acompañados por nuestros pastores que, siendo miembros del mismo pueblo, aseguran que caminemos como Iglesia, y no solo como una organización cualquiera.
Lo que pasa es que nos hacen caminar, pero no caminan con nosotros. Hay distinciones, jerarquizaciones de tipo ontológico condensadas en el concepto de ministerio, cuyo significado de diakonía o servicio se ha perdido en capas conceptuales acumuladas y edificadas a lo largo del tiempo. Pero todo es desde arriba; la direccionalidad del trato de los pastores a las ovejas. Nada de Gaudium ni de Spes; solo moralinas, exhortaciones, críticas. Poco testimonio que, como había dicho Pablo VI, era lo que verdaderamente faltaba.
La utopía de Jesús versus la utopía de Duterte: Monseñorilismos y curas y cura
No creo que la pobreza sea el verdadero problema, aunque sí es un factor a tener en cuenta. Duterte, y la ética que vive y predica, tiene garra porque es un hombre utópico. Promete una utopía desde abajo para que suba el pueblo a la meta deseada, mientras que la mayoría del clero nos sigue señalando hacia arriba pero desde arriba.
Lo que se necesita es un caminar juntos. No un caminar hacia arriba o hacia abajo, sino hacia la utopía de Jesús; tal como Jesús viviría el ideal del Reino en estas circunstancias. Salvo algunos testimonios excepcionales, la institucional clerical ha fracasado en esto. Yo mismo, el día de los comicios, fui testigo de este fracaso cuando, después de aquella misa en que se hizo memoria de la V. del Rosario de Fátima, un político prominente, influyente, rico, acompañado de otros candidatos aliados suyos, se acercó al altar tras la bendición final para recibir una bendición monseñoril especial para los comicios. Un acto tal vez con buenas intenciones de parte del párroco pero, en este caso la buena intención abrió el camino hacia el infierno (dicho candidato perdió a pesar de ser empapado con agua bendita monseñorilmente por el celebrante).
Desde arriba los pastores, monseñorilmente -en tiempos de los Cardenales Sin y Vidal, los curas preferidos por estos son todos monseñores, una práctica que ha frenado por completo el papa Francisco, quien no amigo del carrerismo eclesiástico-, han presentado la utopía de Jesús desde arriba, como meta a alcanzar hacia arriba por los que estamos debajo de ellos, es decir, los laicos.
El pueblo no quiere utopías presentadas de esta manera. Aunque somos diabéticos queremos helados, dulces y tartas, utopías inmediatas y deliciosas que no saben a metformina.
Nuestros pastores, en su insistencia en lo escatológico, en medio de la gran situación de pobreza, hasta la hartura, nos recetan metformina mientras que ellos siguen hartándose con helados, dulces, tartas, champán, manjares deliciosos y caros en fiestas y buffets de lujo. Incluso, un obispo, durante su cumpleaños, comió en el buffet más famoso y caro de la Gran Manila, con reminiscencia de los vikingos (y con el casco de un vikingo puesto en una foto tomada durante la fiesta bacanal), mientras que la mayoría de sus fieles solo puede comer al día, si es que estos tienen suerte, un puñado de arroz, unas verduras agrias y unos pescaditos salados.
Es preciso reconocer que Duterte sabe hacer gala de sus gustos culinarios sencillos, que le hacen, aunque no lo es, como one of us. Es capaz de proyectar la imagen de tomar la píldora amarga, la dichosa y odiosa metformina, junto con el pueblo diabético, con exceso del azúcar de inmoralidades y falta de disciplina ética. Proyecta la imagen de tener la cura al abogar la eliminación de los curas críticos con él. Solo hace ver las fotos del dirigente en su dormitorio sencillo con mosquitero, en el comedor comiendo la comida de los pobres con sus manos, etc.
No así nuestros pastores o curas, quienes siguen ocupando la presidencia de honor en banquetes y fiestas. Nuestros pastores, con su eclesiología clerical, no son capaces de reconocer que el pueblo somos la Iglesia, el pueblo de Dios en camino en el mundo, a quien los pastores tienen que acompañar para que caminemos como Iglesia; atravesando y superando las dulzuras facilonas y falsas con la metformina o medicina inmediata, y no más allá del horizonte o detrás del telón de la historia.
La llamada histórica de la iglesia: Hacia la cura, dejando ser de los curas
La Iglesia tiene que ser histórica. Para serlo tiene que dejar de ser de los curas y buscar la cura en solidaridad con el pueblo. Solo el pueblo puede llevar a cabo esto, cumplir este sueño utópico de Jesús para que la fiesta se vuelva eucaristía, la comida sea compartida, para olvidar la amargura de la metformina temporal y disfrutar de la dulzura de esta vida.
Nuestros pastores, salvo unos hombres y mujeres excepcionales (porque incluso los religiosos y las monjas desempeñan funciones pastorales), han caminado como Iglesia. Pero solo ellos son la iglesia. Los demás tenemos que seguirlos como perros hambrientos, lamiéndonos nuestras llagas, con nuestras pulgas, mientras que ellos con sus viajes, comidas y compras, huelen diferente a perfumes de marcas costosas y renombradas, pero no a nosotros, con el hedor del sudor cotidiano mezclado de lágrimas, sangre y disgustos.
Es este el modelo de eclesialidad filipina desde, por lo menos (me limito al panorama contemporáneo), los tiempos del Cardenal Sin, cuyo reino, con estilo papalino, terminó en 2003. Quien motivó la expulsión de los Marcos pero nunca estuvo en las trincheras. Quien provocó la expulsión de Estrada para sustituirlo con Macapagal-Arroyo, muy implicada en casos de corrupción y otros abusos, hasta el punto de regalar vehículos de lujo a varios miembros de la Conferencia Episcopal Filipina. De ahí el éxito de un hoodloom como Duterte, quien se ha hecho aliado de los Marcos, de Macapagal-Arroyo y de otras personalidades, de cuyos méritos no queremos hablar aquí porque no queremos entregar un post vacío a la redacción de estas páginas.
En tiempos de Sin, ser católico en Filipinas, sobre todo en su archidiócesis, significaba pensar, como él, de manera unilateral, incluso en la política, la economía, la administración civil, la cultura, etc.
Tras el momento excepcional de la derrota de los Marcos (gracias a las masas que respondieron a la llamada del purpurado para apoyar la rebeldía de unos cuantos que iniciaron la llamada revolución), Sin se encerró en su torre de marfil, lejos de todo diálogo fructífero o crítico, y empezó su subida papalina marcada por la infalibilidad unilateral en todas cuestiones referentes a la patria.
Los pastores filipinos, empezando con los obispos, saben de sobra estos retos y realidades. Saben que saben menos que muchos laicos, más versados en temas seculares e incluso religiosos, pero no quieren aprovechar este conocimiento para el bien común, sino explotarlo conforme a sus caprichos o intereses, como curas satisfechos y complacientes que no buscan la cura para los miedos, las crisis, las dificultades de las ovejas.
De verdad, hay que tener valentía para que ellos inicien la utopía de Jesús, que es la verdadera cura para esta situación eclesial deplorable, en un país del tercer mundo: bajar de sus carros y caminar con los laicos tragando polvo, calor y todo tipo de dificultades que solo los laicos pueden sufrir por encontrarse lejos del techo de la seguridad económica, social y política de la que disfrutan los clérigos y religiosos.
Por lo menos, aquellos obispos amigos de Macapagal-Arroyo reconocieron su error y devolvieron los vehículos de lujo, porque el asunto se hizo público y no faltaron voces críticas (fue escandaloso a mi juicio). Pero, la mayoría de estos mitrados siguen en sus carros (con aire acondicionado), y los fieles laicos en las sendas, con sus polvaredas ardientes en verano y lodos e inundaciones en junio y en adelante.
La iglesia, gracias a la complicidad de muchos de nuestros pastores, ha perdido su kairós, su tiempo oportuno en insistir en la diferencia ontológica y cultural de los curas, en vez de aplicarse la cura junto con el pueblo. Por eso, gracias en gran parte a la garra que tiene Duterte, los Marcos, los Macapagal-Arroyo y figuras similares siguen ostentando el poder en Filipinas.
Más que mitrados o sermones, incluso rapapolvos e insultos desde el púlptio, el pueblo de Dios en Filipinas necesita testimonios, modelos, compañeros en el viaje largo por terreno peligroso: pedregoso, lodoso, húmedo, caluroso..., duro. Ahí está la verdadera cura: curas y ovejas juntos como pueblo de Dios. Los dulces son para esta vida solo si tomamos la metformina juntos. Solo la amargura de la misma, pero compartida, nos puede dejar abatidos pero no sin esperanza.
La casa de Dios, y las del pueblo. #Manila#Filipinas#Philippines#religion#gentedelbarrio#people#vidadiaria#dailylifeinPhilippinespic.twitter.com/cAgFVlUlmY
— Alejandro Ernesto (@alejoernesto71) 24 de enero de 2019