"'Tuchito' es el tercero de tres hermanos, hijos de la Yoli, modista, y de don Tucho, taxista" Alberto Roselli: "El padre Artemio Staffolani fue el que marcó a 'Tuchito'"
"El padre Tucho es el tercero de tres hermanos, hijos de la Yoli, modista, y de don Tucho, taxista y contrabajista entre otras cosas"
"El padre Tucho dice y hace hoy lo que fue aprendiendo a decir y a hacer cuando era un niño y un joven en su Alcira Gigena natal, pequeño pueblo del interior del interior de la provincia argentina de Córdoba"
"Lo cierto es que se trata de un ser humano más, como usted o como yo, que necesariamente deberíamos volver cada tanto a las raíces, al aire respirado en los primeros años"
"El cura que el hermano mayor que debía acompañar, encausar y alentar, forma parte de lo que Tucho es hoy: el padre Artemio Staffolani"
"El padre Staffolani terminó siendo obispo de Río Cuarto y parte del grupo de obispos que trabajó para unir a los políticos disgregados luego de la grave crisis vivida en los años 2000 y 2001"
"Lo cierto es que se trata de un ser humano más, como usted o como yo, que necesariamente deberíamos volver cada tanto a las raíces, al aire respirado en los primeros años"
"El cura que el hermano mayor que debía acompañar, encausar y alentar, forma parte de lo que Tucho es hoy: el padre Artemio Staffolani"
"El padre Staffolani terminó siendo obispo de Río Cuarto y parte del grupo de obispos que trabajó para unir a los políticos disgregados luego de la grave crisis vivida en los años 2000 y 2001"
"El padre Staffolani terminó siendo obispo de Río Cuarto y parte del grupo de obispos que trabajó para unir a los políticos disgregados luego de la grave crisis vivida en los años 2000 y 2001"
| Alberto Roselli, diácono y periodista
“Un corazón, muchos rostros” (Roland Scheid SDV)
La frase que ilustra estas palabras corresponde al lema propuesto por la familia verbita con motivo de la canonización de san Arnoldo Janssen.
Sintetiza el espíritu del fundador según se vaya conociendo en profundidad el alma de este atrevido misionero que abrió el juego de la evangelización animando la creación de congregaciones tanto activas como contemplativas, tanto femeninas como masculinas.
Este lema, entiendo, se ajusta a nuestras propias vidas: somos lo que somos por lo que fuimos, y seremos aquello que a lo largo del camino nos fue construyendo.
La designación por parte de Francisco del padre Tucho Fernández como prefecto de la Doctrina de la Fe y la consecuente creación cardenalicia da la impresión que hubiera desatado a todos los diablos, con cuestionamientos, interpretaciones, valoraciones, juicios, críticas y otras tantas derivaciones que llegan a una exageración y a una enjundia hasta difícil de entender.
Lo que sí es cierto es que el padre Tucho dice y hace hoy lo que fue aprendiendo a decir y a hacer cuando era un niño y un joven en su Alcira Gigena natal, pequeño pueblo del interior del interior de la provincia argentina de Córdoba.
Eso mismo fue potenciando cuando decidió entrar al seminario apenas terminada la educación secundaria en su querido Colegio Comercial, el desarrollo de su vuelo espiritual e intelectual, su viajar siendo seminarista a Buenos Aires para profundizar, o sus años en Roma estudiando Teología Bíblica, o el doctorado en la Universidad Católica Argentina, o sus años de docencia allí y en otros centros de formación, su tarea como párroco en la diócesis de Río Cuarto, su labor como decano de la Facultad de Teología de la UCA, su posterior designación como rector de esa casa de estudios o cuando se le confía asumir como arzobispo de La Plata … todo en medio de cuestionamientos, críticas, humillaciones y contrariedades más cercanas a la envidia ilustrada que a la verdad.
Lo cierto es que se trata de un ser humano más, como usted o como yo, que necesariamente deberíamos volver cada tanto a las raíces, al aire respirado en los primeros años, al aroma a hogar como parte de una familia, a las inquietudes, preguntas y respuestas buscadas y recibidas en medio de esa primera comunidad, la de la lengua materna.
El padre Tucho es el tercero de tres hermanos, hijos de la Yoli, modista, y de don Tucho, taxista y contrabajista entre otras cosas, apodo proveniente de una anécdota deportiva y que hace referencia a un histórico jugador de fútbol de Boca Juniors.
Ese apodo fue siendo herencia entre los hijos: Don Tucho, el Tucho grande, el menos Tucho de todos –vaya a saber por qué-, Jorge, el hijo del medio y, por fin, Tuchito.
Su infancia fue siendo un proceso de integración permanente a las tareas de esa bella parroquia de campaña, aprendiendo y generando cosas: obras de teatro, obras de teatro de títeres, escribir, leer, pensar, aprender, y hacer. Hacer siempre. Y para los más vulnerables.
También formó parte a su tiempo de los grupos de jóvenes como integrante primero, como “jefe” de grupo después, como catequista, como animador y asi … siempre con una clara manifestación intelectual que hacía presumir un futuro destacado, aunque también siempre orientada a buscar nuevos modos de llegar con Jesús de la mano a todos, según cada quien podía entenderlo y vivirlo.
Pero hubo alguien en esa comunidad que con su presencia, su aliento, su testimonio de cura en serio, estando siempre disponible, sin poner horarios en la puerta de la parroquia, sin humillar ni creerse el dueño de ese territorio sino más bien el hermano mayor que debía acompañar, encausar y alentar, forma parte de lo que Tucho es hoy: el padre Artemio Staffolani.
Él es uno de esos curas formados en el preconcilio que a la llegada del Vaticano II supo de pruebas, crisis y conflictos pero que eligió ser pastor; como se pudiera pero con un sentido común que siempre terminaba apuntando a la gente concreta, a los nombres concretos, a las situaciones reales aunque hubiera que tener paciencia para que entraran en los moldes clericales de entonces.
Ese padre Staffolani fue quien marcó en Tucho y en todos quienes transitamos esos tiempos de la parroquia San José de Tegua, el coraje por hacer por los demás, el atreverse, el salir, el empujar, el incluir … con fallas y todo. Pero con la certeza, como dice el dicho popular, que “es mejor pedir perdón que permiso” cuando se trata de hacer cosas por los demás.
El padre Staffolani terminó siendo obispo de Río Cuarto y parte del grupo de obispos que trabajó para unir a los políticos disgregados luego de la grave crisis vivida en los años 2000 y 2001.
Staffolani, con defectos y todo, fue ese gran cura que enseñaba a pensar sin culpa y a hacer sin pausa, habiéndonos nutrido casi implacablemente de la Palabra de Dios: “hagan lo que hagan, siempre comiencen leyendo algo de la Biblia”, decía hasta el hartazgo … quizás también por eso Tucho habrá elegido Sagradas Escrituras para profundizar sus estudios …
Con el tiempo y la distancia Tucho habrá encontrado en ese tal Bergoglio, al padre espiritual y amigo que supo ayudarlo a integrar lo intelectual con lo espiritual, lo teológico como herramienta para servir mejor, la Iglesia como lugar teológico donde lo que la habita son personas. Un Staffolani adecuado a esos nuevos tiempos de crecimiento.
Tuve la suerte de compartir esa comunidad y esos tiempos. Y cuando pienso en aquello el corazón se me llena de rostros y de nombres.
Estoy seguro que el cardenal Víctor Manuel Fernández, sólido teólogo, generador de caminos intelectuales, comunicador manso y paciente, sacerdote amante de su ministerio, siempre disponible para una palabra de aliento aunque más para un tiempo de escucha, es aún aquel “Tuchito” con el corazón lleno de rostros, como dice el lema verbita.
Rostros y nombres que resuenan en su corazón: Coca, Esthela, Pepito, La Gallega Norma, Margarita, Tatalo, Pelusa, Caritas, Betania y muchos, muchísimos mas… acaso su tía Ilda a quien llamaba “Ildátia” o su abuela Ida o la “Nonáida”, con perdón de las licencias gramaticales pero con permiso del cariño profundo.
Quienes prefieren acentuar en lo teórico, formal, solamente doctrinal para cuestionar a hermanos en la misma fe –o a cualquier persona en definitiva- deberían, sin miedo, intentar volver a llenar sus corazones de rostros y nombres. Allí está la verdadera Iglesia, allí tendrá sentido la más depurada teología.
Negar lo humano para priorizar lo divino también es una herejía. Reconocerlo es darle aún más espacio a la Gracia.
En lo que a mi respecta para que pastoreen la Iglesia como gesto personal del Amor de Dios –y Dios ama a las personas, a nosotros, no a las teorías pulcras y aislantes- prefiero corazones y manos como los de Francisco y los de Tucho … digo … como para que se vaya cumpliendo el Evangelio.
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