"Los hombres de Dios son quienes han aprendido a mirar, confiar, descubrir y dejarse guiar por la fuerza de la resurrección” El Papa invita a los católicos búlgaros a "tener un oído en el Evangelio y el otro en el corazón de vuestro pueblo"

El Papa, a su entrada a la parroquia para su encuentro con la comunidad católica búlgara
El Papa, a su entrada a la parroquia para su encuentro con la comunidad católica búlgara

“Quien ama no pierde el tiempo en lamentarse, sino que siempre ve lo que puede hacer en concreto”

“Para tener la mirada de Dios, necesitamos de los demás, necesitamos que nos enseñen a mirar y a sentir cómo mira y siente Jesús”

"Los pesimistas arruinan todo: nunca hacen nada bueno, echan vinagre sobre la torta. En cambio, el amor abre las puertas (...) El Señor es un optimista increíble"

“No os canséis de ser una Iglesia que siga engendrando, en medio de las contradicciones, dolores, pobrezas, a los hijos que esta tierra necesita hoy en los inicios del siglo XXI, teniendo un oído en el Evangelio y el otro en el corazón de vuestro pueblo”. El Papa Francisco quiso encontrarse con la minoría católica de Bulgaria, en una intensa y emotiva reunión en la iglesia de San Michele Arcangelo en Rakovsky.

Un encuentro en el que el recuerdo de Juan XXIII y su sueño, que cristalizó en el Concilio Vaticano II, estuvieron muy presentes. Desde los testimonios de la religiosa, el sacerdote o un matrimonio, a las palabras del obispo de Sofía, monseñor Iovcev, Bergoglio supo que encontraba en Bulgaria “al santo Pueblo de Dios con sus mil rostros y carismas”. No en vano, este templo acoge algunas reliquias del Papa.

Ver con los ojos de la fe

El prelado de Sofía había pedido al Papa que ayudara a los católicos a “ver con ojos de fe y de amor”. Una mirada que ya tuvo Juan XXIII. “Ver con los ojos de la fe”, señaló Francisco, citando al Papa bueno, y recordando cómo “supo sintonizar su corazón con el del Señor de tal manera que decía que no estaba de acuerdo con aquellos que sólo veían el mal a su alrededor y los llamó profetas de calamidades”.

"Los pesimistas arruinan todo: nunca hacen nada bueno, echan vinagre sobre la torta. En cambio, el amor abre las puertas (...) El Señor es un optimista increíble"

“Para él, había que confiar en la Providencia, que nos acompaña continuamente y, en medio de las adversidades, es capaz de darle cumplimiento a planes superiores e inesperados”, recordó Bergoglio, quien insistió en que “los hombres de Dios son quienes han aprendido a mirar, confiar, descubrir y dejarse guiar por la fuerza de la resurrección”, dijo, rodeado de un grupo de jóvenes y familias, junto al altar de la pequeña parroquia.

No quedarse de brazos cruzados

Hombres y mujeres que “reconocen, sí, que existen momentos o situaciones dolorosas y especialmente injustas, pero no se quedan de brazos cruzados, acobardados o, lo que sería peor, creando ambientes de incredulidad, malestar o desazón, ya que eso sólo termina por enfermar el alma, dañar la esperanza e impedir toda posible solución”.

“Los hombres y mujeres de Dios son los que se animan a dar el primer paso y buscan creativamente ponerse en la primera línea, testimoniando que el Amor no está muerto, sino que ha vencido todos los obstáculos. Se la juegan, porque aprenden que, en Jesús, Dios mismo se la jugó. Puso su carne en juego para que nadie pueda sentirse solo o abandonado”

, clamó ante la comunidad católica. Ése es el camino a seguir.

El Papa confesó ante la comunidad católica las emociones sentidas durante su visita al campo de refugiados de Vrazhedebna, y las palabras de los voluntarios de Cáritas. “Para amar a alguien no hay necesidad de exigir o pedirle un curriculum vitae; el amor “primerea”, se adelanta. Porque es gratuito”, aclaró el Papa.

No poner etiquetas

“Ver con los ojos de la fe es la invitación a no ir por la vida poniendo etiquetas, clasificando qué persona es digna o no de amor, sino tratar de crear las condiciones para que toda persona pueda sentirse amada”, señaló Bergoglio. “Quien ama no pierde el tiempo en lamentarse, sino que siempre ve lo que puede hacer en concreto”.

Pero, “para tener la mirada de Dios, necesitamos de los demás, necesitamos que nos enseñen a mirar y a sentir cómo mira y siente Jesús”, tal y como señalaron, minutos antes, Mitko y Miroslava, el matrimonio que dio su testimonio junto al pequeño Bilyana. “Ellos nos decían -subrayó Francisco- que para ellos la parroquia fue siempre su segunda casa”, un lugar de cruce de caminos y donde se convive. “Por eso es necesario velar para que la rabia, el rencor o la amargura nunca se apoderen del corazón. Y en eso nos tenemos que ayudar, cuidarnos unos a otros para que no se apague la llama que el Espíritu derramó en nuestro corazón”.

El sacerdote y su pueblo

Algo que también debe saber hacer la comunidad, y sus pastores. “El Pueblo de Dios agradece a su pastor y el pastor reconoce que aprende a ser creyente con la ayuda de su pueblo, de su familia y en medio de ellos”, recordó. “El sacerdote sin su pueblo pierde identidad y el pueblo sin sus pastores puede fragmentarse”. Enriquecerse mutuamente para crecer juntos. Como hizo el sacerdote que ofreció su testimonio, y que durante años fue párroco de esa misma parroquia, y al que todos recibieron como un aplauso para un hermano más de la familia de Rakovsky.

“Un hogar entre los hogares, abierto para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas”, apuntó el Papa, recordando el testimonio de la hermana Maria Evrozia.

En este sentido, el Papa anunció a los católicos búlgaros que “tengo un 'trabajito' para vosotros”. Recordando el estilo de los santos Cirilo y Metodio, “hombres santos y visionarios” que “tuvieron la certeza de que la manera más auténtica para hablar con Dios era hacerlo en la propia lengua”.

Eso supone la necesidad, anunció el Papa, de “ser una casa de puertas abiertas”, para “animarse a ser audaces y creativos para preguntarse cómo se puede traducir de manera concreta a las generaciones más jóvenes el amor que Dios nos tiene”.

Esto implica, concluyó, “una mayor imaginación en nuestras acciones pastorales para buscar la manera de llegar a su corazón”, especialmente en el caso de aquellos “obligados a dejar su tierra, su patria, su hogar”.

"No tengamos miedo a asumir nuevos desafíos, siempre que busquemos por todos los medios que nuestro pueblo no sea privado de la luz y el consuelo que nace de la amistad con Jesucristo”, con creatividad, “para traducir el amor de Dios en cada momento de la historia”

, finalizó.

Discurso del Papa 

Queridos hermanos y hermanas:

Buenas tardes. Os agradezco vuestra calurosa acogida, vuestras danzas y testimonios. Siempre es motivo de alegría poder encontrar al santo Pueblo de Dios con sus mil rostros y carismas.

Mons. Iovcev me ha pedido que os ayude a “ver con ojos de fe y de amor”. Ante todo, quisiera agradeceros porque me habéis ayudado a ver mejor y a comprender un poco más por qué esta tierra fue tan querida y significativa para Juan XXIII, donde el Señor iba preparando lo que sería un paso importante en nuestro caminar eclesial. Entre vosotros surgió una fuerte amistad con los hermanos ortodoxos que lo impulsó por un camino capaz de generar la tan ansiada y frágil fraternidad entre las personas y las comunidades.

Ver con los ojos de la fe. Quiero recordar las palabras del “Papa bueno”, que supo sintonizar su corazón con el del Señor de tal manera que decía que no estaba de acuerdo con aquellos que sólo veían el mal a su alrededor y los llamó profetas de calamidades. Para él, había que confiar en la Providencia, que nos acompaña continuamente y, en medio de las adversidades, es capaz de darle cumplimiento a planes superiores e inesperados (cf. Discurso de apertura del Concilio Vaticano II, 11 octubre 1962).

Los hombres de Dios son quienes han aprendido a mirar, confiar, descubrir y dejarse guiar por la fuerza de la resurrección. Reconocen, sí, que existen momentos o situaciones dolorosas y especialmente injustas, pero no se quedan de brazos cruzados, acobardados o, lo que sería peor, creando ambientes de incredulidad, malestar o desazón, ya que eso sólo termina por enfermar el alma, dañar la esperanza e impedir toda posible solución. Los hombres y mujeres de Dios son los que se animan a dar el primer paso y buscan creativamente ponerse en la primera línea, testimoniando que el Amor no está muerto, sino que ha vencido todos los obstáculos. Se la juegan, porque aprenden que, en Jesús, Dios mismo se la jugó. Puso su carne en juego para que nadie pueda sentirse solo o abandonado.

En este sentido, quiero compartir con vosotros una experiencia reciente. Esta mañana, en el Campo de Refugiados de Vrazhedebna, tuve la alegría de reunirme con refugiados y personas acogidas de varios países del mundo que buscan un contexto de vida mejor que el que dejaron, y también con voluntarios de Cáritas. Allí me dijeron que el corazón del Centro nace de la conciencia de que toda persona es hija de Dios, independientemente de su etnia o confesión religiosa. Para amar a alguien no hay necesidad de exigir o pedirle un curriculum vitae; el amor “primerea”, se adelanta. Porque es gratuito. En este centro de Cáritas son muchos los cristianos que aprendieron a ver con los mismos ojos del Señor, que no se detiene en adjetivos, sino que busca y espera a cada uno con ojos de Padre. Ver con los ojos de la fe es la invitación a no ir por la vida poniendo etiquetas, clasificando qué persona es digna o no de amor, sino tratar de crear las condiciones para que toda persona pueda sentirse amada, especialmente aquellas que se sienten olvidadas de Dios porque son olvidadas de sus hermanos. Quien ama no pierde el tiempo en lamentarse, sino que siempre ve lo que puede hacer en concreto. En este centro habéis aprendido a ver los problemas, a reconocerlos, a mirarlos de frente, os dejáis interpelar y buscáis discernir con los ojos del Señor. Como dijo el papa Juan: «No he conocido nunca a un pesimista que haya terminado algo bueno». El Señor es el primero en no ser pesimista y continuamente está buscando abrir caminos de Resurrección para todos nosotros. Qué lindas son nuestras comunidades cuando se convierten en talleres de esperanza.

Pero para tener la mirada de Dios, necesitamos de los demás, necesitamos que nos enseñen a mirar y a sentir cómo mira y siente Jesús; que nuestro corazón pueda palpitar con sus mismos sentimientos. Por eso me gustó cuando Mitko y Miroslava, con su pequeño angelito Bilyana, nos decían que para ellos la parroquia fue siempre su segunda casa. Lugar donde siempre encuentran, mediante la oración común y la ayuda de las personas queridas, la fuerza para seguir adelante.

El Papa, con la comunidad católica búlgara

Así, la parroquia se transforma en una casa en medio de todas las casas y es capaz de hacer presente al Señor allí donde cada familia, cada persona busca cotidianamente ganarse el pan. Allí, en el cruce de los caminos, está el Señor, que no quiso salvarnos por decreto, sino que entró y quiere entrar en lo más recóndito de nuestros hogares y decirnos, como dijo a sus discípulos: «¡La paz esté con vosotros!».

Me alegra saber que os parece acertada esa “máxima” que me gusta compartir con los matrimonios: «Nunca ir a la cama enfadados, ni siquiera una noche» —y, por lo que veo, os da resultado—. Una máxima que puede servir también para todos nosotros, cristianos. Es cierto que, como vosotros también habéis contado, uno pasa por distintas pruebas, por eso es necesario velar para que la rabia, el rencor o la amargura nunca se apoderen del corazón. Y en eso nos tenemos que ayudar, cuidarnos unos a otros para que no se apague la llama que el Espíritu derramó en nuestro corazón.

Vosotros reconocéis y agradecéis que vuestros sacerdotes y religiosas se ocupen de vosotros. Pero cuando os escuchaba me llamó la atención ese sacerdote que compartía, no lo bien que lo ha hecho en estos años de ministerio, sino que ha hablado de las personas que Dios ha puesto a su lado para ayudarlo a ser un buen ministro de Dios.

El Pueblo de Dios agradece a su pastor y el pastor reconoce que aprende a ser creyente con la ayuda de su pueblo, de su familia y en medio de ellos. Una comunidad viva que sostiene, acompaña, complementa y enriquece. Nunca separados, sino juntos, cada uno aprende a ser signo y bendición de Dios para los demás. El sacerdote sin su pueblo pierde identidad y el pueblo sin sus pastores puede fragmentarse. La unidad del pastor que sostiene y lucha por su pueblo, y el pueblo que sostiene y lucha por su pastor. Cada uno dedica su vida a los demás. Nadie puede vivir para sí, vivimos para los demás. Es el pueblo sacerdotal el que, junto al sacerdote, puede decir: «Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros». Así aprendemos a ser una Iglesia-hogar-comunidad que acoge, escucha, acompaña, se preocupa de los demás revelando su verdadero rostro, que es rostro de madre. Iglesia-madre que vive y hace suyo el problema de los hijos, no ofreciendo respuestas confeccionadas sino buscando juntos caminos de vida, de reconciliación; buscando hacer presente el Reino de Dios. Iglesia-hogar-comunidad que afronta las cuestiones importantes de la vida, que a menudo son grandes madejas de hilo, y antes de desenredarlas las hace suyas, las acoge en sus manos y las ama.

Un hogar entre los hogares, abierto –como nos decía la hermana– para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas.

En este sentido, tengo un “trabajito” para vosotros. Vosotros sois hijos en la fe de dos grandes testigos que fueron capaces de testimoniar con su vida el amor del Señor en estas tierras. Los hermanos Cirilo y Metodio, hombres santos y visionarios, tuvieron la certeza de que la manera más auténtica para hablar con Dios era hacerlo en la propia lengua. Eso les dio la audacia de animarse a traducir la Biblia para que nadie pudiera quedar privado de la Palabra que da vida.

Ser una casa de puertas abiertas, siguiendo las huellas de Cirilo y Metodio, implica también hoy animarse a ser audaces y creativos para preguntarse cómo se puede traducir de manera concreta a las generaciones más jóvenes el amor que Dios nos tiene. Sabemos y experimentamos que «los jóvenes, en las estructuras habituales, muchas veces no encuentran respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas» (Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 202). Esto nos pide una mayor imaginación en nuestras acciones pastorales para buscar la manera de llegar a su corazón, conocer sus búsquedas y alentar sus sueños como comunidad-hogar que sostiene, acompaña e invita a mirar el futuro con esperanza. Una tentación grande que enfrentan las nuevas generaciones es la falta de raíces que los sostenga y esto los lleva al desarraigo y a una gran soledad. Nuestros jóvenes, cuando se sienten llamados a desplegar todo el potencial que poseen, muchas veces quedan a mitad de camino por las frustraciones o las desilusiones que experimentan, ya que no poseen raíces donde apoyarse para mirar adelante (cf. ibíd., 179-186). Y eso aumenta cuando se ven obligados a dejar su tierra, su patria, su hogar.

No tengamos miedo a asumir nuevos desafíos, siempre que busquemos por todos los medios que nuestro pueblo no sea privado de la luz y el consuelo que nace de la amistad con Jesucristo, de una comunidad de fe que lo contenga y de un horizonte siempre desafiante y renovador que le dé sentido y vida (cf. Exhort. apost. Evangelii gautium, 49). No nos olvidemos que las páginas más hermosas de la Iglesia fueron escritas cuando el Pueblo de Dios se ponía en camino creativamente, para buscar traducir el amor de Dios en cada momento de la historia, con los desafíos que se iban encontrando. Es lindo saber que contáis con una gran historia vivida, pero es más hermoso saber que a vosotros se os confió escribir lo que vendrá. No os canséis de ser una Iglesia que siga engendrando, en medio de las contradicciones, dolores, pobrezas, a los hijos que esta tierra necesita hoy en los inicios del s. XXI, teniendo un oído en el Evangelio y el otro en el corazón de vuestro pueblo.

Os doy las gracias por este hermoso encuentro y pensando en el papa Juan, quisiera que la bendición que os doy ahora sea una caricia del Señor para cada uno de vosotros.

Etiquetas

Volver arriba