“Las ascuas de un Dios que hace arder la historia”, del jesuita Victoriano Castillo ¿Cómo está pasando Dios por esta realidad dramática?
Después de la pandemia ¿será que vamos y queremos volver a la “normalidad” anterior? ¿O queremos “volver” a una vida distinta? Son algunas de las preguntas que busca responder esta reflexión sobre la actual pandemia del coronavirus
"Dios está pasando en los pobres que se amontonan en las aceras de las calles"
El jesuita propone terminar con este modo de ser Iglesia que mira como “normal” el machismo y el patriarcado, que no se apea de su poder clericalista
El jesuita propone terminar con este modo de ser Iglesia que mira como “normal” el machismo y el patriarcado, que no se apea de su poder clericalista
| Renato Martínez
(Vatican News).- “Las ascuas de un Dios que hace arder la historia”, es el título del artículo publicado en la cuarta edición de la revista “Aurora: Voces jesuitas sobre la pandemia”, publicación digital de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina y El Caribe (CPAL), y escrito por el sacerdote jesuita Victoriano Castillo, Coordinador del Sector Indígena de la Provincia Jesuita Centroamericana y Asesor de la Asociación Qajb´al Q´ij, en el que busca responder a la pregunta de cómo está pasando Dios por esta realidad y la esperanza que despunta para los pueblos originarios de América.
El artículo comienza señalando que en los pueblos originarios existe “la fuerza que nace en este día – Aq’ab’al (aurora) – y nos da la capacidad de vencer las situaciones confusas, ambiguas, oscuras”. Esta es la premisa para poder hablar del paso de Dios por esta realidad, una realidad marcada por la pandemia del coronavirus.
El autor del texto recordó lo que le dijo alguna vez Ignacio Ellacuría: que “con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. De la misma manera, ve que esto sucede ahora en este tiempo de pandemia: “Dios está pasando por el mundo… Dios está pasando en este mundo de una manera más patente en las víctimas de esta pandemia que no tienen la posibilidad de escapar de ella, por la pobreza, por las condiciones sanitarias y de hacinamiento en las que luchan por vivir. Dios está intubado en las camas de los hospitales agonizando y sin esperanza de sobrevivir. Dios está pasando en los pobres que se amontonan en las aceras de las calles con sus banderas blancas pidiendo comida. Dios está pasando en el personal sanitario que muestra su generosidad aún bajo el alto riesgo de ser contagiado. En fin, Dios está pasando por la vida de cada una y cada uno de nosotros en la desesperación de un confinamiento que parece no tener fin”.
Terminar con el mundo de la “normalidad”
Otro aspecto importante que afronta el sacerdote jesuita en el artículo es la idea “de que esta pandemia es un presagio del fin del mundo”, pero no en sentido trágico de fin de la historia, sino en sentido apocalíptico, como el anuncio de cambios radicales para construir un mundo nuevo y terminar con la llamada “normalidad”. Haciendo una lista de lo que el mundo hasta ahora ha visto como “normal”, el padre Victoriano Castillo propone terminar con este mundo que ve con “normalidad” la discriminación racial, la depredación y la contaminación de la naturaleza a costa de la vida de los pueblos indígenas que la preservan, la corrupción y la impunidad de los gobernantes, las agresiones y los linchamientos de personas y comunidades, que excluye, utiliza como objeto y mata a las mujeres, que comercia con los seres humanos y piensa que es “normal” la trata de personas, la migración, la explotación laboral de los niños.
El padre Victoriano Castillo propone terminar con este mundo que ve con “normalidad” la discriminación racial, la depredación y la contaminación de la naturaleza a costa de la vida de los pueblos indígenas que la preservan, la corrupción y la impunidad de los gobernantes, las agresiones y los linchamientos de personas y comunidades, que excluye, utiliza como objeto y mata a las mujeres, que comercia con los seres humanos
Terminar con un mundo que nos hace sentir “anormales”, cuando no tenemos el aparato con la tecnología más avanzada o los artículos de moda, por más superfluos e innecesarios que estos sean. Y también, propone terminar con este modo de ser Iglesia que mira como “normal” el machismo y el patriarcado, que no se apea de su poder clericalista y condena la práctica espiritual de los pueblos originarios, tildándola de superstición, brujería e idolatría.
El paso de Dios por esta realidad y en este tiempo, para el sacerdote jesuita tiene que ver con la pregunta: ¿Será que vamos y queremos volver a la “normalidad” anterior? ¿O queremos “volver” a una vida distinta? Y aquí surge el mayor miedo de que volvamos a esa “normalidad” tan aplazada, a esa norma, ley o regla. Para los pueblos indígenas la ley o la norma no son preceptos impuestos desde arriba, desde una autoridad, sino que son modos de vida que surgen de la necesidad de mantener el bien común, el buen vivir, y que se convierten en una práctica comunitaria de la cual todos son responsables. Y utilizando la imagen del fuego en el hogar, de cómo los pueblos amazónicos a través de los leños mantienen vivas las brasas, que arde sin dar llama, explica que esto es lo más íntimo de la persona humana y de la comunidad que está latente y que hay que avivar para que encienda y de calor y energía.
El artículo muestra la cercanía y conocimiento del padre Castillo con los pueblos indígenas, quienes nos enseñan que la normalidad a la que debemos regresar no es para persistir en destruirnos como humanidad. Debemos buscar los valores más profundos y valiosos que permanecen como las ascuas de nuestro hogar. Hay que soplar en la misma dirección del Espíritu que sigue soplando en estos pueblos que estuvieron desde siempre en estas tierras. Ahí, en esas pequeñas chispas de humanidad, está nuestro futuro. Tal vez haya gente que crea que ya se apagó la esperanza de volver a encender el fuego. Pero no, ahí en cada uno y cada una de nosotros encontraremos las ascuas, que ayudarán a reavivar la esperanza y las energías, para recomponer otro mundo nuevo.
Apostar por una alianza entre la humanidad y el ambiente
Para recomponer este mundo nuevo, señala el sacerdote jesuita, debemos aprender a reconocer que somos parte de la creación y que todo tiene un lenguaje y una manera de comunicarse, que debemos aprender a escuchar a la Madre Tierra porque ella nos comunica la ternura de Dios. Debemos aprender que aún las cosas aparentemente insignificantes nos pueden enseñar la sabiduría de la creación. Y como nos dice el Papa Francisco, en la Encíclica Laudato si’, debemos apostar por otro estilo de vida que implica una conversión ecológica y una educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente.
Nuestra salida del confinamiento nos debe llevar a una propuesta ascética capaz de movilizar un nuevo modo de vida, que rescate lo más precioso de la espiritualidad de nuestros pueblos para que, con la ternura de las mujeres y los niños, nos sintamos convocados, y no haya ni uno ni dos que se queden atrás en la defensa de nuestra casa común. No debemos permitir que volvamos a la pasividad, porque la creación está en constante cambio y nos enseña a ser inclusivos. Todos los seres de la creación nos cuidan y nos protegen, pero también la creación siente nuestra acción y, como dice el Papa Francisco: “Dios perdona siempre, los seres humanos algunas veces, ¡pero la naturaleza nunca!”
El artículo concluye señalando que, todavía hay mucho que hacer para que la nueva normalidad no sea una vuelta a una vida sin sentido. Todavía hay mucho que hacer y una buena parte de ese “qué hacer” lo encontraremos en los pueblos originarios que son un referente para nosotros, porque ellos siguen siendo fieles a su identidad cultural y a su espiritualidad. Todavía estamos a tiempo de que este mundo consumista e individualista, que proclama el neoliberalismo y del que todos somos cómplices, no acabe por borrarnos de este planeta. “El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (LS 13).