El regalo de una muerte anunciada y esperada Benedicto XVI, ojalá hayas podido oír “gracias” y decir el último “adiós”

Ojalá haya podido oír “gracias” y decir “adiós”
Ojalá haya podido oír “gracias” y decir “adiós”

Apagarse como una vela es todo un regalo en vida

Bienaventurados los que a la hora de la muerte puedan despedirse en vida

Nunca perdamos la oportunidad de decir un "te quiero", un "gracias", un "perdón"

Estas líneas las estoy escribiendo antes de que se anuncie la muerte del Papa emérito Benedicto XVI, como seguramente estarán escritas las miles de crónicas y comunicados de condolencia que ahora irán saliendo a la luz. 

Para mi, y por motivos que ahora comentaré, apagarse como una vela, poder despedirte de los tuyos, escuchar unas últimas palabras de cariño y agradecimiento, poder pedir perdón una última vez, es una gracia de Dios, un regalo en vida. No quiero decir que lo contrario sea un castigo, por favor, bastante duro es no disponer de estas oportunidades.

Con 95 años y una salud delicada es muy probable que Benedicto XVI haya vuelto a ser Joseph Ratzinger, ese ciudadano alemán que un día encontró la vocación al sacerdocio y que su servicio en la Iglesia le llevó a ser su máximo representante. Además de un tránsito en manos de los cuidados paliativos y su buen hacer, espero que, llegado el momento, haya podido dar el último suspiro con la paz de haber escuchado un sincero gracias por su testimonio y él haya podido dar su último adiós. 

Cuando yo tenía 9 años, un 18 de diciembre, dos días antes de morir, mi padre se despidió de mí; hace pocos años, en 2017 pude sincerarme con mi madre y ella, en su situación me respondió con una hermosa sonrisa. Dos momentos en mi vida para dar gracias a Dios y a la vida por haberlos vivido. Siempre he pensado y he tenido casos cerca, lo duro, difícil, y cruel que tiene que ser no tener la oportunidad ni de decir tu último adiós, ni que tus seres queridos se despidan de ti. 

Hechos como estos son los que nos invitan a no guardarnos los buenos gestos y palabras hacia los demás; que no pase un día, ni oportunidad sin decir te quiero, gracias, o perdón. Consejos que nos sacan una sonrisa o una lágrima cuando nos llega por whatsapp en un bonito y tierno power point o en los libros de pensamientos y autoayuda. Bienaventurados los que a la hora de la muerte puedan despedirse en vida.

Por eso mi recuerdo a Benedicto XVI es mi deseo sincero de que haya escuchado ese último “gracias” y que él haya podido decir a sus seres más cercanos “adiós”. A partir de ahí eso queda para la Vida Eterna, para el encuentro definitivo con El Padre; para esa nueva dimensión en la evolución del ser humano que Ratzinger barruntó un día y que ahora estará comprobando la verdad de su intuición. 

Si desde la otra vida se ve tan claro los errores de este mundo que ilumine a su sucesor para guiar la barca de la Iglesia, y que nos espere muchos años, si es la voluntad de Dios

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