"Durante 500 años, la Iglesia funcionó de este modo" Fuentes bíblicas de la sinodalidad y el profetismo del papado de Francisco
Algunos sostienen que la idea del sínodo de la sinodalidad es un invento del Papa Francisco. Sin embargo, durante 500 años, la Iglesia funcionó de este modo, y san Juan Crisóstomo ya afirmaba que el sínodo era el nombre de la Iglesia, la comunidad eclesial asistida por el Espíritu Santo
La elección del Papa Francisco ha reavivado esta mirada sinodal, retomando la experiencia de las comunidades eclesiales de base que florecieron en América Latina tras el Concilio que Medellín en el año 68 rescata como modelos. Su elección al ministerio petrino es un verdadero Kairós y un nuevo pentecostés. Quizás el mayor aporte del Papa Francisco sea la recuperación del sensus fidelium en la vida de la Iglesia
| Pbro. Francisco Benítez*
Este artículo se ha querido denominar "Las fuentes bíblicas para la sinodalidad", en el marco de lo que estamos viviendo: el sínodo de la sinodalidad. Esta situación puede parecer un trabalenguas en la vida de la Iglesia, especialmente ahora que nos encontramos a las puertas de la segunda sesión de la fase universal del sínodo. La palabra "sínodo" proviene del griego "synhodos", que se traduce como "caminar juntos". Esta expresión tiene una fuerte presencia en la Sagrada Escritura, donde el tema del camino y del caminar juntos es recurrente.
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El sustantivo "camino" en hebreo es "derek", que significa hacer juntos el camino. Esta idea no se limita a simplemente caminar juntos, sino que implica un compromiso activo de hacer el camino en conjunto. Es una hermosa expresión, ya que sugiere un proceso de colaboración. El verbo "darak", que significa "caminar", aparece en el Antiguo Testamento 706 veces. Esto resalta la importancia de esta expresión para el pueblo de Dios: aprender a hacer el camino juntos.
Si consideramos la Palestina de los tiempos de Jesús o antes, podemos afirmar que para el pueblo de Israel, caminar era parte de la vida cotidiana. Se caminaba hacia el huerto, hacia las ovejas, para buscar agua, para conseguir alimentos, para ir a otras ciudades en busca de lo necesario, y también para comercializar los frutos de la tierra. La gente común no contaba con medios de transporte, todo lo hacían caminando, a diferencia de lo que ocurre hoy.
La expresión "camino" era habitual entre el pueblo de Dios, y la acción de caminar se menciona con frecuencia en la Sagrada Escritura, llegando a ser un tema central. Había 15 salmos dedicados a la peregrinación, que el pueblo realizaba hacia Jerusalén. Los salmos del 120 al 135 son conocidos como "salmos de la peregrinación" y tienen un carácter litúrgico y sacramental.
Caminar era, por tanto, una actividad esencial para la gente de Palestina; caminaban para encontrarse, para alimentarse y para escuchar a Dios. Así, el camino se convierte en un símbolo de toda la experiencia de vida de ese pueblo.
En el camino se buscaba agua, se iban al huerto, se intercambiaban alimentos, y todo eso ocurría en el camino. Las grandes experiencias de los patriarcas también se desarrollan en el caminar. Por ejemplo, al final del capítulo 11 de Génesis, encontramos la peregrinación de Sara y Abraham. Dios le dice a Abraham: "Deja tu tierra y ponte a caminar hacia la tierra que te mostraré". No le indica el destino exacto, pero sabemos que Abraham parte de Mesopotamia hacia Canaán.
La figura del camino también es fundamental en los profetas y en los libros sapienciales, donde se aconseja elegir el buen camino, el sendero que lleva a la vida
Lo mismo sucede con los israelitas en Egipto, que deben caminar hacia la tierra prometida. Este camino deben construirlo juntos; no hay un camino preestablecido, deben hacerlo. Pero no están solos, están acompañados por Dios. Esto se menciona al final de Génesis 11 y en Génesis 12, donde todo el Éxodo describe cómo Dios acompaña a su pueblo en el camino.
Lo mismo ocurre con Isaac y su esposa, y con Jacob, quien después de haber engañado a su padre y a su hermano, debe huir y luego regresar tras haber sido engañado por su suegro, Labán. En el Éxodo, el pueblo esclavizado por el faraón, que no conocía a José, debe regresar a la tierra prometida, acompañado por Moisés y por Dios, a pesar de las dificultades y las quejas. Dios camina junto a Moisés y su pueblo.
La figura del camino también es fundamental en los profetas y en los libros sapienciales, donde se aconseja elegir el buen camino, el sendero que lleva a la vida. La importancia de elegir el buen camino se resalta en el libro de Isaías: "Los caminos de ustedes no son mis caminos".
Cuando la Biblia se traduce al latín, el camino aparece 880 veces, pero con un matiz nuevo: el camino es también el lugar de la enseñanza y de la instrucción divina. El libro de la Sabiduría menciona una escuela que convoca a la enseñanza. En el griego del Nuevo Testamento, esta expresión aparece 101 veces, y el clímax se encuentra en el evangelio de Juan, 14:6, donde Jesús dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
Una expresión que destaca la importancia de que el Señor acompaña nuestro camino, incluso en la adversidad, es Lucas 24, donde el Señor resucitado se aparece a quienes caminan hacia Emaús. En este camino, Jesús se revela y transforma su tristeza en alegría.
La figura del camino también se menciona en Lucas 2:44, donde se habla de buscar a Jesús "en el camino". En Hechos 9, somos llamados "Seguidores del Camino", una designación que refleja nuestra identidad como comunidad que camina junta.
Estas son algunas intuiciones sobre el caminar juntos en la Sagrada Escritura. Un autor que aprecio mucho, el padre Luis Heriberto Rivas, señala que el primer fundamento bíblico para la sinodalidad se encuentra en el acto de la creación del hombre. En Génesis 1:26, Dios dice: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza".
El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene un mandato: dominar sobre toda la creación. El verbo hebreo que se usa para "dominar" es "rdh", que implica un dominio autoritario. Sin embargo, el verbo utilizado en la Escritura para este dominio es "msl", que implica cuidado y protección, un dominio orientado hacia la plenitud de las cosas.
La aparición del ser humano en el mundo implica que todos somos responsables de llevar a la creación a su perfección
Dios hace al hombre Señor de la creación, confiándole la responsabilidad de ser corresponsable del universo. La aparición del ser humano en el mundo implica que todos somos responsables de llevar a la creación a su perfección. Este mandato no es exclusivo de unos pocos, sino que pertenece a todos.
El primer acto de caminar juntos y de sentirnos corresponsables de la creación se encuentra en el momento de la creación del hombre, donde se convoca a todos a hacerse responsables. Hoy, con el movimiento "Laudato Si, se está comenzando un camino de corresponsabilidad con la creación.
Ahora, consultemos el Salmo 8, versículos 4-9: "Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que pienses en él?". El salmista, maravillado por la magnitud del cielo, se pregunta por qué Dios se fija en el hombre, a pesar de su pequeñez. La gloria y el esplendor que se mencionan en el salmo están relacionadas con la realeza.
El ser humano es investido por Dios como rey sobre la creación, pero no en un sentido autoritario. Se nos llama a caminar juntos como corresponsables del servicio a la creación, lo que constituye un primer eslabón de la sinodalidad.
Ahora, busquemos en Éxodo 3:7, donde el Señor dice: "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus gritos de dolor". Este Dios que se revela a Moisés escucha el sufrimiento de su pueblo y decide liberarlo. La historia del Éxodo es fundamental, ya que el pueblo de Israel caminará junto a Dios por el desierto, marcando su vida para siempre.
A medida que caminan, Dios les muestra signos y prodigios, como el cruce del Mar Rojo y el maná en el desierto, acompañándolos en las dificultades. En el camino, Dios está presente, incluso cuando enfrentan problemas.
Por eso, el pueblo recuerda cómo Dios los guió con mano poderosa, a pesar de las dificultades. El camino no está exento de retos, pero es un proceso en el que se va construyendo juntos, con la confianza de que Dios camina con nosotros. En el libro del Éxodo, capítulo 19, el pueblo llega al desierto del Sinaí y acampa frente a la montaña. Moisés sube a encontrarse con Dios, quien les habla y les ofrece un pacto. El pueblo responde unánimemente, comprometido a obedecer lo que Dios les ha dicho.
Este relato del Éxodo es un ejemplo de camino sinodal, donde Dios propone y el pueblo acepta, buscando siempre la unanimidad
Este relato del Éxodo es un ejemplo de camino sinodal, donde Dios propone y el pueblo acepta, buscando siempre la unanimidad. Este es el camino que se despliega en el libro del Éxodo.
Pero vayamos a examinar también las fuentes que iremos encontrando en el Nuevo Testamento sobre esta sinodalidad. En él, se manifiesta este estilo sinodal a través de las vivencias de las comunidades cristianas. ¿Y cómo se expresa esta vivencia? En la diversidad de carismas y ministerios.
En las comunidades cristianas se observa una amplia variedad de carismas y ministerios. En el primer escrito del Nuevo Testamento, que no son los Evangelios, el libro de los Tesalonicenses menciona al final la cantidad de ministerios, que son múltiples. La primera carta de San Pablo a los Corintios, en los capítulos 14 y 15, así como el libro de Efesios, en los capítulos 1 y 2, son textos muy significativos porque presentan estos múltiples ministerios en las comunidades cristianas y nos enseñan que son asistidos por el Espíritu Santo, quien otorga dones para el crecimiento de la comunidad.
Estos dones son, entonces, para edificar y hacer crecer la comunidad, donde todos construyen y discernían juntos. Se reunían en las casas y luego en las catacumbas, formando comunidades que compartían en común y donde había una multiplicidad de dones y carismas.
La teología paulina es interesante en este contexto. En 1 Corintios 1:11, San Pablo menciona que "los de la familia de Cloé me han contado que hay discordia entre ustedes". A partir de aquí, describe en 1 Corintios 12 la Iglesia como un cuerpo. Nos dice que todos formamos en Cristo un solo cuerpo, cuya cabeza es Cristo, y que todos los miembros son importantes. No se puede decir a la cabeza "no te necesito", ni a la mano "no te necesito".
San Pablo destaca que en la comunidad todos somos parte del cuerpo de Cristo, con diversas funciones, y que esto no nos hace más o menos importantes. La tentación humana es pensar que algunos son más importantes que otros. Cuando esta mentalidad se infiltra, surgen divisiones y conflictos: “¿Quién es este para decirme tal cosa?”. Esta mentalidad elitistapuede filtrarse fácilmente, haciendo que algunos digan: "¿Qué me va a decir a mí, si hace 30 años que coordino esto?". La teología de San Pablo nos recuerda que la Iglesia es un cuerpo que debe trabajar armónicamente, organizado.
Para poder avanzar, es necesario orientar nuestros pasos. A veces lo hacemos mecánicamente, pero el cuerpo debe coordinarse armónicamente. Por ejemplo, al hablar, nuestras cuerdas vocales, la boca y el cerebro deben trabajar juntos para que el sonido se produzca. Así, en la teología que presenta San Pablo, la comunidad es un cuerpo en el que todos los miembros son necesarios; la mano no puede decirle al pie "no te necesito".
Es fundamental reconocer que cada uno tiene su propio don y carisma, al servicio de la comunidad. San Pablo nos exhorta a buscar el carisma más importante: el amor, en lugar de los dones espectaculares que buscan reconocimiento
En la teología paulina, los dones que recibimos son para la edificación común. Por tanto, no debemos sentir envidia por los dones ajenos, ya que cada uno tiene un propósito diferente. Si fuéramos solo oídos, ¿podríamos apreciar la belleza del mundo? Es fundamental reconocer que cada uno tiene su propio don y carisma, al servicio de la comunidad. San Pablo nos exhorta a buscar el carisma más importante: el amor, en lugar de los dones espectaculares que buscan reconocimiento.
Así se organizaban las primeras comunidades cristianas, que se reunían en los hogares, compartían todo en común y discernían juntos lo que Dios les proponía. En 1 Corintios 12:27 se habla de esta teología del cuerpo: “Ustedes son el cuerpo de Cristo”. El bautismo significa estar sumergido en Cristo, formando una sola realidad con él.
Cada miembro del cuerpo cumple una función vital, y los carismas, aunque distintos, deben ejercerse para conservar la unidad. En Efesios 4:3 se nos exhorta a "conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz", porque hay un solo cuerpo. A algunos se les dio el don de ser apóstoles, a otros profetas, y así se organiza la obra del ministerio para edificar el cuerpo de Cristo.
Nadie puede permanecer inactivo. Si guardamos nuestros carismas, estamos restando a la edificación de Cristo. Todos somos corresponsables en esta tarea. La teología de San Pablo se puede comparar con la de San Lucas. En Hechos 6:2, los apóstoles dicen: “No es justo que descuidemos el ministerio de la palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas”. Ante un problema de atención a las viudas, la comunidad se reúne para tomar decisiones.
San Lucas nos muestra cómo, ante una dificultad, se convoca a la comunidad para resolver el problema. El capítulo 15 de Hechos es crucial. Algunos miembros de la secta de los fariseos exigían que los convertidos debían circuncidarse para salvarse. Pablo y Bernabé, que venían del mundo pagano, discutieron con ellos y decidieron subir a Jerusalén para abordar el asunto con los apóstoles.
La importancia de la asamblea radica en que, a pesar de la autoridad de Pablo y Bernabé, buscaron el consenso de la comunidad. En lugar de actuar de manera unilateral, decidieron discernir juntos. Este momento eclesial se puede relacionar con la realidad actual de la Iglesia, donde algunos buscan actuar por su cuenta, ignorando la necesidad de caminar juntos.
Cuando llegaron a Jerusalén, relataron lo que Dios había hecho con ellos. Sin embargo, algunos fariseos afirmaron que los paganos debían circuncidarse. Los apóstoles y presbíteros se reunieron para deliberar. Después de una larga discusión, Pedro afirmó que Dios había purificado los corazones de los gentiles con la fe y que no se debía imponer un yugo que ni ellos ni sus padres pudieron soportar.
Este momento marcó el Concilio de Jerusalén, que permitió a judíos y gentiles gozar del mismo estatus en la comunidad. Este desafío sigue presente hoy en la Iglesia sinodal, recordándonos que nuestra importancia radica en el Bautismo, no en los oficios o ministerios que ocupamos.
Podemos afirmar que, al hablar de las fuentes bíblicas de la sinodalidad, encontramos herramientas que provienen del Antiguo Testamento y que nos hablan de un Dios que siempre está en el camino, acompañando nuestra historia. Sin embargo, es necesario escuchar y responder a este Dios, buscando la unanimidad de criterios, como sucedió con el pueblo que caminaba por el desierto.
En este sentido, la vivencia de los primeros cuatro siglos de la Iglesia representa el modo en que san Pablo describió las primeras comunidades cristianas: pequeñas comunidades que se reunían en casas familiares, compartían todo en común, no conocían la necesidad entre ellas y discernían juntas la voluntad del Señor. A pesar de la diversidad de carismas —profetas, apóstoles, don de discernimiento, lenguas e interpretación—, san Pablo presenta distintas listas de carismas en estas comunidades.
Durante casi 400 años, la Iglesia vivió de esta manera, en las catacumbas y en hogares, sin reconocimiento por parte del imperio o de cualquier autoridad civil, manteniendo su fidelidad al Señor
Durante casi 400 años, la Iglesia vivió de esta manera, en las catacumbas y en hogares, sin reconocimiento por parte del imperio o de cualquier autoridad civil, manteniendo su fidelidad al Señor. Sin embargo, en el siglo IV, con Constantino y el Edicto de Milán en 313, y más tarde con Teodosio en 380, el cristianismo comenzó a ser reconocido como la religión oficial del Imperio, lo que llevó a una alianza entre el cristianismo y el poder imperial. Este cambio implicó que el imperio cediera templos paganos a la Iglesia, lo que obligó a la Iglesia a organizar su culto en estos nuevos espacios, inspirándose en el Antiguo Testamento, especialmente en los libros de Levítico, Éxodo y Deuteronomio.
Los primeros 500 años, la Iglesia vivió en pequeñas comunidades que celebraban en sus casas, poniendo todo en común y discerniendo juntos. San Juan Crisóstomo, del siglo IV, define el sínodo —que significa caminar juntos— como el nombre de la Iglesia. Esto es crucial, ya que algunos sostienen que la idea del sínodo de la sinodalidad es un invento del Papa Francisco. Sin embargo, durante 500 años, la Iglesia funcionó de este modo, y san Juan Crisóstomo ya afirmaba que el sínodo era el nombre de la Iglesia, la comunidad eclesial asistida por el Espíritu Santo.
San Cipriano de Cartago, también del siglo IV, aportó una interesante reflexión: el obispo no hará nada sin sus presbíteros, y tanto el obispo como los presbíteros no harán nada sin la comunidad. Esta afirmación subraya la importancia de caminar juntos. Además, Cipriano afirmaba que lo que afecta a todos en la comunidad debe ser decidido y aprobado por todos, lo cual, aunque engorroso, es fundamental para el discernimiento comunitario. Para discernir comunitariamente, es vital primero discernir personalmente, pues esta es la esencia del proceso sinodal.
El reconocimiento del imperio, a finales del siglo IV, comenzó a afectar este modo de ser sinodal. Desde la Edad Media, aproximadamente del siglo VII al XVI, el sentido sinodal en la vida de la Iglesia se fue ocultando o perdiendo. A medida que la comunidad crecía y ya no se reunía en casas, se buscó la representación a través de delegados, lo que llevó a una pérdida del sentido sinodal, que se recuperaría en el Concilio Vaticano II, donde se recuerda que somos un cuerpo en la teología paulina y todos un solo pueblo de Dios.
Durante la Edad Media, la representación fue prioritaria, y hacia los siglos X y XI, con la alianza de la Iglesia con reyes y emperadores, la voz del emperador comenzó a pesar más que la del Papa, debilitando el discernimiento comunitario y sometiendo la Iglesia a decisiones políticas. Así, el sentido sinodal se fue ocultando, hasta ser recuperado en el Concilio Vaticano II, en 1962-1965.
El Concilio reafirmó que la Iglesia es todo un pueblo de Dios, definiendo los ministerios y la jerarquía al servicio de este. Entre el siglo XVI y el Concilio de Trento, la autoridad papal se reforzó, mientras que el sentido de comunidad se debilitó
El Concilio reafirmó que la Iglesia es todo un pueblo de Dios, definiendo los ministerios y la jerarquía al servicio de este. Entre el siglo XVI y el Concilio de Trento, la autoridad papal se reforzó, mientras que el sentido de comunidad se debilitó. El Concilio de Éfeso, en 431, marcó un hito en la historia de la Iglesia, al declarar a la Virgen María como Madre de Dios, un acto respaldado por la fe del pueblo (sensus fidelium).
Desde el Concilio de Trento hasta 1870, se hizo énfasis en la autoridad centralizada, oscureciendo el sensus fidelium, el sentido de fe del pueblo de Dios. Por ejemplo, Pío XII representaba un modelo piramidal, donde el Papa estaba en la cúspide. Con el Concilio Vaticano II, se invirtió esta estructura, afirmando que la jerarquía está al servicio del pueblo de Dios.
¿Qué pasó hasta hoy si el Vaticano II había recuperado la sinodalidad? Ha habido una pérdida de la eclesiología del Pueblo de Dios, a medida que se reforzaban las estructuras jerárquicas. A partir de los años 80, se oscureció el camino propuesto por el Concilio Vaticano II por temores que la eclesiología sea reducida a la sociología. Sin embargo, la elección del Papa Francisco ha reavivado esta mirada sinodal, retomando la experiencia de las comunidades eclesiales de base que florecieron en América Latina tras el Concilio que Medellín en el año 68 rescata como modelos. Su elección al ministerio petrino es un verdadero Kairós y un nuevo pentecostés. Quizás el mayor aporte del Papa Francisco sea la recuperación del sensus fidelium en la vida de la Iglesia.
El Papa convocó la primera Asamblea Eclesial de América Latina, un espacio donde participó toda la Iglesia, no solo los obispos. Esto fue un paso fundamental hacia la recuperación del sensus fidelium y la identidad eclesial. Con el sinodo de la amazonia en 2019 se creo el CEAMA (Conferencia eclesial para la amazonia) todos los estados de vida conduciendo a la Iglesia amazónica.
La elección del Papa Francisco representa un nuevo Kairós, un nuevo Pentecostés, donde se busca retomar la esencia sinodal de la Iglesia. Su documento Episcopalis Communio de 2018 cambió para siempre el modo de celebrar los sínodos en la Iglesia, de ahora en más habrá que escuchar a todos, todos y todos. Distintas fases preparan los sinodos, partiendo desde las iglesias locales, a las síntesis de las conferencias a su fase continental para llegar a la universal. Ya no mas de Roma sino de las bases a Roma. Un tiempo donde resuenan todas las voces del santo Pueblo de Dios, un giro de 180 grados. Pasamos del sínodo de los obispos al sínodo de la Iglesia!!!
En conclusión, estamos viviendo un tiempo propicio en la Iglesia, donde se nos invita a recuperar nuestra identidad y caminar juntos. Este sínodo de la sinodalidad no debe ser un acontecimiento pasajero, sino un hito que nos ancle en nuestra misión de servir a la humanidad. No podemos permanecer dormidos otros xv siglos más.
* Pbro. Francisco Benítez
Delegado para la animación sinodal de la Región Pastoral del Litoral- ARGENTINA.
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