"No creo que la confesión 'se virtualice'", asegura el teólogo jesuita Jaime Tatay: "Esta experiencia nos servirá para sacar lo mejor de lo virtual y de lo presencial"
"Teólogos y sacerdotes tendemos a pensar que las crisis profundas (personales o sociales) son la antesala de búsquedas espirituales"
"Sorprende que la atención pastoral al final de la vida, que sigue siendo demandada por una parte significativa de la población, no fuera considerada también como una cuestión de salud (espiritual) pública"
"Creo que habrá nuevas "búsquedas de sentido” y un cuestionamiento de las prioridades a nivel personal, comunitario y político, pero no tengo claro hacia dónde conducirá"
"Creo que habrá nuevas "búsquedas de sentido” y un cuestionamiento de las prioridades a nivel personal, comunitario y político, pero no tengo claro hacia dónde conducirá"
Profesor de la Facultad de Teología de Comillas, el jesuita Jaime Tatay es especialista en ética, ecología y Doctrina Social de la Iglesia. En esta entrevista reflexiona precisamente sobre cuestiones como la función social de la Iglesia en la pandemia del coronavirus, valorando que posiblemente a partir de ahora se profundice más en el "acompañamiento espiritual online".
¿Cómo está percibiendo la sociedad española la implicación de la Iglesia y el papel que está jugando en la pandemia? ¿Está cumpliendo su función social?
Depende, como siempre, de a quién preguntes. En los medios de comunicación de la Iglesia se divulgan las muchas iniciativas puestas en marcha; en medios civiles tengo la impresión de que el silencio sobre la actividad de la Iglesia—más allá de la figura de Francisco—ha sido la nota dominante.
¿Por qué no ha conseguido como institución visibilizar bien su lucha contra la pandemia y no ha podido ni ha intentado romper el techo de cristal de los grandes medios, especialmente las televisiones?
No lo sé. Por un lado, creo que influye la tradicional hostilidad de ciertos medios de comunicación hacia la Iglesia. Por otro lado, quizás no se ha podido o no se ha sabido cómo reaccionar. Por ejemplo, la ausencia del clero en las residencias, hospitales, tanatorios y cementerios durante las primeras semanas se entiende debido a las restricciones sanitarias impuestas. Por otro lado, sorprende que la atención pastoral al final de la vida, que sigue siendo demandada por una parte significativa de la población, no fuera considerada también como una cuestión de salud (espiritual) pública. En mi opinión, este ejemplo nos introduce en un debate más profundo sobre la presencia pública de la religión, la secularización y la priorización de la dimensión terapéutica sobre cualquier otra consideración.
¿Cree usted que la Iglesia institucional va a formar parte del nuevo contrato social que parece estarse tejiendo?
No me atrevo a hacer ningún pronóstico en este momento sobre esta cuestión.
¿La crisis del coronavirus está haciendo aflorar el lado religioso de mucha gente, hasta ahora escondido o tapado? ¿Los indiferentes religiosos volverán al catolicismo o se irán definitivamente en busca de nuevas espiritualidades?
Tampoco lo tengo claro. Teólogos y sacerdotes tendemos a pensar que las crisis profundas (personales o sociales) son la antesala de búsquedas espirituales. En algunos casos conducen a la fe; en otros a su abandono o a un mayor distanciamiento. Este es el tema principal de la teodicea, que de algún modo esta crisis pone de nuevo sobre la mesa. Sí creo que habrá nuevas "búsquedas de sentido” y un cuestionamiento de las prioridades a nivel personal, comunitario y político, pero no tengo claro hacia dónde conducirá.
¿Se ha consagrado Internet (otrora demonizado por muchos clérigos) como un gran medio de humanización y de evangelización?
Creo que esta experiencia va a suponer inevitablemente un punto de inflexión en muchos ámbitos de la sociedad en su relación con el mundo digital, no solo para los cristianos. La educación y el trabajo van a incorporar, a partir de ahora, elementos que se ha comprobado que funcionan y tienen beneficios (por ejemplo, el ahorro de tiempo y de desplazamientos). En otros casos será al contrario. "Todos hemos experimentado ‘en nuestras propias carnes’ que el contacto humano, físico y lo presencial en general son insustituibles. En el caso de la Iglesia pienso que"va a suceder algo similar: valoraremos las posibilidades que la tecnología nos permite para vivir, expresar y compartir la fe. Y seremos también más conscientes de cuáles son sus límites y peligros. Soy optimista a este respecto. Nos servirá para sacar lo mejor de lo virtual y de lo presencial.
¿Cómo será la Iglesia del postcoronavirus? ¿Qué características tendrá? ¿Hacia qué líneas de fondo apuntará? ¿Afectará a las reformas del Papa Francisco?
No lo sé. No me atrevo a predecirlo, creo que es pronto todavía.
¿Podrá seguir manteniendo su actual estructura económica, territorial y funcional?
Bueno, la pregunta por la viabilidad de su actual estructura ya estaba encima de la mesa antes de la pandemia. Quizás agudice ciertos problemas o acelere algunas medidas, pero no será el virus la causa principal.
¿Habrá que revisar la actual praxis sacramental, especialmente de la eucaristía y de la penitencia?
No creo que requiera una revisión profunda y permanente. El alejamiento social no durará eternamente. Las comunidades cristianas han atravesado muchas crisis sanitarias, políticas, económicas y bélicas en sus 2000 años de historia. Pensemos en los cristianos que vivieron durante décadas al otro lado del telón de acero, sin poder reunirse o celebrar la eucaristía. Y allí sigue la Iglesia. Como digo, puede que acelere algunos aspectos o dinámicas pero no va a ser un punto y a parte.
Por ejemplo, en muchas ciudades de nuestro país los católicos ya no iban a la parroquia que les correspondía territorialmente, sino a aquella que les ayudaba o gustaba más, por la razón que fuese. Durante estas semanas de aislamiento se ha podido elegir entre las eucaristías que la televisión e internet ofrecían. Pero la dinámica ya estaba en marcha; la crisis lo que ha hecho es que la ha trasladado a otro ámbito y lo ha hecho de forma generalizada y acelerada.
Respecto a la confesión, no creo que se “virtualice”. Lo que sí puede suceder, en mi opinión, es que cobre más importancia el acompañamiento espiritual “on-line”. Yo he colaborado estos días en el lanzamiento de unos ejercicios espirituales de ocho días por medio de internet. Ha sido una de las primeras veces que se ofertaba en España algo así. Más de 400 personas se apuntaron y las plazas se llenaron en muy pocos días. Las evaluaciones que llegan de la iniciativa son muy positivas. Esto no hubiese sucedido en otras circunstancias y es posible que vuelva a repetirse cuando todo se normalice.