“Ver”, “juzgar” y “actuar” Crónica de una muerte
Por muchas prisas que se tengan en la vida, no será jamás ni sensato ni justo apretar el acelerador del coche hasta alcanzar, o rebasar, los 237 kilómetros/hora, con señales viarias que lo prohíben terminantemente
El tema es de por sí vidrioso, pero no tanto como para que sobre el mismo se tenga que estar obligado a correr infranqueables y tupidos velos de conmiseración y de pena, que impida “ver”, “juzgar” y “actuar” como corresponde y es propio de nuestra condición de personas, por supuesto, conscientes y adultas..
Y en estos instantes, el tema se conoce, se lamenta y se llora con cuantos ríos de lágrimas se han derramado y derraman, con ocasión de la trágica muerte de un deportista, de nombre José Antonio y de apellido Reyes, celebérrimo en todo cuanto se relaciona con marcar goles, dotado además de grandes dosis de simpatía al relacionarse con seguidores, forofos y aún indiferentes.
En primer término y por encima de todo, mi más sentido pésame a su familia, y oraciones en sufragio por su alma y de quien le acompañaba en tan dramático accidente de tráfico.
Destacado soberanamente este sentimiento mío y de tantos otros, con especial inclusión de los lectores de RD., deportistas en activo o en pasivo, no rehúyo efectuar algunas consideraciones, con la más que aproximada seguridad de ser interpretado con corrección y pedagogía.
Por muchas prisas que se tengan en la vida, no será jamás ni sensato ni justo apretar el acelerador del coche hasta alcanzar, o rebasar, los 237 kilómetros/hora, con señales viarias que lo prohíben terminantemente.
Por muy futbolista que se sea, y así lo reconozcan admiradores, admiradoras y los comentaristas de turno, tampoco parece recomendable y honesto disponer de una colección de 16 coches - deportivos de alta gama, precio, aprecio y consumo, y de espíritu y disposición para “lucirlos”, cuando procede, que será siempre o casi siempre.
Con la capacidad “ejemplarizante” con la que, al menos en teoría, y por ser deportista y joven, pretenden convertirse, ser y actuar a los privilegiados por la diosa Fortuna, parece un deber ineludible, ético- moral, no perder de vista esta situación social, alcanzada además con los sacrificios, disciplinas y esfuerzos a los que tuvo que someterse para conseguir triunfar en la vida.
Ni siquiera a los deportistas de elite se les permitir jugar sin contar con el equipo y al margen de las normas y de los reglamentos interpretados por los árbitros. Para ellos, y como deportistas, unos y otras habrán de ser siempre de obligado cumplimiento.
Esto no obstante, es de lamentar que haya tantos deportistas de elite precisamente, incumplidores de lo social y cívicamente establecido para el resto de los mortales, valiéndose de argucias y privilegios, de los que a veces se encargan de recortar las Delegaciones de Hacienda y los tribunales de justicia en asuntos privados o públicos del peor caletre. En la moderna “religión” futbolera, propia y específica de la bárbara incultura romana del “panis et circenses”, los protagonistas del balompié ejercen de ministros sagrados con toda clase de emolumentos, emociones, banderas, banderolas y aún rezos y promesas…
Eso sí, que quede bien claro, que las corrupciones – fichajes, compra-ventas de goles, negocios, recomendaciones…-, se cosechan en los campos de futbol exactamente igual, y aún con generosidad mayor, que en otros recintos deportivos, bancarios, políticos o sociales…
¡Que Dios tenga en su gloria a quienes tuvieron prisas excesivas y desordenadas en llegar cuanto antes a ninguna parte, tal vez por aquello de que ni el dinero ni la fama lo es todo, y porque además, es indispensable contar con la preparación adecuada lo mismo para correr, que para detenerse a tiempo…¡
Los “valores” deportivos, tal y como hoy se cultivan, aprecian, predican y difunden, jamás sustituirán a los ético morales de toda la vida…
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