"Sin que nadie tuviese que decírnoslo, supimos que era el momento de trabajar el triple" Cristina Ordóñez, médica: "Las muestras de agradecimiento fueron nuestro sustento durante muchos días"
"Llevamos varios años recibiendo reiteradamente alertas sanitarias sobre cepas nuevas de virus respiratorios procedentes del continente asiático que, afortunadamente, no causaron graves daños en nuestra población. Todos pensamos que esta era una más"
"Durante todo el mes de febrero —recordemos que el estado de alarma no se decretó hasta el 14 de marzo— atendimos en nuestras consultas infinidad de cuadros respiratorios leves sin ningún tipo de protección, ignorando que muchos de ellos ya debían de ser Covid-19"
"En el Centro de Salud de Torrelaguna tenemos la suerte de conocer a nuestros pacientes desde hace mucho tiempo. No son un nombre o un número. Nosotros estamos en sus vidas desde hace años y ellos también en las nuestras"
"No somos héroes. Somos profesionales que hacemos nuestro trabajo, solo que, ahora, de una manera mucho más visible que en otras ocasiones"
"En el Centro de Salud de Torrelaguna tenemos la suerte de conocer a nuestros pacientes desde hace mucho tiempo. No son un nombre o un número. Nosotros estamos en sus vidas desde hace años y ellos también en las nuestras"
"No somos héroes. Somos profesionales que hacemos nuestro trabajo, solo que, ahora, de una manera mucho más visible que en otras ocasiones"
| Cristina Ordóñez Betanzos, médica de familia en Torrelaguna
Llevo quince años trabajando como médica de atención primaria en la Comunidad de Madrid. Me dedico a las urgencias extrahospitalarias en el Centro de Salud de Torrelaguna, situado cincuenta kilómetros al norte de la capital. Es un trabajo muy gratificante. El trato cercano con los pacientes y su entorno rural dan un enfoque completamente distinto a la típica visión hospitalocentrista de la medicina.
Esta misma cercanía se convirtió en un arma de doble filo a mediados del pasado mes de febrero, cuando la pandemia del Covid-19 empezó a extenderse por nuestro país, con especial virulencia en nuestra comunidad autónoma.
Por aquel entonces se nos advertía de la llegada de un nuevo virus, de la familia Coronaviridae, procedente de China. Debo confesar que, a pesar de varias notificaciones previas y de algunas reuniones para tratar el tema, no nos lo tomamos muy en serio. Todos los médicos hemos estudiado en la facultad esa familia de virus. En principio, no nos parecía, pues, nada nuevo. De hecho, llevamos varios años recibiendo reiteradamente alertas sanitarias sobre cepas nuevas de virus respiratorios procedentes del continente asiático que, afortunadamente, no causaron graves daños en nuestra población. Todos pensamos que esta era una más.
Y así, durante todo el mes de febrero —recordemos que el estado de alarma no se decretó hasta el 14 de marzo— atendimos en nuestras consultas infinidad de cuadros respiratorios leves sin ningún tipo de protección, ignorando que muchos de ellos ya debían de ser Covid-19. En aquel momento comenzaron los contagios en el personal de atención primaria, algunos de los cuales por desgracia, tuvieron —y están teniendo— un desenlace fatal.
A mediados de marzo la situación derivó en el caos conocido por todos alcanzando una situación especialmente crítica: las urgencias hospitalarias comenzaron a colapsarse, las plantas de ingreso hospitalario tuvieron que ser destinadas prácticamente a esta nueva patología que cada día nos sorprendía por su agresividad, su curso rápido y fulminante en ancianos y su impacto inesperadamente grave en personas jóvenes. Las UCIs empezaron a alertar sobre su nivel de saturación. Se paralizaron consultas rutinarias, cirugías y todo aquello que no fuese una emergencia debería esperar para más adelante. La situación, como es sabido, se convirtió en realmente alarmante.
Nuestro sistema de atención primaria tuvo también que reorganizarse en base a dos pilares básicos. Por un lado, el Hospital de campaña de IFEMA, dotado con personal de atención primaria y SUMMA. Y por el otro, la atención urgente en los distintos centros de salud de toda la Comunidad, a fin de ejercer de dique de contención para identificar todos los posibles casos sospechosos, realizar un seguimiento exhaustivo y riguroso de ellos y sus contactos, con la finalidad de evitar que el imprevisto tsunami inundase completamente nuestro sistema hospitalario.
Este segundo pilar supuso una absoluta reorganización de todo nuestro trabajo, de modo que disminuyeron drásticamente las consultas urgentes no respiratorias y el seguimiento de pacientes con patología crónica. Nos dedicamos casi por completo al nuevo virus, con una ventaja que también es un inconveniente.
En el Centro de Salud de Torrelaguna tenemos la suerte de conocer a nuestros pacientes desde hace mucho tiempo. No son un nombre o un número. Nosotros estamos en sus vidas desde hace años y ellos también en las nuestras. Es fácil ver por qué esta ventaja entraña también una dificultad. Y es que atender impotentes a personas familiares para todos los sanitarios de nuestro Centro de Salud conlleva una sobrecarga emocional añadida al drama de la enfermedad en sí, aunque también —hay que reconocerlo— nos proporciona estrategias de implicación profesional para abordar una pandemia de forma aún más apropiada a nivel comunitario.
La cuestión es que desde mediados del mes de marzo comenzó una labor frenética a nivel sanitario. Todos estuvimos sobrecogidos y sobrepasados por los acontecimientos, pero debo decir que, inmediatamente, sin que nadie tuviese que decírnoslo, supimos que era el momento de darlo todo, de trabajar el doble o el triple, de día o de noche, sin preocuparse por cuestiones económicas ni recompensas ni incentivos de ningún tipo. Como tantos otros sectores de nuestra sociedad, respondimos todos a una, sacrificando nuestro tiempo, a nuestras familias y nuestra salud. Eran nuestros pacientes los que estaban demandando ayuda y sentimos que nos necesitaban más que nunca. Era, pues, el momento de demostrar la verdadera vocación por la medicina y el sentido más profundo de nuestra profesión: intentar curar, aliviar y siempre acompañar.
No somos héroes. Somos profesionales que hacemos nuestro trabajo, solo que, ahora, de una manera mucho más visible que en otras ocasiones. Es sencillo: si uno ve que alguien se está ahogando y nadie más puede ayudarlo, uno se tira al mar sin pensarlo, aunque no disponga del salvavidas pertinente. Así estuvimos muchos sanitarios: sin “epis” y sin mascarillas adecuadas. El drama consistía en que se estaban ahogando miles de personas a la vez y no todas tenían cabida en los botes salvavidas. Este es el punto más doloroso, el que va a tardar más tiempo en cicatrizar, si es que algún día lo hace del todo.
Las muestras de agradecimiento fueron nuestro sustento durante muchos días, las grandes manifestaciones de cariño, pero también los pequeños gestos. Sabemos que los afectos son muy volubles y podemos pasar de héroes a villanos en cuestión de horas. No están lejanos los tiempos en los que los médicos sufríamos agresiones en nuestros puestos de trabajo. No obstante, hay que reconocer que ha sido realmente conmovedor ver a todo un país volcado con la labor de sus sanitarios. Eso también se quedará grabado en nuestra memoria para siempre.
Hemos pasado mucho miedo, sobre todo al principio, cuando los primeros compañeros comenzaron a contagiarse, algunos de extrema gravedad y con desenlace fatal. Fue duro ir a trabajar pensando: ¿será hoy el día en que me contagie? ¿Qué va a pasar con mi familia? ¿Qué sucederá con mis compañeros si no puedo seguir trabajando? Sin embargo, la fuerza de la costumbre es tremendamente poderosa y la capacidad de adaptación del ser humano es asombrosa. Eso nos ha permitido seguir adelante en este nuevo escenario sin que el miedo nos paralice, pues este es su peor efecto: la atrofia instantánea o la incapacidad para la reacción inmediata.
"El drama consistía en que se estaban ahogando miles de personas a la vez y no todas tenían cabida en los botes salvavidas. Este es el punto más doloroso, el que va a tardar más tiempo en cicatrizar"
En los últimos días parece que han ido disminuyendo los contagios y la presión sobre los hospitales, debido a las medidas de confinamiento ordenadas por el Gobierno. Mientras los hospitales pueden ir aliviando su carga, la atención primaria se prepara para lo que viene.
Y es que nos va a tocar realizar una labor fundamental de centinela, pues somos el estamento más adecuado entre los sanitarios para detectar los nuevos casos en su primera manifestación y evitar, así, su propagación. No tenemos todavía las herramientas de diagnóstico adecuadas. Pocas veces las hemos tenido, por eso se dice que somos “expertos navegantes en el mar de la incertidumbre”. Estamos habituados a trabajar con pocos recursos, guiándonos por la clínica, por nuestras manos y por ese sexto sentido que solo puede desarrollarse con la experiencia.
Aun así, espero que las autoridades nos doten de suficientes pruebas diagnósticas para poder realizar una labor impecable. Por nuestra parte, seguimos controlando, con una estricta vigilancia, a los pacientes que han sido dados de alta y les espera un largo periodo de convalecencia. También a los casos leves, por si aparecen signos de alarma.
En fin, estamos muy involucrados en un acompañamiento continuo, porque la soledad es, a veces, peor que la propia enfermedad y el sentir que tu médico —a quien conoces— está a tu lado siempre, a cualquier hora, para aconsejarte o simplemente escucharte es, a veces, la mejor medicina. Un compañero me decía hace unos días: “somos los primeros en llegar, los últimos en irse y no hacemos demasiado ruido”.
Tengan por seguro que todos los sanitarios, pero especialmente los de atención primaria, siempre estaremos ahí donde más se nos necesite. Y en momentos críticos como este aún más todavía.