En este 8 M Dos miradas para una teología femenina de futuro Y si Dios se hubiera encarnado mujer. por Vicente L. García Corres y Paloma Pérez Muniaín

Y si Dios se hubiera encarnado mujer. por Vicente L. García Corres y Paloma Pérez Munaín
Y si Dios se hubiera encarnado mujer. por Vicente L. García Corres y Paloma Pérez Munaín Agustín de la Torre

En este 8 de marzo comparto mi blog con una buena amiga, una gran mujer y una enamorada de su marido, la Iglesia y un Dios Padre y Madre

¿Hasta dónde podemos llegar a escandalizarnos? 

Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se turbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz una hija a quien pondrás por nombre Eva María. Ella será grande, se le llamará Hija del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso la que ha de nacer será santa y se le llamará Hija de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue.

¿Y si el relato de Lucas hubiese empezado así? ¿Cómo hubiese continuado la Historia? ¿Dónde nos encontraríamos hoy?

Imaginemos que Eva María fuese entregada al templo y que allí recibiese una formación rabínica que le permitiese hablar posteriormente de las escrituras con conocimiento de ellas. 

Imaginemos que por ocuparse de las cosas de su Padre asumiese el estado célibe de vida. 

Se haría rodear solo de mujeres discípulas, o también de hombres que gozasen del mismo plano de igualdad en el grupo de los elegidos. 

¿Cómo lograría Eva María llamar la atención del pueblo? ¿Bastarían sus palabras y sus hechos, o por ser mujer la dificultad de ser tenidos en cuenta sería mayor?

¿Estaría dispuesto el pueblo judío a cambiar a su Salvador, por una Salvadora? ¿Cómo podría entonces entroncar el cristianismo con la Historia de la Salvación del pueblo de Israel?

Y si la Hija de Dios no puede identificarse con el Salvador esperado por el pueblo de Israel…¿qué acusación tendría que usar el Sandrín para conseguir una condena a muerte de los romanos? o quizá no se necesitase ni eso, sería condenada a muerte por lapidación, y hoy nuestro símbolo no sería una cruz sino una piedra. 

¿Le interesaría a Saulo perseguir una secta seguidora de una mujer llamada Eva María? 

¿Cómo se hubiese ido construyendo una Iglesia en femenino? ¿Al ser la encarnación de Dios una mujer, cerraría eso el paso a los hombres para ser representantes legítimos de Dios? 

El devenir de la historia de la humanidad ha sido dominantemente masculino, pero jamás hubiese sido posible sin la intervención de la mujer. A nadie se le escapa que aún hoy no hemos alcanzado un plano de igualdad entre hombres y mujeres en la sociedad, o pecamos de un lado de la balanza o pecamos del otro. 

Precisamos de una interpretación sexuada de la vida hasta para identificar roles y relaciones interpersonales. Un pequeño detalle. La relación que adquiere un fraile o monje con sus votos es desde su condición de hijo o hermano para con Dios, y si se hace una interpretación esponsal es para con la Iglesia; pero en el caso de las religiosas son hijas, esclavas y esposas de Dios. ¿Cuál sería la lectura en el caso de que el Hijo de Dios fuese Hija de Dios?

Sinceramente creo que la Historia se ha ido escribiendo en función de la realidad humana de cada época. Por eso creo que el enfoque para dar respuesta a la demanda en la Iglesia católica del acceso de la mujer a los ministerios ordenados es equivocado por todas las partes desde el principio. Sustentar la demanda de hoy en lo que conocemos de la Historia del pasado no nos llevará muy lejos. Porque no existen evidencias gráficas ni sonoras de todo lo que Jesús de Nazaret dijo o dejó de decir. Jesús es el Hijo de Dios ayer, hoy y siempre, y se encarnó en un momento concreto de la Historia, y lo hizo como varón seguramente porque en el Plan de Salvación resultaba más útil y lógico para el momento la figura del varón, frente a la figura de la mujer que entonces no era “nadie”, no era “nada”. 

Por otro lado, y si son ciertas las investigaciones que citan fuentes del pasado en las que sí se reconoce el papel ministerial de la mujer en otros momentos de la historia de la Iglesia, también vemos cómo esas fuentes han sido silenciadas durante siglos forzando una única lectura sobre los depositarios de las funciones ministeriales en la Iglesia. Serían argumentos a favor, sin duda, pero también podrían ser descartados reduciéndolos a una justificación en su contexto histórico, y anteponiendo la figura de jesús de Nazaret como varón como clave interpretativa. 

Quizá por eso, de la figura de Jesús, no debemos primar su condición de varón, sino el resto de adjetivos, que podría seguir teniéndolos  independientemente de ser hombre o mujer. Cristo Jesús fue pobre, como lo podría haber sido “nuestra Eva María”; Cristo Jesús fue célibe, como lo podría haber sido “nuestra Eva María”; Cristo Jesús fue libre, como lo podría haber sido “nuestra Eva María”; Cristo Jesús fue misericordioso, como lo podría haber sido “nuestra Eva María”; Cristo Jesús murió por todos, cargando con los pecados de la Humanidad, como lo podría haber hecho “nuestra Eva María”. 

Por lo tanto la demanda que hoy, y desde hace mucho, resuena en el seno de la Iglesia no la debemos plantear ni sustentar en el pasado, sino en el presente. La pregunta, para mí, es si hoy somos capaces de aceptar que Dios se encarna cada día y en cada hombre y mujer. Si aceptamos esto, lo demás es una consecuencia lógica. Tan lógica como que Dios tuviese que encarnarse hace dos mil años en Jesús y no en Eva María. 

El papel de la mujer (ni el del hombre tampoco) en la Iglesia no debería depender de un estudio profundo del pasado intentando encontrar el fósil que justifique una demanda del siglo XXI. No podemos dejar en manos de teólogos e historiadores, con todos mis respetos para ambos, la decisión última ni la argumentación definitiva, porque la tradición ha de ser apelada solo para lo inamovible, y el futuro es cambio, evolución. 

La mayoría de las autoras y autores que escriben sobre esta cuestión del papel de la mujer en la Iglesia buscan citar la Biblia y a los santos, y está bien recordar las palabras que se ponen en boca de Miriam, la hermana de Moisés, o de Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia, cuando hacen una defensa de la mujer como sujeto que también sabe y conoce de las cosas de Dios. De gran valor son los textos rescatados en las catacumbas y basílicas que nos remontan a los primeros siglos del cristianismo, el hallazgo de los términos “episcopa” o “presbytera” en frescos y legajos, los escritos de san Atanasio en el siglo IV, una carta del papa Gelasio I, o la expresa prohibición de la ordenación de mujeres en el concilio de Laodicea s.IV, que da a entender que era algo que se estaba haciendo.

Hasta ahora, por lo general, la demanda del acceso de la mujer a puestos de responsabilidad y a los ministerios ordenados de la Iglesia se ha planteado, a mi modo de ver, como un acto de justicia histórica por el sometimiento del pasado, o como una revancha contra el patriarcalismo imperante durante siglos, o como una reivindicación feminista más. Y, creo que no es nada de eso, o no debería ser nada de eso, o que es mucho más que solo eso. 

Quizá el proceso sería más acertado, rápido y “católico” (por lo de universal) si lo planteamos solo y exclusivamente con la mirada del presente y el futuro, con una lectura actualizada del Evangelio. Si en lugar de preguntarnos qué hizo Jesús entonces nos preguntamos qué quiere hacer Jesús ahora. Qué hizo la Iglesia (asamblea de fieles) entonces y qué quiere hacer la Iglesia hoy. (Ahí tenemos el Sínodo como gran oportunidad)

Veamos cómo se define la teología feminista: La teología feminista es una teología de mujeres para mujeres: influenciada por el feminismo, se funda en la experiencia de la opresión, de la discriminación y de la marginación femeninas, con el objetivo de denunciar, criticar y combatir el patriarcado en la sociedad, en la Iglesia y en las relaciones interpersonales. Su objetivo es denunciar, criticar y combatir. Tres verbos necesarios, sí, pero agresivos, y que se fijan en el pasado. 

Lo importante es saber si esta sociedad y esta Iglesia de hoy está preparada para aceptar también un rostro femenino de Dios, como el de la película de “La Cabaña” (¡ojo, que en esta misma película Dios toma forma de varón cuando el protagonista lo necesita!). ¡Ese debe ser el termómetro para nuestros días! Saber si somos capaces de aceptar un rostro de mujer para Dios, pero también un rostro negro, asiático, indio, un rostro down, un rostro sin afeitar, sin aliñar, un rostro demacrado, un rostro maltratado, asesinado y crucificado, un rostro de asesino, dictador o maltratador.  Lo importante es saber si podemos hacer el ejercicio que el P. Cué tuvo que hacer  a demanda de su “Cristo roto”. 

¿Hasta dónde podemos llegar a escandalizarnos? 

Algunos culpan a los sucesivos papas de ser los responsables directos de no alcanzar objetivos en estas demandas, de poner palos en la rueda, de evitar cualquier progreso. También considero un error esta crítica. Creo que los papas, al menos los de  los últimos siglos, han respondido a su papel de ser garantes de la tradición, de no dar pasos en falso, de mantener ese ritmo paquidérmico pero seguro de la Iglesia, de seguir dejándose iluminar por el Espíritu Santo y hacer las concesiones en su momento. Por eso hay que preguntarse si esta Iglesia, que sigue dividida internamente, está preparada realmente para dar ese paso. 

Desde la tesis que defiendo, mientras la demanda sobre el acceso de la mujer a las órdenes sagradas, o simplemente a puestos de decisión en la Iglesia, se haga mirando hacia atrás, y no hacia adelante, quizá no nos merezcamos ese avance, porque quizá no vayamos a saber gestionarlo desde criterios evangélicos, sino terrenales, de poder, y no de servicio, de triunfo y derrota de los inmovilistas en lugar de logro universal. Quizá ese, y no otro, sea el motivo por el que no estemos pudiendo dar pasos, por el que el Espíritu Santo frene la mano de los papas para atar en la tierra lo que quedaría atado en el cielo. 

Desde esta reflexión propongo una mirada propositiva sobre esta cuestión, una mirada que no precise cuestionar si en lugar de Jesús hubiese sido Eva María la inspiradora del cristianismo. Una mirada que busque encontrar las respuestas de Dios, Padre y Madre, para la mujer y el hombre de hoy. 

Seguramente estemos en puertas de esa evolución de la Iglesia, pero hemos de asumir que el día que demos el paso, nada será como antes. Porque la igualdad de hombre y mujer ante los ojos de Dios, probablemente, se parezca muy poco a la idea de igualdad en la sociedad. El día que demos ese paso volveremos a ser piedra de escándalo para la sociedad. ¡Tendríamos que ser piedra de escándalo para esta sociedad!

A veces pienso que estamos a años luz de conocer a Dios en toda su inmensidad. Aceptarle hombre y mujer, Padre y Madre, será un paso, pero nos quedan muchas contradicciones terrenales que aceptar, rico en la pobreza, misericordioso en la justicia, grande en lo pequeño, todopoderoso en la debilidad, Uno en la Trinidad, humano en la divinidad y Divino en la humanidad. 

Con el Concilio Vaticano II recuperamos al Dios que habla todos los idiomas, que se comunica con el ser humano en todas las lenguas. Los sínodos de la Iglesia son esa fórmula de trabajo en comunidad que pueden ir aportando luces. Los recientes sínodos de la juventud y el de la Amazonía tendrán que dar sus frutos más tarde o más temprano. 

Sínodo de la juventud Conclusiones nº 55

Las mujeres en la Iglesia

También surge entre los jóvenes la petición de un mayor reconocimiento y valoración de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia. Muchas mujeres desempeñan un papel insustituible en las comunidades cristianas, pero en muchos lugares cuesta que se les dé espacio en los procesos de toma de decisiones, incluso cuando no requieren específicas responsabilidades ministeriales. La ausencia de la voz y de la mirada femenina empobrece el debate y el camino de la Iglesia, quitando al discernimiento una valiosa contribución. El Sínodo recomienda que se ayude a todos a ser más conscientes de la urgencia de un cambio ineludible, entre otras cosas a partir de una reflexión antropológica y teológica sobre la reciprocidad entre hombres y mujeres.

El Sínodo de la Amazonía le dedica específicamente un apartado de sus conclusiones.

  1. La presencia y la hora de la mujer
  2.             La Iglesia en la Amazonía quiere «ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia» (EG 103). «No reduzcamos el compromiso de las mujeres en la Iglesia, sino que promovamos su participación activa en la comunidad eclesial. Si la Iglesia pierde a las mujeres en su total y real dimensión, la Iglesia se expone a la esterilidad» (Francisco, Encuentro con el Episcopado brasileño, Rio de Janeiro, 27 de julio de 2013).
  3.         El Magisterio de la Iglesia desde el Concilio Vaticano II ha resaltado el lugar protagónico que la mujer ocupa dentro de ella: «Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga» (Pablo VI, Mensaje a la conclusión del Concilio Vaticano II a las mujeres, 8 de diciembre de 1965).
  4.         La sabiduría de los pueblos ancestrales afirma que la madre tierra tiene rostro femenino. En el mundo indígena y occidental la mujer es la que trabaja en múltiples facetas, en la instrucción de los hijos, en la transmisión de la fe y del Evangelio, son presencia testimonial y responsable en la promoción humana, por lo que se pide que la voz de las mujeres sea oída, que ellas sean consultadas y participen en las tomas de decisiones y, de este modo, puedan contribuir con su sensibilidad para la sinodalidad eclesial. Valoramos la función de la mujer, reconociendo su papel fundamental en la formación y continuidad de las culturas, en la espiritualidad, en las comunidades y familias. Es necesario que ella asuma con mayor fuerza su liderazgo en el seno de la Iglesia, y que ésta lo reconozca y promueva reforzando su participación en los consejos pastorales de parroquias y diócesis, o incluso en instancias de gobierno.
  5.         Ante la realidad que sufren las mujeres víctimas de violencia física, moral y religiosa, incluso el feminicidio, la Iglesia se posiciona en defensa de sus derechos y las reconoce como protagonistas y guardianes de la creación y de la “casa común”. Reconocemos la ministerialidad que Jesús reservó para las mujeres. Es necesario fomentar la formación de mujeres en estudios de teología bíblica, teología sistemática, derecho canónico, valorando su presencia en organizaciones y liderazgo dentro y fuera del entorno eclesial. Queremos fortalecer los lazos familiares, especialmente a las mujeres migrantes. Aseguramos su lugar en los espacios de liderazgo y capacitación. Pedimos revisar el Motu Propio de San Pablo VI, Ministeria quaedam, para que también mujeres adecuadamente formadas y preparadas puedan recibir los ministerios del Lectorado y el Acolitado, entre otros a ser desarrollados. En los nuevos contextos de evangelización y pastoral en la Amazonía, donde la mayoría de las comunidades católicas son lideradas por mujeres, pedimos sea creado el ministerio instituido de “la mujer dirigente de la comunidad” y reconocer esto, dentro del servicio de las cambiantes exigencias de la evangelización y de la atención a las comunidades.
  6.         En las múltiples consultas realizadas en el espacio amazónico, se reconoció y se recalcó el papel fundamental de las mujeres religiosas y laicas en la Iglesia de la Amazonía y sus comunidades, dados los múltiples servicios que ellas brindan. En un alto número de dichas consultas, se solicitó el diaconado permanente para la mujer. Por esta razón el tema estuvo también muy presente en el Sínodo. Ya en 2016, el Papa Francisco había creado una Comisión de Estudio sobre el Diaconado de las Mujeres que, como comisión, llegó a un resultado parcial sobre cómo era la realidad del diaconado de las mujeres en los primeros siglos de la Iglesia y sus implicaciones hoy. Por lo tanto, nos gustaría compartir nuestras experiencias y reflexiones con la Comisión y esperamos sus resultados.

En estos textos encontramos esos argumentos del presente y el futuro y no del pasado, como vengo proponiendo: 

“La ausencia de la voz y de la mirada femenina empobrece el debate y el camino de la Iglesia”

“que la voz de las mujeres sea oída, que ellas sean consultadas y participen en las tomas de decisiones y, de este modo, puedan contribuir con su sensibilidad para la sinodalidad eclesial.”

“En los nuevos contextos de evangelización y pastoral en la Amazonía, donde la mayoría de las comunidades católicas son lideradas por mujeres, pedimos sea creado el ministerio instituido de “la mujer dirigente de la comunidad” y reconocer esto, dentro del servicio de las cambiantes exigencias de la evangelización y de la atención a las comunidades.”

No solo de palabra, sino de obra también hay que sentir de verdad que la ausencia de la voz y la mirada de la mujer empobrece el debate y el camino de la Iglesia. Que su participación es crear sinergias en la sinodalidad eclesial. Que la realidad de la labor evangelizadora que muchas vienen realizando desde hace años tiene que ser reconocida ministerialmente. Estos son argumentos de la Iglesia de hoy, no de la Iglesia de los tiempos de Pedro y Pablo, sino de Francisco. 

Vicente Luis García Corres 

¿Y SI FUERA MUJER…? 

Siempre me han gustado las películas de ciencia ficción.  Galaxias habitadas por hombrecillos verdes, seres que se mueven en otra dimensión, una máquina del tiempo que me transportara a otra época de la historia y así poder comunicarme con personas de otros siglos. Una de las personas con las que me gustaría compartir tiempo, y muchas preguntas, es sin duda Jesús de Nazaret.  En un cara a cara con Jesús le hablaría de aquello que no entiendo, que no veo, aquello que me duele, le contaría de mis proyectos e ilusiones…  Sería, seguramente, una conversación interminable… 

La vida es, cómo decirlo, muy real, para lo bueno y para lo malo, por eso de vez en cuando me gusta echar a volar la imaginación y observo que otro mundo es posible, que otro ser humano es posible y que otra Iglesia también es muy posible, más aún, sería muy conveniente que a veces fuera “otra”.

Pero mientras ese momento llega, simplemente imagino situaciones, supongo que para intentar comprender aquello que no alcanzo a descubrir y que nadie me aclara por miedo, por cansancio o porque no hay respuesta posible.

¿Qué hubiera pasado si Jesús, el Hijo de Dios encarnado, no hubiera sido hombre sino mujer?

Sé que es difícil imaginarlo ya que en aquellos tiempos la mujer no era merecedora de ningún derecho, y prácticamente no era nadie ni nada.  Tal vez por ello su mensaje de amor y salvación para el mundo no habría sido escuchado viniendo de boca de una mujer que no tenía ningún valor.

Pero en un ejercicio de ciencia ficción, imagino a la Hija de Dios como una chica más de su tiempo, una joven judía, trabajadora, alegre, sencilla, ayudando en las labores de casa y sabiendo que Dios tenía para ella un papel esencial en la salvación del mundo.  Y como la imagino una chica inteligente, no sólo la intuyo rodeada de discípulas, sino también de discípulos, no la veo marginando a la otra mitad de las gentes de Galilea por el hecho de ser hombres.

Por el hecho de ser mujer seguro que todo le sería mucho más difícil, teniendo que demostrar que era “la Hija de Dios” y, por tanto, enviada para llevar el mensaje de Amor y Salvación a un mundo perplejo y descreído.

Seguro que muchas personas sólo verían el físico, el envoltorio, el exterior y por ello se perderían la profundidad de su mensaje.  Todos sabemos que lo esencial es invisible a los ojos de la carne.  Sólo aquellos que pudieran ver más allá de las formas e ir al fondo, gozarían con sus palabras, su mensaje, sus hechos y sus milagros.

Por su condición de mujer se sentiría más cercana y unida a otras mujeres, y no le costaría comprender lo difícil que sería para una mujer salir adelante en aquellos tiempos y en aquella cultura. 

Imagino a la Hija de Dios denunciando la prepotencia de algunos hombres, defendiendo a la mujer de ser cosificada, ninguneada y abusada.  Tal vez su encuentro con la “mujer adúltera” y que relata el Evangelio de San Juan (Jn 8, 1-11), bien podría tratarse de un hombre… “hombre adúltero” y ella le trataría con la misma dulzura y claridad con la que Jesús trató a la adúltera.  ¡Porque, digo yo, que la mujer cometió adulterio con un hombre, sí… adúltero, aunque fuera ella quien pagara con toda la culpa!

Hay dos pasajes en la Biblia que siempre me han llamado la atención: uno es el relato de la Samaritana que se encuentra con Jesús sacando agua del pozo de Sicar (Jn 4, 1-26), una mujer sedienta del amor de Dios, que ha buscado la felicidad en cinco maridos y Jesús le habla de la verdadera agua que quita la sed para siempre.  Y el otro relato es del buen samaritano (Lc 10, 25-37) hombre bueno, misericordioso, justo y un verdadero prójimo para el herido.  Es curioso, hombre y mujer samaritanos  los dos y tan diferentes en reputación.

La Hija de Dios sabría poner a disposición de los demás todos sus talentos como mujer, para hacer llegar al pueblo su sabiduría, su dulzura, su firmeza, su ecuanimidad, su acogida, su benevolencia…

En su condena a muerte por parte de romanos y judíos, tal vez habría corrido la suerte de otras mujeres de su tiempo, que era lo que se estilaba: una dura muerte por lapidación hasta morir.  En cualquier caso, el símbolo de su muerte significaría el Amor incondicional y hasta el extremo porque “nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

Ya en nuestros días, sigo haciendo volar la imaginación y veo una Iglesia en femenino donde nadie se sienta excluida por el simple hecho de ser mujer.  Recuerdo que Dios nos creó hombre y mujer (Gn 1, 27) y vio que “todo era muy bueno”. Ambos creados por amor con la misma dignidad y, por supuesto, con sus diferencias, siendo así complementarios y compañeros de camino.

Una iglesia unida en lo fundamental y en su diversidad, aceptando a la mujer con todos sus dones y especificidad, sin tener que demostrar -no sé a quién- que somos capaces y merecedoras de seguir a Dios y de servir a los hermanos. Una iglesia con más colores, más amable, más acogedora, más madre, más alegre, con más humor, más bella… sin un millón de normas e impedimentos, que algunos sólo son criterios humanos y lo único que hacen es esconder la única y auténtica Ley del Amor. 

Y ahora, dejo de volar y de hacer ciencia ficción y me remito a los hechos: A día de hoy “en la Iglesia las mujeres, aún no son de fiar” (letra de la canción “No nos convencerán” del maravilloso cantautor cristiano Migueli).  Hay muchos impedimentos y miedos en cuanto a la vocación de la mujer dentro de la Iglesia.  Siempre se nos ve y ofrecen las mismas labores: limpieza y ornato del templo, catequesis… sin tenernos en cuenta, sin escuchar nuestra voz propia y con pocos espacios donde tomar decisiones, que nos atañen como mujeres y como creyentes, y para que se cumpla la vocación de la mujer de una forma plena.  Tanto paternalismo, tanto ser miradas de abajo a arriba, tanto que parece que tenemos que demostrar… nos agota, nos deprime y a veces hace que tiremos la toalla.  Nada que ver con lo que el verdadero Hijo de Dios decía y obraba.

Queremos ser comprendidas, que se nos escuche, no que se nos oiga, que se nos ESCUCHE con atención y sin prejuicios, como criaturas e hijas de Dios que somos, ni más ni menos, porque tenemos mucho que decir.  Por desgracia, la Iglesia jerárquica se encuentra muy lejos de la esencia de la mujer, creyendo a veces que somos poco más que un objeto de decoración. Tiene mucho que aprender de cómo Jesús trataba a las mujeres, cómo contaba con ellas, cómo las aceptaba, las congregaba como discípulas suyas, abrazó a la mujer, la perdonó con misericordia y la defendió en su integridad como persona.  ¿Qué hemos hecho en Su Iglesia después de su muerte y resurrección para encontrarnos en esta situación?  No hemos seguido sus enseñanzas, y el poder humano, por desgracia, también se hace presente en ella.

Dios sigue encarnándose hoy, aquí y ahora en cada hombre, en cada mujer, y quien no lo vea y lo acepte, está causando un grave error y gran dolor en muchas personas.  Se habla mucho del acceso de la mujer a los ministerios ordenados (que para nada es el fin de esta sencilla reflexión, sino una de las consecuencias de ella y que no es algo que me quite el sueño, precisamente…) y pienso que para algunas mujeres tal vez sea un asunto de igualdad, para otras puede ser un acto de revanchismo por el mal moral sufrido durante largo tiempo y lo ninguneadas que se hayan podido sentir, pero para otras es una aceptación a su vocación al sacerdocio o al diaconado (“haberlas haylas” y yo las conozco) y no quieren competir con ningún hombre ni ser como ellos, sino que quieren desarrollar esa vocación que creen viene de Dios.  No me gustaría que nadie se escandalizara, si fuera así no se podría tratar nunca con sinceridad y seriedad estos asuntos.

Un tema muy espinoso y duro para la mujer son todas las formas de violencia física contra ella, a veces a manos de sus propias parejas en el hogar, otras veces en forma de acoso en el trabajo, las violaciones de su intimidad, el aborto al que a veces se ve abocada por falta de apoyo, abandono y soledad…  Múltiples formas de herir la dignidad de la mujer y cosificarla. Echo de menos que en la Iglesia hiciéramos una denuncia más clara y contundente, contando con más apoyos para acoger a las víctimas de esta violencia, sabiendo que Ella está de nuestra parte.

Se trata simplemente de tomar en serio a la mujer, su dignidad y como colaboradora de la obra de Dios y, si cometemos errores en la búsqueda de nuestra identidad y nuestro papel (no el que quieren algunos, sino el que Dios ha pensado para cada una de nosotras), pensad que todos los cometemos, y algunos bien grandes.

“Ya no hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.  Y si sois de Cristo, sois también descendencia de Abrahán, herederos de la promesa”.  (Gálatas 3, 28-29)

La mujer debe ser protagonista de su propia historia, y quiere llegar a conocer qué le pide Dios, y cómo Él le sueña, sin clichés ni medidas estándar. Ella también habla con Dios, se comunica con Él, y con el trato y la fe puede llegar a conocer Su voluntad. Ella desea ser escuchada por Dios y también por la Iglesia, porque cuando ésta no escucha o no quiere ver, se ve empobrecida enormemente, se está perdiendo reconocer cómo siente y vive más de la mitad de sus seguidores.  No hay más que mirar un domingo en cualquier misa y en cualquier parroquia, cuántas feligresas hay, ¡cómo para no tenerlas en cuenta!

Conozco bien a muchas mujeres de Iglesia muy bien preparadas, intelectual, humana y espiritualmente hablando, a las que no se les da “una oportunidad”, sólo por el “pequeño detalle” de ser mujeres.  Hablo de mujeres muy preparadas en todos los sentidos, que aman a Jesús y a su Iglesia profundamente con una gran vocación de servicio al mundo. ¿Quiénes somos nosotros para cerrar la puerta o poner freno a vocaciones y dones que sólo vienen de parte de Dios?  La ignorancia es atrevida…

Pienso que hoy, más que nunca, se necesita una teología femenina para seguir avanzando y para defender y potenciar a la mujer, como don para el mundo y para la Iglesia.  Hoy el mundo tiene rostro de mujer empobrecida. No sé si por decir todo esto alguien pensará que soy feminista, pero estaría muy equivocado, no me gustan las definiciones ni que se me encasillen, tengo voz propia.   A mí nunca me han interesado los sufijos: -ico, -ismo, -ista… y quien me conoce sabe que no “me caso con casi nadie” sin reflexionar las cosas.  Simple y llanamente esto es un asunto de justicia y de respeto.  Creo en un Dios Padre y Madre a la vez, que no deja fuera de su amor a nadie.  Hoy, Dios, sigue escandalizando, por eso lo queremos atrapar, enmarcar, para poder “domarlo” a nuestra medida, que no nos dé la lata ni nos haga salir de nuestra zona de confort.

Aunque hoy la Iglesia parezca no estar suficientemente preparada para atender las demandas de la mujer creyente, pienso que hay que dar pasos, aunque sean pequeños, pero firmes y seguros, en un clima de escucha y respeto.  No es una buena opción dejar las cosas como están porque molestan o incomodan, esto no hace más que enquistar las situaciones de injusticia. Y no hacen bien a nadie.  El tiempo es otro y hay que hablar para un mundo que también es otro, al estilo del Papa Francisco, que no condena y que acoge a todos para que nadie quede en tierra de nadie o por los márgenes y cunetas de la vida.  No sólo debemos acoger a todos los que se acercan, sino salir al encuentro del otro, para dialogar, invitar y no para inculcarle nuestra doctrina y normas, sino para, de verdad, escucharle porque nos importa lo que nos quiere trasmitir, lo que ofrece, aunque sean críticas y quejas. Tal vez, en algunas o en muchas, tenga razón.

Jesús de Nazaret se enfrentó al poder establecido, ahora diríamos que fue un adelantado para su tiempo, que escandalizaba por decir la verdad, denunciando aquello que era contrario a la Ley del Amor. Sus enemigos lo ponían a prueba constantemente, y esto, entre otras cosas, le llevó a una muerte de cruz.  

Yo no puedo creer ni seguir a una Iglesia inmovilista, que tiene miedo a dar pasos mirando al futuro, y, mirando al pasado, cambiar lo que se puede cambiar.  Quiero una Iglesia en salida para encontrarse y dar la mano a un Dios también con rostro y corazón de mujer.  Una Iglesia que dé respuesta tanto a hombres como a mujeres de este tiempo, de hoy, en las circunstancias que nos están tocando vivir y aceptando que no tenemos respuestas para todo.  Que los caminos de Dios a veces son muy claros, pero otras veces son un misterio y así seguirán siendo, pero no por ello debemos dejar de caminar.

A veces creo conocer a Dios, otras no, pero lo intuyo con rostro de mujer y con rostro de hombre, de piel negra y de piel blanca, empobrecido y enriquecido, enfermo y sano, preso y libre y, por encima de todo misericordioso.

Termino con unas frases contundentes del documento final del Sínodo de los Jóvenes de 2018, que ve la necesidad de reconocer y valorar a la mujer en la sociedad y en la Iglesia:

“La ausencia de la voz y de la mirada femenina empobrece el debate y el camino de la Iglesia…” “Que la voz de las mujeres sea oída, que ellas sean consultadas y participen en las tomas de decisiones y, de este modo, puedan contribuir con su sensibilidad para la sinodalidad eclesial…”“Es un deber de justicia… – afirma el documento – que encuentra su inspiración en Jesús y en la Biblia”.

  Paloma Pérez Muniáin

Poema de Mario Benedetti

¿Y si Dios fuera una mujer?

pregunta Juan sin inmutarse,

vaya, vaya si Dios fuera mujer

es posible que agnósticos y ateos

no dijéramos no con la cabeza

y dijéramos sí con las entrañas.

Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez

para besar sus pies no de bronce,

su pubis no de piedra,

sus pechos no de mármol,

sus labios no de yeso.

Si Dios fuera mujer la abrazaríamos

para arrancarla de su lontananza

y no habría que jurar

hasta que la muerte nos separe

ya que sería inmortal por antonomasia

y en vez de transmitirnos SIDA o pánico

nos contagiaría su inmortalidad.

Si Dios fuera mujer no se instalaría

lejana en el reino de los cielos,

sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,

con sus brazos no cerrados,

su rosa no de plástico

y su amor no de ángeles.

Ay Dios mío, Dios mío

si hasta siempre y desde siempre

fueras una mujer

qué lindo escándalo sería,

qué venturosa, espléndida, imposible,

prodigiosa blasfemia

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