"El templo del dinero destruye al hombre y termina destruyéndose a sí mismo" Pasión y muerte del dinero, con esperanza de resurrección del ser humano

(Domingo) Pasión y muerte del dinero
(Domingo) Pasión y muerte del dinero

"Quiero evocar la historia de pasión (apasionamiento, adoración y muerte) de un dinero que se cree Dios (y ofrece así muchos beneficios) pero que, convertido en motor y fin de la vida, se convierte en cáncer (mammona) que mata"

"Por Dios, por el rey y el dinero… Éste fue el canto de la nueva humanidad. Dioses y reyes podían cambiar… Lo único firme era el dinero"

"En ese contexto se alzó Jesús como un revolucionario campesino, sin violencia armada (no fue líder bandolero o militar), al servicio de la humanidad fraterna"

"Jesús lo conoció y lo utilizó, pero invirtiendo su sentido: Vender el dinero para “comprar” (crear) más corazón, más humanidad"

"Pero yo resucitaré otro templo distinto, a los tres días: Es decir, el templo de su cuerpo abierto a todos, el templo de la humanidad que vida en gracia y comunión. Esto es lo que la Iglesia cristiana celebra (con gran emoción, con esperanza) el día de Pascua"

La palabra más enigmática y honda fue aquella que dijo después de haber “limpiado” el templo: Destruid vosotros ese templo, destruid vuestro emporio de falsa religión y de dinero al servicio de sí mismo; yo levantaré a los “tres días” un templo (un mundo distinto) de humanidad (Jn 2, 18-22).

            No fue Jesús quien destruyó aquel templo de Jerusalén (arrasado y quemado el año 70 d.C.). Ni es Jesús el que destruye hoy (año 2021) nuestro mundo, amenazado de muerte por un tipo de dinero puesto al servicio de sí mismo; lo destruimos nosotros, esta ciega humanidad de adoradores del becerro de oro, en medio de una tierra convertida en desierto.

Dios y el dinero

            Desde ese fondo quiero evocar la historia de pasión (apasionamiento, adoración y muerte) de un dinero que se cree Dios (y ofrece así muchos beneficios) pero que, convertido en motor y fin de la vida, se convierte en cáncer (mammona) que mata. Sobre la amenaza de esa pasión-muerte del dinero, evocaré al final la promesa de Jesús: “A los tres días construiré un templo distinto de humanidad” como gracia y promesa de Vida.  Buen Jueves Santo. El domingo hablaré de la resurrección de la humanidad, por encima del riesgo de muerte del dinero.

 1. El único dios y rey el dinero

 Situada en un lugar de cruce entre los antiguos imperios del mundo (egipcios, mesopotamios e hititas), la tierra de Canaán (Palestina, Israel), en el contexto de Fenicia y Siria, fue y sigue siendo uno de los centros culturales, políticos y económicos más importantes del mundo:

Fenicios y cananeos/palestinos iniciaron una de las primeras redes comerciales del mundo occidental, que se ocupaba no sólo de los productos agrícolas (trigo, vino, aceite) que se extendieron desde allí a la tierra entera, sino de la manufactura y difusión de tejidos de púrpura, de armas y esclavos.  

Mammon

‒ Fenicios y cananeos inventaron y extendieron el primer alfabeto sencillo, un sistema fácil de escritura, de 23 letras, del que provienen los alfabetos actuales (a excepción del chino y de sus derivados…).  

En ese contexto ha surgido también uno de los primeros (más antiguos e influyentes) sistemas monetarios. El dinero en el sentido actual nació también otros lugares (entre hititas  y mesopotamios, en Asia Menor, en la India y en China), pero se propagó de un modo especial desde de Canaán-Fenicia, con fines comerciales (a partir del siglo XII-XI a.C.)  

En un sentido extenso, había existido otro tipo dinero “metálico” (oro, plata y bronce, con su valor fijado al peso), pero sólo entonces nació una cultura monetaria y mercantil, definida por el dinero acuñado y el comercio institucionalizado más que por los imperios agrícolas o militares (como en Egipto y Mesopotamia).

Antes, los bienes para el intercambio o los tributos de templos y reyes tenían una función directa, sin convertirse en “signo” de valor universal. Sólo ahora, en el contexto de las ciudades siro/fenicias y palestinas empezó a desarrollarse de manera consecuente,  un tipo de dinero con valor en sí mismo, con un fin y sentido mercantil, religioso, político y humano, hasta convertirse en signo de todos los bienes posibles, vendidos y comprados, viniendo a ser el único “dios real” de este mundo.

 1. En un sentido, la moneda del entorno bíblico nació y recibe su valor en el mercado, a través de comerciantes fenicio/cananeos, que actuaban como intermediarios de pueblos e imperios, por caravanas de tierra firme o de naves del Mar Mediterráneo. Surgieron así unas personas que no eran productoras de comida o bienes de consumo, sino funcionarias del dinero contado, calculado, escrito en registros alfabéticos. Escritura y moneda vinieron a convertirse así en los dos medios muy significativos de intercambio “cultural” de la humanidad moderna.  El dinero se hizo “dios” de la nueva humanidad.

Dios y el dinero

 2. Por eso el dinero se vinculó muy pronto con la religión (con los templos/mercados), como signo religioso, bajo protección de un Dios, cuyo sello llevarán más tarde, muchas veces las monedas “acuñadas”, con un valor fijado o determinado (desde el VI a .C).   En esa línea, los grandes santuarios reales (o las ciudades-santuario), con los reyes que se creen signo de la divinidad, han acuñado moneda y la han puesto bajo el resguardo de su Dios, de forma que el dinero que era signo de intercambio vino a convertirse en el Dios visible. Ciertamente, la gente siguió adorando a otros dioses (Júpiter tonante o Apolo hermoso, Yahvé de Jerusalén…),pero el Dios real y universal empezó a ser de hecho el dinero.

 3. Por Dios, por el rey y el dinero… Éste fue el canto de la nueva humanidad. Dioses y reyes podían cambiar… Lo único firme era el dinero, que los reyes empleaban para sus guerras o construcciones, y los dioses para financiar y enriquecer sus templos.

 2. Pero el dinero no da vida, ni resucita (Lc 12, 33-34, cf. Mt 6, 19-21)

Sin duda, es muy importante, y ha hecho grandes obras…Pero allí donde se convierte en fin y meta de la vida (convertido Mammón, como dice Jesús en Mateo 6, 24), ese dinero acaba convirtiendo a los hombres en esclavos, no esclavos de unos amos/señores o reyes, ni de unos dioses del cielo, sino del mismo dinero de la tierra. Ésta es la fortuna y tragedia de los hombres: Han “creado” un dinero que es muy importante para relacionarse y vivir como seres humanos, pero al fin han terminado convirtiéndose en esclavos. Así sigue diciendo Jesús:

No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra donde la polilla y el orín corrompen, y donde los ladrones excavan y roban (Lc 12, 33:  Vended vuestros bienes y dadlos en limosna…) Atesorad más bien para vosotros tesoros de vida (de humanidad), que ni la polilla ni el orín corrompen, ni los ladrones pueden robar ni atesorar en cajas muertas…  Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón; atesorad por tanto “humanidad vida”, no dinero muerte. Haced que el dinero esté al servicio de la Vida (cf- Mt 6, 19-21).

Jesús revolucionario

Así decía Jesús en un tiempo los sacerdotes de Jerusalén, los comerciantes de Tiro y los legionarios de Roma se estaban apoderando de las propiedades de los pobres, para ponerlas (y poner a todos) al servicio del dinero. En ese contexto se alzó Jesús como un revolucionario campesino, sin violencia armada (no fue líder bandolero o militar), al servicio de la humanidad fraterna, en contra de un tipo de dinero que para a los hombres vivos, para convertirse en “dios” muerto por encima de todos.

Fue un líder campesino radical, desde los más pobres, y no quiso transformar la economía desde arriba, controlando los mercados imperiales, ni empleó dinero para lanzar su revolución al servicio de la Vida, sino que hizo algo anterior y más profundo: empezó ofreciendo dignidad a los campesinos expulsados de su tierra, “curando” a los “enfermos” (esclavizados por el dinero de otros), sanando a los enloquecidos por una sociedad en la que el único dios era el dinero.

 De esa forma quiso crear un “tesoro de humanidad”, un “banco universal de corazón”, esto es, de comunicación gratuito. Conocía bien el sentido del dinero que se compra y vende, que todo lo compra y vende… Lo conoció y lo utilizó, pero invirtiendo su sentido: Vender el dinero para “comprar” (crear) más corazón, más humanidad.

Jesús quiso que los hombres “vendieran todo”, para crear una “Bolsa” de humanidad. Así lo dice, con la palabra técnica (ballantion); no la bolsa de divisas comerciales de Londres o Frankfurt, de Nueva York o Pekín, ni siquiera del IOR del Vaticano, sino una Bolsa de cielo, esto es, de humanidad resucita.

Dinero de los pobres

- Jesús quiso que muriera un tipo de dinero que mata, para que resucitara la humanidad que vive, que ama… Ésta fue la nueva “cartera de valores” de Jesús, un Banco en que se ingresa todo el “dinero de muerte” (que mata a los pobres), para convertirlo

. En sentido extenso se podría hablar de una “cartera” de valores o de un banco en que se ingresa aquello que se vende y se da a los pobres. Pero aquí no se habla de invertir en una bolsa de comercio de dinero (al servicio del mismo dinero de los ricos), sino en una cartera o banco al servicio de la vida de todos, no para amontonar (como el agricultor del rico tonto que muere sin llevarse nada), sino para regalar y compartir. Se trata, pues, de superar un tipo de economía egoísta de dinero al servicio de sí mismo, sino de economía de humanidad. 

‒ Ésa quiso crear una Bolsa o cartera de dinero (anti-dinero) en el reino de los cielos, es decir, en este mismo mundo, convertido en laboratorio y experiencia de humanidad. No se trata, pues, de atesorar para “el más allá” (tesoros amontonados en un tipo de banco celeste, para después de esta vida, olvidándose de lo que pasa aquí), sino de atesorar aquí, en este mismo mundo, para los pobres concretos que nos rodean, pues su amor y su vida es nuestro mayor tesoro. Se trata de atesorar de otra manera, obteniendo el ciento por uno al darlo y compartirlo

Jesús no quiso controlar los mercados imperiales de Roma o de Tiro (ni el “tesoro” del templo de Jerusalén), sino crear gratuitamente Vida, empezando por los marginados del nuevo [des-]orden económico de Galilea (y luego de Jerusalén), empobrecidos por la estructura de poder de las ciudades que imponían su dominio (ley comercial y social) sobre los pobres del campo o del suburbio de las nuevas ciudades comerciales. No condenó a los propietarios (no quiso matarles), pero no inició con ellos su proyecto de Reino, sino que lo hizo con los itinerantes pobres (que van y vienen, sin suelo fijo, ni casa), enfrentándose con un tipo de poderosos que querían conseguirlo todo (comprar las tierras, controlar los poderes, amontonar los bienes), para tener de esa manera un tesoro en este mundo, al servicio de sus propios intereses, es decir, de su “capital”.

Jesús expulsa a los mercaderes

1. Jesús quiso así destruir un tipo de mundo fundado en el dinero, diciendo: No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde los ladrones excavan y roban. El tesoro de la tierra que se amontona al servicio de unos pocos, está sometido a la corrupción (devorado por la polilla y el orín) y a la violencia, pues las riquezas privadas excitan el deseo de ladrones. Jesús no dice nada sobre la “razón” de esos “ladrones”, si son justos o injustos, sino que los “tesoros” (escondidos en bancos, inversiones de bolsa o pozos bajo tierra) suscitan su deseo de tenerlos. Evidentemente, los dueños de tesoros buscarán policías o soldados para defenderlos, pero será inútil; vendrán siempre nuevos ladrones. Esa es para Jesús la ley de una riqueza particular, que suscita violencia y contra-violencia, definiendo nuestra realidad política y comercial, pues seguimos jugando al juego macabro de más capitales y mercados, policías, soldados y ladrones. Estamos al borde del colapso.

 2. Jesús quiso crear un mundo al servicio de la humanidad. Así dijo:  acumulad para vosotros tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido corrompen, y donde los ladrones no excavan ni roban. porque donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón. Jesús no habla de cosas que han de hacerse en un “cielo espiritual”, sino de una manera nueva de tener y compartir. Conforme a su dinámica (tanto en Lucas como en Mateo) atesorar para el cielo no es quemar los bienes o venderlos, sino darlos, compartirlos con los pobres, de manera que ellos sean signo y realidad de comunicación entre todo, de comunión de vida Atesorar para el cielo significa ganar amigos regalando aquello que tenemos (cf. Lc 16, 9), de manera que los bienes que así damos (=compartimos) forman un tesoro que no se pudre con orín, ni se consume con polilla, ni atrae la codicia de ladrones. No con más policía ni ejército, sino con más comunión era posible el cielo en la tierra, en aquellos años duros de neocapitalismo romano y ladrones que estaban surgiendo en Galilea.

No fue contra nadie (es decir, contra personas concretas); no quiso matar a Caifás, ni a Pilato, ni al César (que por entonces andaba en Capri, la isla de los ricos), sino a favor de todos, desde los más pobres, en la línea de los itinerantes de Jesús, campesinos sin campo ni trabajo, que han de unirse para compartir una nueva solidaridad y comunicación, capaz de curar a los ricos. Sólo así podrá surgir una nueva economía mundial, que no sea de Imperio (capital, mercado), sino de todos los hombres y pueblos, empezando por los pobres.  

Jesús y los mercaderes

3. Un dinero divinizado mata a Jesús, mata a los pobres (y no resucita)

Tras haber entrado en Jerusalén como Rey, para iniciar de esa forma su reinado, en nombre de Dios, frente al orden político y social de Roma, conforme al testimonio de los evangelios (cf. Mt 21, 1-17 par), Jesús entró en el templo para “limpiarlo”, es decir, para expulsar a los banqueros (cambistas) y a los comerciantes y vendedores de animales para los sacrificios, pues quería que el templo fuera casa de Dios, es decir, de oración y comunión personal, sin dinero ni sacrificios de animales.

La escena ha sido cuidadosamente redactada por los evangelios. El evangelio de Mc 11, 15-18) dice que Jesús condenó el templo de Jerusalén como “cueva/banco” de ladrones reunidos.  El evangelio de Juan 2, 14-17 dice que ese templo/banco se había convertido  en casa de negocios (oikos emporiou) al servicio de los ricos (es decir, de un sistema político y religioso que crece al servicio del dinero, sacrificando en su altar a los pobres).

‒Jesús expulsa a vendedores y compradores de animales para los sacrificios (Mc 11,15b). De esa forma quiso decir que no se puede “sacrificar” a nadie (ni animal ni hombre, ni negro ni blanco, ni enfermo ni sano) al servicio del dinero. No se puede comprar/vender ni sacrificar nada para bien del Templo (es decir, del Estado de España o de USA, ni de ningún otro templo… Todo ha de ponerse al servicio de los hombres, empezando por los pobres.  

‒ Derriba las mesas de cambistas de dinero y de los vendedores de palomas (11,15c). No se limita a expulsar a los vendedores, sino que derriba ese centro material del templo que es la mesa de cambios, banco de economía y de venta de palomas. Se trata claramente de un gesto simbólico: Como caen estas mesas, vendrá a derrumbarse en el suelo el edificio «sagrado» del templo.  

Jesús anuncia y provoca así proféticamente el fin de este templo (de este mundo hecho Banco de dinero, con sus do funciones: económic/política y religiosa).  

Jesús y los mercaderes

1. Función económica. El templo de Jerusalén constituía el centro mercantil del pueblo israelita, que se había comprometido a mantener sus instituciones y su culto, al menos tras la “restauración” del exilio (año 515 a. C.) y las reformas de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 2-39). En principio, había sido un santuario real, de manera que los reyes debían financiar su culto. Pero tras el exilio vino a convertirse en templo de la nación, centrado, según Jesús, en el dinero.

La mayoría de los habitantes de Jerusalén vivían, de un modo o de otro, de las construcciones y trabajos del templo, de manera que el judaísmo de Judea y Jerusalén funcionaba a modo de “economía de templo”, como supone, de un modo crítico, el mismo Marcos (Mc 14, 10 par), cuando señala que los sacerdotes emplearon su dinero para “sobornar” (o pagar) a Judas. De un modo consecuente, Mc 11, 17 dice que el templo es una “guarida de ladrones”, y que su religión es un latrocinio. En la misma línea, pero todavía con más fuerza, Jn 2, 16 afirma que el templo se ha convertido en una “casa de negocios” (emporion).

2. Función religiosa. El templo simbolizaba y expresaba la presencia de Dios, que habitaba en medio del pueblo. En ese sentido aparecía como lugar privilegiado de oración y purificación, especialmente de perdón de los pecados. Ese templo había sido devaluado o declarado ya inútil por Juan Bautista, cuando afirmaba que Dios ofrecía su perdón a través su bautismo y no por un ritual sagrado. También Jesús lo “desacralizó”, declarando que su función religiosa (¡de purificación y de perdón!) había terminado, como indica bien su gesto, diciendo que ese templo debía ser sustituido por otro “no hecho por manos humanas” (cf. Mc 14,2 8).

Las cosas que el hombre “fabrica” (entre ellas el templo) son “ídolos”, algo que puede ponerse y se pone al servicio del poder y del dominio de unos sobre otros. En contra de eso, el verdadero templo debe identificase con el cuerpo mesiánico (cf. Jn 2, 21; 1 Cor 3, 16), es decir, con la humanidad reconciliada, que es el Reino de Dios. Jesús no ha necesitado ni necesita el templo exterior para preparar y proclamar la llegada del Reino de Dios y así sube a Jerusalén para indicar, de manera pública y abierta, que la función de ese templo ha terminado.

Jesús y los mercaderes

No fue algo marginal, hecho de paso, en un momento menos importante de su misión, sino que condensa y culmina su misión de Reino, un gesto simbólico de condena y destrucción, centrado especialmente en las mesas de los cambistas. Derribar esas mesas significa rechazar el comercio y economía del templo, lo que implica derribar el mismo templo, con su función de poder sagrado, para proclamar de esa manera una visión distinta de Dios, en dimensión de gracia creadora, desde los más pobres.

Jesús vio el templo del dinero (dinero económico y sacral, al servicio de sí mismo) como patología económico-religiosa, centrada no sólo en el poder de los sacerdotes, sino en el dinero del tributo y en los animales que se compran y venden. Aquel templo era signo de que todo se compra y vende por dinero, desde el oro y la plata, el euro, el dólar o el bitcoin… hasta los hombres y mujeres por dinero, como dice el Apocalisis  18, 13

Jesús condenó el templo del dinero porque lo entendió como religión de bandidos-sacerdotes, que se valen de Dios y de su culto para oprimir a los pobres, no para servirles. No lo condenó en nombre de un tipo de barbarie regresiva o de resentimiento contra su autoridad, sino todo lo contrario: desde la belleza más alta del amor del Reino, y sobre todo desde el amor y servicio a los pobres. Lógicamente, por mantener su poder sacral y su economía fundada en el templo, los sacerdotes le condenaron a muerta.

Jesús, liberador

4. Conclusión.  El templo del dinero destruye al hombre y termina destruyéndose a sí mismo. Ese templo mata a la humanidad, y al fin se mata a sí mismo, sin resurrección posible.  Jesús, en cambio, muere para regalar su vida, para que resucite la humanidad, como dice el Evangelio de Juan 2, 18-20:

- Destruid ese templo… No lo destruye él, lo destruyen los hombres, en guerra unos con otros, judíos y romanos (como sucederá el año 70 d.C.), como sucederá muy pronto entre nosotros: Estamos destruyendo este mundo de la economía capitalista al servicio de sí misma.

- Pero yo resucitaré otro templo distinto, a los tres días: Es decir, el templo de su cuerpo abierto a todos, el templo de la humanidad que vida en gracia y comunión. Esto es lo que la Iglesia cristiana celebra (con gran emoción, con esperanza) el día de Pascua.

Dios y el dinero

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