Conmemoración de los 200 años de la independencia de América Central Pueblos indígenas de Centroamérica: de las tristezas del pasado a los desafíos del presente
Desde la fundación de las naciones, los pueblos indígenas no han tenido lugar en la mesa, no han sido parte de los procesos socioculturales y sociopolíticos, no encontraron espacios para aportar a la sociedad desde sus valores y sueños particulares
Han sido poblaciones ignoradas, asimiladas y, en peores casos, masacradas. Con pocas excepciones, los pueblos originarios pasaron de la subyugación bajo la colonia española a la subyugación bajo los nuevos Estados-naciones
Los indígenas no eran partícipes en los procesos de organización de los Estados-naciones y no aprobaron el modelo. Fueron, y siguen siendo, víctimas pisoteadas por sistemas y políticas ajenos a sus valores de organización social
Los indígenas no eran partícipes en los procesos de organización de los Estados-naciones y no aprobaron el modelo. Fueron, y siguen siendo, víctimas pisoteadas por sistemas y políticas ajenos a sus valores de organización social
| Rev. José Fitzgerald, CM
Durante la formación de los nuevos Estados-naciones en América Central, los pueblos indígenas no han sido tomados en cuenta, estuvieron encubiertos, olvidados o incluso vistos como “obstáculos” para los procesos que intentaron construir identidades únicas de nacionalidad basadas en los modelos europeos. Desde la fundación de las naciones, los pueblos indígenas no han tenido lugar en la mesa, no han sido parte de los procesos socioculturales y sociopolíticos, no encontraron espacios para aportar a la sociedad desde sus valores y sueños particulares. Han sido poblaciones ignoradas, asimiladas y, en peores casos, masacradas. Con pocas excepciones, los pueblos originarios pasaron de la subyugación bajo la colonia española a la subyugación bajo los nuevos Estados-naciones.
En la raíz del problema se encuentra el hecho de que los países de América Central no fueron fundados bajo el concepto de la diversidad de pueblos o naciones en sus territorios, sino con base en el modelo europeo con respecto a intereses de los colonialistas. Los indígenas no eran partícipes en los procesos de organización de los Estados-naciones y no aprobaron el modelo. Fueron, y siguen siendo, víctimas pisoteadas por sistemas y políticas ajenos a sus valores de organización social. Lu’K’at Pedro Us Soc, educador y teólogo guatemalteco del pueblo maya-k’iche’, explica que, “como Estado de la nación ladina-mestiza, en las manos de una élite, ha institucionalizado un conjunto de mecanismos legales, políticos, económicos y sociales para mantener sistemáticamente a los pueblos indígenas al margen de las decisiones políticas estatales, y mantener su estatus como ciudadanos de tercera categoría o, incluso, como no ciudadanos.”
Como Iglesia no podemos negar nuestra participación en los graves errores y pecados cometidos en contra de la dignidad de los pueblos indígenas en estos territorios, hoy día América Central. En el mejor de los casos, la Iglesia “reconfigura su propia identidad en escucha y diálogo con las personas, realidades e historias de su territorio” (Querida Amazonía, 66). Sin embargo, una reflexión sobre la presencia de la Iglesia entre los pueblos indígenas de Centroamérica muestra el fracaso histórico de vivir humildemente este ideal. Revela una historia general de subyugación cultural y espiritual en lugar de un diálogo respetuoso. Aunque podemos citar avances significativos en los procesos teológicos y pastorales contextualizados en el último medio siglo, la tendencia a devaluar la experiencia de fe del “otro diferente” sigue manifestándose de manera abierta y sutil.
Un presente precario
Los pueblos indígenas son, por lo general, las poblaciones más empobrecidas de los países centroamericanos; sufren realidades como la depresión económica, la mala educación y la deficiente atención sanitaria. La injusticia abunda ya que los territorios indígenas están bajo constante ataque y amenaza de las fuerzas del “progreso” o desarrollo al estilo occidental, que ven a las comunidades indígenas principalmente como obstáculos en el avance de megaproyectos como la minería, las represas y la agroindustria. Las comunidades se ven obligadas a vivir en condiciones rurales precarias o a emigrar a las ciudades, donde les esperan nuevas formas de pobreza multidimensional. Como afirma el papa Francisco en Querida Amazonía, la colonización no ha terminado; “en muchos lugares se transforma, se disfraza y se disimula, pero no pierde la prepotencia contra la vida de los pobres y la fragilidad del ambiente” (16).
Los pueblos indígenas son, en general, los más empobrecidos de los países centroamericanos; sufren la depresión económica, la mala educación y la deficiente atención sanitaria
Cuando los pueblos indígenas rechazan proyectos como la minería a cielo abierto, su autenticidad como ciudadanos es cuestionada por las autoridades y a veces por la sociedad en general. ¿Son panameños de verdad? ¿Realmente son guatemaltecos? Parte de ese pensamiento equivocado viene por confundir la unidad con la uniformidad, y por considerar que los pueblos indígenas deben pensar, actuar y vivir como los demás ciudadanos del país, promoviendo una uniformidad que manifiesta el miedo al “otro diferente”.
Este mal concepto de la unidad nacional ha forzado procesos de asimilación forzada de los pueblos indígenas, borrando sus identidades particulares y, en consecuencia, la gran sabiduría y prácticas que tienen mucho para ofrecer al mundo actual. Frente a esa realidad, Francisco exige “un especial cuidado para no dejarnos atrapar por colonialismos ideológicos disfrazados de progreso que poco a poco ingresan dilapidando identidades culturales y estableciendo un pensamiento uniforme, único… y débil” (Puerto Maldonado 2018).
Frente a esa realidad, Francisco exige “un especial cuidado para no dejarnos atrapar por colonialismos ideológicos disfrazados de progreso que poco a poco ingresan dilapidando identidades culturales y estableciendo un pensamiento uniforme, único… y débil”
El interculturalismo, por el contrario, reconoce la realidad de una familia humana pluricultural y promueve procesos que valoran todas las culturas en un entorno de respeto mutuo. Busca caminos para erradicar el posicionamiento histórico de culturas dominantes y subordinadas y, en cambio, aprecia la diversidad de la familia humana como un regalo del Creador que hay que celebrar. En el contexto intercultural, la meta es la plena integración de las poblaciones y culturas desde sus propias identidades, no la asimilación en una identidad dominante nacional. A través de los diálogos interculturales, el rápido juicio de etiquetar como “malo” lo que es diferente de la propia cultura da paso a la consideración de la complejidad de la sociedad humana y las muchas maneras en que los hijos de Dios han llegado a organizarse y a vivir a lo largo de nuestra Casa Común.
En los contextos eclesiales actuales convenimos en ver a los hermanos indígenas no como los “pobres por atender”, sino como los principales actores, los responsables de su propio desarrollo y evangelización. “Son los principales interlocutores, de los cuales ante todo tenemos que aprender, a quienes tenemos que escuchar por un deber de justicia” (Querida Amazonía, 26). Nos corresponde como comunidades de fe abrir los espacios en un espíritu de interculturalidad y reconocer que los frutos del Evangelio entendido y vivido desde una cultura particular pueden ser cosechados por toda la comunidad de fe.
El Papa afirma que “cada cultura y cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo” (Puerto Maldonado 2018), y que “necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga para aportar, y dejar de lado la lógica de creer que existen culturas superiores o culturas inferiores” (Temuco 2018). ¿Cuál es la riqueza que los pueblos indígenas pueden aportar? El Papa ha dicho en varias ocasiones que los pueblos indígenas tienen mucho que enseñar a las sociedades no indígenas y a la Iglesia. Desde sus cosmovisiones particulares, sus espiritualidades, sus prácticas diarias, encontramos caminos que responden a las crisis que estamos sufriendo como países en nuestra relación con la Madre Tierra, con la familia humana y con Dios.
En nuestras sociedades cada día más egoístas e individualistas, los pueblos indígenas plantean un modo de vida donde el bien de uno depende del bien de todos, en el que “la vida es un camino comunitario donde las tareas y las responsabilidades se dividen y se comparten en función del bien común” (Querida Amazonía, 20). En nuestros países, que sufren la pérdida de ecosistemas enteros, los pueblos indígenas nos enseñan, desde su espiritualidad de gratitud, que vivimos en una sola casa, somos parte de una “red de vida”, con una gran responsabilidad de mantener armonía y equilibrio con la obra del Creador. Nos invitan a cambiar la visión de la naturaleza como mercancía por otra en la que es considerada un milagro de Dios que exige nuestro respeto y cariño.
En el contexto de nuestras economías basadas en la salvaje competencia y la acumulación de bienes, los pueblos indígenas nos muestran economías solidarias, donde la relación humana y el bien de todos superan las tendencias consumistas. En nuestras comunidades donde crece el secularismo o la separación de la fe de la vida, los pueblos originarios nos muestran una visión integral donde lo divino está impregnado en cada espacio y cada aspecto de la vida cotidiana. Ciertamente, los pueblos indígenas tienen “mucho que enseñarnos” y mucho que aportar a nuestros países y a la Iglesia desde sus prácticas y cosmovisiones particulares.
Un futuro esperanzador
¿Será posible reconstruir las naciones y la Iglesia de América Central a partir de esa visión de la pluralidad de culturas, modos de vida y valores, donde la interculturalidad se convierte en un nuevo modelo de relacionarnos; donde ningún joven se siente avergonzado por hablar su lengua nativa, vestirse con identidad o vivir sus valores ancestrales; donde ser “diferente” no provoca disciminación, racismo y odio, sino interés, aprendizaje y fraternidad?
Reflexionando sobre la realidad de los pueblos indígenas en Centroamérica, podemos reconocer un pasado lleno de tristezas y un presente repleto de desafíos, pero, gracias a Dios, podemos ver un futuro impregnado de esperanza y posibilidades si somos capaces, como sociedades e Iglesia, de aceptar que “la propia identidad cultural se arraiga y se enriquece en el diálogo con los diferentes” (Querida Amazonía, 37). Las identidades nacionales de Centroamérica lograrán profundizarse al conocer e integrar a los pueblos indígenas, y abrir los espacios de plena participación en los procesos sociales, culturales y políticos. Nuestra Iglesia viviría mejor su vocación de anunciar la Buena Nueva escuchando esas voces sabias desde la periferia, los que tienen “mucho que enseñarnos”.
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