J. L. Hidalgo. Los Muertos 4. YO QUIERO SER EL ÁRBOL

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El árbol ha sido considerado, en todas las culturas, como un ser de la creación muy cercano a Dios y al hombre, arquetipo sagrado. Árboles y hombres, con raíces en la tierra, ascendemos al cielo. Ambos, también nacemos, crecemos y morimos.No es infrecuente, cuando nace un niño, plantar un árbol (y cuando un humano fallece, plantar desde la fe un arbolito, que simbolice su nuevo parto en la trasvida).

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Hemos seleccionado para hoy tres poemas,“Vivir doloroso”, “Yo quiero ser el árbol” y “Ahora que ya estoy solo”,donde expresa Hidalgo su misticismo natural, en decir su primitivismo no confesional, vivido, en soledad y arraigo, en compañía de humildes seres de la naturaleza, especialmente del reino vegetal, como los árboles... Decíamos que el árbol nace, crece y muere; y ahora añadimos que, después de morir, renace.Y proseguirá el ciclo de su vida muriendo y renaciendo, renaciendo y muriendo... Son, pues, los árboles, para nosotros, cercano y misterioso símbolo de vida y de inmortalidad...

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NO QUIERO MORIR NUNCA

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El título “Vivir doloroso” consta de dos poemas; reproducimos aquí el segundo, que se inicia con un utópico anhelo: “No quiero morir nunca.” Identificándose con un árbol, suplica el poeta no ser enterrado como “un vano tronco de enrojecida savia”. Lamenta la brevedad de la vida, “flor de un día”, instantáneo relámpago (definía V. Aleixandre la existencia humana como “entre dos oscuridades un relámpago”).

Impetra el autor, desesperadamente, en los versos finales: “Señor, yo quiero verte”, con una última imprecación acusatoria: quiero que dejes de beber sangre humana como los sanguinarios dioses de la antigüedad, que nos dejes vivir para siempre. Señor yo quiero eternamente “mirarte cara a cara”.

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VIVIR DOLOROSO

No quiero morir nunca, no resigno mi cuerpo
a ser un vano tronco de enrojecida savia,
a ser sobre la tierra algo que no la sabe
cuando el mundo, a los vivos, bajo los cielos canta.

Vivir es como flor que, entre dos negros vientos,
una ardiente belleza sobre lo inerte alcanza.
Vivir es un relámpago que enciende cuanto toca,
es una luz terrible que un mar extraño apaga.

Señor, yo quiero verte, quiero que mi relámpago
me deje, eternamente, mirarte cara a cara
y que el mar de la muerte, en cuyas aguas bebes,
seque, infinitamente, la sed de tu garganta.

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YO QUIERO SER EL ÁRBOL, QUIERO TENER MIS FRUTOS

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En estos versos, como en casi todo el libro, se observa en Hidalgo, a veces soterrada, a veces expresa, una severa recriminación al Creador, por la sentencia de muerte que recayó en los orígenes sobre toda la humanidad. Es conocido el relato bíblico de Gen 3,1–24, cuando por desobedecer a Dios comiendo del árbol de la ciencia, es condenado Adán a pena de mortalidad. Desde entonces la vida del hombre es frágil y breve, como “tallo desnudo” consumido por el fuego divino...

La descripción que hace el poeta/pintor del Señor es de dureza, de inhumanidad, como cuando, al referirse a los ojos de Dios, los dibuja rojos como los rayos de fuego que dispara su brazo. En la estrofa final, expresa José Luis los más hondos sentimientos de su corazón: ser Árbol, con mayúscula, ser Árbol cósmico, Árbol de Vida que abraza la tierra y el cielo generando frutos de amor y eternidad...

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YO QUIERO SER EL ÁRBOL

Siniestra es la raíz del Luzbel de mi carne
y sombría la estrella de tu sabiduría.
Ocultos son los fuegos, Señor, donde consumes
este tallo desnudo que es apenas mi vida.

Negra luz de la tierra, roja luz de tus ojos,
iguales son las llamas por tu mano blandidas,
fulgiendo en este páramo donde habitamos tristes,
soplados por el viento de tu luz ofendida.

Restitúyeme puro a esta tierra que piso
o dame la luz alta que en las estrellas brilla.
Yo quiero ser el Árbol, quiero tener mis frutos:
la tierra, el mar, el cielo, la eternidad perdida.

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POR ESO ESTÁ YA EL FRUTO TEMBLANDO ENTRE MIS DIENTES

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Hermosos versos, luminosos y tiernos, los de “Ahora que ya estoy solo”. El poeta metafísico le habla a Dios con un lenguaje muy físico, destacadamente táctil. En un movimiento que recuerda la Gran Comunión de Teilhard de Chardin, se acerca ahora al Árbol cósmico –tierra, estrellas y Dios–, y ruega delicadamente al Señor que descienda a su boca como madura Presencia.

Ahora que se encuentra solo y libre, morderá la presa del deseo de Adán de saber la verdad, de ver a Dios... Pero no quiere desobedecer al Señor, y solicita su autorización: “mas no quiero morderlo sin que Tú me lo digas”. Se detiene súbitamente, como tragando saliva, al escribir la frase y esperar la respuesta divina. Por esta vez la estrofa de cuatro versos queda amputada, por la emoción, también en la rima.

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AHORA QUE YA ESTOY SOLO

Ahora que ya estoy solo, te llamo suavemente,
y bajas a mi boca, como un fruto maduro,
desde el árbol eterno donde existes y velas
con las ramas rozadas por los astros desnudos.

Ahora que ya estoy solo, puedo morir. Tú sabes
que a la muerte hay que ir sin que nadie nos llore
ocultando las rosas del amor que encendimos
y el que sólo fue sombra que soñamos de noche.

Por eso está ya el fruto temblando entre mis dientes,
mas no quiero morderlo sin que Tú me lo digas.


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JOSÉ LUIS HIDALGO

Poeta y pintor, autor de "LOS MUERTOS"

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1.Vencer a la muerte engendrando hijos

LOS HIJOS


2.Yo no sé dónde estás, pero te busco

SILENCIO
TE BUSCO


3.Luz incesante que de Él brotas

AMANECER
MANO DE DIOS
ESTA NOCHE


4.Yo quiero ser el árbol

VIVIR DOLOROSO
YO QUIERO SER EL ÁRBOL
AHORA QUE YA ESTOY SOLO


6.Miro mis manos, trastornado

HAS BAJADO
RESIGNACIÓN
MANOS QUE TE BUSCAN
LA BELLEZA



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