Asumir el pasado para construir el futuro En Nicaragua, sin la participación de los cristianos no se hubiera logrado el triunfo de la revolución de 1979

Managua, 1983
Managua, 1983

"Frente a la persecución y el asedio que está pasando la Iglesia católica de Nicaragua es fácil hacer una crítica a los cristianos que, antes del triunfo de la revolución, y sobre todo en la década de los 80´s se arriesgaron a participar en aquel proceso"

"Quiero explicar lo que fueron nuestras opciones motivadas desde el Evangelio y orientadas a dar un testimonio profundamente cristiano. ¿Cuál era nuestra propuesta para acompañar este 'proceso'? Simplemente una lectura dinámica de la historia"

"La carta pastoral 'firmada' por los obispos en noviembre de 1979 y apoyada por el encargado de la nunciatura apostólica, animó a muchos católicos a una visión abierta, positiva y profética en aquellos primeros días"

"Crear un nuevo sujeto de la historia, un nuevo proyecto participativo y democrático, es el camino para enfrentar la crisis: Superar las contradicciones ofreciendo al pueblo una luz de esperanza sin cerrarse a la novedad que ofrecía la revolución de 1979 en sus primeros años"

Frente a la persecución y el asedio que está pasando la Iglesia católica de Nicaragua y la irracionalidad de acusar a sus líderes de traidores a patria entre otros epítetos; es fácil hacer una crítica a los cristianos que, antes del triunfo de la revolución –y sobre todo en la década de los 80´s se arriesgaron a participar en aquel proceso-, tuvieron experiencia de vivir aquellos años y que fueron capaces –por medio de publicaciones muy motivadoras para los creyentes dentro y fuera del país-, de crear una amplia cadena de solidaridad y compromiso con todo lo que vivíamos en aquella década.

Hay publicaciones en las que se afirma taxativamente: Sin la participación de los cristianos no se hubiera logrado el triunfo de la revolución de 1979. Los que vivimos aquella experiencia podemos dar cuenta de esta afirmación.

La crítica más fuerte que nos hacen las nuevas generaciones, nacidos ya distantes de los primeros años del triunfo revolucionario, es que estuvimos ciegos. Que no quisimos ver las consecuencias a las que nos iba a llevar la revolución por falta de una iglesia unida, que se enfrentara a los “errores” del directorio del sandinismo y destacan con fuerza los mensajes de Juan Pablo II, especialmente aquel lanzado durante la santa misa celebrada en Managua en su visita al país en 1983: “La unidad de la Iglesia por encima de otras ideologías”.

No quiero ni deseo defender las posturas de los cristianos comprometidos con aquella revolución que hoy nos parece un suceso del pasado, ni analizar los hechos desde una visión retrospectiva y reconocer los errores cometidos, que estoy seguro se cometieron de un lado y de otro. Lo que sí quiero es explicar lo que fueron nuestras opciones motivadas desde el Evangelio y orientadas a dar un testimonio profundamente cristiano, con las limitaciones propias de los seres humanos y del calor que avivaba nuestra fe, esa que queríamos vivir inmersos en la realidad del pueblo.

¿Cuál era nuestra propuesta para acompañar este “proceso”? Simplemente una lectura dinámica de la historia. Desde ella veíamos que los cambios sociales que se anunciaban en la revolución era un paso hacia adelante en el devenir histórico del país. Ese paso dado con la participación de los cristianos y la Iglesia, pensábamos que podíamos acompañar aportando los valores propios del Evangelio. La carta pastoral “firmada” por los obispos en noviembre de 1979 y apoyada por el encargado de la nunciatura apostólica, animó a muchos católicos a una visión abierta, positiva y profética en aquellos primeros días.

Los creyentes analizábamos los momentos de grandes cambios en la historia occidental donde la Iglesia jugó papeles ambiguos, como el paso de la Edad Media al Renacimiento; con la persecución de Galileo Galilei donde el magisterio eclesiástico cuatro siglos después tuvo que pedir perdón.

Plaza de Managua

Las grandes transformaciones que trajo la revolución francesa en el siglo de las luces, rechazadas en su tiempo por la jerarquía eclesiástica y ampliamente aceptadas siglos después en el Concilio Vaticano II. Desde esa lógica, la participación de los cristianos en los movimientos populares del continente latinoamericano tenía un atractivo y una gran convocación. Profundamente cuestionada por el Vaticano durante el Papa Wojtyla, éste hizo abortar el sueño que animaba a miles de católicos en América y el mundo en general.

En noviembre del año 1980 fui invitado a Cubapara compartir la experiencia de los cristianos en la revolución nicaragüense con la generación joven del Partido Comunista de Cuba (PCC). Les llamaba mucho la atención que el pueblo cristiano, mayormente católico, participara en los procesos de cambio en Nicaragua, Guatemala, El Salvador y en general, en toda América Latina.

Aquella era una generación nueva, que en la actualidad está rondando los 70 a 75 años. Muchos de ellos recordaban su niñez y juventud participando en la Iglesia católica como acólitos, venían de familias profundamente cristianas y tenían mucho interés en plantear un cambio en la dirección del PCC sobre los asuntos de la religión. Se desahogaban en secreto conmigo cuando quedábamos solos en la habitación del hotel Habana Libre de la capital cubana.

Este primer encuentro abrió todo un proceso de posibilidades de profundos cambios en la isla. Continuaron los encuentros con sacerdotes y agentes de pastoral laicos de El Salvador, Guatemala y después, organizaron el primer encuentro con teólogos y teólogas de las diferentes iglesias de Estados Unidos. Fui -una vez más-, invitado para compartir nuestra experiencia y acompañar a los invitados por el PCC a la isla.

Los cubanos siguieron los contactos con destacados teólogos europeos. Esto llevó al PCC a la creación de un centro de análisis sobre sociología de la religión y preparar un equipo de militantes en universidades católicas de Europa, y prepararse para plantear un comportamiento nuevo del diálogo con el hecho religioso. Dentro de esta estrategia juega un papel destacado la presencia de Frei Betto con la publicación de su libro Fidel y la Religión. Fruto de estos encuentros fue el cambio profundo de la Constitución de la isla. En el congreso del PCC del año 1992 se pasó de una carta magna confesionalmente atea a una de corte laico.

¿Qué ha quedado de aquel proyecto que nació lleno de esperanza e ilusión? ¿Qué ha quedado de los sueños que animaron nuestro compromiso? ¿Fueron una vaga ilusión? No. La historia tiene sus niveles de crecimiento y retroceso. Pero los momentos fundantes de un salto de calidad se mantienen como inspiradores de algo nuevo.

La revolución francesa fue traicionada por sus mismos actores. Pero queda en la historia como un momento de cambio que llega hasta el día de hoy. La democracia tan cacareada por todos los líderes políticos es fruto de aquel levantamiento de 1789. Los derechos humanos y el estado de derecho son valores, todos ellos asumidos por la oposición nicaragüense que son herencia de aquel proceso histórico, a pesar de los errores que pudieron darse por parte de sus mismos ideólogos.

El proceso de Nicaragua actualmente puede dar marcha atrás tanto en lo ideológico como en lo político y religioso. Basta con escuchar las declaraciones y testimonios de los expatriados, asilados, y tienen razón en su experiencia. Pero esto no puede llevarnos a una nueva contradicción.

Salir del régimen de la familia Ortega-Murillo para imponer un gobierno que corte cabezas, excluya y margine, no solo a los que han cometido crímenes de lesa humanidad, sino a todo lo que huela a revolución y a sandinismo es apartar un momento de gran creatividad en la historia y motivador de grandes esperanzas en aquellos que –como yo-, los vivió de forma intensa desde la fe.

El paso que nuestro pueblo tiene que dar no es borrón y cuenta nueva. Esto lo afirma el papa Francisco: “Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas –no olvidar la historia por más novedoso que soñemos el futuro- y llevar estas luchas, a metas más altas aún”.

Este es el camino para enfrentar la crisis: Superar las contradicciones ofreciendo al pueblo una luz de esperanza sin cerrarse a la novedadque ofrecía la revolución de 1979 en sus primeros años.

Crear un nuevo sujeto de la historia, un nuevo proyecto participativo y democrático, donde las mayorías populares tomen un papel beligerante. Un estado social de derecho desde la lógica de las mayorías, una integración de la autodeterminación de los pueblos y la soberanía nacional sin menoscabo de la defensa de los derechos humanos con toda su amplitud: sociales, políticos, culturales y sobre todo económicos como respuesta a la lógica de la globalización neoliberal dominante.

Para ello hay que recrear el momento histórico, recogiendo lo mejor del pasado y abrirse a un presente esperanzador hacía un futuro de paz con justicia social y desarrollo humano integral para todos los nicaragüenses.

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