"Jesús declara el total desacato respecto del 'poder' religioso" Andrés Opazo: "Algunos se comportan como si se hubiesen apropiado del sacerdocio en beneficio propio"
"Corre la voz de que algunos de los sacerdotes afectados por la prohibición del ejercicio público continúan celebrando misas por su cuenta"
"Si la prohibición afecta a lo relacionado con el culto público, ello revela una concepción del sacerdocio ajena al evangelio"
| Andrés Opazo
(Andrés Opazo, La Palabra Nuestra).- Hemos visto recientemente cómo, en casos de abusos de poder, de conciencia y sexuales de parte de sacerdotes católicos, la Iglesia ha decretado la suspensión de la condición sacerdotal. En otros casos, han impuesto la prohibición del ejercicio público de las funciones sacerdotales. Pero corre la voz de que algunos de los sacerdotes afectados continúan celebrando misas por su cuenta.
Entiendo que tal prohibición afecta a las funciones relacionadas con el culto público, con la administración de los sacramentos. De por sí, ello revela una concepción del sacerdocio ajena al evangelio de parte de la Iglesia. Jesús convocó a pastores, a guías que condujeran a la comunidad en su seguimiento. Lo que está en duda en el día de hoy es, justamente, el tema de la ordenación sacerdotal. Lo único seguro, es que no proviene de Jesús.
Al referirme a sacerdotes que no obedecen las sanciones impuestas, no me preocupa mucho el desacato en sí mismo, o la desobediencia en el clero. Me inquieta otra cosa, quizás más profunda: el por qué algunos sacerdotes afectados se resisten a aceptar la sanción, y tratan de ejercer el sacerdocio contra viento y marea. Se comportan como si se hubiesen apropiado del sacerdocio en beneficio propio, haciendo de él un atributo irrenunciable, casi un componente de su persona. Así queda garantizada su dignidad y superioridad espiritual. Se desconoce, pues, que la conducción de la comunidad es un servicio que ella puede solicitar a alguien, como también cesarlo. Un tema de orden institucional, por lo tanto, humano.
¿Por qué un papa que ha renunciado a sus funciones, como Benedicto XVI, conserva la dignidad de papa? Sigue vestido de blanco, habita en el Vaticano, posee una servidumbre especial
De esta concepción del sacerdocio como atributo personal, y no como servicio, se desprende la enorme dificultad que experimenta quien ha sido sacerdote para comportarse como un miembro más de la Iglesia, sin reconocimientos de superioridad o de excelencia especial. La negativa a ser simplemente un laico no hace más que desvelar el clericalismo realmente existente. He aquí el verdadero problema: el poder religioso ejercido por el clero.
Otros casos deben ser mirados desde este mismo ángulo. ¿Por qué un papa que ha renunciado a sus funciones, como Benedicto XVI, conserva la dignidad de papa? Sigue vestido de blanco, habita en el Vaticano, posee una servidumbre especial. ¿Por qué no ha regresado a su diócesis de origen, para ponerse al servicio de las necesidades de la Iglesia, o por qué no vive simplemente como un cristiano que cuenta con cuidados especiales a causa de su edad? La pregunta se hace extensiva a muchos cardenales y autoridades eclesiásticas cesadas en sus funciones, que perpetúan sus privilegios y exigen mantener su vida de príncipes.
Lo que resulta evidente en situaciones como las referidas, es que el clericalismo practicado por sacerdotes, obispos, cardenales y papas, es totalmente opuesto al Evangelio y al espíritu de Jesús. En la mayoría de las religiones, y en particular en la judía, en la que fue educado Jesús, se concibe la necesidad de personas o instituciones intermediarias entre lo divino y lo humano, entre lo sagrado y lo profano: chamanes, sacerdotes, gurús de diferente tipo.
Frente a esta realidad histórica, la gran novedad acarreada por Jesús de Nazaret es el fin de los intermediarios entre el hombre y Dios. Él fue el Enviado, el Testigo, el Hijo que revela al Padre Dios. Ese Hijo se hace uno de nosotros para convencernos de que ese Dios, su Padre, nos ama a todos y cada uno, a la humanidad entera. Jesús no duda en ningún momento en desautorizar a los sacerdotes, a los doctores de la ley, al culto, al templo, a los rituales de purificación propios de la religión de su tiempo. En el fondo, declara el total desacato respecto del “poder” religioso, el cual tiende a masificar e infantilizar a las personas. Por ello, ese mismo poder reacciona ordenando la ejecución de tan peligroso delincuente. Pero su Padre Dios lo resucita, y desde ese momento Jesús es constituido como el único mediador. Y su mediación consiste, justamente, en comunicarnos que Dios no nos impone nada más que un solo y único mandamiento: el de amarnos entre nosotros como hermanos, puesto que nuestro Padre nos amó primero.
El sacerdocio pierde, entonces, toda vigencia; la ley antigua es superada. Las comunidades cristianas del siglo I y la mitad del II no conocieron un sacerdocio cristiano. Existía sólo la comunidad de hermanos iguales, hombres y mujeres. Muy pronto aparecieron funciones de servicio, los diáconos. Ciertas personas reconocidas por la robustez de su fe, tanto hombres como mujeres, presidían la Cena del Señor, la principal actividad comunitaria. Sin embargo, el crecimiento de las iglesias y su expansión por el mundo grecorromano, desencadenan un proceso de institucionalización del cristianismo. Surge un clero, un estamento constituido por obispos, sacerdotes y altos funcionarios de las iglesias, que progresivamente suplanta a la comunidad de hermanos iguales soñada por Jesús. Y al mismo ritmo de la aparición de un poder religioso “cristiano”, ocurre la expoliación de los derechos y funciones de las mujeres en la Iglesia. Conocer y comprender este proceso es indispensable para explicarse el fenómeno antievangélico del clericalismo, sufrido por la Iglesia desde el siglo IV.
Pero ese clericalismo histórico es hoy profundamente cuestionado. Desde el punto de vista teológico, el Concilio Vaticano II abrió caminos nuevos al entender a la Iglesia como el pueblo de Dios. Ello obliga a una redefinición de los ministerios eclesiales. Por otra parte, el laicado reivindica sus derechos en base a razones teológicas pero teniendo en cuenta su experiencia ciudadana y democrática, otras formas más maduras y humanas de ejercicio del poder.
Jesús fue el primero en rebelarse contra el clericalismo; hoy negaría la dignidad superior de padres, monseñores y eminencias. En su tiempo, criticó fuertemente a las autoridades religiosas judías por su tendencia a ocupar siempre los primeros lugares y llamarse maestros. Les advierte a sus discípulos: “Ustedes no se hagan llamar maestros, porque uno solo es su maestro y todos ustedes son hermanos. En la tierra a nadie llamen padre, pues uno solo es su Padre, el del cielo … El mayor de ustedes que se haga servidor de los demás” (Mateo 23, 6-12).