Se da por hecho un encuentro privado, pero las víctimas esperan que el Papa ponga este tema en el centro Abusos en Portugal: la prueba de fuego de Francisco en la JMJ de Lisboa
En el otrora católico Portugal, la indiferencia hacia la Iglesia ha ido ganando peso en las últimas décadas, en una sociedad que se quedó en estado de schok tras el informe sobre los abusos en la Iglesia prensado e pasado mes de febrero
La estancia de Francisco en Lisboa, para asistir a la JMJ, está llena de expectación y, en parte, marcada por el tema de los abusos sexuales, con cuyas víctimas se da por hecho que Francisco, como en anteriores viajes, mantendrá un encuentro
Las víctimas confían que Francisco tenga un verdadero gesto con ellas y que aprovecha la ocasión, en un encuentro con casi medio millón de jóvenes, para abordar una cuestión que está minando la credibilidad de la Iglesia
Las víctimas confían que Francisco tenga un verdadero gesto con ellas y que aprovecha la ocasión, en un encuentro con casi medio millón de jóvenes, para abordar una cuestión que está minando la credibilidad de la Iglesia
La languideciente Iglesia en Portugal, afectada por el mismo proceso secularizador de las restantes del Viejo Continente, recibe estos días estivales una ilusionante transfusión de fe y esperanza cuyos efectos están todavía por ver, pero que es posible que acabe manteniendo el mismo cuadro clínico que antes, como así ha sucedido también en otros países que, desde 1986, han organizado una Jornada Mundial de la Juventud.
Con 10’5 millones de habitantes, Portugal recibe en esta primera semana de agosto una oleada de más de 400.000 jóvenes llegados desde prácticamente todos los rincones del mundo. Se trata de una proporción nada despreciable que, a buen seguro, dejará a lo largo y ancho del hermoso (y todavía muy desconocido, al menos para los españoles) país atlántico pinceladas de la vivencia de fe que, quizás, la población autóctona (o buena parte de ella) tenía olvidadas o aletargadas.
Indiferencia hacia la Iglesia
La estancia del papa Francisco en Lisboa, del 2 al 6 de agosto, tampoco dejará indiferente a un país que, como en el caso de España durante el franquismo, fue oficialmente católico durante la dictadura de Salazar a mediados del siglo pasado. Y a eso, también al igual que a su vecino peninsular, se debe parte de la indiferencia con la que la sociedad portuguesa de hoy acoge todo lo que le llegue de la Iglesia católica, lo que ha hecho que ninguno de sus pronunciamientos en contra haya podido evitar leyes que despenalizan el aborto, el divorcio, los matrimonios entre personas del mismo sexo, la eutanasia… Y, ello, a pesar de tener un presidente que se confiesa católico.
El Portugal que este ardiente verano acoge a Francisco en su segundo viaje al país de los pastorcillos de Fátima (la primera vez fue en 2017, precisamente para la canonización en ese emblemático santuario de dos de ellos, Jacinta y Francisco Marto) ya ha dejado de ir a misa mayoritariamente, como sucedía en los tiempos de Salazar. Ahora sólo lo hace semanalmente menos del 20% de la población, aunque el 80% se confiese católico, en un proceso de desvinculación formal -que no en la asistencia a procesiones o fiestas populares de tradición religiosa- que repite el mismo patrón que en España.
Todo esto es algo de sobra conocido por el papa Bergoglio. Parte de su magisterio incide en recuperar, devolver e insuflar la alegría del Evangelio no solo a los de casa, sino a los que se han quedado a la puerta e incluso a los que han salido dando un portazo. Y tras el estallido de los casos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia lusa, el fenómeno no ha hecho sino aumentar, con un Episcopado en principio reacio a creer, al que no le quedó más remedio que investigar y que, ahora, en parte, pretende volver a mirar para otro lado. También muy similar al proceso que se está viviendo en la Iglesia española, aunque finalmente los portugueses tomaron la delantera en encargar una investigación independiente.
Por eso, la estancia de Francisco en Portugal (es el cuarto Pontífice en hacerlo, después de Pablo VI en 1967; Juan Pablo II en 1982, 1991 y 2000; y Benedicto XVI en 2010), más allá de lo que sin duda será una auténtica conexión con una juventud que también busca algo sólido a lo que asirse, pero a la que no le regalará los oídos seguramente, pasa por su acogida a las víctimas de abusos sexuales.
Según el informe de la comisión independiente -presidida por el psiquiatra infantil Pedro Strecht- presentado en febrero pasado, más de 4.800 menores habían sido abusados desde la década de los 50 del siglo pasado ("es solo la punta del iceberg", señalaron desde la comisión) una cifra que dejó en estado de shock a la sociedad portuguesa, impacto del que apenas se ha repuesto.
Las víctimas quieren más que un simple encuentro
Por ello, uno de las incógnitas que más interés está concitando entre los periodistas y observadores es ver finalmente qué hará Francisco con este tema durante sus cinco días de estancia en Lisboa (aunque hará una escapada en helicóptero a Fátima). Aunque es verdad que los organizadores (papel fundamental en esto tiene el neocardenal Américo Aguiar, de 49 años y obispo auxiliar de Lisboa, uno de los nombramientos más sorprendentes del próximo consistorio del 30 de septiembre) han señalado que el Papa se encontrará con las víctimas, no ha trascendido en qué forma y se cree que será una recepción privada, como ya ha hecho Francisco en otros viajes.
Sin embargo, para las víctimas, esto sería decepcionante. Algunas organizaciones que las agrupan, como Corazón silenciado (Coração Silenciado) esperan que el tema de los abusos en Portugal tenga un peso específico en esta JMJ de Lisboa, que no sea algo que se sustancie en una habitación, como algo protocolario y sin más incidencia. Las víctimas, tras el informe, siguen sintiéndose en muchos casos maltratadas, olvidadas, orilladas. Y confían en que Francisco las tenga en cuenta, saben que para él sí cuentan. Pero quieren que, en esa ocasión, ante cientos de miles de jóvenes, las saque a plena luz, con un mensaje de reconocimiento.
¿Bastaría este gesto para acabar con la indiferencia hacia la Iglesia en Portugal? Evidentemente, no, pero sería una muestra inequívoca de que el pontificado de Francisco se mueve en otras coordenadas, las de “una Iglesia en salida, que no escondida”.