"Lugar de encuentro y comunión con el Creador" Los desiertos de Carlos de Foucauld
La vida de Carlos de Foucauld, en fin, es un continuo sobresalto. Cuestiona lo humano y lo divino llegando a retar al mismo Dios cuando recita continuamente a manera de mantra la jaculatoria, «Señor, si existís, haced que os conozca»
"Su última etapa de búsqueda, después de los desiertos de la Trapa y Nazaret, culminan con su ordenación de presbítero de la diócesis de Viviers (Francia) antes de tomar asiento en el desierto del sur de Argelia para vivir y compartir la vida con los pueblos nómadas"
"Carlos de Foucauld busca el desierto físico y se encuentra también con los desiertos de la propia existencia en forma de prueba espiritual e incluso debilidad física"
"Las experiencias del desierto dejan de ser poesía y atardeceres para convertirse en prueba y purificación"
"Carlos de Foucauld busca el desierto físico y se encuentra también con los desiertos de la propia existencia en forma de prueba espiritual e incluso debilidad física"
"Las experiencias del desierto dejan de ser poesía y atardeceres para convertirse en prueba y purificación"
| Manuel Pozo Oller
El desierto como realidad existencial, como soledad y desarraigo, como vacío y desorientación, no se ciñe en Carlos de Foucauld, como por otra parte en todo ser humano, exclusivamente a los años que compartió su vida con los pueblos nómadas del norte de África en el desierto argelino. Los desiertos de la vida, en efecto, le golpearon duramente desde su infancia hasta prácticamente su adultez biológica. Además, la época histórica que le tocó vivir estuvo llena de convulsiones, guerras y exilios, que le provocaron desarraigos afectivos y rupturas enfrentándole con la dureza de la vida y obligándole a recomenzar de nuevo. Hay que hacer notar que, no obstante, el personaje fue un privilegiado por cuna y educación, alumno de jesuitas ingresó más tarde en la academia militar para seguir con la tradición familiar.
Conoce Argelia formando parte del ejército colonizador francés. Una vez que abandona el ejército planea la peligrosa aventura de explorar Marruecos. Lo hace disfrazado acompañado del rabino Mardoqueo. Había perdido la fe en su adolescencia y su vida era un auténtico desastre con las características de un privilegiado de la vida. En esta situación anímica, en el desierto de la noche de una existencia vacía, se encuentra con los pueblos creyentes del desierto. No queda indiferente ante esta realidad impactante.
Su aventura de explorador y su posterior obra científica será recogida en el libro Reconnaissance au Maroc (1889). Carlos de Foucauld recibirá grandes reconocimientos de la sociedad francesa por sus aportaciones geográficas y lingüísticas pero su psicología y su alma son un volcán en erupción que busca con ansiedad el equilibrio personal al tiempo que razones para sobrevivir. En este desierto de la noche oscura de la razón que busca entender, ocupa lugar preferente el testimonio creyente de su madre. Él escribirá: «Yo, que estuve rodeado desde mi infancia de tantas gracias, hijo de una madre santa...» (1897).
El recuerdo de su madre será el oasis dentro del desierto de su azarosa vida. También su prima, María de Moitissier, Sra. de Bondy, es oasis en cuanto que el trato con su familiar admirada le aportará a lo largo de su vida la ternura afectiva y el equilibrio emocional siendo su referencia y acompañante en las tomas de decisiones y opciones fundamentales. El P. Henri Huvelin, con su extraordinaria sabiduría y paciencia, fue el instrumento para acompañar a un personaje singular que por cuna y linaje no lo hacían fácil. Él supo esperar el momento para iniciar una travesía por el desierto despojándose de los postulados de la filosofía ilustrada y el racionalismo del momento.
La vida de Carlos de Foucauld, en fin, es un continuo sobresalto. Cuestiona lo humano y lo divino llegando a retar al mismo Dios cuando recita continuamente a manera de mantra la jaculatoria, «Señor, si existís, haced que os conozca». No eran en lenguaje de nuestra época actual, un pasota. El escritor Antoine de Chatelard, Hermano de Jesús, lo retrata con el perfil que será el eje axial de su vida apasionada y apasionante: «La vida de Carlos de Foucauld fue una sucesión de movimientos dislocados, de épocas de las que cada una es como volver del revés la anterior, que traen consigo un nuevo punto de partida, a veces un absoluto volver a empezar». Toda una peregrinación al interior del alma como un viajero en la noche.
Su última etapa de búsqueda, después de los desiertos de la Trapa y Nazaret, culminan con su ordenación de presbítero de la diócesis de Viviers (Francia) antes de tomar asiento en el desierto del sur de Argelia para vivir y compartir la vida con los pueblos nómadas. En ninguna de las etapas anteriores encontró el oasis donde saciar plenamente su sed de Dios y sus inquietudes. Al fin, la aridez y dureza del desierto sahariano, le sumió en un camino espiritual de honda experiencia contemplativa de Dios que de nuevo cambió su orientación de vida llegando, a la manera de Jesús en su encarnación y vida nazaretana, a hacerse pobre con los pobres ocupando el último lugar y haciendo suya su causa llegando a situaciones tan comprometidas como la defensa de los pueblos nómadas y la crítica a su patria por la descarada política colonizadora y esclavista.
La vida en el desierto conduce a Carlos de Foucauld a reflexionar sobre sus bondades resaltando los aspectos de lugar de encuentro con Dios y con el interior de nosotros mismos. Le escribe al religioso trapense Hermano Jerónimo, amigo del alma, sobre su proceso espiritual en el desierto:
«Es necesario pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios: es en el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía completamente la casita de nuestra alma para dejar todo el sitio a Dios solo. Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en él antes de recibir su misión; san Pablo al salir de Damasco fue a pasar tres años a Arabia, vuestro patrono san Jerónimo y san Juan Crisóstomo se prepararon también en el desierto. Es indispensable. Es un tiempo de gracia. Es un período por el que tiene que pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto. Es necesario ese silencio, ese recogimiento ...Y es en la soledad … donde Dios se da todo entero a quien se da todo entero a Él. Si esta vida interior es nula ... es un manantial que querría dar la santidad a los demás, pero no puede, porque carece de ella» (1898).
En Carlos de Foucauld, de consiguiente, el desierto físico y geográfico se convierte en lugar de encuentro y comunión con el Creador en una especie de ecoespiritualidad que guarda referencia con hermosos textos bíblicos tan sabrosos como el que aquí citamos del profeta Oseas: «Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón … Allí ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto» (2,16-17).
La experiencia espiritual y saludable del desierto para el alma la describe el Hermano Carlos en una carta fechada el 19 de mayo de 1898:
«Es preciso pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios. Es allí, donde uno se vacía y se aparta de todo lo que no es Dios desalojando completamente esa pequeña casa de nuestra alma, a fin de dejar únicamente a Dios todo el espacio ... Es indispensable. Es un tiempo de gracia. Es un tiempo a través del cual debe pasar necesariamente toda persona que desee dar fruto; porque hace falta este silencio, este recogimiento, este olvido de todo lo creado para que Dios instaure en la persona su reino, formando en ella el espíritu interior; la vida íntima con Dios en la fe, la esperanza y clamor».
La experiencia del desierto como lugar geográfico, en efecto, es un medio extraordinario de encuentro de Dios, pero asunto distinto son los desiertos existenciales que no escogemos. Carlos de Foucauld busca el desierto físico y se encuentra también con los desiertos de la propia existencia en forma de prueba espiritual e incluso debilidad física. La prueba espiritual cuando el solitario del desierto, por las normas litúrgicas del momento histórico, se vio privado de la celebración de la eucaristía y, por ende, de la reserva eucarística para la adoración. No se puede describir el estado de soledad y sufrimiento interior del marabut cuyo alimento era la eucaristía y con ella quería irradiar a Jesucristo como el mejor de los apostolados. Escribirá pocos años antes de su muerte: «He reanudado mi vida con alegría. Tengo el Santísimo Sacramento pero no puedo, sino muy raras veces, celebrar la Santa Misa, por falta de asistentes, ya que, ahora, no tengo a nadie conmigo» (Carta, 17 de julio de1907).
La soledad interior se agrava por las necesidades materiales que aumentan en su entorno y por la imposibilidad de poder atender tantas demandas de ayuda. Momento difícil fue la sequía del año 1907 que provocó la carestía y escasez de alimentos y la consecuente hambruna. Las circunstancias tan extremas hacen que Carlos de Foucauld sufra de nuevo un cambio radical en su vida sintiéndose por primera vez como uno más de los pobres del desierto. No puede hacer nada porque nada posee. Todo va a peor, sufre anemia, está muy cansado y cae gravemente enfermo al año siguiente. Ahora el noble acostumbrado a ser servido se ve obligado a sobrevivir con la ayuda de los demás. Un grupo de amigos tuaregs buscan lo que pueden para alimentarle. Encuentran un poco de leche de una cabra famélica. Entre fiebre y malestar su alma sufre una nueva conversión a la radicalidad evangélica y al abandono en las manos de Dios.
Las experiencias del desierto dejan de ser poesía y atardeceres para convertirse en prueba y purificación. El marabut está a merced de los vientos y arena movedizas del desierto que le humillan hasta dejarle exhausto. El buscador queda solo con solo Dios. La psicología se rebela ante el fracaso de toda una vida preguntándose sobre el sentido de nuestras opciones vitales y de nuestra entrega. Una pregunta silba por encima de las arenas preguntando al viento si ha valido la pena tanto esfuerzo. Es la hora de Getsemaní, el momento de la duda. Hay que beber la hiel de la ausencia de frutos en la evangelizador.
En tal estado de ánimo escribe al P. Henri Huvelin:
«Hace ya más de 21 años que hicisteis que me rindiera a Jesús; casi 18 años que entré en un convento; y tengo, ahora, 50 años: ¡que cosecha tendría que haber recogido para mí y para los demás! ... Y, sin embargo, lo que he recogido para mi es la mayor de las miserias y, para los demás, ni el menor de los bienes ...» (1 de enero de1908). En la misma linea abrirá su corazón al P. Caron unos meses después: «Yo no he hecho ni una sola conversión en serio, desde hace siete años que estoy aquí; dos bautismos; pero Dios sabe lo que son y serán las personas bautizadas: un niño pequeño, que los Padres Blancos educan y una anciana ciega ... Como conversión en serio, cero ...».
A Carlos de Foucauld, a ejemplo del Maestro, solo le queda ofrecer a su Bienamado y Señor Jesús su propia inutilidad para la redención de los hermanos. Su muerte violenta es una parábola de vida y resurrección. El meditó muchas veces el texto evangélico de san Juan «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (12,24). Murió regando con su sangre la arena del desierto convirtiéndolo en un lugar fecundo y haciéndolo florecer.
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