¿Qué hará la institución ante el #meToo de las víctimas de la Legión, el Opus Dei, Rupnik o Ouellet? Las mujeres alzan la voz y denuncian el infierno de acoso y semiesclavitud en la Iglesia: “Fuimos sometidas”
Una carta abierta revela las condiciones que soportan las mujeres dentro de las instituciones eclesiásticas más conservadoras, en la que 32 exconsagradas relatan, entre otros detalles, su aislamiento “no podíamos compartir nuestros pensamientos con nadie y tener amistades era considerado ser infiel a Dios”
No se trata de casos locales, o aislados, sino de un mal endémico, que afecta a instituciones religiosas ultraconservadoras, desde los Legionarios de Cristo al Opus Dei. Pero también a personajes como el ya ex jesuita Marko Rupnik o al otrora todopoderoso prefecto de la Congregación de Obispos, Marc Ouellet
En todos los casos, que saldrán, como surgieron, de debajo de las piedras, los escándalos de pederastia. ¿Qué hará la Iglesia ante este nuevo tsunami, cuando todavía no se ha apagado la llama de la lacra de los abusos sexuales a menores? ¿Servirá para que, por fin, las mujeres puedan tener, de verdad, voz y voto en la Iglesia?
En todos los casos, que saldrán, como surgieron, de debajo de las piedras, los escándalos de pederastia. ¿Qué hará la Iglesia ante este nuevo tsunami, cuando todavía no se ha apagado la llama de la lacra de los abusos sexuales a menores? ¿Servirá para que, por fin, las mujeres puedan tener, de verdad, voz y voto en la Iglesia?
"Fuimos sometidas a un ambiente en el que el abuso de poder y conciencia eran lo común, y en donde las agresiones sexuales, que se describen en la demanda, sí se pudieron haber dado". En una carta abierta, 32 ex consagradas del Regnum Christi –la rama femenina de los Legionarios de Cristo– avalan la denuncia de una antigua postulante contra dos sacerdotes de la congregación fundada por el pederasta Marcial Maciel en el colegio Las Cumbres de Santiago de Chile, y reclaman una investigación profunda de los abusos del patriarcado dentro de la Iglesia católica, una de las cuestiones que más preocupan en el Vaticano, después del escándalo de los abusos sexuales a menores.
No se trata de casos locales, o aislados, sino de un mal endémico, que afecta a instituciones religiosas ultraconservadoras, desde los Legionarios de Cristo al Opus Dei. Pero también a personajes como el ya ex jesuita Marko Rupnik, o al otrora todopoderoso prefecto de la Congregación de Obispos, Marc Ouellet. Y es que el me too en la Iglesia parece haber venido para quedarse. Hace unos meses, elDiario.es publicaba en exclusiva cómo 43 mujeres de Argentina, Paraguay, Uruguay o Bolivia ldenunciaban al Opus Dei ante el Vaticano por abuso de poder y explotación, señalando cómo habían sido explotadas entre los 12 y los 16 años, trabajando gratis “para servir a Dios”, o las recientes denuncias que han acabado con la expulsión de la Compañía de Jesús de Marko Rupnik, el ‘artista de Dios’ acusado también de abusos sexuales y de poder por al menos una veintena de religiosas en Italia y Eslovenia.
En todos los casos, las denunciantes hablan de “abusos de poder y de conciencia” que, en algunos casos, culmina en situaciones de acoso de autoridad y sexuales. Hace tres años, el prefecto de la Congregación para la Vida Religiosa del Vaticano, Joao Braz de Aviz, reconocía en el diario de la Santa Sede, L’Osservatore Romano, que prácticamente a diario llegaban a Roma casos de monjas que trabajan a destajo al servicio de obispos o sacerdotes, limpiando suelos, sirviendo comidas, ejerciendo de 'chicas para todo'. En los peores casos, sufriendo además acoso. E incluso novicias que padecen, en silencio, abusos sexuales por parte de sus formadores. Incluso, como admitía el cardenal, “ha habido casos en los que exreligiosas han tenido que prostituirse para poder sobrevivir”.
Acoso machista sistemático
En el caso de los Legionarios, las ex consagradas quieren apoyar a la antigua alumna de las Cumbres, relatando sus propias experiencias, de demostrarían una situación de acoso machista sistemático en el Regnum Christi, y que ahonda aún más el legado del depredador Maciel, considerado ‘apóstol de la juventud’ por Juan Pablo II y que, tal y como aparece en la carta abierta, fue “bajo apariencia de líder carismático, fue un reconocido pederasta y drogadicto, que hacía uso de múltiples identidades mediante documentos falsos; con varias mujeres e hijos, contrario a toda norma civil de cualquier país, y peor aún, contrario a la figura sacerdotal profesada por la Iglesia Católica”.
Las normas de la Legión perpetúan unas actitudes inhumanas y dañinas bajo la capa de la creencia y confianza de que buscábamos vivir en lealtad y amor a Dios, sin cuestionarlas, convencidas por nuestros superiores, de que procedían del mismísimo Dios
“Este modo de vivir es conocido sólo por quienes han pertenecido a comunidades de consagradas de este movimiento. Nadie fuera de las mismas tendría cómo saberlos y son cruciales para entender por qué el contexto relatado en la denuncia nos parece verosímil”, insisten las firmantes, que quieren “levantar la voz y aportar información” que, además de apoyar la demanda, sirva para relatar “circunstancias y situaciones vividas por nosotras mientras fuimos consagradas o integrantes del centro estudiantil”.
“En nuestra experiencia dentro de esas comunidades –escriben– el relato de abusos de poder y sexuales contenidos en la demanda presentada ante los tribunales chilenos ”no sólo es verosímil, sino además, propicio a generar las condiciones para un entorno en donde pudiesen suceder actos atentatorios, incluso aquellos de la más alta gravedad, en contra de las personas“.
Las consagradas debían ceder el propio juicio a favor de ellos como holocausto agradable a Dios, es decir, como un acto de abnegación total llevado a cabo por amor, según señalaban los Estatutos
Así, confiesan, “fuimos sometidas a un ambiente en el que el abuso de poder y conciencia eran lo común, y en donde las agresiones sexuales, que se describen en la demanda, sí se pudieron haber dado”, y acusan directamente a las normas de la Legión y el Regnum Christi, que permiten, y perpetúan unas actitudes “inhumanas y dañinas” bajo la capa de “la creencia y confianza de que buscábamos vivir en lealtad y amor a Dios, sin cuestionarlas, convencidas por nuestros superiores, de que procedían del mismísimo Dios”.
El culto a Maciel
¿En qué se basaban estas normas, vigentes en Chile y en muchos otros países? En primer lugar, el culto a Maciel: “El fundador fue un líder venerado e incuestionable”, explican. En cuanto a la relación con las autoridades y superiores de la Legión, las consagradas “debían ceder el propio juicio a favor de ellos como holocausto agradable a Dios, es decir, como un acto de abnegación total llevado a cabo por amor, según señalaban los Estatutos”.
El aislamiento era total, con falta de acceso a prensa, medios de comunicación y publicaciones, salvo noticias previamente seleccionadas, o la retención de nuestros documentos personales
Esto llevaba a situaciones de semiesclavitud, como el “control exigente del uso del tiempo”, lo que daba al director espiritual “el dominio absoluto de la ubicación y actividad de cada miembro de su comunidad”. Al tiempo, existía “la prohibición de cuestionar cualquier mandato o requerimiento de los superiores”. Además, “no podíamos compartir nuestros pensamientos con nadie –ni con compañeras, ni con familiares, ni amigos previos al ingreso– salvo con nuestros directores”. De hecho, “tener amistades, era considerado ser infiel a Dios”. De esta manera nos mantenían aisladas unas de otras, y en muchos casos, muy dependientes afectivamente de los directores“.
El aislamiento era total, con “falta de acceso a prensa, medios de comunicación y publicaciones, salvo noticias previamente seleccionadas” o la “retención de nuestros documentos personales”, entre otras medidas.
“Este modo de vivir es conocido sólo por quienes han pertenecido a comunidades de consagradas de este movimiento. Nadie fuera de las mismas tendría cómo saberlos y son cruciales para entender por qué el contexto relatado en la denuncia nos parece verosímil”, concluye la carta abierta, que espera “que se haga justicia”, que “el poder no corrompa la justicia, y que la verdad – y sólo la verdad -, salga a la luz”.
En todos los casos, que saldrán, como surgieron, de debajo de las piedras, los escándalos de pederastia. ¿Qué hará la Iglesia ante este nuevo tsunami, cuando todavía no se ha apagado la llama de la lacra de los abusos sexuales a menores? ¿Servirá para que, por fin, las mujeres puedan tener, de verdad, voz y voto en la Iglesia?