Francisco Brines, entrañable Cervantes 2

Francisco Brines, entrañable Cervantes 2
Francisco Brines, entrañable Cervantes 2

Francisco Brines, entrañable Cervantes 2

La hermosa fotografía inicial de hoy nos acerca el increíble retablo del macizo de Montgó (pulsar aquí). Y nos imaginamos alguna remota pincelada de mar mediterráneo. En este caserón de Elca acaba de recibir, a sus 88 años, el poeta Francisco Brines la noticia del premio Miguel de Cervantes, máximo galardón de nuestras letras. Así describe el homenajeado Brines la edénica belleza de la tierra que le vio nacer, crecer, sentir, soñar…:  “Se trata de una casa, blanca y grande, situada en un ámbito celeste de purísimo azul, y rodeada de la perenne juventud de los naranjos. Domina desde una ladera, sin altivez, un ancho valle, abierto al mar, y mira la agrupada y densa sucesión de unas desnudas montañas que se hacen de plata antes de llegar al solemne Montgó. Este, como una vieja divinidad, alarga su cuerpo en perezosa e intemporal siesta, y ya dentro de los azules marinos recibe su definitivo bautizo: cabo de San Antonio”.

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El jurado del premio destaca a Brines como "maestro de la poesía española actual, reconocido por todas las generaciones que le suceden", al tiempo que señala el singular camino de su obra, que "va de lo carnal a lo metafísico y espiritual", subrayando su "aspiración de belleza e inmortalidad". Uno de sus amigos más cercanos, Carlos Marzal, le describe como un ser humano cuya “mirada se alimenta de la naturaleza, de la reflexión, del canto al placer físico, a los pequeños momentos de intensidad vital que el amor depara.”

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ALEGRABA LA FE
CRISTIANA
SUS PRIMEROS AÑOS

Disfrutó Brines de una infancia feliz. También la fe cristiana alegraba sus primeros años, llegando a cursar un aprovechado bachillerato bajo la exigente enseñanza de sabios jesuitas. Se fue paulatinamente iniciando en el placer de la lectura de poetas y la expresión escrita de ejercicios literarios.

“La poesía iba transformándose –nos explica el poeta valenciano– en una necesidad profunda, vital. Y a los veinte años tenía terminado un libro, "Dios hecho viento", que reflejaba la profunda crisis religiosa que yo había vivido. La oración había enmudecido en mis labios y fue sustituida por las palabras de la poesía, que así me daba a conocer el momentáneo desvalimiento que aquella pérdida me ocasionaba.”

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¿Conservará todavía hoy Francisco Brines el personalísimo cuaderno de estos primeros versos? ¿Los conoceremos algún día? ¡Ojalá! La revolución ética y filosófica de aquellos juveniles años le fue transformando. Parece que no fue ajena al terremoto existencial su orientación de género que la iglesia y la sociedad de la época rechazaban. Nos explica el autor:

“En un principio, todo un mundo había caído con estrépito, no sólo el religioso, y para sustituirlo sólo contaba con mi superviviente inocencia y el profundo instinto de la vida. Y un oficio, para mí sagrado, en el que todavía estaba iniciando el aprendizaje: la poesía. Por esa alta consideración que tenía de ella no necesitaba para escribir otros estímulos externos.”

Cuando a los 27 años recibe el premio Adonais por su primer poemario “Las brasas”, ya tiene anidada en su sensibilidad una nueva concepción del mundo. Arden por “Las brasas” de sus versos los últimos rescoldos, los últimos latidos de su fe cristiana. Deja escapar, a veces, ráfagas de luz o de tristeza al recordar sus primeras certezas. Así preside la sección "Poemas de la vida vieja", de su primer poemario, la siguiente reflexión: "El hombre sabía que le quedaba muy poco tiempo, y que sin fe su muerte no daría frutos."

SIGUE EL SILENCIO Y SÉ QUE ESTÁN HABLANDO

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Me gustaría presentar un poema que me conmueve intensamente. Se trata de “El teléfono negro”. Marca el poeta de Oliva un numero antiguo esperando respuesta. Con luz de amanecer, se refugia en el lecho. Y suena el teléfono. Pero no escucha voz alguna. Ni él mismo puede pronunciar una sola palabra...

 EL TELÉFONO NEGRO

He marcado los números antiguos
con un deseo vago de respuestas,
sabiendo ya que nadie me esperaba.
Con un deseo vano de oír voces amadas
y que reconocieran también ellos mi voz.
Mi teléfono es negro,
y en la noche, aún más negra,
sólo oía el sonido que llamaba a unas tumbas.
Y yo en mi casa solo.
Se rompe la mañana
en el turbio cristal. Va llegando el verano.
Cantan los pájaros (¿los mismos?),
y no sé si hay consuelo.

Con la luz que desnuda amanece
desnudo entro en la cama,
y el teléfono suena.
Me apresuro. Le digo que me diga.
Sigue el silencio, y sé que están hablando.
¿Sale la voz de alguna boca muerta,
o acaso, de tan solo, sólo hay en mí sordera?
Oigo otra vez los pájaros. Y sé que son los mismos
que cantaban entonces, tan frágiles y eternos.
Tengo que hablar. Con quién,
si no salen tampoco sonidos de mi boca

¿Y QUIÉN HAY QUE ME MIRE Y QUE PUEDA SALVARME?

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Sordo y mudo frente a la Trascendencia, resuelve Brines vivir en la inmanencia, sin sueños de eternidad, sin ángeles ni oraciones. Aunque alguna vez eche de menos invisibles Presencias protectoras:

APUNTE DE VIAJE

(En coche)

Las ventanas reflejan el fuego del poniente
y flota una luz gris que ha venido del mar.
En mí quiere quedarse el día que se muere
como si yo, al mirarle, lo pudiese salvar.

¿Y Quién hay que me mire, y que pueda salvarme?
La luz se ha vuelto negra y se ha borrado el mar.

Preguntas sin respuestas... ¿Porqué el hombre es tiempo, "tiempo que gastamos, tiempo que nos gasta, que nos quita el ser"? En alguna medida, envidia el agnóstico al creyente, que es feliz en su ignorancia de la realidad, en su fantasía de una vida sin final...

"El hombre con fe –aclara Francisco Brines– piensa, siente y vive con la idea de que hay una existencia que no termina y que se transforma en otra. En fin, les aplaudo que piensen así, pero lo que yo anhelo es la permanencia, y no tengo el porqué. Tengo la pregunta, el deseo, no la respuesta. Esa la dan las religiones, no la poesía."

SI UN CREYENTE LEE UN POEMA AGNÓSTICO...

Cerraré el post de hoy sobre la poesía de Francisco Brines y las religiones, con una reflexión extraordinariamente lúcida del poeta levantino: la conveniencia de leer poesía como recurso muy eficaz para el acercamiento y comprensión entre gentes diversas:

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"Cuando lees a alguien que puede ser incluso lo contrario que tú, y por la emoción estética asientes al contenido, se establece algo muy importante: la tolerancia. Así, si un creyente lee un poema agnóstico y se emociona, ese creyente se hace tolerante, aunque sea por un momento. De la misma manera que si un lector ateo lee a San Juan de la Cruz, puede que no crea en la mística, pero sí creerá en el hombre que se apoya en ella...

Gracias a la poesía, a su lectura intensa y verdadera, vivimos y sentimos vidas que de otra manera no podríamos vivir. Gracias a la poesía, siendo adolescentes, podemos entender la vejez, e incluso podemos volver a sentir el amor cuando ya no estamos enamorados. Es su milagro.”

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