El coronavirus impidió que esta semana se celebrara la Semana Nacional de Vida Consagrada Carlos Martínez Oliveras: "Muchos hemos sentido el zarpazo de la muerte en algunos hermanos y hermanas"
"Hoy una significativa representación nos hubiéramos reunido para celebrar la Semana Nacional de Vida Consagrada bajo un título interpelante y comprometido: “Consagrados para la vida del mundo: La Vida Consagrada en la sociedad actual”. Tres intensos días de formación y comunión que se han tornado, por causa de un virus invisible, en días de reflexión, contemplación y acción... en confinamiento"
"Muchas instituciones han sentido el zarpazo de la muerte en alguno de sus propios hermanos y hermanas o en familiares y personas cercanas. Muchos continúan ejerciendo su presencia y atención a los más vulnerables a pie de cama o fogón. Otros han echado la creatividad a volar para coser mascarillas, reforzar la producción del obrador o llevar Evangelio y Sacramento por todos los medios digitales posibles"
| Carlos Martínez Oliveras, cmf
“¡Ojalá vivas tiempos interesantes!”. Se suele traer esta maldición china a colación para poner en valor que la bendición consistiría en vivir de forma tranquila y realizar todo lo que estaba proyectado. No tenía pensado escribir estas líneas. Lo hago a petición de parte porque hay quienes creen que vale la pena traer al momento presente un evento que estaba programado, aunque no se haya podido celebrar. Lo hago gustoso porque vale la pena recordar, sobre todo, a los protagonistas del mismo: los consagrados en España.
Hoy una significativa representación nos hubiéramos reunido para celebrar la Semana Nacional de Vida Consagrada bajo un título interpelante y comprometido: “Consagrados para la vida del mundo: La Vida Consagrada en la sociedad actual”. Tres intensos días de formación y comunión que se han tornado, por causa de un virus invisible, en días de reflexión, contemplación y acción... en confinamiento. Pero los actores son los mismos allá donde estén o hagan lo que hagan: hombres y mujeres que han entregado su vida a Dios, caminan al paso de la Iglesia y tratan de hacer frente a los desafíos globales de la sociedad del tercer milenio.
Los consagrados constituyen un don de vida, santidad y misión dentro de la Iglesia y también tienen su palabra en el conjunto del tejido social.
La vida consagrada vive, testimonia y trabaja en medio de la sociedad y contribuye de una manera determinante a la construcción del bien común. También en estos días de coronavirus.
Muchas instituciones han sentido el zarpazo de la muerte en alguno de sus propios hermanos y hermanas o en familiares y personas cercanas. Muchos continúan ejerciendo su presencia y atención a los más vulnerables a pie de cama o fogón. Otros han echado la creatividad a volar para coser mascarillas, reforzar la producción del obrador o llevar Evangelio y Sacramento por todos los medios digitales posibles, especialmente en estos días de Semana Santa. Y todos han intensificado su oración por vivos y difuntos, jóvenes y ancianos, cercanos y lejanos, gobernantes y sanitarios... Pareciera que, de repente, toda la vida consagrada se ha vuelto “contemplativa”, recluida en comunidades y casas, como si hubiéramos hecho un voto temporal de stabilitas loci (estabilidad de lugar), al estilo benedicitino, en una continua secuencia de ora et labora dentro de los muros monacales.
El confinamiento no anula la vista ni para el corazón
No obstante, el confinamiento no anula la vista ni para el corazón. En estos días, la sensibilidad se hace más palpable, si cabe, a situaciones que antes pudieran pasar más desapercibidas. Analizar los valores de la sociedad actual, coordinar las relaciones dentro de la Iglesia, responder evangélicamente al desafío de las migraciones, confrontar la vida consagrada en el tejido social, ver cómo actualizar la misión del Señor desde nuestros carismas, fortalecer nuestra espiritualidad, fijar nuestra atención en la familia como centro de la vida social y cristiana, reforzar la vida consagrada como actora indiscutible del diálogo intercultural e interreligioso... hubieran sido las dimensiones objeto de estudio de la Semana Nacional que nos hacen volver una y otra vez sobre nuestra consagración, nuestra comunión y nuestra misión. Y, a buen seguro, van a seguir interpelándonos de una u otra forma.
Confieso que me habría gustado vivir una Semana de Pascua en la que los protagonistas de este texto hubieran sido el Nuncio, con su presencia y palabra simbolizando y reforzando la comunión con el Papa; o la presidenta de la UISG, con su mensaje autorizado en nombre de las superioras generales; o el nuevo presidente de la Comisión Episcopal de Vida Consagrada de la CEE; o el cardenal salesiano de Rabat y el desafío migratorio; o el exembajador Paco Vázquez con su libertad y su fe abierta; o el cardenal comboniano Miguel Ángel Ayuso, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso... No importa. La historia es también gramática divina para saber lo que Dios nos pide en cada momento. Tiempo habrá y hacemos acopio en la memoria del corazón para pensar en el año 2021, en el que el Instituto Teológico de Vida Religiosa cumplirá 50 años de servicio eclesial. Nos comprometemos desde hoy a trabajar para ese aniversario, aunque si algo vamos aprendiendo en estos meses es a no hacer muchos planes por anticipado. Lo ponemos en las manos de Dios y Él irá diciendo.
Fermento evangélico
La vida consagrada está convocada a ser fermento evangélico en el mundo. Los consagrados son llamados a poner y dar vida en tantas situaciones de muerte que laceran la piel de las realidades cercanas y lejanas. Lo están haciendo ahora en estos tiempos de pandemia y lo harán cuando vayamos saliendo en desescalada de nuestros cenáculos para afrontar la que se presume será la peor crisis económico-social en más de cien años.
Algunos suelen distinguir entre el “organizador” y el “estratega”. El primero lleva adelante el plan preconcebido “pase lo que pase” y “caiga quien caiga”. El segundo desarrolla un arte especial para sortear las dificultades y tratar de cumplir lo mejor posible los objetivos. Está claro que no estamos en tiempo de organizadores, sino de estrategas.
Y estoy seguro de que los consagrados sabrán asumir el papel de sabios estrategas carismáticos para seguir cumpliendo, desde su vocación eclesial, la misión de Dios.