"Los casos de abusos confirman un 'modelo' y 'paradigma' de comprensión de la Iglesia que ha 'colapsado'" Iglesia, abusos y pérdida de credibilidad: La urgencia de repensar la eclesiología desde las víctimas
"Sistema secular de silencio y prácticas evasivas: remoción de los abusadores, ocultamiento de lo hechos, extravío de archivos, destrucción de documentos, intimidación a las víctimas, coacciones de dinero de diverso tipo a quienes “sabían algo” y podían atreverse a hablar"
"El 'caso Marcial Maciel' es el símbolo más representativo de una cultura eclesiástica corrompida por la hipocresía sexual. Cómo hizo para eludir el castigo durante décadas, es un “modelo de relativismo moral” en una Iglesia colmada de vergüenza"
"Estas dinámicas evidencian una “eclesiocentralización”, un comportamiento institucional que patologiza la acción pastoral, y que podría denominarse “eclesiopatía” en cuanto fomenta un ambiente regresivo en el sacerdocio ministerial"
"En el centro debe estar “no la institución y su apología”, sino 'las víctimas como locus theologicus'"
"Estas dinámicas evidencian una “eclesiocentralización”, un comportamiento institucional que patologiza la acción pastoral, y que podría denominarse “eclesiopatía” en cuanto fomenta un ambiente regresivo en el sacerdocio ministerial"
"En el centro debe estar “no la institución y su apología”, sino 'las víctimas como locus theologicus'"
| Ricardo Mauti
Hace trece años Hans Küng en un libro provocador (“Ist die Kirche noch zu retten?” [2011]), señalaba: “Solo con la revelación de los innumerables casos de abusos sexuales a menores por parte del clero católico, que durante décadas fueron encubiertos por Roma y los obispos, se ha hecho visible para el mundo entero esta crisis, como una “crisis sistémica” que requiere una respuesta teológica bien fundada” (Hans Küng, ¿Tiene salvación la Iglesia?, Madrid, Trotta, 2013, p. 9.).
El diagnóstico del teólogo suizo era profundamente acertado. Desde la década de los ochenta, y con mayor decisión desde los noventa en adelante, en Occidente se ha producido una verdadera avalancha de denuncias públicas sobre abusos sexuales sistemáticos que decenas de miles de sacerdotes, religiosos y religiosas han cometido contra niños, niñas y adolescentes pertenecientes a sus comunidades eclesiales. En estos casi treinta años de develamiento progresivo e ininterrumpido han surgido incontables testimonios y relatos de víctimas que nos hablan de “miles de abusos” de parte de miembros del clero católico, los que van desde el ejercicio de la violencia física y psicológica, a la manipulación de conciencias, la estorsión, el abuso de poder, el abuso sexual, la violación y la tortura.
Debieron pasar varias décadas para que el tema fuera tomando mayor estado público y la Iglesia cayera en la cuenta hasta donde había hipotecado su palabra y autoridad. El camino recorrido -siempre por la pendiente más ardua- lo hicieron las “víctimas”, mientras que los verdaderos y únicos responsables, “el poder eclesiástico”, tomó el atajo que llevó al barranco del ocultamiento sistemático y suicida.
No es nuestro interés reconstruir aquí las progresivas y luminosas toma de posiciones del magisterio universal en los últimos años (como ejemplo: Jorge Mario Bergoglio. Francisco, “Las cartas de la tribulación”, Barcelona, Herder, 2019), que lamentablemente llegaron “tarde”, y a ¡qué precio!, una “crisis de credibilidad” en la institución eclesial católica sin precedentes, con la culposa carga del infinito daño ocasionado a las víctimas, que no podrán reparar las millonarias indemnizaciones en centenares de diócesis católicas en todo el mundo.
El objeto de nuestro artículo es mostrar como “otras” voces, no las “oficiales”, que debieron “reconocer” con celeridad la gravedad del asunto y “tomar el toro por las astas”, no estuvieron a la altura de su responsabilidad, mientras que las “víctimas”, fueron sí, quienes desde el sufrimiento y la estigmatización social y eclesial, se abrieron camino y llevaron a instalar el tema en el centro de la opinión pública, enrostrando a la Iglesia jerárquica, el total desfazaje con el evangelio de Jesús, peor aún, con los principios básicos de toda ética humana y la inaplazable tarea de reforma a todos los niveles.
Diversas fuentes instalan y profundizan en la Iglesia un tema tabú
Los casos de abusos sexuales a menores y de conciencia, se vienen agitando desde hace varias décadas en la Iglesia católica. Estos hechos “criminales” parecen no haber provocado ningún remordimiento especial mientras permanecían ocultos, gracias a un sistema secular de silencio y prácticas evasivas: remoción de los abusadores, ocultamiento de lo hechos, extravío de archivos, destrucción de documentos, intimidación a las víctimas, coacciones de dinero de diverso tipo a quienes “sabían algo” y podían atreverse a hablar.
En primer lugar, si alguien no está al corriente de lo que representan estos terribles sucesos dentro de la Iglesia católica, puede ver algunos films de los últimos veinte años. En ellos se revela parte del complejo entramado en el que se ha identificado el “nudo gordiano” que de manera oculta sostuvo en el tiempo esta crisis, que todavía se encuentra bajo muchos aspectos en su fase emergente: “The Magdalene Sisters” (2002), de Peter Mullan, trata de las humillaciones que sufrieron un grupo de chicas en los reformatorios de las Hermanas de la Misericordia, en Irlanda, a las que se las sometía a condiciones vejatorias, trabajo esclavo y abusos sexuales. La película inspirada en el famoso documental “Sex in a cold climate” (1997), refleja el horror de las lavanderías de la Magdalena, que en 1993 quedó en evidencia con el descubrimiento en Dublín de una fosa común que contenía los restos de 133 chicas fallecidas.
“Song for a Raggy Boy” (conocida en español como “Los niños de San Judas” [2003]), de la directora Aisling Walsh, narra desde la mirada de un nuevo profesor, los padecimientos, torturas y vejaciones sexuales a niños de un reformatorio en Irlanda en 1939 a cargo de sacerdotes. “Spotlight” (2015), de Tom McCarthy, está basada en la investigación del periódico Boston Globe sobre numerosos casos de pedofilia cometidos por sacerdotes de la diócesis de Boston, que involucró como cómplice y encubridor de los hechos al cardenal Bernard Francis Law, forzado a renunciar en medio de los escándalos (Cf. Globe Spotlight Team, “Church allowed abuse by priest for years”, [en línea]: https://www.bostonglobe.com/news/special-reports/2002/01/06/church-allowed-abuse-priest-for-years/cSHfGkTIrAT25qKGvBuDNM/story.html; también sobre el “caso Law”, puede verse: Jon Henley, “How the Boston Globe exposed the abuse scandal that rocked the Catholic Church”, [en línea]: https://www.theguardian.com/world/2010/apr/21/boston-globe-abuse-scandal-catholic.
“El bosque de Karadima” (2015), de Matías Lira, una producción chilena sobre el “caso del sacerdote Fernando Karadima”, acusado de abuso infantil durante las décadas de 1980-2000. Los hechos fueron de tal magnitud, que involucraron como encubridores al cardenal arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, al sucesor cardenal Ricardo Ezzati, quienes debieron renunciar a su cargo y a gran parte del episcopado chileno. El ápice tuvo lugar durante la visita del papa Francisco a Chile en 2018, y su desastrosa defensa ante el periodismo del obispo Juan Barros, “amigo y cómplice” de Karadima. La desinformación y el ocultamiento de pruebas por parte de la cúpula y del episcopado chileno, hicieron que el papa hablara de “calumnias” de la comunidad hacia quien él mismo había nombrado obispo de la diócesis de Osorno, en la que había asumido en 2015 en medio de un escándalo. (Cf. Francisco, “Carta a los obispos de Chile, 8/4/2018, op. cit. p. 126).
“Grâce à Dieu” (2018) de François Ozon, evoca el caso de un sacerdote pedófilo de la diócesis de Lyon que abusó de chicos jóvenes durante veinte años (1970-1990). “Les Éblouis” (2019), de Sarah Suco, describe la participación de unos padres con sus hijos en una comunidad carismática, llevados por un fanatismo religioso; el punto de vista crítico es el de la hija mayor, la única que ve realmente lo que ocurre: control sobre los padres, abusos de autoridad y abusos sexuales.
Entre la literatura de investigación hay que destacar en el “caso Karadima”, la obra de: Juan Carlos Cruz – James Hamilton – José Andrés Murillo, “Abuso y Poder. Nuestra lucha contra la Iglesia católica”, Santiago de Chile, Debate, 2020. Los tres autores, “víctimas” de Karadima, reconstruyen con minuciosidad los hechos de abusos, muestran el “modus operandi” del depredador, los años de soledad y trauma que le siguieron, la ardua lucha para ser escuchados por las autoridades eclesiásticas, y las estratagemas encubridoras del sistema eclesial (conformado por clérigos y grupos laicales) en Chile, que defendió durante años al victimario.
La obra de, Frédéric Martel, “Sodoma. Poder y Escándalo en el Vaticano”, Barcelona, Rocaeditorial, 2019, es un trabajo exhaustivo del sociólogo e investigador francés que demandó 4 años, con múltiples fuentes y testimonios curiales del Vaticano (1500 personas, 41 cardenales, 52 obispos, 45 nuncios apostólicos); es la primera radiografía global de la vivencia deshonesta de la homosexualidad que estructura la vida eclesiástica, con claves profundas sobre el clericalismo y la hipocresía que se sostiene en los circuitos de poder que anidan en la Iglesia católica.
El libro publicado simultáneamente en ocho idiomas, presenta en el capítulo 10: “Los Legionarios de Cristo”, el emblemático “caso de Marcial Maciel” su fundador, acaso el “agujero negro” en la biografía de Juan Pablo II (Cf. Jason Berry-Gerald Renner, “El Legionario de Cristo. Abuso de poder y escándalos bajo el papado de Juan Pablo II”, Buenos Aires, Debate, 2006; también sobre los encubrimientos de casos de abusos en la diócesis de Cracovia desde 1964 a 1978, siendo arzobispo Karol Wojtyla, el trabajo de investigación (aún no traducido del polaco) de Ekke Overbeek, “Maxima culpa. Co Kósciok Ukrywa o Janie Pawle II”, Agora, 2023).
En referencia a los Legionarios y particularmente a su fundador, que encontraron siempre protección y amparo en el papa Juan Pablo II, cabe señalar que la económicamente poderosa y tradicionalista fundación, nació en México en 1946, se extendió luego en una red de escuelas y universidades en ese país y llegó a erigir instituciones de enseñanza media y seminarios en España, América Latina, Irlanda y Estados Unidos. En 2003, los “Legionarios de Cristo” tenían 15 universidades, 50 seminarios y centros de estudios superiores y más de 177 escuelas de enseñanza media en el mundo; desde 2004, por encargo de Juan Pablo II, se hicieron cargo de la administración del Centro Notre Dame de Jerusalén, una fastuosa residencia que recibe 70 mil peregrinos al año. En 2019 fue inaugurada la Casa de Peregrinos de Magdala, un complejo millonario cuya administración está también a cargo de los “Legionarios”.
Toda esta “obra” fue iniciada, alentada y sostenida en el tiempo por la figura “carismática” del sacerdote Marcial Maciel Degollado, cuya doble vida se conocía desde principio de los años cuarenta; aunque expulsado por los superiores del seminario por asuntos turbios de índole sexual, fue sin embargo ordenado sacerdote a los 24 años por el obispo González Arias en la Basílica Nuestra Señora de Guadalupe (México). En 1956 el Vaticano suspendió a Marcial Maciel, por orden del cardenal Valerio Valeri, prefecto de la Congregación para Religiosos, lo cual prueba que su caso se conocía en ámbitos de la curia romana ya en esa época.
La “habilidad” del fundador, junto al poderío económico incrementado por los “Legionarios” con millonarios “aportes” a la Santa Sede, hicieron que el cardenal Clemente Micara “limpiara su expediente” a finales de 1958. En 1965, el papa Pablo VI reconoció incluso a los “Legionarios de Cristo” con un decreto que los vinculaba directamente a la Santa Sede. La imagen de Maciel fue creciendo a lo largo de los años apoyada en el “culto” a la imagen del fundador predicada tanto entre los “Legionarios de Cristo” como por el movimiento “Regnum Christi”, integrado por laicos, laicas consagradas, que se extendió desde México y EE.UU a varios país de Europa y América Latina.
Hubo que esperar hasta 1997 para que otra denuncia creíble y bien fundamentada llegase al despacho del papa. Sus autores eran siete sacerdotes, exseminaristas de la Legión, que afirmaban haber sufrido abusos sexuales de Maciel. Nuevamente la acción encubridora de la Iglesia, esta vez el cardenal Angelo Sodano, Secretario del Estado Vaticano, logró que se “archivara” el expediente. La acción de Sodano fue fundamental para que la organización se implantase en Chile, luego en Argentina y finalmente en Colombia (Cf. Martel, op. cit. 273-275). En 2003 el sacerdote Rafael Moreno, secretario privado de Marcial Maciel durante dieciocho años, informó al Vaticano de los abusos sexuales que durante años había cometido su jefe. Llevó pruebas para presentárselas a Juan Pablo II, pero Stanislaw Dziwisz (secretario del papa) y Angelo Sodano (Secretario de Estado) no lo escucharon.
El hecho queda atestiguado recién el 19 de octubre de 2011, en una audiencia concedida por monseñor Georg Gänswein (secretario de Benedicto), revelada por el escándalo de Vatileaks, y la filtración (“venta”) de documentos de Paolo Gabriele, ayudante de cámara de Benedicto XVI, que en 2012 fue condenado por la justicia a dieciocho meses de prisión, el pago de gastos legales, y que falleció en 2020 a los 54 años (Cf. Gianluigi Nuzzi, “Las cartas secretas de Benedicto XVI”, Madrid, Planeta, 2012, pp. 224, 329).
El “caso Marcial Maciel” es el símbolo más representativo de una cultura eclesiástica corrompida por la hipocresía sexual. Cómo hizo para eludir el castigo durante décadas, es un “modelo de relativismo moral” en una Iglesia colmada de vergüenza. México ocupa el primer lugar mundial en abuso sexual infantil, cuando éste es perpetrado por quienes deberían dar guía, protección y consuelo, la infamia adquiere proporciones de estruendo. La obra sobre la Pederastia clerical en México, dirigida por el sociólogo Bernardo Barranco, reune testimonios de víctimas, filósofos, psicólogos, teólogos y otros expertos, que ofrecen mediante un delicado análisis de fuentes documentales y testimoniales, un viaje a través del dolor, la iniquidad y las repercusiones personales y sociales, a la vez que manifiesta la capacidad de resiliencia, solidaridad y denuncia de las víctimas ante autoridades eclesiásticas y civiles (Cf. Bernardo Barranco (coord.), “Depredadores Sagrados. Pederastia clerical en México”, Ciudad de México, Grijalbo, 2021, [sobre el “caso Maciel” y los “encubrimientos del cardenal Norberto Rivera, pp. 57-72; 121-146]).
El “caso Bernard Law” revelado por el equipo de investigaciones periodísticas del Boston Globe, tuvo su réplica en Argentina. El primer escándalo denunciado de abusos a dos seminaristas por el entonces Arzobispo de Santa Fe, Edgardo Gabriel Storni, con especial atención mediática local, nacional y extranjera, se conoció en agosto de 2002, aunque la investigación había comenzado en 1994 en la vecina diócesis de Paraná (Entre Ríos), a cargo de Monseñor Arancibia, delegado por el Vaticano para estudiar el caso, el informe final permaneció “encubierto” por el entonces nuncio apostólico Ubaldo Calabresi. El “caso Storni” saltó a la luz con el capítulo “El príncipe y el pastor”, en un libro “bomba” de la periodista Olga Wornat, que describe un par de verdades sustanciales engarzadas entre varios pares de calumnias, (Cf. O. Wornat, “Nuestra Santa Madre. Historia pública y privada de la Iglesia católica Argentina, Buenos Aires, Ediciones B, 2002, pp. 403-459).
El mismo caso, en un trabajo “más serio” a nivel local, es la obra de Guillermo Tepper y Maximiliano Ahumada, sobre una investigación en la ciudad de Santa Fe realizada por Juan Manuel Berlanga (G. Tepper, M. Ahumada, “Monseñor. Del poder a la caída del Arzobispo de Santa Fe”, Santa Fe, entre Lineas, 2002, 266 pp.). El libro de Tepper-Ahumada cita variadas fuentes, además de testimonios directos, reúne una importante documentación, como las “solicitadas de apoyo” al Arzobispo por parte del gobierno municipal con decenas de nombres de funcionarios, incluyendo varias asociaciones católicas de la Iglesia santafesina (Tepper-Ahumada, op. cit. pp. 130-137). Los datos del “caso Storni”, junto a la cronología del proceso judicial pueden verse en la plataforma norteamericana, sobre abusos de clérigos a menores y adolescentes, creada por Anne Barret Doyle: https://www.bishop-accountability.org/Argentina/Abusos/Caso_Storni.htm.
El trabajo más completo y abarcador en el ámbito geográfico de América Latina, es la obra dirigida por Véronique Lecaros y Ana Lourdes Suárez, publicado recientemente en inglés: “Abuse in the Latin American Church. An Evolving crisis at the core of Catholicism”, Routledge, 2024, 316 pp. El libro consta de cuatro partes y 18 capítulos, reúne investigaciones de 22 autores y autoras de todo el continente, demostrando que el abuso dentro de la Iglesia es de hecho, un fenómeno global, aunque los abusos han adoptado diferentes formas según los distintos contextos socioculturales.
Los abusos han tenido como víctimas también a mujeres, incluyendo a “religiosas”. Este último caso tan particular que ofrece a futuro un desafiante campo de investigación, ha salido a la luz gracias a un exhaustivo estudio de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas y Religiosos (CLAR). Es el fruto de la construcción colectiva realizada por la “Comisión de cuidado y protección” de la CLAR, que integra los resultados de un sondeo de investigación sobre el abuso en la vida religiosa femenina de América Latina y el Caribe, al que respondieron 1417 religiosas consagradas.
El informe incluye los dramáticos testimonios de cinco religiosas que permaneciendo en anonimato han compartido sus trágicas experiencias (Cf. Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas y Religiosos, “Vulnerabilidad, Abusos y Cuidado en la vida religiosa femenina”, Buenos Aires, Claretiana, 2022). Hasta el año 2004, la investigación más extensa sobre violencia sexual del clero hacia niños, fue llevada a cabo por el “John Jay College of Criminal Justice” en nombre de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos. Este informe avaló las investigaciones que encontraron que, el clericalismo fue un factor que contribuyó a la crisis de los abusos sexuales (Eamonn Conway, “Clericalismo y violencia sexual. Explorando las implicaciones para la formación sacerdotal”, en Daniel Portillo Trevizo (ed.), op. cit, pp. 147-148).
Entre los años 2012 y 2017 una “Comisión real” (“Royal Commission into Institutional Responses to Child Sexual Abuse”), creada por las instancias gubernamentales de Australia se dedicó al análisis y a la formulación de propuestas referidas al abuso de menores entre los años 1950 y 2017 en las más variadas instituciones a nivel de todo el país. En el mes de diciembre de 2017 la comisión, conformada por personas de reconocido prestigio en el ámbito público australiano, presentó su informe -“Final Report”- en 17 volúmenes; uno de ellos, el 16 sobre las instituciones religiosas, con miembros de las iglesias, incluidas sus autoridades y teólogos/as.
Entre otros aspectos para comprender la “cultura de los abusos”, el informe destaca que sus propias investigaciones arriban a enunciar una “dimensión sistémica”, y “sugieren que una combinación de factores teológicos, históricos, culturales y estructurales u organizativos en la Iglesia católica permitió que el abuso sexual infantil se produjera en las instituciones de la Iglesia Católica en Australia y contribuyó a respuestas inadecuadas. (Cf. C. Schickendantz, “Fracaso institucional de un modelo teológico-cultural de Iglesia. Factores sistémicos en la crisis de los abusos”, Teología y vida, vol. 60, n°1, [2019], p. 15, 20).
Reformular conceptos que abonaron la cultura de abusos
Walter Kasper en la que puede ser considerada su última gran obra teológica (“Katholische Kirche. Wesen-Wirklichkeit-Sedung”, Verlag Herder, Freiburg im Breisgau, 2011), afirma hacia el final: “Hay sobre todo, una crisis de confianza como consecuencia de los escándalos por los terribles abusos descubiertos últimamente. Todo esto ha de tomarse muy en serio” (Walter Kasper, “Iglesia católica. Esencia-Realidad-Misión, Salamanca, Sígueme, 2013, p. 483). Más allá de esta afirmación categórica, “nada se dice” en su “eclesiología” sobre los “cambios” que debieran afectar al “tratado” (comprensión/reforma) de la Iglesia, para corregir estos desvíos.
Los niveles de corrupción puestos a la luz por las investigaciones internacionales, sobre los casos de abusos contra menores y adolescentes, como también a mujeres, religiosas, abusos psicológicos, de poder e incluso sexuales, han dejado en evidencia que la eclesiología necesita introducir entre sus temas, y como un “eje transversal” la “teología y prevención de los abusos”. Una vez más la Iglesia “pensada” necesita de la Iglesia “vivida” para evaluar y recibir con honestidad de conciencia las preguntas “¿qué piensa Jesús de la comunidad? ¿Qué rostro ha querido para ella? ¿Qué concordancia existe entre la moral que la Iglesia predica y la que vive?” (Cf. Gerhard Lohfink, “La Iglesia que Jesús quería. Dimensión comunitaria de la fe cristiana, Bilbao, Descleé de Brouwer, 1986, p. 13).
La eclesiología del Vaticano II, a sesenta años de la constitución “Lumen Gentium” (1964-2024), da cuenta que muchas veces en los procesos de recepción, no siempre se ha sido fiel a la dinámica de “apertura” a los grandes temas del mundo moderno (iglesias, religiones, mundo, culturas, género). Del mismo modo, en lo que toca a su “autocomprensión”, aunque haya expresado con claridad en su magisterio ser “pueblo de Dios” y la “igual dignidad y equidad” de sus miembros en virtud del sacerdocio común, ha prevalecido sin embargo en muchos estamentos, estructuras e imaginarios eclesiales, un modelo de Iglesia como “sociedad perfecta” o “sociedad desigual” (pastores y laicos) que por definición es aséptica a cualquier “rendición de cuentas” (“accountability”) externa a ella.
De allí la urgencia de apelar a aquellos “signos de los tiempos”, donde Dios quiere darnos una palabra suya, luminosa, interpelante, sanadora, y potente, que en este caso se hace audible en el “magisterio” de las “víctimas”. No debería caber duda que en este tema, han sido las “víctimas” las que han hablado con autoridad y ganado para la Iglesia credibilidad. Este ejercicio de la eclesiología requiere “apertura” y “diálogo”, con otras disciplinas: sociología, psicología, psiquiatría, jurisprudencia; ciencias de las que debe recibir “nueva luz” para revisar su objeto de estudio, que es la Iglesia “en” el mundo (GS 1), y no “contra o por encima” de él. Esta metodología debería ayudar a develar las causas sistémicas de esta crisis.
La razón es simple, los casos de abusos confirman un “modelo” y “paradigma” de comprensión de la Iglesia que ha “colapsado” por ser obsoleto con los tiempos actuales. Si se toma verdadera conciencia de este dato, la exigencia pasa no solo por algunos “lifting” que “estirarían” el problema, sino por una toma de posición sobre algunos conceptos tradicionales y articuladores, que necesitan ser sometidos a un riguroso discernimiento, bajo la luz y el juicio de la palabra de Dios (Jesús y su Evangelio), con reformulaciones y dinámicas profundas, capaces de desechar aquellas formas, conceptos y costumbres, cuando se las considera “caducas”, porque han demostrado ser “nocivas” e “insalubres”.
En mayo de 2018, Francisco en su carta a los obispos de Chile, hizo un llamado de atención: “debemos reconocer que se realizaron diversas acciones para tratar de reparar el daño y el sufrimiento ocasionados, pero tenemos que ser conscientes de que el camino seguido no ha servido de mucho para sanar y curar. Quizás por querer dar vuelta la página demasiado rápido y no asumir las insondables ramificaciones de este mal”, (Francisco, “Las cartas de la tribulación”, p. 129).
Es evidente que estamos asistiendo a un hecho que puede valorarse como novedoso, tanto por su magnitud y relevancia, como por la incidencia que tiene en temas nucleares que hacen a la autoconcepción de la Iglesia, su estructuración, los vínculos que articulan las relaciones entre sus miembros y la sociedad.
La teología como “ciencia y sabiduría de la fe”, tiene “hoy” respecto a la comprensión de la Iglesia, la oportunidad de integrar las voces de las “víctimas”, si quiere romper con el “blindaje doctrinal” que ha servido para instalar y ocultar la “cultura del abuso”. El papa Francisco en 2015, con motivo de los 50 años de la institución del sínodo de los obispos, habló de comprender a la Iglesia como “pirámide invertidad”, en clara alusión al “lugar” que ocupa el ministerio ordenado.
La imagen es elocuente, pues quiebra en el imaginario popular la idea de que el sacerdote se “acredita socialmente” por el hecho de su “consagración”, ubicándolo en la cúspide entre otros actores. Las credenciales no pueden ser las que le otorga el “poder de consagrar, absolver y dirigir” en el pueblo de Dios. La eclesiología con la crisis de los abusos, está invitada a una cita impostergable, que es la de revisar a fondo la “teología del ministerio ordenado” entre otros tantos temas. Los abusos sexuales, de conciencia y de poder han sido “alimentados” durante siglos por una teología, donde el sacerdote por el solo hecho de ocupar un lugar distinto en la asamblea litúrgica y realizar acciones que otros bautizados no pueden, lo han encaramado en un halo de poder incuestionable, que lo alejaron del Jesús siervo y servidor, y lo pusieron del lado del servido, privilegiado, protegido e indiscutido.
Esta “patología teológica” posee múltiples afluentes históricos y una amplísima gama de consecuencias negativas y trágicas que no podemos analizar aquí (puede verse: Hervé Legrand, “Abus sexuels et cléricalisme”, Études, abril [2019], pp. 81-92). Pero si algo debe quedar claro, es que la cooperación que puede brindar la teología a esta cuestión, -entre otras- es la de llevar a fondo un proceso de “desacerdotalización” del ministerio ordenado. Esto es, liberarlo del “estatus” eclesiástico (“clericalismo”), lugar en que fue puesto durante siglos por una cultura del “constantinismo”, donde la figura del sacerdote se definía como “separado”, “hombre de Dios” y para las cosas de Dios, sin controles externos a la institución eclesial. Aquello de que “somos nosotros pero siempre detrás del sacerdote, los que vamos hacia Dios”, (P. Claudel), debe ser “desechado”, por contrario a la forma evangélica, única matriz donde debe comprenderse su lugar en la Iglesia y en la sociedad.
Bien lo ha expresado el historiador y teólogo estadounidense John O’Malley, “el poder corrompe, parafraseando a Lord Acton, y el poder eclesiástico corrompe eclesiásticamente”, (J. O’Malley, “The Scandal: A Historian’s Perspective”, America (May 27, 2002), [en línea]: https://www.americamagazine.org/issue/374/article/scandal-historians-perspective.
En un notable artículo el teólogo alemán Hans Zollner SJ., titulado “Mi madre la Iglesia, me ha abandonado”, señala: “hay que reconocer que la manera de entender y vivir el sacerdocio en la Iglesia católica contribuye significativamente al problema de los abusos. Todavía hoy se les llega a considerar como ‘enviados de Dios’ a los que ha tocado en suerte, autoridad y plenos poderes de gestión, derivados más o menos de Dios” (Hans Zollner, “Ma mère, l’Église, m’a abandonné”, Geist und Leben n° 89, [2017], pp. 161-175, 170). En esa línea se orienta el Informe Australiano: “El sacerdote no es solo un ministro de los sacramentos, ni siquiera un instrumento de la obra de Cristo, actúa “in persona Christi”, siendo su imagen y representante terreno” (Cf. https://www.childabuseroyalcommission.gov.au/nature-and-cause).
Esta constatación, viniendo de la mirada que otras ciencias tienen sobre el rol del sacerdote en la sociedad y el rango de investidura pública gestado a lo largo de los siglos, da cuenta, que el ministerio ordenado ha ocupado históricamente un lugar “liberado” de controles externos a la misma institución que los “gesta” y “sostiene”. Los abusos en el ámbito eclesial tienen el agravante de darse en el marco de relaciones donde quien abusa está en representación de Dios o “más cerca de Dios” en el imaginario colectivo. Este es un hecho esencial del cual aún hay escasa conciencia (Cf. María Paz Ábalos, “¿Servir al poder o servirse de él? La íntima relación entre abuso de poder y abuso sexual”, en Carolina del Río M., “Vergüenza. Abusos en la Iglesia Católica”, Santiago de Chile, Uah/Ediciones, 2020, p. 131).
Una mirada hacia atrás con hechos concretos, puede clarificar lo que intentamos esbozar. Esta imagen “romantizada e idealizada” del sacerdote, se ve gráficamente ilustrada en la siguiente cita del papa Benedicto XVI, en junio de 2009, con motivo de la convocación al año sacerdotal. Citando al cura de Ars, Benedicto escribe:
“¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría…Dios le obedece, pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia…”. Explicando a sus fieles la importancia de los sacramentos decía: “Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote…¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo solo lo entenderá el cielo” (Cf. https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/letters/2009/documents/hf_ben-xvi_let_20090616_anno-sacerdotale.html).
Dejo de lado la pregunta y el análisis sobre el por qué de esta “inapropiada” cita que levanta sospecha sobre el “discernimiento teológico” a la hora de convocar “autoridades” al magisterio. Llama asimismo la atención que un teólogo de fuste como Ratzinger/Benedicto XVI, se haya permitido “ilustrar” sobre “qué es ser sacerdote”, con un texto que dista “años luz” de la reformulación que sobre el ministerio ordenado hizo el Vaticano II. La misma discutible perspicacia para analizar las “causas” de los abusos, quedó de manifiesto en un documento de 18 páginas que lleva por título “La Iglesia y los abusos sexuales”, publicado en una revista dedicada al clero católico de Baviera en 2019, donde el entonces papa emérito culpaba de los abusos sexuales en la Iglesia a la revolución iniciada en el “mayo francés de 1968”, dejando de lado los problemas sistémicos que la institución eclesial ha ignorado a la hora de afrontar las raíces de la crisis provocada por la pederastia clerical (Cf. Benedikt XVI, “Die Kirche und sexueller Missbrauch, https://www.klerusverband.bayern/klerusblatt).
Con todo, digamos que estos “enfoques” han abonado una imagen popular eclesial que elude la problemática, a la vez que potencia el “clericalismo” de los laicos, tan nocivo como el de los clérigos. No sorprende entonces, que esta imaginación religiosa, esta manera específica de concebir el sacerdocio, redunde en un agudo clericalismo en que se acentúa el carácter sacro-superior del mundo religioso por sobre todo el mundo laico-profano, y que esta visión sea aceptada por los fieles laicos/as, como normal, según ciertos parámetros de la fe eclesial. Es importante enfatizar que esta sensación de superioridad y “entitlement” del clero, aunque pueda darse de forma potenciada cuando existan características de personalidad individuales de tipo narcisista, se encuentran constantemente reforzadas por la naturaleza de la estructura organizacional elitista y de tipo monárquico de la Iglesia católica (Cf. Camilo Barrionuevo Durán, “Una Iglesia devorada por su propia sombra. Hacia una comprensión integral de la crisis de los abusos sexuales en la Iglesia católica”, Santiago de Chile, Uah/Ediciones, 2021, pp. 136-137).
La eclesiología tiene una oportunidad “histórica” a la hora de revisar aquellos temas que han servido directa o indirectamente para sostener durante años esta cultura del abuso y del encubrimiento, propiciando una verdadera catástrofe institucional y un daño no fácil de reparar en las “víctimas”. Será necesario “instalar” el tema en todos los niveles de la vida de la Iglesia, abriendo caminos a una renovada propuesta eclesiológica, que contrareste acentos desmesurados e indebidos sobre múltiples cuestiones que no han merecido un debido discernimiento teológico-pastoral, favoreciendo dinámicas nocivas que han socavado la fe de los pequeños y sencillos. Estas dinámicas evidencian una “eclesiocentralización”, un comportamiento institucional que patologiza la acción pastoral, y que podría denominarse “eclesiopatía” en cuanto fomenta un ambiente regresivo en el sacerdocio ministerial. Con este término, no se pretende sostener que la Iglesia está enferma, sino evidenciar que existen dinámicas que, en nuestro ambiente eclesial, pueden patologizar la centralidad del Evangelio (Cf. Daniel Trevizo, “Abusos y sacerdocio”, Teología y vida, 63/3 [2022], p. 429).
En definitiva, en el centro debe estar “no la institución y su apología”, sino “las víctimas como locus theologicus”, como señala el teólogo chileno Jorge Costadoat SJ. En este sentido, expresa: “las víctimas, en virtud de la víctima Jesús, tienen un valor teológico doble: por una parte, revelan quién es Dios y cómo salva, y por otra, cierran el camino a formas de espiritualidades inauténticas (intimistas o masoquistas), a la vez que abren a un seguimiento de Cristo solidario con los abusados, silenciados y olvidados” (Jorge Costadoat, “El grito de Jesús, solidario con las víctimas”, en “Vergüenza”, op. cit. p. 85).
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