El arzobispo de de Liechtenstein de Vaduz 'borra' a su diócesis del Sínodo La “pereza sinodal” de monseñor Wolfgang Haas

Mons. W. Haas
Mons. W. Haas

"Conocido por sus posicionamientos conservadores, cerrada al diálogo y muy cercana al Opus Dei"

“Nuestra pequeña archidiócesis puede abstenerse de implementar un procedimiento tan complejo y, a veces, incluso, complicado, que, entre nosotros, corre el riesgo de ser utilizado ideológicamente”

"Coherente con un pasado beligerante hacia todo lo que sea una recepción creativa del Vaticano II, no ha tenido mayores problemas en 'tirarse al monte'"

"La verdad es que, con su trayectoria, lo sorprendente hubiera sido haber abierto un proceso sinodal"

"Le quedaba la posibilidad de haber hecho uno de “aliño” (como así se va a proceder en muchas otras diócesis presididas por obispos de un perfil parecido al de mons. Haas)"

Según se puede leer en la página web de la archidiócesis de Liechtenstein de Vaduz, esta iglesia local no participará -por decisión de su obispo, mons. Wolfgang Haas- en el proceso sinodal mundial.

Entiendo, ha declarado, que “nuestra pequeña archidiócesis puede abstenerse de implementar un procedimiento tan complejo y, a veces, incluso, complicado, que, entre nosotros, corre el riesgo de ser utilizado ideológicamente”. Y, aportando argumentos para tal decisión, señala que las estrechas relaciones existentes en las parroquias permiten un contacto, rápido y sin mayores complicaciones, entre los responsables pastorales y el laicado. Por eso, quienes así lo deseen pueden dialogar entre sí, escucharse unos a otros, interactuar de manera responsable y presentar las sugerencias, deseos e ideas que estimen oportunos.

Cuentan para ello con los diferentes consejos eclesiales, además de con las relaciones personales. Y si entendieran que eso no es suficiente, pueden contactar directamente con el arzobispo o con la vicaría general. Y concluye indicando que, según el Vademécum o manual sobre el proceso sinodal, al obispo compete escuchar, sin entrar “en grandes discusiones y largos debates”.

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La verdad es que, si se tiene presente el perfil por el que fue elegido obispo y su posterior trayectoria en la diócesis de Coira (Suiza), no sorprende mucho esta decisión ni la argumentación en la que intenta fundarla; tal y como he recordado antes de ahora. Quizá lo que llama la atención es que -coherente con un pasado beligerante hacia todo lo que sea una recepción creativa del Vaticano II- no ha tenido mayores problemas en “tirarse al monte” y, de esta manera, ahorrarse poner en marcha un proceso sinodal que, en su caso, tenía todos los boletos para acabar siendo “de aliño”.

Un obispo impuesto

La diócesis de Coira (Suiza) es una de las treinta centroeuropeas que han logrado mantener el multisecular derecho a ser consultadas para el nombramiento de un nuevo obispo. En este caso, la Santa Sede presenta una terna de candidatos de entre los que el cabildo catedralicio elige uno. El procedimiento fue aprobado por León XII y renegociado en 1948 (decreto “Etsi salva”).

Sin embargo, es un procedimiento que no siempre ha sido respetado por el Vaticano; en particular, durante el papado de Juan Pablo II. Concretamente, el año 1988 cuando el obispo titular de Coira, mons. Vonderach, solicitó un obispo auxiliar, el Vaticano nombró un obispo coadjutor el 22 de mayo de 1990. Recurría, de esta manera, a una artimaña legal: la intervención del capítulo catedralicio es preceptiva cuando la sede episcopal queda vacante, cosa que no sucede cuando se procede al nombramiento de un obispo con derecho a sucesión. En este caso, la Santa Sede tiene las manos libres para nombrar a quien quiera sin tener que mandar una terna de candidatos.

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Es el procedimiento que empleó para designar a W. Haas (7 de agosto de 1948) como obispo coadjutor, una persona conocida por sus posicionamientos conservadores, cerrada al diálogo y muy cercana al Opus Dei.

Sin embargo, tal manera de actuar no fue bien acogida en la diócesis de Coira porque si bien era cierto que formalmente se respetaba la literalidad del decreto “Etsi salva”, también lo era que no se tenía ninguna consideración con su espíritu claramente partidario de nombramientos pactados. Y, además, fue una decisión interpretada como una maniobra para imponer a una iglesia local, mayoritariamente abierta y progresista, un candidato muy alejado a su sensibilidad, en particular a la feligresía de Zúrich. La crisis de comunión estaba servida

Pasados dos años, el 22 de mayo de 1990, fue nombrado obispo titular de Coira.

Las protestas no tardaron en aparecer: el domingo siguiente a la notificación del nombramiento se hicieron sonar las campanas durante un cuarto de hora en señal de protesta.

No faltó una minoría que alabó el coraje del nuevo obispo titular para afrontar la impopularidad y elogió su capacidad para resolver la crisis por la que atravesaba la fe católica en Suiza, algo que en su opinión se manifestaba en la práctica de la intercomunión eucarística, en la crisis de veneración a María y en el escaso cuidado de la comunión eclesial con el Papa Juan Pablo II.

A partir de ese momento, la diócesis de Coira se adentró, durante siete años, en una complicada y tensa situación marcada por las decisiones polémicas, los enfrentamientos y una quiebra seria de la comunión entre el obispo y la mayor parte de los sacerdotes y católicos.

El conflicto fue objeto de las preocupaciones de la Conferencia Episcopal Suiza en diferentes ocasiones ya que los enfrentamientos llegaron a ser, incluso, violentos en algún momento.

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Un perfil de obispo, desgraciadamente, no tan inusual

El obispo, en vez de buscar soluciones conciliadoras, apoyó las iniciativas de carácter anticonciliar, recibiendo el apoyo (incluso económico) de grupos tradicionalistas extradiocesanos, fundamentalmente de Alemania y Austria.

El asunto adquirió tal entidad que el Vaticano se vio en la obligación de nombrar -bien a su pesar- el año 1993 dos obispos auxiliares que le ayudaran a temperar sus actitudes y a tomar decisiones más conciliadoras y menos agresivas: mons. P. Henrici y P. Vollmar. Tres años después, en 1996, ambos confesaban no haber alcanzado el objetivo para el que habían sido nombrados.

La misma Conferencia Episcopal Suiza acabó reconociendo que la situación se presentaba “objetivamente casi sin vías de salida”, que había fracasado “el intento de solución” con el nombramiento de los auxiliares. Valoraban, particularmente, como muy positivo, el esfuerzo realizado por mons. Henrici y Vollmar en la recomposición del tejido eclesial y constataban una “grave falta de confianza” de la iglesia diocesana en el obispo titular. Concluían manifestando que la llave para una solución del problema se encontraba únicamente en Coira y en el Vaticano y, concretamente, pasaba “por un cambio de personas” (5.XII.1996).

Mons. Henrici, obispo auxiliar, declaraba a finales del año 1997 que el conflicto no giraba solamente sobre una visión más o menos conservadora de la iglesia o en torno al lugar de las mujeres y de los laicos en la comunidad cristiana. También se trata -indicaba- de un debate abierto sobre la estructura sacramental de la Iglesia, de la colaboración de los laicos en el servicio eclesial y del papel del sacerdote en las parroquias.

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El 2 de diciembre de 1997 mons. Haas era nombrado arzobispo de Vaduz (Liechtenstein) y hacía su entrada en la catedral el 20 del mismo mes.

Era una diócesis de nueva creación que comprende el territorio del Principado de Liechtenstein, estado soberano entre Suiza y Austria, con 22.000 católicos y una veintena de sacerdotes. La doble decisión (creación de una nueva diócesis y nombramiento de mons. Haas) tampoco gustó a la mayor parte de los nuevos diocesanos ni al gobierno ni al parlamento del principado. Sin embargo, contó con el “placet” del príncipe.

El sucesor del obispo W. Haas, mons. Amadeo Grab, tuvo que invertir buena parte de su tiempo en intentar recuperar los cauces de diálogo rotos y en restañar la herida de una comunión seriamente deteriorada.

¿Pereza sinodal o ausencia de convicciones?

La verdad es que, con esta trayectoria, lo sorprendente hubiera sido haber abierto un proceso sinodal.

Es cierto que le quedaba la posibilidad de haber hecho uno de “aliño” (como así se va a proceder en muchas otras diócesis presididas por obispos de un perfil parecido al de mons. Haas), pero, para eso, hay que tener, por lo menos, más ganas que las que, al parecer, tiene el arzobispo de Liechtenstein.

Haas

¿O, quizá, es posible que, además de pocas ganas se encuentre ayuno de convicciones sinodales?

Vista su trayectoria, más parece esto último que lo primero.

Primero, Religión Digital
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