Coloquio en el Centro Teológico Manuel Larraín de Santiago Criterios de discernimiento para asomarse a la riqueza de la 'Amoris Laetitia'

(Carolina del Río, teóloga).- Todos quienes integramos este panel y hemos organizado esta conversación estamos hace ya varios años estudiando e investigando estas temáticas de familia y sexualidad en el Círculo de Estudio de Sexualidad y Evangelio del Centro Teológico Manuel Larraín.

Así es que cuando el papa Francisco convocó al Sínodo de la familia, no solo estábamos muy contentos, sino además, con muchas ganas aportar.

El sínodo «Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización» fue convocado por Francisco a fines del 2013. En enero del 2014 se hicieron llegar a los fieles del mundo entero 39 preguntas sobre la temática.

En un procedimiento totalmente inédito en la Iglesia, se estaba pidiendo la opinión de los creyentes sobre materias de familia y sexualidad.

Nos acompañan esta noche:

Jorge Costadoat, SJ:
Doctor en teología, director del Centro Teológico Manuel Larraín.

Carmen Reyes:
Socióloga y psicóloga PUC, profesora e investigadora en temas de familia; autora de varias publicaciones, la última, Sexualidades y Evangelio en conjunto con varios autores.

Samuel Yáñez:
Profesor de filosofía de la Universidad Alberto Hurtado, doctor en filosofía.

Judith Schönsteiner:
Académica de la Universidad Diego Portales, directora del Centro de Derechos Humanos de esa universidad, doctora en derecho por la Universidad de Essex, Reino Unido.

¿Qué es un sínodo?

El Sínodo, según la explicación del mismo papa Francisco, es una expresión eclesial, es decir de la Iglesia que camina junta para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios; es la Iglesia que se interroga sobre su fidelidad al depósito de la fe, que para ella no constituye un museo para contemplar y ni siquiera para salvaguardar, sino que es una fuente viva en la que la Iglesia apacigua su sed para dar de beber y para alumbrar el depósito de la vida...

El único método del Sínodo -continúa el papa- estriba en abrirse al Espíritu Santo con valentía apostólica, con humildad evangélica y con oración confiada, para que sea él quien nos guíe, quien nos ilumine y quien ponga ante nuestros ojos, no nuestros pareceres personales, sino la fe en Dios, la fidelidad al Magisterio, el bien de la Iglesia y la salud de las almas.

Y al iniciar el sínodo en septiembre del año pasado, el papa puso una condición a los participantes, diciéndoles:

"Una condición general de base es esta: hablar claro. Que ninguno diga: esto no puede decirse, si lo digo pensarán mal de mí. Decid todo lo que pensáis, libremente... Al mismo tiempo, agregó Francisco- se debe escuchar con humildad y acoger con corazón abierto lo que dicen nuestros hermanos. Con estas dos actitudes se ejercita la sinodalidad".

Una vez concluido el sínodo quedamos a la espera de la palabra del Papa. Y esta se dejó escuchar en la exhortación apostólica Amoris Laetitia, que hoy comentamos.

Ha sido criticada por algunos y alabada por otros. Las aguas se dividen entre los que piensan que nada ha cambiado, que lo del Papa no es magisterio o que la fidelidad e inamovilidad de la doctrina es lo más importante. Y otros, que piensan que la expresa ambigüedad en algunos puntos es precisamente el terreno fértil para que actúe el Espíritu y para que algunas cosas puedan cambiar.

En este panel queremos desentrañar la riqueza de este texto y entregar elementos de discernimiento sobre algunos de los temas tratados.

Criterios para leer Amoris laetitia

- Jorge Costadoat SJ

Amoris laetitia (AL) es un texto que, como todo texto, debe ser interpretado. En este caso debe serlo, además, porque en asuntos muy importantes el documento deja las cosas en cierta penumbra.

Para su interpretación tengo en cuenta, en primer lugar, la necesidad de renovación de la enseñanza de la Iglesia. Y segundo, ofrezco algunos criterios que favorecerán un lectura innovadora de la exhortación papal extraídos de su mismo texto.

Novedad de Amoris laetitia

La pregunta por la novedad de Amoris laetitia me parece ser un punto de observación y de juicio necesario. Me interesa que la enseñanza de la Iglesia sobre moral sexual, matrimonial y familiar sea renovada. No soy neutral, tomo postura. La tradición de la Iglesia siempre ha requerido una actualización que permita su comprensión en épocas y culturas cambiantes. El Papa ve necesaria una inculturación del Evangelio. Las iglesias locales dispersas en el mundo debieran traducir el Evangelio en sus propias categorías culturales. Francisco, a este propósito, hace una petición bien concreta: "Serán las distintas comunidades quienes deberán elaborar propuestas más prácticas y eficaces, que tengan en cuenta tanto las enseñanzas de la Iglesia como las necesidades y los desafíos locales" (AL, n° 199).

Es necesario leer esta exhortación apostólica fijándose en qué consiste su innovación pues en la actualidad el foso que se ha creado entre la institución eclesiástica y el común de los bautizados es de tal magnitud, sobre todo en este ámbito de la vida humana, que si no es superado, el Evangelio no pasará a las siguientes generaciones. Esto me hace presuponer que el Papa ha querido recordar la enseñanza tradicional en términos que todos puedan comprenderla y vivirla. Hoy el discurso afectivo, sexual, matrimonial y familiar de la institución eclesiástica a los jóvenes les resulta ininteligible. A los adultos, en varios puntos, les parece impracticable. Urge anunciar de nuevo el Evangelio con toda su radicalidad, pero también con toda su sensatez.

Criterios de interpretación de la Exhortación apostólica

Un primer criterio: Amoris laetitia es una formidable apelación evangélica. Al Papa le interesan todas las personas, no importa la situación en que se encuentren (AL, n° 78). Francisco se dirige a los lectores como si el Evangelio de Jesús fuera lo único decisivo (AL, n° 38). La doctrina, las costumbres, la institución eclesiástica, todo parece quedar entre paréntesis ante la imperiosa necesidad de anunciar a las personas y familias concretas una palabra orientadora y alentadora.

El Evangelio de la familia ha de ser motivo de "alegría" (laetitia). La misericordia de Jesús con las víctimas de los fariseos que oprimían a la gente con su casuística moralizante, debiera regir la pastoral de la Iglesia. La gratuidad de la misericordia de Dios con el ser humano se manifestó, en última instancia, en el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo, para sanar el vicio de ganarse a Dios con cumplimientos religiosos.

En dependencia de este criterio, otro muy novedoso es el viraje en el acento de la enseñanza de la Iglesia. Hasta ahora el énfasis de la jerarquía eclesiástica en el planteamiento de la moral sexual y familiar ha sido puesto en el "ideal" entendido como lo doctrinal. Desde ahora habrá que concentrarse en la "realidad" de lo que viven los católicos. Se mantiene alto el ideal pero, en una perspectiva pastoral, la doctrina ocupa un lugar secundario. Las personas con su realidad a cuestas es lo principal. Dice el Papa: "Doy gracias a Dios porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino. A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de la familia ideal, sino un interpelante ‘collage' formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos" (AL, n° 57).

Cabe aquí decir que este desplazamiento en el énfasis de la enseñanza eclesial radica en una especie de conversión de la jerarquía. Lo dice Francisco en estos términos: "Al mismo tiempo tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica" (AL, n° 36).

Un tercer criterio es el debido respeto a la adultez de los católicos. El documento confía que las personas pueden discernir y tomar decisiones en libertad, siguiendo sus conciencias. También a este respecto Francisco hace un mea culpa: "Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas" (AL, n° 37). Los sacerdotes no deben decidir por los católicos.

A ellos corresponde acompañar a las personas, ayudarles a objetivar su situación, educarlos acerca de la enseñanza de la iglesia, consolarlos y animarlos, pero no dirigirles la vida (AL, n° 200). El mandato de acompañamiento atraviesa todo el documento. El fundamento de este criterio pastoral es cristológico. Dice el Papa: "el Señor nos acompaña hoy en nuestro interés por vivir y transmitir el Evangelio de la familia" (AL, n° 60). El acompañamiento es necesario porque la vida se hace de a poco, gradualmente (AL, n° 273 y 295); porque el amor crece, se desarrolla, pero también mengua; las personas fracasan, maduran de a poco, aprenden a veces, a veces no, etc. Mientras no se llegue al reino de los cielos nadie puede decir que su familia es perfecta.

Un último criterio llamémoslo opción por los pobres. Claramente al Papa opta por las personas que no tienen familia, las familias en las que reina la violencia, los que son malmirados a causa de su familia; Francisco sufre con los matrimonios fracasados y con los divorciados vueltos a casar que no pueden comulgar. El Evangelio es perdón y liberación para pobres y pecadores. La realidad familiar en su conjunto debe ser vista a partir de la realidad de los frágiles, de los excluidos, de los hijos de padres separados, de los huérfanos, de las adolescentes embarazadas, de los que viven en la miseria, de las personas homosexuales, de los inmigrantes, de los que no han podido contraer matrimonio por falta de recursos fundamentales, de las personas con capacidades diferentes, de los ancianos e incluso por quienes con culpa destruyeron su propio matrimonio.

En suma, el contexto exige leer el documento en clave de la novedad que puede aportar. En esta óptica, los cuatro criterios señalados ayudan a descubrir los pasos adelante que se quieren dar: un retorno a la misericordiosa de Jesús, un giro del "ideal" a la "realidad", un respeto a la adultez de los católicos y una opción por los pobres.


El amor en el proceso de hacer familia

- Carmen Reyes

Para mí, fue un gozo la lectura de Amoris Laetitia (AL). Es la obra de un pastor "con olor a oveja", que ha escuchado mucho y que sabe de alegrías y dolores en distintos tipos de familia. Un pastor que, en diálogo con las ciencias humanas, es capaz de integrar lo bueno que rescata de ellas y de expresarlo en un lenguaje claro y sencillo. Un pastor práctico, con experiencia en buscar caminos para encontrar soluciones a los desafíos que enfrenta. Pero, sobre todo, un pastor apasionado por el anuncio principal de Jesús: el amor, que es la médula que recorre todo el texto. Un pastor que en la exhortación quiere "contemplar a Cristo vivo en tantas historias de amor" (AL, nº 58 y 59).

La importancia de la familia radica en la experiencia del amor que se vive en ella

Para el papa Francisco, el matrimonio y la familia tienen un enorme valor, porque en ellos se vive la experiencia del amor, un amor semejante al amor de Dios por la humanidad (AL, nº 27). Para evitar equívocos, el papa se explaya largamente en lo que significa amar, haciendo una relectura del himno al amor de san Pablo (AL, nº 91 a 119), agregando que el amor requiere compromiso, contacto y dedicación, lo que hace posible que pueda crecer más y más. Un amor que en las relaciones no es sólo dar, sino también recibir -porque además de ser seres espirituales, somos seres de carne, necesitados-. Un amor que se expresa en la pasión y en la ternura, como también a través de la corporalidad (AL, nº 120 a 152).

Vivir relaciones de amor como éstas es el anhelo de todos los hombres. Los seres humanos no estamos hechos para vivir solos (AL, nº 13). Por eso, el encuentro de un hombre con una mujer se experimenta como el "comienzo de la fortuna" (AL, n° 12), que es la posibilidad de vivir en el matrimonio y la familia la experiencia de mantener vínculos estrechos de apoyo, estímulo, consuelo y cuidado mutuo (AL, n° 315, 316, 321, 322). Francisco expresa que Dios mismo vive en todas las familias en que de alguna manera se expresan estas relaciones de comunión (AL, nº 57, 77, 291 y 314).

Su esperanza es que quienes lean la exhortación se sientan llamados "a cuidar la vida de las familias, porque ellas no son un problema, sino principalmente una oportunidad" (AL, nº 7); no sólo para el ser humano, también para la Iglesia, porque en una comunión familiar bien vivida las exigencias van permitiendo abrir cada vez más el corazón, haciendo posible así el encuentro cada vez más íntimo y pleno con Dios" (AL, nº 313-324). Y oportunidad para la sociedad, ya que una familia en la que se viven y se aprenden relaciones de amor puede ir haciendo "doméstico" el mundo, instaurando la cultura del encuentro (AL, nº 183), donde nadie se sienta solo, sanando las heridas de los abandonados, atendiendo a los pobres y defendiendo a los frágiles (AL, nº 321 y 324).

El amor humano es un proceso y en la vida siempre es incompleto

La exhortación nos propone un ideal de relaciones amorosas a vivir en la familia. Sin embargo, nos confronta desde el comienzo con la realidad. Francisco inicia el capítulo primero señalando que la Biblia está poblada de historias de amor y también de crisis familiares (AL, nº 8). Dice: "ninguna familia es una realidad celestial, (...) sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar". La perfección sólo la encontraremos en el Reino definitivo (AL, nº 325). Somos personas y realidades familiares que están siempre en proceso de transformación, de maduración, incompletas e inacabadas, en camino hacia una perfección que no es exigible en esta vida. Las personas somos limitadas (AL, nº 122), avanzamos paso a paso. A veces, cargamos con problemas de nuestra historia que nos impiden avanzar a un amor más completo (AL, nº 239); otras, pasamos por crisis que detienen el proceso (AL, nº 236). Estamos influidas además por una cultura que a veces no ayuda en el desarrollo del amor y también por factores sociales que hacen difícil constituir familias sólidas (AL, nº 25, 33, 34, 40 y 41). Por eso el papa invita a no juzgar y, por el contrario, a alegrarnos porque en todas las personas y relaciones podemos encontrar algo bueno (AL, nº 119, 291 y 308); destellos de amor, semillas del Verbo (AL, nº 77 y 78) que hay que saber identificar y acompañar para ayudarlas a dar un paso más en su proceso de desarrollo (AL, nº 325).

Francisco describe así el proceso del amor en la relación conyugal: "del impacto inicial, caracterizado por una atracción marcadamente sensible, se pasa a la necesidad del otro percibido como parte de la propia vida. De allí se pasa al gusto de la pertenencia mutua, luego a la comprensión de la vida entera como un proyecto de los dos, a la capacidad de poner la felicidad del otro por encima de las propias necesidades, y al gozo de ver el propio matrimonio como un bien para la sociedad" (AL, nº 220).

El proceso de la vida familiar con sus exigencias, sus etapas y sus crisis -cuando logramos sortearlas- nos ayuda a madurar, a ser más generosos, más atentos a las necesidades de los otros. De ahí que Francisco vaya desgranando la constitución de las familias a lo largo del tiempo, desde la formación de la pareja hasta la ancianidad, con los desafíos que significan los diversos tipos de vínculos. Su preocupación central es ayudar a crear y desarrollar relaciones sólidas que ayuden a superar los momentos duros, de tal forma que las parejas y las familias puedan continuar juntas en su camino hacia el futuro (AL, nº 211).

Propuestas para el acompañamiento pastoral en las etapas de la vida familiar

El documento discurre por las etapas de la vida familiar y va haciendo propuestas para el acompañamiento pastoral, las cuales están apoyadas en la doctrina y también en las ciencias humanas, especialmente la psicología. Sus aportes son muchos, por lo que me detendré sólo en algunos.

Respecto a la preparación remota para la vida familiar, señala que más allá de otros esfuerzos, el buen testimonio de los padres es probablemente la mejor preparación (AL, nº 208). El papa Francisco considera que las familias cristianas son los primeros sujetos de la pastoral familiar, porque su testimonio gozoso permite a las personas descubrir su anhelo de vivir relaciones en las que se hacen carne los vínculos estrechos, el cuidado, el consuelo, el perdón y la confianza en Dios (AL, nº 200, y 314 a 324).

En relación a los novios que han formalizado el compromiso, afirma que es importante acompañarlos para que se den cuenta si su compromiso tiene posibilidades reales de estabilidad. Como a veces están sostenidos sólo por la atracción mutua y se conocen poco, es necesario ayudarles a reconocer si hay incompatibilidades o riesgos y también a hablar de lo que cada uno espera de su matrimonio (AL, nº 209 y 210).

Parte del acompañamiento es hacerles ver que el matrimonio no da cabida al sometimiento de la mujer, menos aún al ejercicio de la violencia contra ella, porque hombre y mujer poseen ambos una idéntica dignidad (AL, nº 54) y están igualmente llamados a la donación recíproca para ayudar al desarrollo del otro, en fidelidad, respeto y cuidado (AL, nº 155 y 156.) . Más aún, indica que las decisiones familiares han de tomarse en conjunto (AL, nº 220) y apoya la flexibilidad respecto a las tareas que realizan ambos, dentro y fuera del hogar (AL, nº 286).

Sugiere asimismo acoger y cuidar con cariño a los fieles que conviven o están casados por el civil, conocer los factores que pueden haberlos llevado a asumir esta opción y alentarlos a crecer humana y espiritualmente. En los casos en que haya estabilidad, afecto, responsabilidad por los hijos y capacidad de superar las pruebas, animarlos -si es posible- al sacramento del matrimonio (AL, nº 78 y 293).

En relación a la celebración del sacramento del matrimonio, señala que quienes se casan deben asumir que el matrimonio no es un rito vacío a realizar por todos; no es una convención social necesaria con la que hay que cumplir, ni un mero signo externo de compromiso. Francisco presenta el matrimonio sacramento como una vocación que requiere ser discernida. Es una opción de vida, "es la respuesta al llamado específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia. Por lo tanto, la decisión de casarse (...) debe ser fruto de un discernimiento vocacional" (AL, nº 72).

En la vida sexual de los cónyuges rescata el valor del placer y la pasión. Porque la sexualidad, creación de Dios, es un regalo maravilloso que, en su dimensión erótica, embellece el encuentro de los esposos (AL, nº 142 y 153) y agrega que la sexualidad está en primer lugar al servicio de su amor, no sólo al de la procreación (AL, nº 80).

En cuanto a la fecundidad, aclara que la paternidad responsable no significa procreación ilimitada sino que ella ha de ser fruto de un discernimiento (AL, nº 167), discernimiento que requiere un diálogo consensual entre los esposos, respeto de los tiempos, consideración de la dignidad de cada uno, escuchar la conciencia, y formarse un juicio ante Dios (AL, nº 222). Y respecto a los niños que han sido concebidos, el papa hace una preciosa reflexión acerca de cómo cada uno de ellos ha sido soñado y amado por Dios desde la eternidad (AL, nº 168) y pide a las madres que cuiden que nada les quite el gozo por el hijo que esperan (AL, nº 171).

Se detiene también en la educación de los hijos, centrándose en tres aspectos: su desarrollo moral, su educación sexual y la transmisión de la fe (AL, nº 259 a 290). Y en la importancia de que ambos, el padre y la madre, asuman su responsabilidad respecto a ellos (AL, nº 172 a 176). Incluso se toma un espacio para los hijos únicos, que deben convivir con otros para aprender acerca de la fraternidad (AL, nº 194) y también para los hijos ya mayores, que deben partir para desarrollar su propio camino de vida (AL, nº 190).

Francisco se ocupa además de las relaciones con la familia grande, con los padres y con los ancianos de la familia a quienes se debe respetar y cuidar (AL, nº 188 a 193); con los suegros y otros parientes del cónyuge (AL, nº 198) y con los miembros de la familia que tienen problemas y que necesitan acogida y apoyo -los discapacitados, las madres adolescentes, los niños que no tienen padres (AL, nº197)-.

Como parte de la fecundidad del amor familiar, Francisco hace hincapié en la participación social de la familia, que sale de sí para ser solidaria con los que la necesitan y para ayudar a construir un mundo más justo, más humano (AL, nº 181 y 182).

Finalmente, cuando se produce la muerte del cónyuge (o de otro ser querido), insta a ayudar a ver que la vida no se detiene, sino que quienes quedan tienen que seguir cumpliendo su misión en esta vida (AL, nº 253 a 255).

El proceso es complejo y las crisis son frecuentes. Las crisis ayudan a madurar en el amor (AL, n° 231 y 232), sin embargo, no todos logran superarlas. Y Francisco reconoce que hay casos donde la separación de los cónyuges es inevitable y a veces puede ser incluso moralmente necesaria para proteger la integridad de algunos miembros de la familia (AL, nº 241).

De ahí que llama a los pastores -a todos nosotros-, a acompañar la vida de los diversos tipos de familias al modo de Jesús quien, a la vez que propone caminos de maduración hacia un amor más pleno, nunca pierde la cercanía con los frágiles y los que sufren (AL, nº 38 y 246), atendiendo a todos, con ternura y misericordia (AL, nº 296), fijando su mirada en cada uno y preguntando "¿Qué quieres que haga por ti?"(Mc 10,51) (AL, nº 323).


Amoris Laetitia y homosexualidad

- Judith Schönsteiner, académica, UDP

La homosexualidad no es un tema principal de Amoris Laetitia (AL), pero el documento deja planteada la inquietud de cómo acompañar a familias con integrantes homosexuales. El texto no desarrolla las características de una pastoral de o para las personas homosexuales, lo que tampoco fue el tema de los sínodos. Será un tema para el futuro. AL deja abierta la puerta para reflexionar y discernir. Tal como indica el papa Francisco: "Al mismo tiempo, la complejidad de los temas planteados nos mostró la necesidad de seguir profundizando con libertad algunas cuestiones doctrinales, morales, espirituales y pastorales." (AL, nº 2).

¿Qué dice AL sobre la homosexualidad? El Papa cita el informe final del sínodo de 2015:

"La Iglesia hace suyo el comportamiento del Señor Jesús que en un amor ilimitado se ofrece a todas las personas sin excepción. Con los Padres sinodales, he tomado en consideración la situación de las familias que viven la experiencia de tener en su seno a personas con tendencias homosexuales, una experiencia nada fácil ni para los padres ni para sus hijos. Por eso, deseamos ante todo reiterar que toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar «todo signo de discriminación injusta», y particularmente cualquier forma de agresión y violencia. Por lo que se refiere a las familias, se trata por su parte de asegurar un respetuoso acompañamiento, con el fin de que aquellos que manifiestan una tendencia homosexual puedan contar con la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida" (AL, nº 250).En el párrafo siguiente, Francisco indica que "no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia" (AL, nº 251).

Muchos hubieran deseado que la exhortación pronunciara un rechazo mucho más enérgico contra la violencia homo- y transfóbica, especialmente evidente en linchamientos, violaciones "correctivas", y la criminalización de las relaciones homosexuales, incluyendo la pena de muerte; e incluso un cuestionamiento a las terapias de conversión o de reorientación sexual.También hubiéramos querido todos y todas quienes conocemos personas homosexuales, que se usara el término correcto para referirse a ellos y ellas: su homosexualidad es una orientación sexual -(como textos de trabajo del sínodo sí lo dijeron) - no son personas "con tendencias homosexuales": no es pasajero ni una opción el ser homosexual. Una, uno, se descubre así.

Llama la atención que el Papa prescinde de cualquier referencia, inclusive en las notas a pie de página, respecto a los números del Catecismo que califican la homosexualidad como "intrínsecamente desordenada" (Catecismo, nº 2357) o que permiten como única "vocación" (entre comillas porque no hay libertad de discernimiento) para las personas homosexuales, la castidad obligatoria (Catecismo, nº 2359). Tampoco hace referencia a las citas bíblicas usualmente asociadas a la homosexualidad. La ausencia de estas referencias efectivamente respalda la lectura de que el Papa no ha querido cerrar las puertas al debate. Ciertamente estaba al tanto de las muy diversas propuestas que los obispos han planteado en los últimos años sobre las relaciones homosexuales: desde una reafirmación del catecismo, hasta la reflexión del obispo Johan Bonny (Amberes, Bélgica) que plantea que se podría, en ciertas situaciones, bendecir las parejas del mismo sexo.

Es preciso notar que algunas formulaciones de los documentos de trabajo que no encontraron la mayoría requerida de dos tercios en los sínodos, tampoco fueron recogidas por el Papa. Las formulaciones ausentes se referían, por un lado, al reconocimiento de que las personas homosexuales tienen "dones y cualidades a ofrecer a la comunidad cristiana", y, por otro, a que "hay casos donde el apoyo mutuo hasta el sacrificio constituyen un soporte precioso en la vida de las parejas". Hubiera sido una señal clara contra la discriminación injusta, que la Iglesia quiere combatir, si una u otra de estas afirmaciones hubiesen sido incluidas. La discriminación injusta estructural contra las personas de la diversidad sexual no se logrará combatir sin una valoración de su contribución a la Iglesia, y al tejido social, incluso si inicialmente, ésta fuera parcial.

Las personas homosexuales como sujetos de la pastoral

Me inspira la exhortación a imaginarme algunas aristas de la discusión sobre homosexualidad y amor que tendremos por delante. La exhortación hace mucho énfasis en una pastoral familiar de gradualidad. Somos seguidores y seguidoras de Cristo, y estamos "en camino" para hacer nuestro Su anuncio del Reino. ¿No podría discutirse a futuro en qué forma las personas homosexuales que viven en relaciones estables pueden crecer hacia la voluntad de Dios, sin excluir de antemano que la fidelidad yel apoyo mutuo podrían ser un elemento a considerar? ¿No podría reflexionarse en qué forma las personas homosexuales -viviendo en celibato o no- están actualmente contribuyendo con su carisma a la Iglesia, tal como sugirió el informe intermedio del Sínodo de los Obispos celebrado en octubre de 2014?

La Pastoral de la Diversidad Sexual que funciona en la Comunidad de Vida Cristiana, es solo una de las muchas instancias que, en distintos países y desde la experiencia pastoral, han elaborado reflexiones sobre estos temas. La Padis+ presentó una visión de acompañamiento y acogida al Sínodo, que parte de la situación concreta de la persona, su dignidad como bautizada, y el amor que Dios Padre siempre tiene hacia ella. Concibe a las personas homosexuales como sujetos de la pastoral (ver también AL nº 200), que son acogidos, pero también acogen, participando activamente en la vida de la comunidad cristiana, mediante el servicio y la celebración.

Tal como cualquier persona cristiana, las personas de la diversidad sexual están invitadas a vivir el bellísimo sueño que el papa Francisco desarrolla a partir del "Cántico del Amor" de la Primera Carta a los Corintios. Están llamadas a concretar ese amor en su cotidianidad, en la dignidad y alegría de ser bautizados en Cristo. ¿Cómo? La exhortación deja la puerta abierta: nos invita a reflexionar como Iglesia, a todos y todas, para el futuro sobre "la complejidad de los temas planteados" (AL, nº 2). Lo que sí deja claro: no puede debatirse sino desde un profundo respeto a la conciencia de los y las creyentes.


Divorciados vueltos a casar

- Samuel Yáñez

¿Tiene Amoris laetitia (AL) una palabra buena para los bautizados divorciados vueltos a casar? Sí, la tiene. Es verdad que el lugar más explícito es una nota a pie de página, la seguramente histórica nota n° 351: en "algunos casos" podrán acceder a los "sacramentos". Quizás por el lugar en que se encuentra esta afirmación, y porque se habla de sacramentos en general, algunos han sostenido que con la Exhortación nada ha cambiado. No es así. Una lectura atenta del texto muestra que se ha abierto una puerta para el perdón sacramental y la comunión eucarística a divorciados vueltos a casar sin la exigencia de dejar la cohabitación sexual con el actual esposo o esposa. Es cierto que no se propone "una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos" (AL, nº 300). No se lo hace, porque hay una "innumerable diversidad de situaciones concretas" (AL, nº 300). Las normas generales, "en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares" (AL, nº 241). Y se agrega: resulta "mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta del ser humano" (AL, nº 241). Es decir, la puerta se abre mediante la invitación a una consideración de las situaciones reales y efectivas.

Amoris laetitia llama a tener muy en cuenta las situaciones concretas, evitando juicios abstractos. En estas situaciones se puede encontrar la acción del Espíritu. Menciona, por ejemplo, las dificultades de contexto que encuentra la vida familiar y que influyen en los quiebres (AL, nº 32, 33, 39 y 44); la diversidad de situaciones familiares que hay -un "interpelantecollage" (AL, nº 57)-; la diversidad de situaciones en los segundos matrimonios (AL, nº 298), y las circunstancias atenuantes: "ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada ‘irregular' viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante... puede haber factores que limitan la capacidad de decisión" (AL, nº 301).

La Exhortación también hace un mea culpa eclesial: la comunidad cristiana también tiene responsabilidades en los quiebres matrimoniales. Se mencionan: una insistencia excesiva en el fin procreativo que oscureció a veces la importancia del fin unitivo del matrimonio;la falta de acompañamiento pastoral a los matrimonios en sus primeros años; una teología abstracta del matrimonio, desconectada de las situaciones concretas; la dificultad para dejar espacio a la conciencia de los fieles en sus decisiones; una forma de tratar a las personas que no hace transparente la cercanía compasiva de Jesús; una insistencia unilateral en temas doctrinales, bioéticos y morales, etc. (AL, nº 36, 37, 38).

¿Marginar o reintegrar? Hacia un discernimiento adulto y un acompañamiento pastoral

Se alienta un movimiento de acercamiento a las diversas situaciones con una perspectiva realista y cuidadosa de las personas. Se propone claramente un camino: "Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar... El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración... El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero... Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita" (AL, nº 296). Son numerosísimas las exhortaciones a recorrer este camino: inclusión, misericordia, compasión, amor, cuidado, ternura (AL, nº 47, 52, 128, 58, 59, 243, 246, 291, 294, 297, 299, 308, etc.). "Comprendo -dice el papa- a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad" (AL, nº 308).

¿En qué consiste este camino de reintegración que propone la Exhortación a los divorciados vueltos a casar? Junto con subrayar "la necesidad de hacer más accesibles y ágiles, posiblemente totalmente gratuitos, los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad" (AL, nº 244), se invita con energía a un "itinerario de acompañamiento y discernimiento" (AL, nº 300), dando algunas recomendaciones concretas.

Lo que se estimulaes un discernimiento personal y pastoral de cada situación. Se trata de un discernimiento personal, es decir, realizado por los cónyuges y por cada uno de ellos. Esto supone incorporar al proceso la conciencia de las personas. Se recuerda que la conciencia es "el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que este se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella" (AL, nº 222). Se invita, por tanto, a los divorciados vueltos a casar a discernir adulta y seriamente su situación, sin cerrar la puerta a que una consecuencia de dicho discernimiento sea comulgar. Queda abierta la posibilidad de celebrar los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía. "Por eso, ‘a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor'... Igualmente destaco que la Eucaristía ‘no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles'" (AL, nº 305, nota 351).

Ahora bien, también se trata de un discernimiento pastoral. Esto significa, por una parte, según la lógica de la integración, "discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas" (299). Por otro lado, se trata de acompañar pastoralmente los discernimientos personales de los divorciados vueltos a casar, acogiéndolos, apoyándolos y ayudando a su decisión en conciencia. "Invito a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor... E invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia" (AL, nº 312).

En suma, Amoris laetitia "otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar. Esa es la lógica que debe predominar en la Iglesia" (AL, nº 312). Es un desafío esta orientación para toda la comunidad cristiana, para obispos, presbíteros y laicos. ¿Qué podemos hacer para responder a este llamado a reintegrar? "Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Apocalipsis 3, 20).

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