Julio Maruri 4. POEMAS DEL TRÁNSITO
En las tres presentaciones anteriores, nos hemos acercado a los dos libros iniciales de Julio Maruri: “Las aves y los niños” (Proel, 1945) y “Los años” (Adonáis, 1947). Sobre todo en el último poemario, se vislumbraban ciertas inseguridades, ciertas decepciones, muy especialmente en el tema amoroso.
Analizando en profundidad González Fuentes la evolución del poeta santanderino en su vida y en sus escritos, ha escrito: “Dice Maruri que su poesía viene a simbolizar en palabras su corazón maltrecho; y yo añado que encarna también su tiempo histórico, y en consecuencia, el origen de su tragedia personal, una tragedia que levanta su estructura sobre los mismos cimientos sobre los que se levantaba la de José Hierro, y a la que en el caso de Maruri, a la altura del año 1958 y de sus casi cuarenta años de edad, habría que sumar, por supuesto, la conciencia del tiempo perdido, la experiencia del amor roto o acabado, y la manifestación de una abierta crisis de carácter religioso.”
Por aquellos años de finales de los Cuarenta, y en la década de los 50, fue expresando Julio Maruri su evolución en poemas que agruparía en dos entregas: “Poemas de transición” (1944-1950) y “Unos poemas” (1959). En la presentación de hoy, y en la siguiente entrega, reproduciremos seis de sus expresivos títulos.
FRAY CASTO DEL NIÑO JESÚS
La existencial tensión desembocó, año de 1950, en el valiente compromiso de ingresar en la Orden religiosa de los Carmelitas Descalzos, donde tomó el nombre de Fray Casto del Niño Jesús. Escuchemos su respuesta cuando, en entrevista, se le preguntó qué le llevó a ingresar como fraile en una Orden religiosa. Después de un titubeo inicial por lo personal y complejo de la respuesta, explicó:
“En ese momento pasé por una crisis, así de pronto, una caída en la que me vi completamente aislado de todo. Y luego he sabido que, hacia la treintena, puede haber ese fenómeno de un silencio total, que no es una depresión. Ya no se va al café cada tarde, después de comer, a hablar de arte con los compañeros o los señores, con los Cosío, con Pancho… Ya no… Hay una especie de “lejos”. Y bueno, todo ello fundado en algo que era muy profundo en mí, y que me daba la vuelta. Y no, no puedo decir más…”
RECORRÍAS UN LARGO VIAJE
EN TU MAR CHICA DE PECERA
Llamaba Vicente Aleixandre “Gualterio” a su dorado pececito, submarino nadador en pecera redonda como el mundo. Todo el poema construye una entrañable tempestad de metáforas (mar chica de pecera, tio-vivo, noria, verbena, molino, rauda rueda, mar verde soñada, lejano azul ventana afuera…), metáforas que arden en homenaje al amado pececillo que un amanecer sin sospecha (porque nada sabía Gualterio de su inexorable final), como a todo ser vivo, le destruiría la muerte. Pero nosotros sí que lo sabemos y tememos, porque nuestra rutina diaria es también, en definitiva, algo así como “un interno / feliz girar en la pecera”.
Con versos emparejados y espacios blancos de ensoñación, el suceso final de la muerte de Gualterio nos descoloca a todos. Meditación final para el pez, para el hombre: “Oh breve drama submarino: / rueda parada, mar pequeña.”
HOMENAJE A "GUALTERIO"(el pececillo que cuidaba
Vicente Aleixandre)
Recorrías un largo viaje
en tu mar chica de pecera,
vida de lindo pez molino,
tio-vivo, noria, verbena.
Oro sin fin moliendo vivo
cristal, alga lejana, arena…
Desmemoriado amor, soñando
una mar verde, honda, entera.
Sueño redondo de un lejano
azul, allá, ventana afuera.
Prisa creciente de un interno
feliz girar en la pecera.
Pequeño pez buscando arriba,
abajo, hondura, diferencia…
… espacio, fondo, superficie,
medidos siempre en rauda rueda.
Para morir. Escama fría
de una mañana sin sospecha.
Oh breve drama submarino:
rueda parada, mar pequeña.
SIENTO EL FRESCOR DE UN ALA QUE YA NO ES DE LA VIDA
A la muerte del pececillo Gualterio, “escama fría / de una mañana sin sospecha”, que relataba el anterior poema, nos aproxima el lírico de “Las aves y los niños”, en los versos de “Los ruiseñores”, dos poemas independientes. El primero nos habla de un sueño que protagoniza un ruiseñor de nieve cantando en un bosque, que crece “bajo el fulgor del cántico”, como crecieron los violines de las ramas, “y todas las gargantas de la noche se unieron al ruiseñor…”
El segundo poema que hemos seleccionado, y es más triste, nos presenta el cadáver de un ruiseñor flotando en el río, resbalando su ala fría por la mano, por el corazón del poeta, que piensa en un Dios “que recibe; Dios que regala y quita”. De nuevo la angustiosa pregunta por la muerte de los seres vivos tan reiterativa en el santanderino grupo proeliano de la Quinta del 42: ¿es Dios un Padre de la vida, o un Poderoso de la indiferencia y la aniquilación?
LOS RUISEÑORES2
Leves las aguas son, sonando entre mis manos,
como el cántico puro de un ruiseñor que ha muerto.
Bajo la tarde plácida ronda invisibles álamos
el ruiseñor tristísimo que el río no ha devuelto.
Yo, por mi tibio traje de paz y de abandono,
siento el frescor de un ala que ya no es de la vida,
y mientras ronda el muerto ruiseñor rumoroso,
pienso en Dios, que recibe; Dios que regala y quita.
MAS NADIE SABE LO QUE ESCUCHAN
Falleció José Luis Hidalgo de grave enfermedad pulmonar, en Madrid, un 3 de febrero de 1947. Sus amigos, conscientes de la inminencia de su final, le ayudaron, con urgencia, a ordenar poemas sobre la muerte, que había escrito recientemente, y los presentaron a Adonáis bajo el título “Los muertos”. No le fue posible conocer la edición porque falleció muy pocos días antes de su impresión. El poema de su amigo Maruri que presentamos a continuación, “En la muerte de José Luis Hidalgo”, está fechado en el invierno del mismo año de su fallecimiento, 1947.
Define así José Luis García Martín el asombroso poemario: “Los Muertos es una de las indagaciones más hondas y estremecedoras que se hayan escrito nunca sobre la condición humana.” Si os interesa conocer algunos versos de tan importante poemario, presentados en cinco entregas del presente Blog, pulsar aquí.
EN LA MUERTE DE
JOSÉ LUIS HIDALGO
Cruzan los años. Con el tiempo
van pasando las criaturas.
Duermen al fin y para siempre,
mecidas en la misma cuna.
Todo es igual. Igual ser niño
que haber gozado brisas últimas,
o apacentar vaga tristeza,
o ser otoño sin figura.
Se les conoce porque callan,
mas nadie sabe lo que escuchan:
pálidos son como esos árboles
que hoy envejecen con la lluvia.
Alguna vez un hombre quiso
saber qué aguardan, qué preguntan,
y alcanzó con su yerta mano
el misterio que les oculta:
(Nada esperaban. Sólo el sueño
y el olvido bajo la luna.)
JULIO MARURI
misteriosa inocencia
1.Las aves y los niños
A MI MADRE
YO SOY UN ÁRBOL
2.Celeste infancia que me llora
LOS PÁJAROS
CANCIÓN TRISTE
A CARLOS BOUSOÑO
3.Los años
PERO LA FLOR CONTAGIA
NUBES
LOS AÑOS NO CAYERON...
4.Poemas del tránsito
HOMENAJE A "GUALTERIO"
LOS RUISEÑORES 2
EN LA MUERTE DE JOSÉ LUIS HIDALGO
5.Lo nuevo que nacer quiere
OTRA VEZ
EL DESEO
EL HOMBRE NUEVO
6.Pájaro de la noche
PÁJARO DE LA NOCHE
QUE SE HA PERDIDO EL AMOR
EL DERECHO A LA FUGA