Vicente Aleixandre 6. EL NIÑO DE VALLECAS

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Alejandro Duque, en prólogo a las “Poesías completas” de Aleixandre (Visor), nos ofrece la siguiente descripción del visionario poeta de “Sombra del paraíso”: “El de la primera época es un ser sobrehumano, puro, auténtico, por su lengua habla la naturaleza. Es el amante. Un ángel mortal que viene de un mundo platónico. En ocasiones recibe, como elogio máximo, el nombre de “poeta”, y está lleno de una sabiduría que no le pertenece: una fuerza incognoscible, un espíritu habla por su boca."

Señala, a continuación, cualidades del lírico de “Historia del corazón” y sucesivos poemarios, que revelan al “poeta de la época de realidad” que “no puede ser ya una criatura elemental, gigantesca o angélica, como lo fuera antes, sino que es el poeta terrenal de carne y hueso, el poeta de la conciencia sin desfallecimiento…”

Así resume Alejandro Duque las dos vertientes, la cósmica y la histórica, la doble misión del poeta: “Como en un fulgurante y nuevo Pentecostés, las fuerzas incognoscibles de la tierra han hablado en la obra de Vicente Aleixandre, y por boca del poeta también los hombres han cantado y se han expresado y reconocido…”

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EN UN VASTO DOMINIO

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A los ocho años de aparecer “Historia del corazón” presentaría Vicente Aleixandre una amplia colección de 62 poemas, “En un vasto dominio” (1962), que enriquecería notablemente su producción realista con inolvidables títulos. De sus seis capítulos, nos asomaremos tímidamente a dos de ellos, “El pueblo está en la ladera” y “Retratos anónimos”, de los que seleccionamos a continuación el poema “Niño de Vallecas”, inspirado en un óleo velazqueño.

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PIDE SER VISTO. Y MÁS: MIRADO, SALVO

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La figura representada en este velazqueño retrato que suele fecharse hacia 1636, podría ser Francisco Lezcano, apodado “El Niño de Vallecas”, un enano de la corte madrileña de Felipe IV. Eran los bufones unos personajes de cierta importancia que entretenían a la realeza y séquito haciendo gracias o tonterías, contando chistes, representando historias… Ni Diego Velázquez ni Vicente Aleixandre se ríen del personaje. Lo retratan, acariciando el pincel o la pluma, con realismo y compasión, con delicadeza y amor.

Nos saluda, de entrada, el poeta con el siguiente verso: “A veces ser humano es difícil. Se nació casi al borde.” Seguidamente nos anuncia: “Helo aquí, y casi mira… Pues está y os contempla, o más, pide ser visto, y más: mirado, salvo.” Ya no podemos quedarnos indiferentes: el misterioso enano nos mira y acongoja, y reclama nuestra mirada. Está, está aquí con nosotros, y nos suplica atención y respeto. Como escribirá el sevillano en los versos finales: “pidiendo, suplicando sin voz: pide ser salvo. / Miradle, sí, salvadle. Él fía en el hombre.”

Lo primero que llama la atención del lírico es la cabeza, su pelo, su frente, “piedra en espacios que nació sin vida”. Pero el artista, muy despaciosamente, iluminó “la frente muerta” que “dulcemente brilla”. Se describen los ojos, “vítreos, sin lágrima”, la boca entreabierta, mientras “los bracitos cortos juegan, ríen…”

La clave última, la revelación del secreto: “Si le miráis, le veréis hoy ardiendo / como en húmeda luz. Todo él envuelto / en verdad, que es amor…” No olvidemos la sabia iluminación que nos confió Aleixandre: “Velázquez más que caras retrataba el alma.”

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“NIÑO DE VALLECAS"

A veces ser humano es difícil. Se nació casi al borde.
Helo aquí, y casi mira. Desde su estar inmóvil rompe

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el aire
y asoma súbito a este frente: aquí es asombro.
Pues está y os contempla, o más, pide ser visto, y más:

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mirado, salvo.
Tiene su pelo mixto, cubriendo desigual la enorme

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masa,
y luego, más despacio, la mano de quien aquí lo puso

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trazó lenta la frente,
la inerte frente que sería y no fuese,
no era. La hizo despacio como quien traza un mundo
a oscuras, sin iluminación posible,
piedra en espacios que nació sin vida
para rodar externamente yerta.
Pero esa mano sabia, humana, más despacio lo hizo,
aquí lo puso como materia, y dándole
su calidad con tanto amor que más verdad sería:
sería más luces, y luz daba esa piedra.
La frente muerta dulcemente brilla,
casi riela en la penumbra, y vive.
Y enorme vela sobre unos ojos mudos,
horriblemente dulces, al fondo de su estar, vítreos,

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sin lágrima.
La pesada cabeza, derribada hacia atrás, mira,

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no mira,
pues nada ve. La boca está entreabierta;
solo por ella alienta, y los bracitos cortos juegan, ríen,
mientras la cara grande muerta, ofrécese.

La mano aquí lo pintó, lo acarició
y más: lo respetó, existiendo.
Pues era. Y la mano apenas lo resumió exaltando
su dimensión veraz. Más templó el aire,
lo hizo más verdadero en su oquedad posible
para el ser, como una onda que límites se impone
y dobla suavemente en sus orillas.

Si le miráis le veréis hoy ardiendo
como en húmeda luz, todo él envuelto
en verdad, que es amor, y ahí adelantado, aducido,
pidiendo, suplicando sin voz: pide ser salvo.
Miradle, sí; salvadle. Él fía en el hombre.



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DE AQUÍ NO SE VA NADIE...

También el poeta León Felipe quedó herido de compasión ante el lienzo de “El Niño de Vallecas”. Su mensaje, como el de Aleixandre, nos alienta a mirar al cuadro, a nuestro alrededor y a nosotros mismos. Porque “de aquí no se va nadie”. En “Ganarás la luz” (Cátedra), el lírico zamorano acompaña su poema con el adelanto de este texto:

“Y he aquí que de repente puedo decir otra vez quién soy. Este Niño de Vallecas, pintado por Velázquez, que está en la página que sigue, soy yo. Y tú también. Y todos los españoles del mundo. Los que se quedaron en casa y los que salieron de aventura. Y para que no lo olvide nadie ni se escape ninguno, ni se duerma ninguno detrás de la puerta, le puse hace tiempo este pie":

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PIE PARA EL NIÑO DE VALLECAS DE VELAZQUEZ

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Bacía, yelmo, halo,

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este es el orden, Sancho.

De aquí no se va nadie.
Mientras esta cabeza rota
del Niño de Vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Antes hay que deshacer este entuerto,
antes hay que resolver este enigma.
Y hay que resolverlo entre todos,
y hay que resolverlo sin cobardía.
Sin huir
con unas alas de percalina
o haciendo un agujero en la tarima.

De aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.

Y es inútil, inútil toda huida,
(ni por abajo ni por arriba).
Se vuelve siempre. Siempre. Hasta que un día,
¡un buen día!, el yelmo de Mambrino
-halo ya, no yelmo ni bacía–
se acomode a las sienes de Sancho
y a las tuyas y a las mías
como pintiparado,
como hecho a la medida.
Entonces nos iremos todos
por las bambalinas:

y yo
y Sancho,
y el niño de Vallecas,
y el místico
y el suicida.



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VICENTE ALEIXANDRE

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Nobel de Literatura 1977

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1.¿Qué poemas conoces del Nobel español?


MANO ENTREGADA
TEN ESPERANZA


2.En la plaza

EN LA PLAZA
EL VIEJO Y EL SOL


3.Anhelan enlazar sus almas

EL ALMA
TENDIDOS, DE NOCHE
AL COLEGIO


4.Un corazón que late en toda edad

ASCENSIÓN DEL VIVIR
NO QUEREMOS MORIR


5.Sombra del paraíso

NO BASTA


6.El niño de Vallecas

NIÑO DE VALLECAS
PIE PARA EL NIÑO DE VALLE. DE VELAZQUEZ, de L. Felipe


7.El pueblo está en la ladera

EL ÁLAMO
LA MADRE JOVEN



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