El secuestro en 2014
Los ojos del padre Jallouf revelan el sufrimiento del pueblo sirio, delatan el temor a un destino oscuro, pero también irradian la luz de una esperanza cierta, fundada en Cristo. "El Señor siempre ha estado con nosotros, nunca nos ha traicionado. Ni siquiera cuando me secuestraron", dice, recordando el secuestro por milicianos en 2014. "Querían obligarme a convertirme, pero el Señor me dio la fuerza y el valor para dar testimonio de la fe cristiana".
Vivir la fe con restricciones
Sin dinero, sin defensa, los cristianos de estas tierras viven una vida cotidiana muy condicionada. "Nuestro testimonio es la vida, la gente con la que convivimos sabe que somos reales, sinceros y de buen comportamiento. Llevamos adelante las cosas, pero hay muchas dificultades". Por ejemplo, explica el fraile, "estamos obligados a vivir y dar testimonio de nuestra fe sólo dentro de las iglesias. Fuera, todos nuestros símbolos religiosos han sido cancelados, no podemos tocar las campanas, no podemos llevar el hábito franciscano, las mujeres tienen que cubrirse. El contexto es muy difícil".
"Pero a pesar de estas restricciones", continúa Jallouf con una sonrisa, "nuestra fe crece. Cuanto más aprietan, más nos expandimos. Incluso en Navidad podemos celebrar nuestras eucaristías, novenas o montar el belén dentro de la iglesia, pero fuera o dentro de las casas está prohibido incluso tener un árbol de Navidad".
Navidad
La esperanza del franciscano es que llegue pronto un día de paz en el que vivir plenamente la Navidad. Para reforzarle en este sentimiento llegó como un regalo inesperado el encuentro en días pasados con el Papa Francisco con motivo de la entrega de la "Flor de Gratitud", promovida por el Dicasterio para el Servicio de la Caridad, símbolo del amor que sostiene el mundo y homenaje a la Madre Teresa de Calcuta.
"Este reconocimiento es una alegría después de tanto sufrimiento para mi pueblo y mi gente. Recibir la flor representó para mí y para nuestro pueblo un rayo de esperanza y alegría. Cuando me llamó el cardenal Mario Zenari, nuestro nuncio, me dijo: 'El Santo Padre quiere premiarte. Le respondí: "No soy digno". "Ven a ver", me dijo. Así que pensé: hagamos como San Pablo cuando entró en Damasco y le dijeron 'Entra y allí sabrás lo que tienes que hacer'. Tardamos tres días y tres noches en llegar a Alepo".
El aliento del Papa
El franciscano también tuvo la oportunidad de hablar personalmente con el Papa: "Expresó su cercanía a nuestro pueblo, junto con el deseo de que esta guerra termine y se alcance pronto una paz verdadera y segura, justicia y alivio para nuestro pueblo".