"El aborto es, ante todo, un problema humano, una desgracia dura y dolorosa" Por fin, dos autores para un tratamiento humano del aborto: Gabriel M. Otalora y José Luis Barreiro
"Otalora evita las posturas maximalistas del todo o nada, del nunca en ningún caso o de la evidencia fácil e inmediata"
"Sin una cuidadosa mediación ética o moral, la cultura humana está corriendo el peligro de convertir una desgracia vital dolorosa y una opción ética cargada de angustias dilemáticas en una especie de avance glorioso"
"José Luis Barreiro Rivas, uniendo la fe del laico cristiano y la sabiduría del profesor de política, con su estilo ágil, que tiene el raro don de encarnar en imágenes palpables el rigor abstracto del concepto, ha puesto en claro con lucidez exacta una intuición que personalmente llevaba tiempo rondándome, pero a la que no acaba de dar forma concreta"
"José Luis Barreiro Rivas, uniendo la fe del laico cristiano y la sabiduría del profesor de política, con su estilo ágil, que tiene el raro don de encarnar en imágenes palpables el rigor abstracto del concepto, ha puesto en claro con lucidez exacta una intuición que personalmente llevaba tiempo rondándome, pero a la que no acaba de dar forma concreta"
| Andrés Torres Queiruga, teólogo
Acabo de leer el artículo de Gabriel María Otalora, “Abortar: derechos y responsabilidades”. Exquisitamente humano y, por eso, profundamente evangélico, hace una llamada urgente a la justa conciencia de la dignidad humana y a la preservación de sus valores fundamentales. El aborto es un problema real muy grave como fuente de sufrimiento físico, traumas dolorosos y dilemas sociales. Otalora evita las posturas maximalistas del todo o nada, del nunca en ningún caso o de la evidencia fácil e inmediata.
Sin una cuidadosa mediación ética o moral, la cultura humana está corriendo el peligro de convertir una desgracia vital dolorosa y una opción ética cargada de angustias dilemáticas en una especie de avance glorioso. Cediendo una vez más en el terreno resbaladizo de una sociedad demasiado proclive a la razón instrumental y a la simplificación utilitaria de las opciones éticas.
Por eso, creo que vale la pena reproducir también aquí un artículo publicado el 14 de mayo en La Voz de Galicia por José Luis Barreiro Rivas, uniendo la fe del laico cristiano y la sabiduría del profesor de política. Con su estilo ágil, que tiene el raro don de encarnar en imágenes palpables el rigor abstracto del concepto, ha puesto en claro con lucidez exacta una intuición que personalmente llevaba tiempo rondándome, pero a la que no acaba de dar forma concreta.
El aborto es, ante todo, un problema humano, una desgracia dura y dolorosa. Abre por tanto la tarea esencial que nos une a todos los ciudadanos y de un modo especial a todas las ciudadanas, en la búsqueda de la solución radical: su abolición. Por desgracia, no es fácil ni tal vez nunca se consiga del todo. Pero al menos verlo así eleva la conciencia moral de la sociedad.
En primer, lugar para percibirlo como la desgracia que es y un mal que nos aqueja, eliminando la trampa deshumanizadora de convertir la defensa de las posibles excepciones de su práctica en una banalización o incluso glorificación subliminal del aborto, reducido a simple “interrupción del embarazo”. En segundo lugar, porque propicia la colaboración comunal y unitaria para ir encontrando las regulaciones —las opciones “menos malas”— en el difícil camino hacia su eliminación posible.
Pero mejor dejar que sea el autor quien nos hable por sí mismo:
A propósito del aborto
Dentro de un siglo, cuando el control de los embarazos no deseados sea seguro, fácil y absoluto, los estudiosos analizarán nuestras regulaciones y prácticas del aborto con el mismo horror que nosotros sentimos cuando contemplamos aquellas sesiones del Coliseo de Roma en las que, iluminando la escena con antorchas humanas clavadas en un poste, llenaban la arena de cristianos y criminales para ver cómo se los merendaban las fieras. Nosotros creemos que lo que hacemos hoy está muy bien, y que es necesario para el buen orden de las cultas y tecnológicas sociedades actuales. Pero no nos damos cuenta de que los romanos también creían vivir en la sociedad mas civilizada y libre del mundo, y que entre los espectadores de aquellas masacres también estaban los que construyeron el Panteón de Agripa, fundieron la estatua de Marco Aurelio, escribieron la Eneida y acusaron a Catilina, además de los que organizaron el mundo construyendo calzadas, puentes, acueductos, legiones y leyes universales.
No descarto que el aborto siga siendo un instrumento necesario para evitar problemas políticos mayores. Y entiendo, por tanto, que las leyes que lo regulan se mantengan y mejoren —o no— en constantes revisiones. También sé que, si me viese alguna vez en el trance de gobernar o legislar, nunca emprendería una revisión general y urgente de la legislación vigente en materia de aborto, y me contentaría con resolver mis contradicciones morales ante el tribunal de «yo mismo». ¿Dónde está, pues, el problema de hoy?
El grave problema de hoy —moral, jurídico y político— es haber convertido el aborto en un derecho sustantivo que, más allá de ser la solución a un problema que no sabemos resolver de otra manera, lo estamos tratando como un símbolo de libertad, de progresía, de buen hacer, de empoderamiento meta-guay de la mujer, y del cientificismo dogmático que nos protege contra la ignorancia, el inmovilismo moral y la superstición católica. Y nos hemos olvidado de que, si no mantenemos una tensión moral contraria al romo pragmatismo en el que nos hemos instalado, no seguiremos invirtiendo en esfuerzos pedagógicos e investigaciones científicas para acabar con este hábito que tanto nos van a reprochar las generaciones venideras.
Quizá estemos haciendo lo que tenemos que hacer. Pero, para hacerlo, hemos generado una conciencia de plastilina que asume como un avance lo que es un problema moral de envergadura. Por eso no nos fijamos en la contradicción que supone estar gastando enormes cantidades de dinero para luchar contra la esterilidad común mientras les ponemos puentes de plata a las que, estando embarazadas, no quieren el hijo. Por eso necesito decir —y digo— que, si tuviésemos la conciencia clara y bien ordenada, seguiríamos legislando en la misma dirección que lo estamos haciendo, pero tendríamos objetivos de más altura y lo haríamos todo muchísimo mejor. Y no dejaríamos este tema tan sensible en manos de la gente más inmadura e ignorante que se sienta en el Consejo de Ministros.
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